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Miércoles, 9 de diciembre de 2015. Algo pasadas las 19pm. Canción.


Vivir en la cárcel de oro que todos llamaban Dunkelheit se volvía más duro con el pasar de los días. Si bien a Jack mantenerse ocupado lo hacía ser menos consciente de la bochornosa lentitud que el reloj escogía para correr, a esas alturas del trimestre se sentía tan cansado que había empezado a tachar en un calendario los días que le faltaban para volver a casa; nunca antes había tenido tantas ganas de ver a sus padres, de respirar el aroma de las galletas recién hechas el día de navidad, de observar las anillas de humo que expulsaba por la boca y que se destrozaban al impactar con el enorme póster de Darth Vader que pendía de la pared de su dormitorio...

¡Él, queriendo volver a Manchester! ¡Lo nunca visto!

El choque emocional al que se había enfrentado veinticuatro horas atrás al visitar el despacho de Motka terminó de agotar sus baterías, y desde que se había despertado aquella mañana sentía el cuerpo pesado. Incluso hubiera jurado en voz alta a quien quisiera escucharlo que su mente había perdido la velocidad que lo caracterizaba. Odiaba convertirse en un mono de feria, en la diana de un análisis, en un acertijo que cualquier avispado pudiera descifrar... No había invertido los últimos siete años en forjarse un carácter fuerte para que llegase un psicólogo de pacotilla a desarticular a Jack Hudson. ¿De qué le servía la humanidad, que no era más que un sinónimo de debilidad?

De nada. Del pequeño John no quedaban a la vista ni siquiera los recuerdos que, encerrados bajo llave en la zona más oscura de su memoria, jamás saldrían a la luz.
...Aunque de vez en cuando seguía sorprendiéndose a sí mismo al descubrirse pensando en una lejana tarde de primavera, donde ese niño rubio que un día fue esperaba bajo la lluvia con un paquete bajo el brazo.

Jack se pasó una mano por el pelo, echándose los mechones más rebeldes hacia atrás para despejarse la cara. Era uno de los últimos alumnos que quedaban en la biblioteca, ya que la mayoría había elegido bajar a cenar. La pizza aguardaba, como cada miércoles. Su estómago no parecía estar por la labor de abrirse para exigirle comer algo, así que continuó paseándose entre las estanterías en busca de unos cuantos libros. Entre clase y clase el muchacho estuvo confeccionando una lista de títulos con los que trabajar, pero debido a las actividades extraescolares no había tenido tiempo de pasar por la biblioteca para buscar ninguno.

El ruido que realizaban los alumnos al recoger sus utensilios y arrastrar las sillas al marcharse fue apagándose hasta que no se escuchó otra cosa que sus pasos. Encorvado, releía para sí mismo los títulos que, según el bibliotecario, debían estar allí. Un ordenador con acceso al catálogo del internado le hubiese venido tan bien que, de no sentirse ofendido con la directiva, puede que lo hubiera pedido y todo. La falta de tecnología que los alumnos sufrían se volvía un auténtico calvario cuando de hallar una aguja en un pajar -libros en estancias enormes en ese caso- se trataba.

Conocía cada centímetro de la estancia de memoria; tanto que podía contar sus pasos y saber frente a qué letra del abecedario estaba parado. Diez pasos lo separaban de la “H”. Nueve, ocho... ¿Debía pasar primero por la “N”, de la que tenía que coger libros más pesados? Siete, seis, cinco... Vaya, ¿quién había sido el idiota que había tirado un chicle en el suelo? Despegarlo de la suela le llevaría un buen rato. Cuatro, tres, dos...

Bingo. Alzó la mirada cuando su cuenta atrás llegó al final, y sonrió para sí mismo al ver el enorme cartel en el que se leía una gastadísima letra “H”. Entonces pasó los dedos por los tomos que quedaban más cerca de él, como si pudiera leerlos con el simple tacto de sus yemas. Ojalá hubiera contado con esa facilidad. Su vida hubiese dado un vuelco de lo más interesante.
Jack Hudson, el hombre que susurraba a los libros de texto. Sonaba bien y todo, maldita sea.
Publicado por Jack A. Hudson Vie Ene 22, 2016 5:27 pm
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I know I could have been a better man. I always had to have the upper hand. I’m struggling to see the better side of me but I can’t. Take all your jabs and taunts. You’re pointing out my every fault and you wonder why I walked away.
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Los médicos dicen que el ser humano debe reposar de ocho a doce horas al día, todos, incluso los que no tienen que ver con la materia, recomiendan que un buen descanso puede servir para aumentar las baterías que llevan las personas por dentro y que simbolizan lo que es la gasolina para los autos. El doctor Motka había sido bastante duro con ese punto durante las primeras sesiones de Rose en las que la chica admitía que a veces no lograba dormir. Había seguido la receta médica al pie de la letra hasta esa noche, esa noche no había podido cerrar sus ojos ni un momento, o si lo había hecho era a la fuerza, apretando sus párpados hasta no poder más para olvidar todo lo que había pasado a su alrededor. Quizás el mundo de los sueños lograra ser más bondadoso con ella y la distrajera en sus brazos por unas pocas horas. Esa espera fue en vano, la ayuda nunca llegó.

Luego de que Cole saliera de su habitación, Rose se tumbó en la cama sin sentir fuerza alguna en su cuerpo. Sus piernas le pesaban, sus brazos, su cabeza parecía estallar y sus ojos empezaban a mojar la almohada con lágrimas que no paraban de salir y que cada vez se hacían más numerosas. La castaña abrazaba una almohada cual niña pequeña y se fundía en ella mientras el cuaderno reposaba entre la cama y el hueco que la separaba de la pared, Cole lo había lanzado tan violentamente que ella no se atrevió a tomarlo, al contrario, quería estar lejos como si el solo hecho de rozar las hojas le fuese a causar una grave enfermedad.

Rose cerró sus ojos en lo que, creía, eran extensas horas, no sabía cuan equivocada estaba ya que si pasó una hora era demasiado decir. La chica frota sus ojos y se levanta, se acuesta con aquella ropa que llevaba puesta y vuelve a la misma posición fetal que hacía un instante, no quería levantarse ni sentir que era parte de esa habitación, para ella solo existía el espacio entre el colchón y la manta. A pesar de que la luz estuvo apagada toda la noche, Rose no pudo conciliar en sueño ni por un minuto. Se volteaba con brusquedad, se quitaba la manta y se la volvía a poner, miraba el techo y jugaba con las páginas de los libros que había pedido prestados esa vez y que tenía que devolver para poder buscar más. Pensar era recordarlo, era recordar su rostro, recordar sus manos, recordar sus labios y sus palabras tan cerca de ella, pensar era traer a Cole de nuevo a esa habitación y eso era algo que la chica de ojos azules no deseaba. Por esa misma razón, Rose apretaba la manta contra sí y cerraba sus ojos a la fuerza dejando que las lágrimas cayeran sin cesar e hicieran arder sus pupilas ante tanto llanto. Aún podía escuchar el eco de sus oraciones, aún podía escuchar su risa y sentir su mirada fría sobre su cuerpo, cada vez que memorizaba la escena las flechas se hundían en la herida perforando su corazón. Rose susurraba cosas, pedía en silencio que su mente dejara de tejer una peligrosa telaraña, parecía imposible, de hecho lo fue, por lo menos hasta las cinco de la mañana donde pudo cerrar sus ojos de nuevo y dormir una hora y media, quizás dos.

Rose se despertó incomoda, dormir sin su pijama no ayudaba y su cabello estaba hecho una maraña. Tuvo que respirar un par de veces antes de salir de la cama con cierto dolor, estaba agotada, pero tendría que cumplir su rutina, o lo más parecido a ella. Tuvo tiempo de darse una ducha, una caliente donde el agua corría por su cuerpo y donde pudo tomarse más tiempo del necesario en lavar su cabello y su rostro, ya estaba limpia, por lo menos físicamente. La chica se viste y se peina como puede, no se esmera demasiado en sus cuidados acostumbrados, cepilla sus dientes y sale, solo bastaba verla para darse cuenta que no era la misma Rose de siempre.

El día transcurre con cierta normalidad, Rose estaba más ida que en la tierra y no presta mucha atención a las cosas, tampoco come, no tenía apetito. Todo lo que la chica hizo fue por mera inercia, por ganas de seguir en el juego llamado rutina del que no podía escapar. Al final del día vuelve a su habitación, por suerte no se había encontrado con los chicos, mucho menos con Wes, prácticamente había huído de ellos en toda la tarde. Rose cierra la puerta a sus espaldas y ve los libros amontonados, eran demasiados y tenía que devolverlos, quizás aún le diera tiempo ya que, de lo contrario, no podría darse el lujo de pedir más.

Rosie toma los textos y los aprieta contra su pecho, eran varios, pero no pesaban tanto como para abandonar la tarea. Baja a la biblioteca y decide apresurarse, pronto se haría tarde y no podría divagar por las áreas a su antojo.

No había nadie al entrar, el lugar parecía estar solo, sumido netamente en la poca luz que se iba desvaneciendo y que iluminaba con debilidad. Rosie baja la mirada y repasa los nombres, creía recordar los pasillos a la perfección así que, sin hacer ruido, guarda los más cercanos. Estaba entrando por el lado contrario a uno de los pasillos cuando se tropieza con una figura, iba tan distraída y perdida que se sobresalta al momento. Un extraño ruido sale de su boca y una Rose de ojos cansados e irritados reconoce al chico presente en la biblioteca, era el de las galletas; Jack, aquel que había conocido una tarde antes de la llegada del invierno. —Jack... me asustaste... lo siento—.  Afirma tragando de nuevo y ablandando sus gestos lo más que podía. —¿Tan tarde en la biblioteca?—. Pregunta tratando de sonar lo más casual posible. Jack era la primera persona que se cruzaba de manera real en el día y Rose quería pasar por alto su elevado nivel de sueño y su cara de haber estado llorando por horas, cosa que ni el maquillaje pudo disimular.
Publicado por M. Rose Wood Vie Ene 22, 2016 8:31 pm
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La mayoría de los jóvenes querían ser más altos y fuertes que los demás para ser rápidos en el campo de juego o destacar sobre el resto en baloncesto. Algunos incluso se ofuscaban cuando se topaban cara a cara con uno que le ganaba en el que ellos calificaban de “mi terreno”. Decir que era raro ver a los chicos más competitivos pelear detrás de las gradas cuando finalizaban los partidos de baloncesto de los sábados sería mentir. Sin embargo, Jack aprovechaba su altura de forma diferente. Tener los brazos largos le venía genial para cargárselos de libros cuando su mochila se encontraba atestada hasta los topes, como ocurría en ese momento.

Y no precisamente se trataban de ejemplares con los completar un trabajo de clase o ampliar sus estudios. En absoluto. Pasaba tanto tiempo en la biblioteca realizando las tareas que enviaban los profesores que, cuando volvía a su dormitorio, sólo se dedicaba tiempo a sí mismo; a sus averiguaciones, a sus teorías conspirativas y a los puzzles con los que se entretenía y que solamente entendía él. Cualquier otro lo hubiera llamado loco; a ojos de Jack, simplemente se trataba de un curioso irremediable con una sed de conocimientos insaciable.

En épocas pasadas su fin hubiera sido la horca, la hoguera o, Zeus no lo quiera, un Astrum Argentum capaz de convertirlo en un cuerdo-loco sin espacio en la sociedad moderna.

Pero, eh, ¡si de todas formas Jack jamás cupo en la sociedad moderna!

Estaba haciendo malabares para colocarse un quinto libro de buen tamaño debajo del brazo izquierdo cuando escuchó su nombre; la primera vez que alguien se acordaba de que existía en todo el día, a excepción de la profesora de turno que le advirtió que “no consentiría que siguiese puntualizando cada una de sus explicaciones”. Mujer incompetente. De forma automática volteó la cabeza, a la vez que lograba encasquetar el pesado tomo de historia del siglo XX sin que peligrasen los demás.

Su relajada expresión de muchacho desprevenido -no siempre andaba por ahí con la escopeta cargada y el ceño fruncido, aunque creáis lo contrario- no se adulteró al ver a Rose. Por alguna extraña razón que no alcanzaba a comprender, la castaña no se le antojaba un peligro ni hacía sonar las alarmas cuando aparecía. Y eso le molestaba. Llevaban años en la misma clase, habían cruzado un par de palabras y realmente no conocían nada el uno del otro. ¿Por qué no iba a huir de ella?
¿Y por qué sí? Al menos le había ofrecido galletas. Ese buen gesto era, posiblemente, el único recibido en todo el año. En dos años, incluso.

Si te asusté tendría que disculparme yo, ¿no? —puntualizó de forma susurrante. Quiso encogerse de hombros, aunque se quedó en un simple amago. Notó resbalar ligeramente una de las cubiertas por su mano, que había empezado a sudar por culpa del esfuerzo, así que tuvo que tragarse el impulso. —La pizza aquí no es demasiado buena. Ese sucedáneo de queso con el que embadurnan la masa no me atrae lo suficiente para dejar la biblioteca y bajar a pelearme con el resto por la porción más grande. —añadió en su línea de inalterable tranquilidad, sonando tan convincente como de costumbre. Cuando hablaba tenía la facilidad de sonar sincero -la única cosa buena que tiene el ser tan serio como una piedra-, incluso cuando se trataba de una verdad a medias. Mas no iba a dar explicaciones a Rose. Ni a ella, ni a nadie.

Una mirada siempre dice lo que la boca decide callar. Ni los mejores actores consiguen controlar la libertad de los ojos la mayor parte del tiempo; mucho menos, un adolescente sin formación actoral. Pero, en ese caso, no fueron los ojos ligeramente enrojecidos de Rose los que alertaron a Jack de que algo en ella no funcionaba como de costumbre. Tampoco era tan bueno leyendo a las personas. La ausencia de esa eterna sonrisa con la que se relacionaba a Rose, muchas veces dibujada con tonos nostálgicos, hacía sonar las alarmas de cualquiera; hasta la atención de alguien más ocupado en leer que en socializar con el resto.
Entrecerró los ojos, sin darse cuenta de lo evidente que resultaba que estaba analizándola, y se quedó en silencio; silencio que volvió a cortar pasados unos segundos, cuando fue consciente de que ella también podía verlo.

En ese momento hubiera estado bien que preguntase, por pura cortesía, una de esas preguntas banales que suenan a “¿qué tal estás?”, “¿todo bien?”, “¿quieres hablar?”. No lo hizo. No era su estilo. No hubiera sabido pronunciar esas palabras ni intentándolo. Incómodo a partes iguales por el aspecto de Rose y por sentirse cazado por ella al mirarla, Jack carraspeó mientras desviaba la mirada hacia la balda más alta de la estantería; tampoco quedaba tan lejos de su cabeza.

Tú, chica de las galletas, ¿necesitas ayuda con los libros? Puedo colocarlos arriba si no llegas. —escogió la pregunta más adecuada de todas las que estaban disponibles en su catálogo de “Jack agradable”, con la mirada clavada en un ajado libro de literatura victoriana.
Por si lo dudas, disponía de menos inventario de preguntas afectuosas que neuronas tiene Grace en la cabeza.

Al menos no huyó, como había hecho la vez anterior tras darse cuenta de que estaba siendo más simpático con Rose de lo que quería; de lo que debía. Jack era un imbécil, un arrogante y un borde redomado, pero había prometido a su madre que no se convertiría en una mala persona. No del todo.
Sólo por ella estaba obligado a mantener la promesa, aunque le costara.
Publicado por Jack A. Hudson Sáb Ene 23, 2016 12:27 am
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Al abrir sus ojos en la mañana, luego del ardor de sus pupilas y cansancio mental que ameritaba pasar por todo lo que ella tuvo que pasar, la chica se prometió evitar lo más que pudiese el contacto con cualquier persona. Rose era buena en eso, lo había hecho prácticamente desde su llegada al internado, no era problema mantenerse al margen por un día y menos cuando podía aparentar que tenía muchas cosas por hacer. Sin embargo, si era Gru, Callie, Cassie, incluso Isak con las personas con las que se encontraba, la situación iba a empeorar, y vaya que podía empeorar. Brennan sabía leer en sus ojos todo lo que podía pasarle, Callie también... ellos iban a ser el verdadero problema de que Rose no pudiese huir a miles de preguntas en el camino de aparentar que todo estaba bien. Se pondría a llorar y se debilitaría al grado de volver a lo que fue la noche pasada. Era mejor entonces ser invisible y para eso tendría que frecuentar pocos lugares y no llamar la atención.

Su plan, al parecer, no funcionó del todo ya que ahí estaba, frente a Jack, el chico con el que había hablado en las cocinas y que le parecía un tanto peculiar en su forma de ser. Rose siempre había sido asustadiza, se sobresaltaba con facilidad ya que a veces estaba tan sumida en sus tareas que no hacía caso a lo que pasara en su entorno, no era su culpa, desde luego, ella había sido una niña inestable desde el principio y eso la había afectado en su crecimiento. No se trataba de los terribles lugares en los que tuvo que vivir, todo iba más allá de eso. Un día, Rose podía estar bien, hacer sus tareas, ir a dormir, su padre la ignoraba al otro lado de la puerta viendo uno de sus shows de televisión repetidos. En cambio, existían ocasiones en las que Rose tenía que encerrarse en su habitación y, en el silencio que creaba con la almohada y la manta a cada lado de sus oídos, intentaba omitir las botellas rotas y los gritos de desconocidos que interrumpían sus sueños, ir a la escuela era su última motivación.

Él estaba dejando algunos libros en su lugar, o eso pensaba Rose que recorrió su mirada por la tarea empleada por aquel chico de cabello largo. Estaba un poco distraída así que tardó en responder. —Quizás... pero ya tú estabas aquí así que también fue mi culpa—. Afirma, como siempre, viendo lo positivo de la situación. Rose se apoya un poco del estante y deja descansar su cuerpo y sus brazos que sostenían la cantidad representativa de libros que había tomado semanas antes.

La chica de ojos azules escucha a Jack y no puede evitar dejar salir una débil sonrisa de sus labios. —Vale, no es tan mala. Además, si lo piensas mejor, es lo único diferente que sirven acá y creo que es por esa razón que a todos les gusta, para variar un poco del estofado, las carnes y los contornos que ya todos sabemos, ¡ah! y los vegetales—. Apunta Rose con calma pero demostrando que, casi, había memorizado el menú y que eso era suficiente para demostrar que vivían en una monotonía. —Pero no te culpo, yo tampoco comí demasiado hoy—. Por no decir que no había comido nada.

Jack, al parecer, no era un chico de muchas palabras, por lo menos con extraños como ella. Se hace un pequeño silencio entre ambos que Rose aprovecha para colocarse de frente a la estantería y apoyar un poco los libros entre la misma y su abdomen, con suerte así podría ver los títulos y ordenarlos lo antes posible, su cuerpo estaba tan pesado que pedía el descanso que ella misma se prohibió la noche anterior. Rose examinaba el primer libro cuando la voz de Jack llama su atención con un diminutivo que le causa curiosidad. La castaña alza su rostro cubierto en los laterales por la espesa cortina de cabellos que llevaba, se fija en Jack y en que este desea ayudarla. —Vale... sí, no tengo problemas—. Termina por admitir.

Rose se acerca con los libros en sus manos, acomoda sus cabellos tras su oreja con una de las manos libres y vuelve su concentración a los libros a los títulos, si no se equivocaba solo tendría que dejar dos en ese pasillo. Con cuidado la chica los toma y se los da a Jack. —Este es el primero—. Menciona mientras va sacando el otro y lo mantiene en su mano para cuando el chico termine su tarea. Rose alza la mirada, él era varios centímetros más alto que ella. —¿Sueles huir a biblioteca cada vez que la pizza no te gusta?—. Iba a decir "cada vez que algo no te gusta" pero se reprimió, no quería ser tan invasiva.
Publicado por M. Rose Wood Vie Ene 29, 2016 9:33 am
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Antes de que Rose hubiese dado su consentimiento para que Jack le tendiese una mano, el muchacho ya estaba dejando sus propios libros en el suelo. Si siempre ayudaba a las señoras a cruzar la calle o compraba galletas a los niños pequeños sin sufrir un derrame cerebral, hacer algo “bueno” por Rose no lo mataría. Su madre incluso estaría contenta si se enteraba -que no lo haría-. Le gustaba ver la faceta más humana de un hijo que algunas veces creía tan inerte como un bloque de hielo.

A falta de una mesa cercana que le sirviese de apoyo, el suelo de la biblioteca realizó bien esa tarea. A esas horas del día estaba bastante sucio, pero mancharse el uniforme no preocupaba a Jack. Los brazos del muchacho estaban tan atestados de gruesos ejemplares que tuvo que agacharse lentamente, temiendo tambalearse por culpa del peso y caer. No sería la primera vez que le ocurría, pero su instinto oculto de ayudar a quien no le caía mal era más fuerte que el temor de llevarse un golpe. Algo le decía que Rose no era del tipo de chica que se reía de las desgracias ajenas, así que no tendría que esconderse debajo de una piedra si llegaba a darse de bruces contra la porquería que dejaban las suelas de los zapatos de los alumnos.

Tras apilar sus libros y descolgarse la mochila, tan llena que indicaba sin necesidad de ruido que reventaría en cualquier momento, tomó los que Rose sujetaba entre los brazos. Ella le había tendido uno de los libros, pero Jack prefería cargarlos todos. No le molestaba. Eran menos de los que él había cogido, así que resultó un alivio. Se colocó frente a la estantería y comenzó a coger uno por uno los de la joven. Mientras trataba de mantener vivo el diálogo improvisado entre los dos, iba leyendo los títulos y descartando los que no correspondían con aquella sección. Sólo tuvo que colocar dos, aunque lo hizo con mucho cuidado. No quería que ninguno de ellos se cayese al suelo por su poco cuidado y terminase rompiéndose.

Éste es un lugar público. Los dos podemos pulular por aquí cuanto queramos. —apuntó, a pesar de que su afirmación resultase tan obvia como que el cielo es azul. Jack pecaba de remilgado por su fuerte carácter inglés, pero eso no lo libraba de las obviedades o de las palabras vacías. Era tan humano como cualquier otro. Tras repasar el resto de los títulos por si quedaba alguno para aquella sección, volvió a virar la mirada hacia Rose. Esperaba nuevas indicaciones, aunque no creía que tuviera que decirlo en voz alta para que ella captase el mensaje. Había cogido todos sus libros, las palabras quedaban implícitas -y Jack prefería no poner en manifiesto que no era tan terrible-. —Bueno, no estamos en el Hotel Plaza. Pedir un menú amplio y variado sería excesivo si tenemos en cuenta, además, que no pagamos una libra por estar aquí. Aunque si hay dinero para comprar ese queso tan insípido, no me creo que no lo haya para llenar la despensa con comida más variada. Parece que la crisis europea también nos afecta aquí.

Los dedos de Jack se deslizaban por el lomo de los libros sin prisa, por pura inercia. El tacto del papel era, con diferencia, uno de sus favoritos. Quería continuar paseándose entre las estanterías para terminar la tarea de Rose, pero no quiso pecar de atrevido y dar el primer paso. Los volúmenes, después de todo, eran de la chica. Aunque se hubiera ofrecido a ayudarla prefería moverse a su son. Sentía que estaría invadiendo su privacidad al adelantarse y guardar los ejemplares que ella había escogido para leer. Se limitó a imitarla y apoyarse de espaldas a la estantería, a la espera de indicaciones.

Jack, que odiaba abrirse en canal y dejarse ver más de lo necesario, se sorprendió a sí mismo respondiendo con sinceridad a la pregunta de la muchacha. Quizá el verla eternamente rodeada por un invisible halo de ingenuidad o el notarla más apagada que de costumbre influyeron para que no mantuviese completamente en alza la barrera que mostraba al mundo. No se merecía que fuera tan capullo como la última vez.
Tragó saliva antes de apoyar también la cabeza contra una de las baldas, agarrando con más fuerza los libros. Había dejado de acariciarlos por culpa de su nuevo replanteamiento, que lo necesitaba sin distracciones.

No. No realmente. Me gusta estar aquí. Huele bien y por norma debe ser un lugar silencioso. De vez en cuando entra un simio a medio desarrollar, claro, pero el bibliotecario lo despacha rápidamente. Además, no existe sitio mejor para concentrarse y realizar los trabajos de clase. A falta de Google, los libros de estas estanterías resultan la mejor de las herramientas. —se encogió de hombros, quitándose importancia, ya que no le gustaba ser el centro de una pregunta. Decidió devolver la pelota a su campo realizando la misma cuestión, más por educación que por otra cosa. No quería incidir en su vida personal ni mucho menos, pero le parecía lógico interesarse también en la otra persona. —¿Y tú qué? ¿Viste un fantasma y corriste a refugiarte aquí por miedo? He oído que unos críos de primero vieron una monja sin pies el otro día en los baños de la quinta planta. Tuvo que ser un bonito espectáculo el presenciar semejante figura flotando junto a las cañerías.

Su afirmación era una broma, obviamente, y quedó patente en cuanto se le escapó una sonrisa ladeada; sonrisa algo nerviosa que pretendía relajar los ánimos -quizá los suyos, que andaban que echaban humo-, pero sonrisa al fin y al cabo. ¿Quién iba a creer en fantasmas a esas alturas de la vida?

¿Seguimos?
Publicado por Jack A. Hudson Vie Feb 05, 2016 7:16 pm
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Jack era de esas personas que lograba intimidarla (como si fuese de extrañarse) sin embargo, no era de la manera en la que Cole la intimidaba. Lo que Rose podía percibir del chico de larga cabellera era que nunca se sabría que podía salir de su boca o que comentarios podía hacer, Rose sentía que si decía algo ese algo sonaría muy estúpido para Jack o seguramente crearía un silencio incómodo entre ambos que fuese difícil de superar. La castaña experimentaba la sensación de que nunca sería suficiente lo que dijese para captar la atención de Jack Hudson y eso no ayudaba demasiado a que comentarios inteligentes llegaran a su cabeza para moldear la situación a su antojo. Era obvio que tenía la vaga ilusión de no encontrar a nadie en la biblioteca, pero la ponía un poco más nerviosa que se tratara de ese chico, era como si tuviese que mantener todos y cada uno de sus sentidos alertas, en buena forma claro.

Rose no negó ni se mostró inconforme cuando el chico tomó sus libros, solo pudo experimentar el extraño picor del contacto ajeno, pero eso era algo a lo que ya estaba acostumbrada. —No tienes que molestarte, Jack—. Pero el comentario en sí no indicaba que el chico no pudiese encargarse de la tarea o que Rose se mostrara enojada al respecto. Ella mantiene la vista fija en él y cruza sus brazos rozando un poco la piel, hacía frío aún. Rose solo caminaba hacia atrás para evitar que tropezaran, siempre giraba ya que era muy torpe y estaba segura de poder caer en cualquier momento.

Rosie lo escucha y no dice demasiado al respecto, sin embargo, puede reír un poco acerca del comentario de la comida. Rose solía ser conformista con ciertas cosas o simplemente no decir nada al respecto para no incomodar, pero más de una vez le había confesado a su hermano que sería bueno tener otro tipo de comida en el internado, en especial cuando repetían el mismo menú. —Creo que podrías decirle eso al doctor Motka, sería interesante escuchar su argumento al respecto—. Rose cruza sus brazos mientras observa a Jack seguir la tarea que ella misma debía estar haciendo. —Seguramente diría que se trata de nuestro balance nutricional, nada más ni nada menos. Siempre tiene una respuesta para todo, ¿no crees?

Jack se apoya un momento de la estantería y Rose hace lo mismo, solo que con el lateral de su cuerpo. Lo observa y una pequeña curvatura se forja en sus labios, la misma desentona con todo su pesar de la noche pasada. —Te entiendo, me gustan las bibliotecas, nunca tuve un acceso tan libre a lo que es el internet—. Se encoge de hombros evidenciando que es algo natural para que ella pero que no espera proseguir con el tema. Rose recorre parte del lugar con sus ojos azules. —Es un escape... sí señor, un escape.

Rose no esperaba la pregunta, quizás era lo normal, pero ella no esperaba que él inquiriera sobre su evidente malestar. Sabía que no había que ser muy estúpido para ver sus ojeras y su rostro cansino, además de sus ojos inexpresivos al momento. La chica toma un respiro mientras se separa del estante, niega con una sonrisa, en parte hubiese querido que esa historia se aplicara en ella. —Me hubiese gustado ver eso aunque no creo que los fantasmas pierdan su tiempo en este lugar—. La mirada de Rose se pierde un segundo en el suelo y luego vuelve a Jack. —Discutí con un amigo, es todo, pero ya estoy acostumbrada—. Mas o menos esa era la historia, Rose le sigue quitando importancia con un gesto de su mano.

Rose asiente y decide llevar ella la delantera hacia el otro pasillo. Se detiene donde recordaba haber sacado uno de los libros y se alza de puntillas, llegaba sin problemas. —Ven, yo coloco...—. Se acerca y busca levantar dos tomos sin rozar demasiado al chico. Finalmente, Rose tiene el libro esperado y lo coloca en su lugar con facilidad. —Luego de las galletas no pensé que me hablaras mucho. No lo sé, no tienes cara de hablar con personas "desconocidas".
Publicado por M. Rose Wood Dom Feb 07, 2016 7:13 pm
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La mera mención del vicedirector del internado logró que un desagradable escalofrío recorriese la espalda de Jack al completo. Fue una suerte que el joven fuera tan poco expresivo, pues otro hubiera torcido el gesto de forma inconsciente. Por regla general rechazaba a los psicólogos por creerlos demasiado hábiles a la hora de leer a la gente, pero Motka ocupaba un lugar especial en esa lista de desprecios. Él le había demostrado que sabía descifrar sus pensamientos como si se tratasen de puzzles con calificación infantil; fácil, rápido, certero. Había conseguido, además, hacer que se  replantease su forma de ver la vida, la cual siempre había estimado como la correcta. Y eso no le gustaba. Si tras dieciocho años no tenía quejas propias, ¿por qué tenía que rechazarla ahora?

Se mantuvo erguido, fingiendo estar más interesado en las portadas de los libros que ocupaban sus brazos que en la conversación en sí. Le resultaba tremendamente fácil, ya que contaba con mucha práctica a la hora de hacer ver a los demás que no los escuchaba con verdadero interés. O temor, en ese caso. Ni siquiera él era capaz de dar la verdadera razón de su constante y fingido hastío. Supongo que pensaba que así la vida resultaba más sencilla.
Paseó los dedos por el volumen que tocaba colocar, con la mirada gacha y su eterna expresión de aburrimiento. Rose contaba con buen gusto a la hora de elegir sus lecturas.

¿Decirle eso a Motka? Acabaría analizando cada una de mis palabras hasta llegar a una conclusión absurda, como que quiero que cambien el menú por llamar la atención o, por ejemplo, que se me ha ido la cabeza porque unos extraterrestres me han realizado una lobotomía. Si entras a ese despacho te enfrentas a que te suelte cualquier análisis disparatado. —respondió poco después, imitando a la muchacha y encogiéndose de hombros. O copiándose a sí mismo, ya que también realizaba ese gesto a menudo.

Por fortuna, Rose volvió a tomar la vara de mando y continuó con el “paseo” entre las estanterías, haciendo que Jack la siguiese de buen grado. Toda excusa para cambiar de tema era apreciada por el chico. Se apoyó de nuevo contra otra estantería cuando Rose cesó de caminar, aflojando los brazos para permitirla tomar los libros sin dificultad. En silencio agradeció que el contacto entre los dos fuese mínimo. No le gustaba sentir otra piel que no fuera la suya.

En internet realmente hay muchas gilipolleces más que en una biblioteca. Te hace sentir libre pero te colapsa con tanta información basura. Aquí puedes encontrar unos cuantos libros que te hagan llevarte las manos a la cabeza, pero en Google los blogs absurdos con contenido falso o repugnante se reproducen a la velocidad de la luz. Si no usas Google académico, claro. Ese sí es interesante. —comentó mientras observaba su tranquila forma de colocar los libros en la estantería. Estuvo a punto de adelantarse y ayudarla a empujar el tomo más grande para que quedase bien puesto, pero decidió quedarse apoyado contra la madera. Ser excesivamente servicial no lo caracterizaba.

La conversación se tornó más seria cuando, alejada de cualquier banalidad, Rose confesó que había discutido con un amigo. Quizá sólo buscaba abrirse con alguien, sin darse cuenta de lo poco adecuado que era el chico a la hora de aconsejar a los demás. La gente hace esas cosas cuando se siente mal, ¿no? A Jack se le hacía difícil imaginarla en esa situación, pues, a pesar de no conocerla en exceso, no creía que fuera una chica pendenciera -a diferencia suya-.
No obstante, comenzó a sentirse bastante incómodo al volverse consciente de que eso debía ser lo que la tenía preocupada. El cansancio en su rostro era palpable y la sonrisa, desaparecida hasta poco minutos atrás, evidenciaba que algo malo le ocurría. Hasta el más tonto de los alumnos lo hubiera notado, aunque fuera un experto en mirar únicamente su ombligo. Sintió que ese era el momento adecuado para que decir algo agradable; una de esas frases estúpidas que todos pronuncian, aunque no sean ciertas, para paliar la pena del otro y fingir empatía.  

Permaneció en silencio durante un minuto exacto, tratando de encontrar en su cabeza la frase correcta. Su mirada se perdió en las letras de la portada del libro que aún sujetaba, como si en ellas pretendiera hallar la respuesta. Hubiera necesitado un auténtico manual de autoayuda para lograrlo, o volver a nacer con una personalidad diferente. Por eso, cuando habló, terminó manteniéndose en la fría línea que lo caracterizaba.
Mal asunto, Jack. Muy mal asunto.

Seguro que es mejor encontrarse el fantasma de una monja. Aunque, bueno, una discusión no es algo que no tenga solución. En la vida todo se puede solucionar con palabras o hechos, a excepción de la muerte.  Un plato de galletas puede ayudar. —su consejo era tan malo como el que pudiera haber dado un niño de cinco años, pero no se le ocurrió nada mejor. Muy agudo para algunas cosas, tremendamente torpe para otras.

¿Cómo iba a exigirse una cosa mejor un tío que no tenía ni un solo amigo que querer mantener?
Alguien que jamás se ha visto en la situación de necesitar exculparse o arreglar una relación rota no sabe qué decir para mostrar su apoyo. No es algo que venga escrito en el manual de la vida cuando uno nace.

El nuevo giro de tuerca hizo que Jack volviese a alzar la mirada para observar a Rose. Arqueó una ceja de manera involuntaria, preguntándole y preguntándose en silencio cómo había llegado a tal conclusión. Cualquier persona hubiera podido augurar que Jack no le hablaría de nuevo simplemente por ser Jack, pero no por estar cocinando galletas -eso es lo que pensó que Rose creía que le había causado rechazo-. Inspiró sonoramente antes de aventurarse a hablar, colocándose los últimos libros bajo un solo brazo y aprovechando para rascarse la sien. El mundo de las mujeres -de las personas en general- se le aventuraba complicado.

¿Cómo se sabe eso a simple vista? ¿Quién habla y quién no se dirige a alguien que no conoce? ¿Es por el lunar de mi nariz, o es el pelo? —su pregunta sonó tremendamente sincera, al igual que el resto de las palabras anteriores que había compartido con Rose. Bromeaba, claro, pero no era capaz de modular la voz para mostrar que estaba haciéndolo. Volvió a rascarse la sien, pensativo, y dejó de estar apoyado contra la estantería. La chica había terminado de colocar ese libro, así que supuso que retomaría la caminata. —Llevamos bastante tiempo en la misma clase. No eres exactamente una desconocida, ¿no? Al menos sé tu nombre y tú conoces el mío. Para mí un desconocido es alguien que forma parte de tu presente inmediato, que se cruza contigo por un pasillo o una calle pero con quien no compartes más que una leve mirada; alguien que desaparece y es como si no existiera porque no le prestas atención. De momento tú y yo parece que seguiremos en el mismo curso por al menos un año más. Eso no nos convierte en  unos desconocidos bajo mi criterio, sino en compañeros que no saben mucho del otro.

Terminó encogiéndose de hombros, para variar. Sabía que su definición distaba mucho de ser acertada, y que incluso podían llegar a tacharlo de idiota por una reflexión así, pero realmente lo pensaba. Un ser humano conoce la existencia de otro porque se cruza con él o porque lo ve en algún lado. En ese momento deja de ser desconocido, aunque desaparezca poco después y el otro lo olvide.

No trates de buscar sentido a las reflexiones de Jack. No se hizo para él.
Publicado por Jack A. Hudson Miér Feb 17, 2016 7:12 pm
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Una risa musical sale de los labios de Rose, una risa que no va de la mano con el estado de la chica la noche anterior donde lo único que brotaban eran lágrimas de sus ojos. Era agradable verla sonreír, ella tenía facilidad para hacerlo si eran por motivos honestos, en ese caso le había causado gracia el comentario de Jack y se sentía mejor al reír y no perderse como la noche pasada donde solo se quedó dormida porque se obligó a hacerlo cuando los ¿por qué? de voz se agotaron y se perdieron con el aire que entraba a su habitación. —Vale, creo que estas exagerando un poco, Jack—. Admite con la misma curvatura en sus labios. —Aunque te entiendo, todos hemos ido al despacho de Motka alguna vez.

¿Todos iban?, ¿todos? A veces Rose se percataba preguntándose lo mismo en silencio, especialmente cuando salía de aquellas consultas en donde no hacía más que revelar su pasado para saber cómo usarlo a favor de su futuro. Muchas veces lloraba, otras veces se enojaba, otras terminaba demasiado afectada para contarlo, como la vez que habló con Cole por primera vez, el momento en que el chico la vio desmayarse y la llevó a un salón apartado. Cole, Cole, Cole... estaba en todas partes, en sus pensamientos, Rose tenía que dejar de pensar en él. Ella era una de las pacientes del Doctor porque precisamente tenía un problema digno de tratar, pero no podía asegurar que todos estarían en el mismo caso. —No todos... los que lo necesitamos en algún momento, quiero decir—. Se apresuró a comentar antes de equivocarse con ese argumento.

Jack la estaba ayudando más de la cuenta, pero en su afán de no verse inútil, Rose decide ser ella quien coloque los libros. Sonríe con los comentarios ocurrentes del chico mientras se alza de puntas para dejar los tomos que se ubicaban en lo más alto. —¿Si te digo que no he tenido tanto contacto con las computadoras, me crees?—. Gira unos segundos para mirarlo y luego sigue con su tarea. Era la verdad, Rose no había sido una chica normal después de todo y su contacto con cualquier cosa era limitado, no solo por su característica particular sino por lo que la vida le ofreció desde un inicio. Las pocas ganas de su padre de ofrecerle una educación decente y la explotación del Centro Médico para ella e incluso para su hermano habían sido factores determinantes.

Su silencio la intimidó un poco como era de esperarse, Rose siente que Jack no tiene mucho que decir y que con sus cuentos personales había logrado incomodarlo hasta límites insospechados, cosa que lamentaba en su interior. Rose pensaba decir algo que ablandara la situación, pero la verdad es que nada pasaba por su cabeza, justo cuando se disponía a hablar el chico la interrumpió. Rosie lo escucha y sonríe ante lo último. —Si, no hay nada que un plato de galletas no pueda hacer.

Abre un poco más los ojos de lo habitual ante sus preguntas, de pronto experimentó la misma sensación que con Cole y con muchas personas, que sus argumentos eran tan sencillos que no exploraban el terreno de lo complejo y por eso resultaban siendo una tontería. —No lo sé, Jack, es solo lo que pienso. A veces no busco factores que me expliquen las cosas o estudio a las personas, me guio más por lo que siento, no me gustan las cosas complicadas—. Patrañas y más patrañas, Rose Wood, porque ella sabía que estaba en un foso emocional precisamente por complicarse tanto. Su tono se mantiene igual de amable que siempre, Rose no podía ser cruel con las personas ni aunque quisiera. Su explicación le sonó convincente, por lo menos para lo que Jack planteaba. —Está bien, te entiendo. Somos compañeros que no nos conocemos mucho—. Afirma con una sonrisa ladina, ya habían terminado aquella hilera. —Vamos, nos faltan dos libros, creo que este es en la que viene y el otro en la última—. Señala con su dedo mientras se dispone a caminar.

Rose estaba girando al otro pasillo cuando se da la vuelta y empieza a caminar de espaldas, se sentía más tranquila que la noche anterior así que ¿por qué no seguir? —Me llamo Rose, Rose Wood. Tengo un hermano menor que se llama Wesley Wood. Me gusta la historia, de todos los países, soy americana, también me gusta la cocina más los postres y quiero ser maestra para niños pequeños—. Rose sonríe como si fuese una dinámica especial y luego gira para ver donde iría el proximo libro.
Publicado por M. Rose Wood Sáb Feb 27, 2016 12:53 pm
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El valor no es la ausencia del miedo, es el conocimiento de que hay algo más que el miedo en sí.
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[1]Con tu permiso cambio de persona en el rol. La primera me inspira más.

No es que me guste reconocerlo, pero el eco de la risa de Rose me hizo sentir bien. Nunca me había parado a pensar en lo agradable que resulta escuchar a alguien que se siente bien cuando estás a su lado, sin necesidad de recurrir a reproches o malas palabras para hacerlo huir. O irme yo, porque en eso se basaba mi vida: en escabullirme antes de permitir que las acciones de los demás me calasen. También yo esbocé una pequeña sonrisa torpe, digna de un tipo que no acostumbra a proyectar nada positivo, mientras la observaba colocar los libros apoyado contra una estantería.

Mi madre hubiera estado orgullosa de mí en ese momento, aunque no se tratase más que de un oasis en el desierto. En cuanto abandonase la biblioteca todo volvería a su cauce normal, seguramente más pronto que tarde. Los libros que colocar se agotaban y la acostumbrada barrera que me separaba del mundo no tardaría en erigirse de nuevo, tan victoriosa que de costumbre. Ya me había pasado anteriormente con aquella chica. El agobio de creerme abierto en canal me ganó la partida.

Quizá exagere, quizá no. Al menos ha servido para que te rías, “chica de las galletas”. Puedo anotar mi buena acción del día en mi lista de tareas por cumplir. —bromeé con tono apacible, como si estuviera hablando completamente en serio. No era la primera vez que mencionaba aquella lista imaginaria, a la que recurría cuando pretendía esconder una tontería dicha por mí. Siendo tan serio como yo resultaba fácil tomarme en serio. —¿Tú piensas que no pasamos todos por allí? Porque lo dudo. Motka puede enviar citaciones a quien le apetezca, y personalmente lo veo capaz de querer charlar con cada uno de los alumnos. Aunque solo busque dar un poco de apoyo a los chicos que no estén tan acostumbrados al encierro,

Quise añadir algo más acerca de mis teorías conspiranoicas y el mal sabor de boca que me dejaba Alfred cada vez que lo veía, pero logré controlarme a tiempo. A pesar de que me estuviera sintiendo cómodo con Rose, seguía siendo Jack Hudson. Ni en el mejor sueño de mi madre me hubiera abierto tanto.
Realmente estaba convencido de mis palabras, aunque Rose se apresurase a aclarar que no todos visitaban su despacho. Si el colegio contaba con un psicólogo ocupando un cargo tan alto en la directiva me parecía bastante improbable que no aprovechasen para analizar a los alumnos a los que instruían. Aunque solo lo hicieran con la intención de replantearse sus métodos de selección o descubrir a alguien inapropiado en el sector estudiantil. A saber.

Su revelación logró sorprenderme de verdad, consiguiendo que una de mis cejas se enarcase de forma interrogante. Hasta yo, que era más raro que un perro verde, frecuentaba el uso de ordenadores durante las vacaciones -en exceso, debo admitir. Incluso yo necesitaba socializar de vez en cuando-. Obviamente no conocía la razón del poco contacto de Rose con ese sector, pero tampoco quise preguntarle. La indiscreción no se encontraba en mi enorme lista de defectos, que ya eran lo suficientemente numerosos sin contar con ella.
Si yo resultaba un enigma para aquellos que se cruzaban conmigo, Rose no era menos. En diferente campo, sí, pero igual de desconocida.

Te creo porque no encuentro razones para mentirme, pero me resulta raro. La mayoría de las chicas de tu edad... De nuestra edad se pasan el día usando redes sociales, subiendo fotos a blogs y cosas así. Quizá tengo tendencia a meter a todos en el mismo saco, pero también te imaginaba pendiente de Internet fuera del colegio. —confesé, sin evitar que en mi voz se anclara un ligero tono despectivo ante la mención de las locas del Instagram. Arrugué la nariz, dando más peso a mi desagrado. No me gustaba la superficialidad que mostraban aquellas fotos de filtros dorados y objetos caros o a la moda que colapsaban las redes sociales. Presumir de vida perfecta me parecía el colmo del egocentrismo y la superficialidad. ¿A quién narices le importara que te estés bebiendo un café de Starbucks, maldita sea?

Me conformé con escuchar en silencio su respuesta, tan válida como mis apuntes por la sinceridad con la que la expresaba. Comencé a pensar en algo más que sugerir, pero quizá me pasé demasiado tiempo callado y con los brazos cruzados. Típico: Jack perdido en su propia cabeza. Rose volvió a caminar en cuanto hubo colocado el último libro y yo tardé en reaccionar tanto que decidió ser ella la que terminase de ubicar los ejemplares que quedaban. Me aparté de la estantería bruscamente cuando la vi caminar de nuevo, decidido a seguirla sin preguntarme siquiera el por qué.
Siempre me ha gustado la paz y la tranquilidad, y de eso Rose sabía bastante. Era fácil sentirse bien en su compañía, a pesar de que no estuviese dispuesto a reconocerlo.

Caminé tras ella con las manos en los bolsillos, sujetando los libros bajo el brazo y escuchando atentamente su improvisada presentación. Me preocupaba que se diera un golpe por andar de espaldas, así que mis ojos se paseaban del suelo a sus pies, temiendo un tropiezo. La distracción al andar no es una buena compañera y yo soy particularmente gafe en ese sentido. Cuando se calló estuve a punto de imitarla, pero sentí que yo también debía aportar algo y no quedarme en silencio, como siempre. Como compañeros que no se conocían, me resultaba fácil soltar unas cuantas palabras que no afectasen al escrupuloso cuidado con el que trataba a mi intimidad.

Me mordí las mejillas por dentro, pensando datos que tuvieran cierta coherencia y no sonaran descabellados. Si ella había sido sincera merecía que yo no actuase como un capullo. Suficientemente apesadumbrada se veía ya cuando la había descubierto entre las estanterías.

Yo soy... Bueno, John Hudson, aunque desde pequeño todos me llaman Jack. Me obsesioné a los cinco años con la película Pesadilla antes de navidad y mi madre decidió darme el gusto de compararme con el protagonista. Me gustan los sucesos paranormales, las cosas inexplicables y dicen por ahí que desayuno niños. Y quisiera ser...feliz, libre. Ambas opciones me valían. Al final me encogí de hombros y señalé las baldas que tenía justo a su izquierda, donde iba uno de los dos libros. Había memorizado los títulos de sus lecturas pocos minutos atrás. —No me importaría dedicarme a la medicina. —admití finalmente, sincero. Esa idea llevaba tiempo pululando por mi cabeza; idea que no me pegaba en absoluto, porque no proyectaba precisamente la imagen de persona que quiere ayudar a los demás. —Seguro que te ganas a los niños pequeños dándoles galletas.
Publicado por Jack A. Hudson Miér Mar 02, 2016 6:27 pm
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Si, definitivamente la había hecho reír. Rose no consideró el día anterior la posibilidad de que alguien pudiese levantarla del estado en el que estaba. Quizás sus amigos lo intentaran en un afán de saber lo que le pasaba o golpear al causante de tal malestar, sin embargo, Rose no se veía en ninguna de las dos opciones. No deseaba decirle a todo el mundo que la razón de sus lágrimas había sido porque un chico la había besado en su habitación y se había ido, tampoco quería que Brennan, Isak e incluso Nate persiguieran a Cole hasta los límites del internado buscando golpearlo, le causaba risa aquella imagen, pero no estaba en sus opciones arriesgar al chico de esa forma. Con Jack se había sentido cómoda porque el chico, de alguna manera u otra, había pasado por alto ambos aspectos, si bien vio la tristeza en los ojos de Rose, supo amoldarse a la situación, hacerla sentir bien sin inmiscuirse demasiado ni planear una venganza en contra del chico Green. No había imaginado que alguien la hiciera sentir bien, mucho menos que esa persona sería Jack Hudson, pero lo agradecía, lo agradecía mucho y ese agradecimiento se asentó en las pequeñas sonrisas que no podía dejar de formar gracias a los tópicos que trataban en su conversación.

Hablar de Motka disminuía sus ánimos, por otro lado, el tema lograba distraerla solo que si Rose se detenía a pensar en lo que decía Jack y lo juntaba con sus pensamientos terminaría por armar toda una conspiración que la chica no sabía si tenía sentido alguno. Pensar era reflexionar, reflexionar la llevaba a recordar muchas cosas y entre ellas estaban los acontecimientos del internado que para nada ayudaban a relajarla. —Siempre he tenido la vaga idea de que todos los que van con Motka tienen algún problema encima—. Ella tenía los suyos y de seguro Jack también. Rose sentía curiosidad por saber qué pasaría con el chico de larga cabellera pero de seguro sería algo que él no trataría con ella, o quizás en un futuro, pero en ese momento no iba al caso. —No creo que todos seamos tan problemáticos, Jack. Además, tardaría mucho en decirnos como llevar la vida de manera normal.

Sonríe con su explicación mientras camina. Rose no había llevado una vida normal y tardaría mucho tiempo en explicarle a Jack las razones que la llevaban a desconocer muchas cosas que venían de cajón con la existencia de todos. No era un tema que quisiera hablar ya que probablemente una cosa llevara a la otra y acabaría por decir demasiado, pero podía tomarse ciertas libertades. Quizás en un primer momento no se sintió tan cómoda con aquel chico, pero ahora podía decir que sí. —Digamos que no fue porque no quise o por falta de interés. No tuve las facilidades para entrar en redes a cada rato aun cuando quería hacerlo. Como dice el doctor Motka, es algo que salía de mi alcance—. Un atisbo de pasado cruza por los ojos de Rose, solo que la chica, a diferencia de lo que muchos hubieran hecho, ve a su acompañante y sonríe con calidez, ninguno de sus problemas eran culpa de Jack, ni de nadie claro.

Dos libros y terminaban aquella tarea. Rose agradecía enormemente la ayuda de Jack ya que de seguro estaría en ese momento buscando una pequeña escalera para colocar ciertos tomos en su sitio de no ser por el chico. La presentación fue lo más improvisado que Rose pudo hacer en mucho tiempo, no fue tan complejo, pero le costaba imaginar que Jack le siguiera aquel juego. Tardó unos segundos en hacerlo, pero su respuesta acabó por sorprender a Rose que se mantuvo en su sitio con una sincera sonrisa en sus labios y un brillo divertido en sus ojos azules. Ve la señal del muchacho en medio de su discurso y toma el libro sin rozar al chico para colocarlo en su lugar, solo se tiene que alzar un poco, a esa altura llegaba sin problemas.

No imaginaba que quisiera dedicarse a la medicina, sin embargo, le agrada ya que es una carrera que se dedicaba a ayudar a los demás, tal como la estaba ayudando a ella. La idea que tenía de Jack había cambiado en su cabeza y eso le agradaba, era algo bueno en medio de todo lo que había pasado la noche anterior. Rose marca sus hoyuelos con su último comentario, baja la mirada porque por alguna razón ese sueño se veía más como una ilusión que como una realidad. —Y seguro tú te ganas a muchos pacientes. No dudo que vayas a ser uno de los mejores doctores, Jack—. Afirma de manera honesta mientras señala el último libro. —Tu turno, dime donde va, creo que te he quitado mucho tiempo—. Empieza a caminar hasta la última estantería pero se gira con una curvatura en sus labios. —Pero has sido muy buena compañía.
Publicado por M. Rose Wood Dom Mar 13, 2016 11:27 am
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