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The great divide

Miércoles, 07 de octubre de 2015. 17:30 aproximadamente. Canción.



Mucha gente relacionaba el estar interno con vivir dentro de una prisión, y posiblemente llevasen un poco de razón. Existían unos horarios y unas reglas de comportamiento que todos debíamos seguir si no queríamos acabar dentro de un aula de castigo. Eso se puede interpretar como un "corte" a la libertad individual que todos tenemos para hacer lo que nos plazca, ¿no?

Pues bien, yo realmente no estaba de acuerdo con esa opinión. Las reglas me parecían una buena forma de reforzar nuestra conducta para volvernos a todos más adultos. El respeto, el orden y el cumplir las reglas eran cosas que estaban en todo su derecho de exigirnos. "Ellos", después de todo, nos daban un bien mucho más preciado por el que no nos cobraban ni una sola libra: el conocimiento.

¿Sabes el único punto con el que me sentía incómodo, además de con tener que compartir todas las comidas y actividades con mis compañeros? Sí. Con la prohibición del tabaco. Alguien que se levantaba por las mañanas pensando en cuántos cigarros le quedaban en la pitillera no podía vivir cómodamente en un lugar donde no le estaba permitido fumar cuando quisiera. Por eso me escabullía de vez en cuando a la azotea, me sentaba en una de las barandillas y fumaba a escondidas de los profesores mientras leía un libro que hubiera sacado de la biblioteca. Como aquel día.

Allí estaba, fumando tranquilamente y disfrutando de la lectura de Historia de dos ciudades cuando empecé a escuchar revuelo a mi alrededor. Normalmente nada me hacía alzar la mirada de las páginas de los libros, pero capté un par de palabras que me dejaron paralizado. Entre mis compañeros se expandió el murmullo a la velocidad de la pólvora de que habían visto a una profesora acercarse por el pasillo. El libro casi se me cayó de las manos de la impresión. No podían pillarme fumando. Otra vez no, o mi madre cumpliría su promesa de mantenerme encerrado en el ático hasta que las ranas criasen pelo.

Mierda, mierda, mierda... —mascullaba por lo bajo mientras hacía malabares para arrojar el cigarro por encima de mi cabeza, tratando de alejarlo de mí. Cayó en un seto cercano, el cual traté de no mirar de nuevo ni siquiera por el rabillo del ojo. Disimular no era lo mío pero, quizá, fingir que leía con toda la tranquilidad del mundo no se me diese del todo mal.

¿Por qué no tendría un maldito spray de colonia con el que disimular el olor a tabaco de mi uniforme si se acercaba alguien, joder?
Publicado por Jack A. Hudson Lun Nov 02, 2015 6:40 pm
Jack A. Hudson
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I know I could have been a better man. I always had to have the upper hand. I’m struggling to see the better side of me but I can’t. Take all your jabs and taunts. You’re pointing out my every fault and you wonder why I walked away.
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La sala de profesores era siempre un hervidero de temas muy variados, y a veces había tantos piques como si se tratase de una clase de primero. Pero aún así, todos los docentes coincidíamos en una sola cosa: el horario laboral no era nada en comparación a cuando éste terminaba. Entonces empezaba el trabajo de verdad. El de infiltrarse entre los alumnos, observarlos como si fueran leones en un safari y aplicando las normas como altos mandos del ejército.
Vale, estaba exagerando un poco. Al menos en mi opinión personal, puesto que me gustaba aquello de "estar en onda" con mis alumnos.
Una vez finalizaban las clases, cambiaba de forma de ser. Era otra persona. Pero eso no significaba que dejaba de lado la figura autoritaria que debía presentar, pues por eso mismo me pagaban además de dar clase.

Después de comer había estado alrededor de una hora con un par de alumnos de cuarto. Tenían dudas que había que resolver y en general me encantaban las clases de repaso. Cuando terminé decidí despejarme un poco sin salir del edificio. No es que hiciera mal tiempo, pero pocas veces frecuentaba los últimos pisos y sabía que por allí se congregaban los alumnos más mayores; a los que yo llamaba "rebeldes sin causa". Pero no todos eran rebeldes y no todos no tenían causa.
Me gustaba adentrarme en sus conversaciones y volver a impregnarme de ese ambiente tan juvenil, aunque solo lo consiguiera cuando no llevaba ningún tipo de carpeta entre las manos. Parecían creer que cuando así era, cualquier palabra que dijeran podría ser utilizado en sus contras.

Esa tarde llevaba la carpeta de cuarto curso por lo del repaso. Al acabar subí los últimos pisos y me metí entre todo el barullo del alumnado. Llegué hasta la azotea; días hacía que no iba allí; y salí creyendo que no iba a encontrar a nadie. Pero me encontré a uno de los alumnos de último curso. — Oh, pensaba que todos habían olvidado que este sitio existía. —me acerqué a él con una sonrisa y agachando un poco la cabeza, gesto para poder leer el título del libro. No me importaba interrumpirle un momento ¿le importaría a él? Yo podía justificarme con lo de hacer la ronda que todo profesor debía hacer, no por obligación, pero si por profesionalidad. — A veces te veo y me pregunto si este gusto tan tuyo de leer crítica social viene desde bien jovencito o desde que viniste aquí. me asomé un momento a la barandilla. La sonrisa todavía relucía en mis labios, y aproveché lo que pudiera durar para mirar el libro y después mirarle a él. Entonces mi rostro se volvió serio. — ¿Se ha vuelto a incendiar el aula de química con algún compuesto, o por qué hueles sospechosamente a humo, Hudson? —pregunté con la misma autoridad que cuando daba clases. El olor lo había delatado.
Publicado por Invitado Lun Nov 02, 2015 7:50 pm
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Invitado
Mi disimulo no sirvió de gran ayuda: antes de que el aire volviera a mis pulmones la profesora de Biología, que era la encargada de pasearse entre los alumnos y detectar infracciones, se acercó a mí con paso firme; con la autoridad que le confiere a cualquier persona el cargo de profesor. Yo, que estaba dispuesto a disimular y evitar por todos los medios el ser castigado, dejé de observarla por el rabillo del ojo y volví a desviar la mirada hasta las páginas de mi libro.
Había olvidado el punto por dónde había interrumpido mi lectura.

Su voz me devolvió a la tierra. Aunque la jornada escolar ya había finalizado nosotros, los alumnos, debíamos seguir guardando respeto por los profesores. No obstante, decidí no bajarme de la barandilla para recibirla. Cualquier gesto nervioso sería usado en mi contra, seguro. Me contenté con virar la cabeza hasta que mis ojos se encontraron con los suyos y, tras guardar el silencio de rigor mientras ella hablaba, decidí responderle con voz calmada. Ese era mi estado natural, no haría saltar las alarmas.

Buenas tardes, profesora. Aún quedamos algunos valientes que nos atrevemos a subir aquí. Ya sabe, no hay sitio mejor para observar el cielo cuando hace buen día... —comencé a recitar un discurso que había ensayado más de cien veces por si tenía la mala suerte de toparme a un profesor allí arriba. Que aún estaba sin estrenar quedó más que patente cuando, al girar el rostro para observar el cielo y dar más peso a mis palabras, me encontré con que estaba nublado. A pesar de no amenazar con lluvia tiraba tierra sobre todo lo practicado. Me tragué las ganas de morderme la lengua y esbozar un gesto de desagrado. Tocaba improvisar de nuevo y hacer gala de unas artes de peloteo que había aprendido de un par de compañeros de mi clase. Eso solía funcionar, según tenía entendido. —En mi caso, para ver cómo llueve. ¿No le gusta a usted el olor de la tierra mojada, profesora Moore?

El cambio de tema me pilló por sorpresa pero, a la vez, consiguió devolverme un poco de la tranquilidad arrebatada. Si fingir tranquilidad se me daba bien, hablar de literatura y sociología se me daba aún mejor. Cargaba sobre los hombros con demasiadas horas de soledad y lectura en mi dormitorio.

Con un poco de suerte, ella se aburriría enseguida y se marcharía.
Entonces, sí, me encendería otro cigarro. Continuaban quedándome tres o cuatro en el bolsillo de mi uniforme.

Pues si le soy sincero, desde pequeño leo prácticamente todo lo que cae en mis manos. Dejé los cuentos de críos por las novelas para "mayores" porque quería sentirme más adulto y bueno, al final comprender el mundo que me rodea y la naturaleza del ser humano me pareció más interesante que leer sobre simples fantasías. —expliqué tranquilamente, alzando la voz lo suficiente para que sólo ella lograse escucharme. Giré el libro con un rápido juego de manos hacia ella tras cerrarlo, dejando que pudiera leer con más claridad las letras de la portada si así lo deseaba. Disimuladamente tragué saliva, notando mi ritmo cardíaco más acelerado de lo acostumbrado. Maldito tabaco, ¿por qué había tenido que fumar con una profesora tan cerca? —¿No es interesante analizar cómo en una misma época pueden coexistir dos formas de vida tan distintas? El ser humano, además, debería aprender de sus errores, que para eso disponemos de archivos históricos y hemerotecas y, sin embargo, muchos acabamos cayendo en lo mismo una y otra vez. No sé, me gusta pensar en los errores que cometimos en el pasado y en la manera con la que quizá podamos enmendarlos en un futuro. Para hacer eso no existe mejor manera que estudiar la sociología de una determinada época, y novelas como ésta creo que lo permiten muy bien.

Me sorprendí del discursito improvisado, tan cargado de palabras que no me parecía posible haberlo pronunciado yo. No acostumbraba a formular más de dos o tres frases seguidas, si es que me sentía inspirado. Si con eso no bastaba para que se marchara, entonces sí que tendría que arrojarme de la barandilla sobre la que estaba sentado.

A medida que los minutos iban pasando yo me sentía más y más confiado. De haber tenido ganas, puede que incluso hubiera amagado una sonrisa con la que sentirme más orgulloso.
Sonrisa que se hubiera evaporado a la velocidad de la luz en cuanto ella notó el olor de mi uniforme, delatándome por completo.
Mierda, ¿cómo podía tener tan mala suerte?

Vale, sí, me ha descubierto. Hoy es miércoles y toca cenar pizza, y bueno... Pensé que lograría colarme en las cocinas y robar algo antes de la hora de cenar, pero lo único que me he encontrado ha sido con unos hornos encendidos para calentar una masa que aún no estaba preparada. Y mucho humo, además. La ventilación en ese lugar es un asco.

Mentiras. Mentira sobre mentira fue lo único que solté, a pesar de ser consciente de que engañar a un profesor era un castigo muy severo. Pero, sinceramente, prefería una regañina por colarme en las cocinas -si es que lograba ser convincente- a una mancha en mi expediente. Eso me hubiera dolido mucho más que los gritos que me dedicaba mi madre cada vez que descubría que le había mentido como un auténtico mitómano.
Publicado por Jack A. Hudson Lun Nov 02, 2015 9:27 pm
Jack A. Hudson
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I know I could have been a better man. I always had to have the upper hand. I’m struggling to see the better side of me but I can’t. Take all your jabs and taunts. You’re pointing out my every fault and you wonder why I walked away.
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Torcí el labio mientras esperaba la mejor de la excusas cuando le salió el tiro por la culata. No me importaba mucho porque subir a la azotea no era ningún delito, pero me causaba gracia ver cómo los pilares de una posible y futura mentira por venir, se derrumbaban ante mis ojos.
Por eso mismo fui incapaz de reprimir una carcajada cuando se dio cuenta de que no había ni un solo rayo de sol.
Si no me gustara, me habría mudado hace tiempo de Escocia. —decidí responder cubriéndome la boca para dejar de reírme. No me costó mucho volver a la tranquilidad, aunque dudaba olvidarme de eso en unos días.

Me recosté de espaldas a la barandilla mientras le escuchaba. Tenía constancia de que Jack era un gran alumno. Ya fuera por terceras personas o por experiencia propia. Con él no podía utilizar el estúpido método de "atacar por la asignatura" como muchos profesores solían hacer, así que esperé paciente a que me brindara la mejor de las excusas. Por un momento creía que se iba a sincerar y lo único que consiguió fue que le mirara con una cara algo extraña, como si no me cuadrara lo que acababa de decirme. Pero, maldita sea, o era cierto o su velocidad mental era tan certera que ahora sí que ya no sabía por dónde cogerle.

Abrí la boca para decir algo, pero las palabras se esfumaron en un suspiro insatisfecho. Hice un aspaviento con la mano, dando a entender que quería decir algo y no me salía. O más bien no sabía por dónde empezar. — ¿Sabes? Cuando tenía tu edad yo sí utilizaba la excusa de la clase de química. Es más, una vez me funcionó. Y la siguiente también, y la que iba después también. Hasta cinco veces. Luego se dieron cuenta que hacía semanas que no hacíamos clase en los laboratorios y se me cayó el pelo. —cogí un mechón de mi cabello. — Luego me volvió a crecer. Antes era morena, pero de las mentiras se me puso rojo. —hice un gesto de horror antes de volver a mirarle y reírme. Me giré hacia él, quedando en frente, y adopté la típica postura de "ahora vamos a ir en serio". — Tendrías que haber abrazado uno de esos hornos para seguir oliendo a humo. —murmuré ladeando la cabeza. Recorrí con la mirada a Jack, de abajo a arriba y de arriba a abajo, finalizando la inspección al clavar mi atención en uno de sus bolsillos. Después le sonreí con la picardía de quien ha pillado a un mentiroso.
Aunque siendo sinceros, no sabía al cien por cien si me estaba mintiendo, ni tampoco si en ese bolsillo guardaba el tabaco. Lo único que sostenía tal idea era que, siendo un chico de pocas palabras, me hubiera soltado todo aquel sermón aun sabiendo que no había venido a hacer un comentario sobre Historia de dos ciudades.
Publicado por Invitado Mar Nov 03, 2015 2:49 pm
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Invitado
Mentiría si dijese que no esperaba su carcajada, pero de todas formas me sentó como si me hubieran arrojado un jarro de agua helada por la cabeza. Cuando mi inteligencia se veía en entredicho por meteduras de pata como la que acababa de cometer me enfadaba como un auténtico crío; era tan rencoroso conmigo mismo que me pasaba tres o cuatro días ofendido a más no poder, sin ganas de comer siquiera.

Con gusto hubiese bufado, arrugado la nariz y huido de allí a algún recóndito rincón de la biblioteca donde continuar mi lectura. Tan, tan oculto que nadie me pillaría aunque fumase como un carretero.
Pero no lo hice. Decidí sobre la marcha mantener la compostura y seguirle el juego con la misma pose relajada con la que le había hablado. Sólo me quedaba la opción de fingir que realmente creía lo que estaba diciendo, y pensaba jugármela hasta el final; hasta que me pillase la mentira y me mandase al despacho de la directora.
Parpadeé un par de veces al verla reír, imitando a alguien que no ha entendido un chiste o que se ha perdido un par de frases, y decidí continuar puntualizando sus propias palabras. No iba a dar mi brazo a torcer tan fácilmente.

O quizá no. Imagine que el único puesto que tuviera disponible fuera aquí. A pesar de que amase el sol y lugares más cálidos como... Yo que sé, España o Italia, seguramente elegiría quedarse en Escocia. O eso es lo que haría gran parte de las personas prácticas, creo yo. —me encogí de hombros tras concluir aquella frase, con intención de sonar pretencioso y certero a partes iguales. Las personas que quieren llevar siempre la razón me parecen completamente aborrecibles, así que, ¿por qué no intentar parecérselo a la profesora para que se esfumase pronto?

Muchos de los chicos del colegio (sobre todo el sector masculino) se alegraban de que la media de la edad de los profesores no sobrepasase los cuarenta años (no por mucho, al menos), pero para mí era un auténtico suplicio. El ser jóvenes hacía que entendiesen el funcionamiento de nuestros “cerebros aún manchados por tintes adolescentes”, así que engañarlos no podía ser más complicado. Esa mujer se las sabía todas.

Me aparté por pura manía uno de los mechones que caían sobre mi frente; quizá fueron los nervios. Cuando la profesora se apoyó en la barandilla decidí que era un buen momento para bajarme de la misma, así que di un pequeño salto para volver al suelo. Terminé apoyando el libro sobre la barra metálica sobre la que, segundos antes, había estado sentado. Notaba los nervios tratando de salir por algún lado, y prefería tener las manos libres. No sería la primera vez que algo se me caía hasta los jardines por intentar apretarme las yemas de los dedos contra la palma teniéndolo sujeto.
Al verla realizar un par de gestos en total silencio pensé que había ganado. La ilusión del momento se esfumó pocos segundos después, cuando mi cerebro volvió a trabajar a toda velocidad.

Maldita sea. Igual era mejor dejar de fumar y todo.

Bueno, yo siempre he sido rubio y, al menos de momento, no temo sufrir un cambio de color repentino.—volví a encogerme de hombros. A veces contaba con un poco de sentido del humor y todo.  —Aunque preferiría ser pelirrojo antes que quedarme calvo, si me permite elegir. —añadí, intentando coronar la “broma” sin que se notasen mucho mis intenciones de escapar de aquella situación. —Me sorprende que usted, siendo profesora de Biología, directamente haya pensado que lo del horno es una excusa y no una... Parafilia extraña, por ejemplo. Igual soy un amante de las pizzas, de la leña o del carbón. O me gusta mi propio olor corporal cuando huelo a humo. Además, se sorprendería de la cantidad de cosas raras que hacemos los alumnos por aquí cuando no tenemos compañía. A cosas más extrañas he visto abrazarse a los de primero cuando necesitan a su madre.

A esas alturas de conversación ya tenía la certeza de haber sido pillado. Ella sabía que yo estaba fumando y que lo que guardaba en mi bolsillo era el paquete de tabaco. Lo noté en su mirada y, sinceramente, mi instinto casi me hizo llevarme una mano al bolsillo a modo de protección. Pero no lo hice. Mis dedos respondieron tamborileando sobre la cubierta del libro una cancioncita random que se me vino a la cabeza.
Había que ser muy idiota para no darse cuenta, pero si lo que pretendía era sacarme una confesión se lo pondría más difícil. Rendirse sin luchar jamás fue mi estilo.
Publicado por Jack A. Hudson Mar Nov 03, 2015 4:44 pm
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Contuve las ganas de poner los ojos en blanco por no sonreír bajo una pequeña risita. Él sabía tanto como yo que ya le había pillado y aún así negaba la evidencia yéndose por las ramas. Para su suerte yo solía tomarme las cosas con humor y mi carácter raramente era negativo, además de que aquella tarde mis trabajos ya habían finalizado. Eso le resultaba favorable porque no iba a tener que tirarle de la oreja para que hablara de una vez y dejara de hacerme perder el tiempo.

El simple hecho de que bajara de la barandilla, se apartara un mechón de cabello y jugueteaba con la tapa del libro, me indicó que iba por buen camino. Benditos nervios. — El pelirrojo es un color precioso, ya ves. —hice alusión a mis mechas, siguiéndole el juego. — Pero a ti se te está poniendo verde y un poco de azul. Por aquí. —fruncí el ceño mientras señalaba una parte cualquiera que él no pudiera verse con facilidad, con falsas expectativas de inducirle una pequeña paranoia. Pero tampoco es que fuera algo muy creíble, así que lo dejé pasar.
¡Oh no! —levanté las manos, exagerando como si me hubiera dicho algo increíblemente horrible. — ¿Intentas que me preocupe por ti? Solo faltaría que tuvieras parafilia con el humo. Qué cosa tan rara. Aunque por las pizzas... Supongo que será peor. —entrecerré los ojos. — En todo caso yo no podría hacer nada al respecto, tal y como dices. Tendría que hacerlo un psicólogo o un psiquiatra. Si eso yo podría practicarte una lobotomía transorbital. —hablé con disciplina como si me lo estuviera tomando en serio. Señalé su ojo izquierdo con el índice. — Es una intervención muy sencilla. Dura unos diez minutos o así. Con un picahielo te abriría la cuenca del ojo y estudiaría tus mejorías. Podríamos intentarlo. —le miré con seriedad y a los pocos segundos volví a reírme. Si él quería seguir mareando la perdiz, había dado con la profesora equivocada. Era lo bueno de tener un cierto espíritu juvenil. Conocía muchas de las formas de evasión de los jóvenes adolescentes y también de sus modus operandi.

Consideré que lo de seguir con aquella broma ya había sido suficiente. Tenía algunas estrategias en mente para conseguir que declarara de una vez, pero no me decidía por ninguna.
A veces ser profesora es muy agotador. ¿Sabes lo que es lidiar con los de primero? Eso no es ser profesor, ¡es ser pastor! Con las ovejas a su aire y sin un perro entrenado que te ayude a retenerlas. —volví a apoyarme en la barandilla. Miré hacia el cielo encapotado y luego paseé la mirada por la azotea, vigilando que no hubiera nadie. — Entre tu y yo... Mira, lo último que quiero es llevarme mal con los alumnos. Me caéis todos genial. Creo que no me he enfadado nunca con ninguno. Eso deja mi historial muy limpio ¿no crees? —arqueé las cejas con gracia. Luego volví a la normalidad. — Cuando estaba en el instituto empecé a fumar y continué hasta la universidad. Después me di cuenta de que mis dientes iban a terminar poniéndose más amarillos que el oro de primera ley y dije ¡basta!. —agité la cabeza como si me diera la razón a mi misma. — He de admitir que cuando veo a uno de vosotros fumar me entran ganas de volver a probar. Aunque sea una calada. He pensado en regalar positivos a cambio de que algún alumno me de una, pero eso no serviría contigo. —le miré de reojo con gesto divertido. Jack era demasiado brillante en ese sentido como para mendigar positivos o comentarios que le subieran la nota.

Terminé por mirarle con cierta confidencia antes de volver a abrir la boca. — ¿Me darías uno?
Publicado por Invitado Miér Nov 04, 2015 5:47 pm
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Entrecerré los ojos mientras me cogía el mismo mechón que había apartado escasos segundos atrás de mi frente. Lo alisé con un suave estirón hasta que volvió a quedar a la altura de mis ojos, donde podía observarlo. No es que fuera un idiota que creía en fantasías o magia, pero seguir el juego para alargar la agonía no me pareció una mala opción. Tras fingir durante un momento que lo analizaba minuciosamente, volví a peinarme el pelo con los dedos.

Pues yo lo veo tan rubio como siempre. ¿Está segura de que no necesita ir a la enfermería, profesora? Igual está muy cansada después de todas las clases. —respondí con cierto retintín que no logré controlar. El saber hacer de Líle parecía engañar a mi subconsciente por momentos y yo casi no era partícipe de ello. De un profesor hubiera esperado una regañina y un tirón de orejas hasta la dirección ante la más mínima sospecha. Ella, que a leguas se veía que conocía nuestras mentes, empañaba todas esas ideas preconcebidas acerca del comportamiento de un profesor con su trato cercano.

La conversación adoptó de repente unos nuevos tintes que me parecieron muy interesantes. Lobotomías. Abrí los ojos con interés, dejando al instante de tamborilear sobre la tapa del libro. Aunque mi gusto por ese tipo de temática distase mucho de la ciencia -y seguramente, también de lo que muchos consideraban “salud mental”-, esa simple palabra logró que mis nervios se evaporasen de inmediato. ¿Realmente estaría volviéndome loco? Mi madre siempre me repetía que ese gusto mío por el gore acabaría causándome problemas.
Empezaba a creer que era cierto.

No, creo que dejaré la lobotomía para otro momento. Se empieza por ahí y se concluye con una trepanación para inyectar ácido en el cerebro. Opto por la vida sana, las vitaminas y una dieta equilibrada. Según mi madre, eso lo cura todo. —concluí, esforzándome para que mi tono de voz recuperase su sonido áspero y bajo después del intento de broma.

Con el aluvión de preguntas que me apetecía realizar controladas -no fuese la profesora a terminar mandándome al psicólogo de verdad- y sin restos de los nervios que hasta pocos segundos antes me controlaban, suspiré. Suspiré con cierta resignación, de forma suave. Descubrir que tu infalible plan para librarte de un castigo no resulta tan bueno llevado a la práctica hiere el orgullo del más narcisista. Si mi mención de las parafilias no había logrado que se esfumase, nada más lo conseguiría.
Cuando estaba frente a mi escritorio y con un cuaderno delante podía expresarme con más elocuencia, lo que incentivaba mi agilidad mental. Así sí hubiera conseguido echarla, seguro. En persona, bueno, mis facultades mermaban un poco.
Sobre todo, si estaba apresado cual ratón en una trampa llena de queso.

Lo dicho: era una buena jugadora. Me tuvo en jaque durante casi todo el rato y yo, en un afán de querer creerme más listo de lo que era, había creído que mi alfil lograría matar a su reina.

Aunque usted sea una profesora cercana con sus alumnos, sigue siendo profesora. Me parece poco probable que, por las buenas, le vaya a llegar un alumno aceptando que se ha portado mal. Esas... “Varas de mando” invisibles que lleváis todos para controlar a las ovejas tiene más peso que una sonrisa. Nadie quiere ser castigado y perder el tiempo de descanso. Pero debo reconocerlo, es buena. El celador debería aprender de usted a la hora de sonsacar a los alumnos. —añadí con sinceridad, volviendo a girarme para apoyar la espalda contra la barandilla. Había sido una batalla tan complicada que se me hizo eterna, a pesar de que su duración fuese bastante más corta que otras de las que había salido victorioso. No todos los contrincantes cuentan con la misma agilidad mental, por desgracia para mí.  —Todo sea por dejarle unos dientes amarillos a juego con sus... ¿Mechas pelirrojas?

Mi mano derecha empezó, entonces, a palmear dentro del bolsillo del pantalón donde guardaba la pitillera. Cuando la tuve entre las manos la abrí con cuidado antes de extenderla hacia ella, para permitir que cogiese un cigarrillo si es que de verdad lo quería. Cabía la posibilidad de que fuera una treta inteligente para atraparme con las pruebas en las manos, o las manos en la masa, como prefieras llamarlo.
Si finalmente lo cogía, igual podía vengarme de una forma justa de la mancha que iba a dejar en mi expediente: logrando que volviera a caer en el flamante mundo de la nicotina.
Sí, suena a venganza justa.

Ahora, entre usted y yo. Ya que va a castigarme, ¿puede responderme a algo? ¿Tan obvio resulta que los que subimos aquí lo hacemos para saltarnos las normas? En estos seis años no lo había visto de esa forma.
Publicado por Jack A. Hudson Vie Nov 06, 2015 6:30 pm
Jack A. Hudson
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Cualquiera diría que nos estábamos yendo por las ramas pero la verdad es que perder el tiempo de esa forma no era exactamente así. Más bien lo aprovechaba, por lo menos yo misma, a la hora de cambiar el rumbo para volver a coger las riendas de una situación a la que jamás había dejado de controlar. Diciéndolo así sonaba muy maquiavélico pero era la pura verdad. A fin de cuentas lo hacía por el denominado "bien común" que la verdad es que discrepaba mucho de él, pero las normas del centro... bueno, eran las que mandaban sobre todos nosotros.
Haz caso a tu madre, sí. Son las mujeres más inteligentes. —asentí repetidas veces con la cabeza diciéndolo en serio. Lo de la lobotomía se me había ido de las manos pero no por ello me causaba menos gracia.

Lo que dijo después me dejó un poco sorprendida. Esperaba ese momento en el que reconociera la jugarreta que empleaba con él, pero mi sorpresa fue debido a que me confié y creía que todavía tenía que esperar un poco más para obtenerla. Pero fíjate tú, ya estaba allí. — Vaya Jack. —logré decir con marcado asombro en mi rostro. Después, como si nada hubiese pasado, reí unos segundos antes de volver a hablar. — Tienes toda la razón del mundo. No dejo de ser profesora y ese es el ancho trecho que me separa de los estudiantes que, como tú, no pueden evitar mirarme por el rabillo del ojo al más puro estilo de "¿de qué va esta?". —miré como sacaba la cajetilla de cigarros y extendí la mano hasta coger uno pero sin sacarlo del cartón. — Sólo espero que el término 'profesor' no sea sinónimo de 'malvado' o 'enemigo'. Al menos en lo que respecta a mi persona. —el cigarrillo que había sacado de la cajetilla volvió a caer dentro de ella, guardándolo yo e indicándole que se la escondiera. — No he fumado nunca. —le guiñé un ojo y solté una risita entre dientes. — Siempre fui una chica muy sana, ya ves... Aunque sí pecaba con el alcohol ¿pero quién no ha probado un poquito de joven? No deja de ser una bebida. Como si fuera agua más dulzona o amarga. —comenté risueña como si hablara del llover. Eran temas mundanos que no me importaba sacar por muy tabúes que fueran en una conversación profesor-alumno. — Respecto a tu pregunta... digamos que es intuición. —entrecerré los ojos para intensificar mi expresión. Luego me encogí de hombros. — La mayoría que quieren saltarse las normas lo hacen en la intimidad y dudo que aquí frecuente la gente. Más que nada porque en esta época del año hace frío. No es una teoría muy complicada ¿no? —eché un vistazo a mi alrededor antes de mirarle a él y susurrar— Por si no ha quedado suficiente claro... me debes una.
Publicado por Invitado Lun Dic 07, 2015 8:31 pm
Anonymous
Invitado
Para mí no es sinónimo de enemigo, aunque quizá algunos de los estudiantes no opinen así. Mi padre es profesor. Si creyese que sois una especie de demonios de los que es mejor huir, no podría mirarle a la cara. Os considero figuras a las que respetar, y por eso el término “profe enrollada” me cuesta un poco asimilarlo. Después de todo, entre profesores y alumnos no puede existir una amistad cercana, aunque a veces se confunda. Siempre vais a estar por encima de nosotros, al acecho, y así pillarnos saltándonos las normas para mantener la armonía y el buen nombre del instituto. —respondí con sinceridad; quizá esa fue la primera vez que había hablado sin esquivar un tema o valerme de artimañas irónicas en todo el día. En ese sentido me consideraba maduro. La etapa de temer a los profesores la había dejado atrás hacía mucho tiempo. No creas, ser castigado sí que me importaba y por eso andaba con ojo cuando me encontraba en presencia de alguno, pero no era por miedo hacia ellos. Temía ser castigado por las represalias que podían venir detrás, no por el mero hecho de recibir una mala mirada o unas palabras subidas de tono.

Me sorprendió verla sonreírme con tranquilidad en lugar de saltar sobre mí cual perro de presa al ver los cigarros. Había conseguido engañarme más fácilmente de lo que hubiera deseado, y aun así, permanecí con la cajetilla entre los dedos. Tendría que haberla guardado en ese mismo momento para luego soltar un chorro de disculpas vacías que no servirían de nada. Al día siguiente volvería a escabullirme por los pasillos del internado, mirando hacia atrás por si cierta melena pelirroja me acechaba para atraparme de nuevo, hasta alcanzar un rincón oscuro en el que dar rienda suelta a mi único vicio.

Preferí mirarla a los ojos, sin entornarlos o fruncir el ceño: como a una igual, ya que ambos en ese momento estábamos obrando de forma incorrecta. Ella pecó de benevolencia y yo de pasotismo ante las normas de la escuela. Después de haberme atrapado con las manos en la masa y sonreírme con complicidad, creo que era lo menos que podía hacer.

Touché. Tendré que ir con más cuidado la próxima vez. —repuse en tono bajo, tan inquebrantable como de costumbre. Cerré la tapa de la cajetilla con dedos rápidos después de que ella guardó el que había estado a punto de tomar. No me molesté, de nuevo, en tratar de idear una buena excusa o emitir falsas promesas de que me portaría bien en el futuro. Alguien que no falta a ninguna clase y saca unas notas que rozan la perfección también se merece un poco de libertad dentro de aquella jaula de oro. —¿Piensa utilizarme como conejillo de indias para enseñar en clase lo que es la anatomía “in situ”? No me gustaría verme abierto en canal, por más educativo que pueda ser. Siento aprecio por mi cuerpo, aunque no lo parezca. —pregunté con cierta curiosidad en la voz, como si yo mismo creyese que ella sería capaz de cobrarse la deuda de aquella manera. Ladeé la cabeza sin perder el contacto visual, fingiendo analizar en sus facciones si detrás de su máscara de buenrollismo y dulzura se escondía una persona sádica, capaz de cumplir las palabras que yo mismo había pronunciado. Por si te interesa saberlo, no llegué a ninguna conclusión acertada, aunque sí que empecé a sentir curiosidad. ¿Qué me pediría esa profesora a cambio de su silencio? ¿Limpiarle el laboratorio sin guantes?

Empezaba a notar el frío del que ella había hablado, pues se hizo “palpable” en cuanto la adrenalina que me recorría mientras el cerebro me trabajaba a toda velocidad se esfumó. Ya no quedaba más emoción en el juego iniciado. Me podía considerar por fin tachado con una cruz de la partida. Guardé los cigarros dentro de uno de los bolsillos de mi pantalón, donde siempre quedaban a buen recaudo, y me recoloqué el jersey del uniforme que poco antes había arremangado. Maldito frío escocés, cómo te odiaba.

Profesora, voy a retirarme ya. Ha sido un placer hablar con usted pero debo volver a mis apuntes. Le prometo que no volveré a dejar que me cace fumando.

Incliné la cabeza a modo de despedida y me marché de allí con las manos en los bolsillos. Necesitaba un nuevo lugar que convertir en mi escondrijo para fumar.
Publicado por Jack A. Hudson Miér Dic 09, 2015 8:46 pm
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Amadeus Serafini
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