Puppets of destiny

Meses antes, aquel cuaderno desgastado y colorido era el reflejo que la vida le regresaba. Su diario era su mejor amigo, su confidente, el fantasma de una madre ausente a la que Rosie quería contarle todo y, como de pequeña había descubierto que mirar al cielo y hablar no era suficiente, prefería hacerlo por medio de las páginas; hojas llenas de su impecable caligrafía que quedarían para el recuerdo y que eran más permanentes que cualquier otra cosa. El diario era la manera más certera que Rose tenía de contar su vida y cualquier anécdota que le ocurriera aún dentro de las murallas de Dunkelheit, era su manera de pasar desapercibida y a la vez aparentar que su vida era perfecta. Sin embargo, el tiempo había cambiado como es de esperarse y la vida de Rose había dado giros inesperados, empezando por la presencia de personas que nunca pensó que estarían a su lado y que llenarían de color su camino; Callie, Brennan, Cole, Isak, Cassie, incluso el impertinente Jack Hudson. Rose había pasado de ser invisible a convertirse en una chica normal con amigos, las palabras que escribía en su diario con tanta devoción habían pasado a ser oraciones en las que se desahogaba con sus amigos; charlas donde el tiempo no importaba. La soledad pasó a ser compañía, el papel pasó a lo verbal.

Ver aquel diario y dar vuelta atrás a algunas páginas era evidenciar el cambio de la vida de Rose en esos pocos meses, había dejado de escribir aun cuando no pensó hacerlo, todo porque la compañía de aquellos a los que amaba parecía ser más reconfortante.

Pero ahora, aún sentada en uno de sus lugares favoritos del internado, rodeada de flores y arbustos, ninguna idea cruzaba por su mente y el viejo cuaderno seguía sobre sus piernas con sus hojas en blanco. Rose no tenía inspiración para escribir aun cuando el particular objeto hacía varias lunas era el único testigo de sus “grandes” hazañas. Los ojos azules de la castaña veían las páginas, intentaba organizar sus pensamientos, pero nada llegaba, eran tantas cosas que ni el resto del día la ayudaría a contemplar todo con su lápiz, así tuviera mucha prisa de no olvidar lo que estaba dispuesta a narrar.

No, no quería, ella quería a Wes, quería sus charlas interminables con Callie, quería hablar viendo a la nada recostada del pecho de Cole o incluso tocar la guitarra con Brennan, ella quería su antigua vida y el deje de paz que sintió en algún momento cuando pensó que su vida iba por buen camino. Aun cuando el diario era sagrado para Rose, la chica solo anhelaba que las cosas regresaran a la normalidad, que los desaparecidos volvieran, que aún dentro de las murallas estuvieran juntos, juntos porque era la única forma de estar a salvo.

Rose cierra de golpe el cuaderno aún con el lápiz en el medio, su mirada se pierde entre la maleza mientras deja caer su espalda en el respaldar de concreto, estaba cansada, incluso respirar le pesaba. Pronto tendría que volver, no quería hacerlo, pero tampoco podía saltarse la hora de la comida, como si el aviso se sus prendas agradadas y flojas no era suficiente. Incluso viéndose en el espejo ella no podía encontrar a la chica llena de ilusiones bajo las ojeras y la notoria delgadez. Ver cadáveres, un par de muertes, que jugaran con su psiquis y su pasado, perder a los que amaba… eran historias grises y Rose ya las había vivido todas.

La chica toma un respiro y limpia su rostro con las mangas del abrigo caído que llevaba encima junto a unos jeans desgastados, sube sus piernas al banco y deja a un lado el cuaderno solo para colocarse como un pequeño ovillo en medio de la nada, era un espectro más, una marioneta que se movía por inercia en medio de la tormenta que los había separado a todos.

Era cierto, en teoría lo era, pero ya Rose no sabía distinguir entre la realidad y la ficción, de ser por eso muchas de las cosas que vivieron habrían podido pasar fácilmente por pesadillas y no, las habían vivido en carne propia, tanto que Rose soñaba con eso todas las noches. Se supone que el internado debía ser un lugar seguro, uno donde les garantizaran la más cuidadosa educación y un futuro provechoso, o eso era lo que recordaba Rosie del discurso inicial, pero no, era una cárcel. Aun así la chica no quería que cerraran, prefería descubrir los misterios y garantizar un hogar mejor a quienes, como ella, no tenían a donde ir, que demoler una pila de sueños puestos en ese lugar. —O a no ser que esto se solucione antes—. Estaba pecando de ingenua de nuevo, pero había cierta verdad en sus palabras, eso sí.

Era vengativo, la voz de Mark lo evidenciaba, Rose no era tonta. ¿Pero no era eso lo que todos querían? Incluso ella que se jactaba de pacífica, de justa, ansiaba vengar la muerte de su hermano, pero el detalle es que su manera no era similar a la de otros, sí, quería hacer pagar a los causantes, pero de una manera distinta, sin derramar más odio o sangre. Apostaba que Nate también, igual Isak, Gru, hasta el mismo Jack Hudson que se fundía en las complejidades de lo que era o lo que debería ser.

—Muy, muy malvada—. Recalca como si le fuera imposible reconocer el argumento de Mark. Yvette había pasado de ser una figura de cordura y respeto para convertirse en un monstruo de mil formas donde no se sabía qué esperar, por lo menos no en su próxima aparición. Gira sus ojos claros al profesor cuando empieza su explicación y no puede evitar sonreír débilmente por la comparación, era buena, en su mente podía proyectar el proceso de recolección de miel a la perfección. —¿Y cuál es la manera más sencilla de distraer al apicultor para robarle el rociador de humo?—. Dirige su mirada de nuevo al internado que se alzaba frente a ellos. —Porque creo que esa es la respuesta más complicada, después de eso todo sería más sencillo, ¿verdad?

Su comparación era atractiva, útil incluso para explicar la situación en la que todos los miembros del internado estaban involucrados, desde profesores hasta los estudiantes, incluso el personal, pero por otro lado Rose sabía que no vivían de abejas y humo, al contrario, habían balas involucradas, miedo, secuestros y quizás factores que escapaban de su conocimiento y que ninguno de ellos estaba preparado para enfrentar o que quizás cuando llegara el momento no serían capaces de enfrentar. Sí, la teoría era fantástica, pero el verdadero reto estaba llegar a la práctica y salir victorioso.

—Sí, puede que tenga razón—. Responde con la mirada ausente, luego gira hacia el docente porque cree necesario explicar su punto antes de que él diga algo más. —Solo que... Yvette no nos rocía humo, ella juega con balas, con el verdadero terror de las personas, ¿entiende? Creo que a la hora de enfrentarlo suena mucho más complejo, ¿no lo cree?—. Llena sus pulmones del aire frío escoces y luego procede a terminar su idea, le parecía importante aclarar lo que seguiría a continuación. —No me malinterprete, puede que en apariencia parezca que no ayudo demasiado, pero no le temo a enfrentar directamente lo que pase, solo que no quiero perderme en el intento, no quiero desaparecer cuando quedan tantas cosas por hacer y cuando siento que puedo dar más por todo lo que está pasando.

Sonríe de lado, una curvatura perdida, nostálgica, ni siquiera se impregna del brillo común que acompaña a Rose a todas partes. Sus dedos aún juegan con el banco, aquel duro material estaba frío, pero a ella le gustaba su textura, al igual que muchas partes de aquel sitio al que alguna vez llamó hogar, ingenuamente claro. —Creo que las cosas son un poco más simples profesor. Somos humanos; podemos temer, podemos resultar heridos, pero creo que esto es como un juego de ajedrez y hay que jugar, porque, aunque las estrategias sean complejas, aunque... algunos se pierdan en el camino...— Y esa era la parte más compleja de todas. —... hay que seguir hasta el final; sí, con inteligencia, astucia, pero seguir sin dudar, es lo único, porque somos humanos y aún seguimos respirando, es lo menos que se merecen los caídos e incluso nosotros mismos. Quizás no se trata de esperar, planificar una estrategia de otros planeta... solo seguir.

Era complejo ver las cosas de ese modo, incluso para ella que poseía más agujeros en su corazón de los que estaba dispuesta a tomar en cuenta, todos simbolizaban una pérdida tras otra, un mal momento tras otro, todo era negativo desde que Dunkelheit empezó a rodearse de sombras y a perder su característica luz. Quería pensar que las cosas no estaban tan medidas como un juego de ajedrez, pero era la manera más cercana de suponer lo que pensaba Yvette, porque estaba claro que aquella mujer no los veía como personas sino como objetos. ¿Quién en su sano juicio se regocija con el terror de un niño?, ¿quién es capaz de llevarse a un infante que no es suyo y poder dormir esa noche sin el remordimiento de los que quedan sufriendo por tal pérdida? Para ella, ellos eran los peones o hasta quizás un escalón más bajo que eso. —Quizás Yvette fue la primera en vernos así, por eso hemos llegado a este punto.

—Entonces debemos convertirnos en monstruos, pero... no como ellos—. No, ella lo entendía. Tenían que ser más fuertes que sus miedos, que aquello que los rodeaba. Solo que para el profesor Mark probablemente todo fuera un poco más sencillo de lo que lo era para Rose. Siempre escondida, siempre al margen, había salido a la luz, sí, pero no creía ser de mucha ayuda, tenía que crecer demasiado para ser un miembro de alto valor en el grupo, más allá de su fuerte instinto maternal.

El profesor se levanta y ella hace lo mismo. Toma el cuaderno y lo aprieta contra su pecho, si bien no había escrito nada, de igual forma aquel objeto simple y desgastado había sido testigo de muchas de las cosas que quería decir y cuyo orden no había podido establecer. Rose asiente. —No se preocupe, ya debo irme. Fue un gusto hablar con usted, profesor—. Una pequeña curvatura aparece en sus labios y termina por despedirse con un gesto de su mano antes de emprender paso al internado, hacía frío, en el camino Rose frota sus brazos como puede apresurando su andar para llegar a tiempo.