Paranoia - Annabelle

El tiempo no dejaría de correr, la música seguiría sonando pero en Dunkelheit todos estarían muertos. Esa era la única idea vívida que Jack lograba rescatar del embrollo que antes llamaba “mente”. Los días pasaban sin cambios. El muchacho sobrevivía recorriendo los pasillos como si fuera un fantasma y visitando los rincones que habían pisado mil pies antes que los suyos, aunque supiera que en ellos no encontraría nada nuevo; algo que le devolviese un poquito de la esperanza perdida.

Todo no era negativo. Había asimilado por fin que su vida pasada no fue tan mala. Que en muchas ocasiones él mismo fue quien se cerró las puertas de la felicidad debido a sus manías, o a ese incoherente egocentrismo que lo había hecho pensar durante años que era mejor que el resto. Le dolió tener que reconocer que su madre llevaba la razón cuando le decía que callado estaba más guapo.
Porque Jack había hallado en sus cimientos la misma mierda que criticaba en otros.

No sabía en qué día vivía. ¿Para qué, si todos eran iguales? Tachar números en un calendario no conseguiría que se sintiese mejor. Se hubiera conformado y permanecido en cigarro de haber tenido un cigarro, tranquilidad, un sofá y un buen libro entre las manos. Hubiese prescindido de todo lo demás sin dudarlo, pero en Dunkelheit jamás podía sentirse solo. Incluso cuando estaba encerrado en su cuarto, con la única compañía de su respiración, Jack se sentía observado por unos ojos invisibles. “Los del asesino”, decía él. “Los que creaba su paranoia”, admito yo.

Por las noches seguía escribiendo. Había recuperado su cuaderno, y la sangre invisible que derramaba su corazón marchito le gritaba que lo hiciera. Rimar era su nueva meta en la vida; lo único que conseguía arrancarle una tímida sonrisa de duración limitada.

Pero esto de aquí arriba es paja, así que no hagas mucho caso. Pasemos al tema que nos concierne a los dos.
Jack decidió saltarse la hora de la cena en el momento que aparece en el encabezado de este tema. Pensaba que era viernes, así que se había arrastrado hasta el auditorio con el único deseo de ver una película. Fargo, si tenía suerte, o Sospechosos habituales. Cualquiera le valdría para despejarse un rato. Ocupó uno de los asientos en primera fila y permaneció sin moverse cerca de diez minutos. Su nerviosismo apareció cuando se dio cuenta de que no había entrado nadie detrás de él. Es cierto que el muchacho había ignorado la hora de la cena e ido directamente al auditorio, pero la probabilidad de que fuera el único que no tenía hambre en el internado era realmente pequeña. Cerró las manos y sintió que sus uñas se le clavaban en la palma. No le desagradó. El dolor físico, si era leve, le parecía incluso agradable. Le recordaba que su transformación en autómata no se había completado.

Nadie acudiría a ver una película. Vivir sin controlar el calendario no es un acierto, sobre todo si crees que vives en viernes y resulta ser jueves.

Publicado por Jack A. Hudson Sáb Oct 01, 2016 10:36 am