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Lunes, 30 de noviembre 2015. Algo pasadas las 17. Canción



El entrenamiento de aquella tarde había resultado ser el más duro de todos los que llevaban aquel curso. A pesar del frío escocés, capaz de helar los huesos de los alumnos más menudos de primero, cuando el entrenador dio por buena la última vuelta completa que Jack dio a la pista de atletismo, gruesas gotas de sudor caían por la frente del muchacho. Antes de entrar a los vestuarios para darse una ducha revitalizante, esperó sentado en las gradas a que se calmase el punzante dolor que sentía en el costado. Con la cabeza inclinada hacia atrás y la mirada puesta en el cielo, encapotado de nubes como de costumbre, el chico maldijo por lo bajo al profesor durante varios minutos. Odiaba practicar deporte. Odiaba que lo obligasen a tomar una actividad que le parecía un chiste.
Odiaba ser obligado a retirarse de la calidez de su dormitorio, donde pasaba a limpio los apuntes de la mañana con su pulcra caligrafía, para ser explotado hasta la extenuación.

Porque claro, Jack se estimaba tanto que estaba seguro de que su cansancio y de la falta de oxígeno que notaba en su cuerpo cuando corría tanto se debían a las exigencias del profesor. No osaba plantearse que parte de la culpa era suya; su afición al tabaco empezaba a dejar huellas en su físico a pesar de su latente juventud.
Demasiado listo para algunas cosas y excesivamente ciego para otras.

Con el pelo empapado, a medio peinar y rompiendo las reglas protocolarias del internado al haberse puesto una chaqueta vaquera encima del uniforme -hacía frío, joder-, Jack abandonó cerca de treinta minutos después el campo de atletismo. Por el camino que separaba el jardín del edificio principal fue pateando cada piedra que encontró, imaginando que era una cabeza adulta en particular la que se cruzaba ante sus pies. No le gustaba esa faceta infantil suya de culpar a otros de sus problemas pero, ¿qué podía hacer? ¿Cómo lograba controlar eso? Suficiente trabajo tenía con tratar de desarrollar una empatía hacia el prójimo que no sabía sacar de la nada; que aún le costaba sentir la mayor parte de las veces.

Esquivó a un grupo de alumnas de segundo que pasaron corriendo a su lado cuando se disponía a abrir la puerta principal, y terminó siguiéndolas con mirada inquisidora, reprochando en silencio el golpe que casi le habían dado. Volvió a reparar en los jardines, de los que había huido casi sin darse cuenta.

Entonces volvieron las ganas de fumar. Llevaba sin hacerlo desde mediodía. Había gastado su último cigarrillo mientras se acercaba al campo. Por inercia comenzó a palmear los bolsillos del pantalón del uniforme, en los que únicamente encontró una pitillera vacía. Un regusto amargo invadió su boca. Uno de los alumnos mayores era quien le pasaba los cigarros bajo cuerda, pero en ese momento no tenía la más mínima idea de dónde podría estar. No le valía pensar “lo buscaré más tarde”. Necesitaba ese cigarro ya para poder olvidarse del enfado contraído por culpa del atletismo.

Su impulsividad logró controlarlo antes de que alcanzar a plantearse dos veces qué era lo que se disponía a hacer; de consecuencias, mejor ni hablar. Desandó sus pasos en dirección contraria, de nuevo hacia los jardines, pero con un destino distinto. Dejó atrás a las alumnas con las que había tropezado -bueno, las que habían tropezado con él sin ningún tipo de respeto-, que se quedaron mirándolo por encima de sus libros con curiosidad.

Alguna que otra vez sí que se había saltado una regla muy valiosa del internado acercándose de más a la cabaña del guardabosques, ese tipo que se veía con facilidad fumando enormes puros en las lindes del bosque. La única opción que creyó viable en ese momento era la de pedirle el cigarro a él, si es que lo veía, o tomarlo “prestado” por sí mismo de su casa si no estaba por allí. Interiormente prefería cometer aquel hurto, por indeseable que fuera la acción. No quería que ese tío fichase su cara y avisara a la directora de que un alumno se dedicaba a fumar a escondidas por los jardines. Reconocerlo para ella resultaría coser y cantar. ¿Cuánta gente por allí llevaba el pelo tan largo?

Fue cuidadoso durante el paseo. Con disimulo miraba de vez en cuando hacia atrás, tratando de cerciorarse de que no lo siguiera nadie. Tuvo suerte. Las actividades habían dejado a los demás tan cansados como a él, así que la marea de alumnos se dirigía íntegramente hacia el internado. Una vez que estuvo parado frente a la cabaña se agazapó detrás de unos arbustos, estudiando el terreno. Del guardabosques no había señales, pero prefería esperar unos minutos sólo por si acaso.
Notaba su corazón acelerado de más. La adrenalina recorriendo su cuerpo no era una sensación que estuviera acostumbrado a notar.
No se sorprendió al darse cuenta de que le gustaba sentirse así. Era casi tan placentero como fumar.
Publicado por Jack A. Hudson Mar Dic 08, 2015 10:47 pm
Jack A. Hudson
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Jack
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Árbol torcido jamás endereza su tronco. ¿Pero como pretendían que volviese a asistir a los entrenamientos de ese modo? Frances no lograba entender al docente a cargo de la actividad deportiva. Si creía que tras la paliza que le había hecho correr semanas atrás iba a volver a incorporarse, deliraba. Había estado todo el camino hacia el cementerio dándole vueltas al asunto, como empezaba  a ser habitual en ella, y no había dado con la respuesta. Y eso que había gastado tiempo en ello, de verdad. Y si,  tal vez esto fuera otro síndrome más del crecientemente aburrimiento que estaba empezando a agobiarle. La rubia no podría decir que Dunkelheit se había convertido en algo monótono sin mentir. Al contrario. Sucesos extraños habían estado ocurriendo con más regularidad. Se podría decir que el internado había empezado a elaborarse un sospechoso y escalofriante historial -Uno que haría que tacharas el bosque de tus lugares por visitar si lo leyeras- desde hacía ya unos meses. Pero a pesar de todo eso no habían dejado la rutina atrás.

Tal vez fuese su parte más romántica la que la llevase cada día a refugiarse en el bosque, asistiese o no a las clases. Eso y la ansiedad, claro. Si este año decidían aplazar la vuelta a casa unos días más, moriría. Había llegado hasta el punto de  replantearse si lo de ingresar fue una buena decisión tomada por su parte. Hombre, ella sabía que se agobiaba con extremadamente facilidad, pero por entonces no podría haber imaginado que la rutina la amargaría tanto.

Pero ahí estaba ella, saliendo de su escondite: El cementerio. Ese día no había sido la excepción y había pasado de presentarse en clase. Sin embargo no fue para pintar como de costumbre porque pensó que lo más prudente por su parte sería no llamar mucho la atención. Y no podía escabullirse entre los arbustos con un bloc de considerable tamaño bajo el brazo, sin llamar la atención, estando rodeada de uniformados alumnos que partían hacia sus respectivas aulas.

A decir verdad, el camino también se había convertido en rutina. Pero tenía que admitir que era algo de lo que no se cansaba. El camino hacía su pequeña libertad, lo llamaba ella. Y si la escuchase cualquiera del personal o sus compañeros no dudarían en pensar que estaba loca. Pero qué sabían ellos, que no habían vivido el despertarse de madrugada y sentir la necesidad de correr hacia el exterior, porque sentías que las cuatro paredes de tu cuarto te enjaulaban, que el techo se te iba a caer encima... Pero esto no siempre era así. Si esto fuese cierto, no habría aguantado. Y a veces se preguntaba, pensando de forma retorcida –como la mayoría de las veces- si la hubiesen dejado marchar. Porque a pesar de llevar bastante tiempo ahí, no había escuchado ningún caso en el que un alumno decidiese marcharse por cuenta propia. Y por mucho prestigio que tuviese el internado, se negaba a pensar que ninguno de ellos lo había intentado. Nunca había llegado a confiar en la dirección y ahora más que nunca.

A media tarde, Frances había decidido que era hora de volver. Estaba segura de que el entrenamiento había terminado y no tenía ningún otro motivo por el que quedarse hasta que oscureciese allí. Tal vez debería dejar de volver al bosque hasta que volviesen de vacaciones, el clima estaba empezando a enfriarse demasiado y por muy bello e inspirador que se viese todo el paisaje nevado, no pensaba morirse congelada en el intento de calcarlo. Hoy había tenido suerte de que no nevase, y que la temperatura fuese más o menos tolerable.

Estaba pasando por detrás de la cabaña del guardabosque, tranquila al comprobar que ni siquiera Einarr podría verla si estaba dentro de esta, cuando le pareció ver y oír un movimiento un tanto brusco. Frances dobló la esquina de la cabaña, enfrentando el camino desde la misma perspectiva que la entrada de esta. —¿Quién hay ahí?— formuló la pregunta Hollywoodense más estúpida de la industria, giró la cabeza hacia la cabaña y esperó durante dos segundos, inmóvil esperando a que alguien saliese a sorprenderla. Tras la respuesta negativa, y ya segura de que no había nadie dentro de esa cabañuela, volvió a girarse. —Está bien—Aseguró pensando que la persona que estaba escondida por los alrededores podía ser uno de los pequeños, que había decidido saltarse el entrenamiento o algo parecido. Así que lo intentó suavizando su tono —No hay nadie más aquí. Solo yo y…— Sonrió un poco al pensar en lo que estaba a punto de decir —Puedo asegurarte de que no voy a delatarte— Afirmó, sincera, señalandose a sí misma. No. Esto no era ella siendo amable con algún niño. Simplemente le ahorraría el tener que explicarle porque ella podía salir sin permiso y ellos no. Otra vez.
Publicado por Invitado Miér Dic 09, 2015 4:25 pm
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Mientras Jack repasaba cada centímetro de la cabaña con la mirada, tratando de hallar una forma rápida y segura de entrar y cumplir su “misión”, una figura femenina apareció entre la arbolada. El muchacho no esperaba encontrarse con nadie que no fuera el guardabosques por esa zona alejada del internado, así que no pudo sino sentirse sumamente fastidiado al verla. Respondió agazapándose aún más. A pesar de que no podía verlo por el espesor del arbusto, remarcó una mueca de molestia. En ese mismo instante se quedó inmóvil, en un intento de acabar con el ruido que estaba haciendo. Con un poco de suerte la chica continuaría su camino, fuera el que fuese -no le importaba en absoluto-, y volvería a tener vía libre.

Pero, ¿desde cuándo Jack Hudson tiene buena suerte? La rubia pareció escucharlo y se quedó inmóvil al instante. El ceño de Jack se frunció aún más, desganado. Mientras que ella preguntaba, quizá retóricamente, por la identidad del intruso, él reparó en quién era. No recordaba haberla visto en clase, pero su rostro -o sus cejas- le resultaron muy conocidas. Casi chasqueó los dedos cuando, segundos después, encontró la razón por la que le sonaba. Se trataba de una de las chicas con las que había compartido la excursión de Halloween -y su posterior trauma-. Aún creía oír en su cabeza parte de las palabras pronunciadas por ella, sobre todo referidas a la viborilla de tres al cuarto de los tacones.

No necesitó mucho tiempo para darse cuenta de que no se movería de allí, por más que Jack intentase camuflarse con su entorno. Decidió que salir de su escondrijo sería lo más acertado. Unas cuantas palabras molestas de las que tan bien se le daba pronunciar conseguirían apartarla de allí. Ambos saldrían ganando si se marchaba: él conseguiría sus cigarros y ella dejaría de parecer retrasada, hablándole a la nada mientras sonreía. Digna escena de una película de terror de serie B.

¿No sabes que hablar sola es indicio de locura? Más aún para preguntar algo como “¿quién hay ahí?” Si fuera un tipejo peligroso jamás te respondería y, además, antes de atacarte se reiría en tu cara por lo estúpida que es esa pregunta. —comenzó a hablar antes incluso de ponerse en pie, con su acostumbrado tono ronco y cansado. Se levantó lentamente y se abrió camino entre el arbusto usando las manos, con cuidado de no doblar ninguna rama más de lo estrictamente necesario. No acostumbraba a maltratar plantas. —¿Por qué ibas a delatarme? ¿Pasear por el bosque está prohibido, niña?

Una vez sobre tierra firme, con sus zapatillas de deporte embarradas y las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta vaquera, el muchacho apoyó la espalda contra la corteza de un árbol. Notaba el frío más agudo que de costumbre por culpa de llevar el pelo aún empapado. Sus ojos entornados continuaron posados sobre Frances, a quien no quería perder de vista hasta que se hubiese marchado. Mejor tantear el terreno y evitarse más sorpresas innecesarias.

Su mera visión conseguía espantar a los críos de primero, quienes escuchaban rumores sobre él continuamente. ¿Funcionaría también con una tía que, supuestamente, ya se encontraba en proceso de madurar?
“En proceso de madurar” mientras le sonríe a los árboles. Claro.
Publicado por Jack A. Hudson Vie Dic 11, 2015 7:26 pm
Jack A. Hudson
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¿Y tú no sabes que si verdaderamente hubieses querido esconderte de mí, no hubieras salido a responder mi estúpida pregunta?

Incluso le hubiese salido mejor al melenas. Que creía que iba a sentirse... ¿Asustada por su presencia? Tal vez quería intimidarla, porque rechazaba el que quisiera que se sintiese insultada y que terminara corriendo y lloriqueando hacía el edificio. Bufó ante la simple idea.

Frances escuchó las palabras del chico que salió de repente de entre la mata de árboles, y no pudo hacer otra cosa más que rodar los ojos y esperar a que terminase. Oh, genial. La rubia no podía ser muy buena con los nombres pero siempre se quedaba con las caras, y a este lo había reconocido rápidamente como al listillo que había desencadenado todo el drama con su genialidad, la mañana de la acampada del treinta y uno.

—¿De verdad crees que esperaba que apareciese algún tipo peligroso de entre los arbustos?— Respondió en un tono neutro, evaluando al chico, que se posicionaba frente a ella apoyándose en el tronco de un árbol —Además, esperaba ver a uno de los niñatos de primero perdido. Y puede que no estuviese tan equivocada— Le respondió en un tono jocoso, cruzándose de brazos, enfrentándolo tranquilamente.

Pensó en las palabras del chico y frunció el ceño. —¿No crees que es un tanto sospechosa tu posición, niño?— Preguntó con verdadera curiosidad, ladeando su cabeza. No podía ser verdad que pretendiese salir de su escondite y esperar a que se fuese, tras decirle que estaba paseando alrededor de la cabaña —Tal vez no sepa que te traes entre manos –y en realidad tengo una idea-, pero el hecho de encontrarte aquí haría pensar a cualquiera que estás haciendo, o vas a hacer algo prohibido— Respondió a su pregunta con palabras que obviaban la situación y se encogió de hombros restando de alguna forma importancia a sus palabras, queriendo ir directamente al grano. Además, para ella era algo tácito. A la cabaña del guardabosque no se acercaba nadie si no quería ser sorprendido por un señor de dos metros y medio y sus dos perros, o quería algo más. —Vamos chico, se sincero. No puedes llamarme retrasada cuando apenas unos segundos antes estabas escondido tras los arbustos, observando una cabaña y al parecer esperando a que nadie te descubra. Hazte un favor y admítelo. Por lo menos a ti mismo— Le pidió mientras sacudía su cabeza, intentando ocultar su expresión disgustada. Como odiaba este jueguecito de palabras. ¿No podía ir ya al grano y contarle lo que estaba haciendo por ahí? Nadie iba tan lejos si no tenía un buen motivo para ello y ahora más que nunca. Después de todo lo que había pasado, el bosque no parecía el lugar adecuado para nada. En cambio ella pensaba que el peligro podría estar en cualquier lado. Nada ni nadie le aseguraba que no podría haber pasado lo mismo bajo el techo de Dunkelheit.

Por un momento Frances barajó la idea de dejar de indagar sobre el asunto y reanudar su camino, incluso hizo un ademán de reajustarse la mochila en su hombro para encaminarse hacia el edificio, pero la curiosidad le pudo. Podría ser un simple alumno que no tenía nada mejor que hacer que dar vueltas alrededor de una cabaña –y no le sorprendería dado a su historial- o bien podría tener un buen plan para terminar la tarde con algo productivo.

—Y no voy a irme a ninguna parte, así que puedes ir contándome cuál es tu plan— Negó con la cabeza mientras enarcaba sus cejas, subrayando sus palabras. Esperando que el chico estuviese mintiendo y tuviera algún motivo por el cual pasearse por esa zona, que pocas opciones le otorgaba —Porque sé que tienes algo en mente ¿no es así?— En realidad solo tenía una pequeña idea de lo que pensaba, pero el aburrimiento podía hacer que una persona pesimista albergara ciertas esperanzas por un poco de movimiento que los dirigiese hacia algo de relativa normalidad —Bueno... O es eso, o has venido hasta aquí para comprobar si la cabaña es de madera o de plástico. Ya sabes, lo de tantear cosas para ver si son reales o no, es lo tuyo— Frunció el ceño, fingiendo desconcierto, su voz desteñida de cualquier indicio de burla.

Si alguien sabía detectar una mentira era ella, y no le hacía falta ver todo ese numerito de aparentar tranquilidad cuando parecía estar más a la defensiva que otra cosa. El contexto lo decía todo y no había más.
Publicado por Invitado Sáb Dic 19, 2015 10:22 pm
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Esa chica iba de sabiondilla. En cuanto abría la boca lo dejaba ver, algo que a Jack solía molestarle profundamente. El muchacho presumía de ser indescifrable, de actuar como le venía en gana sin que nadie pudiera anticiparse a sus movimientos, y ese día no iba a ser menos. Con gesto aburrido en el rostro el chico le devolvió la mirada; una mirada que se volvió un tanto vidriosa porque tenía demasiadas cosas en la cabeza como para concentrarse en la aparición de una chica mayor que él que quería dárselas de lista.

Quizá sí, quizá no. Nunca se deben descartar opciones. Esto, después de todo, es un bosque. Cualquiera puede recorrerlo y esconderse en él. Gente peligrosa inclusive. —respondió tranquilamente, sin esconder el sopor de su voz. Sentía ganas de fumar, no de hablar de banalidades con una joven a la que nunca hubiera mirado en los pasillos del internado. Básicamente, porque no miraba a nadie que tuviera menos de veinticinco años y una carrera universitaria a sus espaldas. —Sí, no estabas equivocada. Solamente tienes que mirarte a ti misma para ver a una niñata perdida. Muy acertada, sí.

Hablar sin sutilezas, soltar palabras cargadas de ironía y demostrar cuán equivocada estaba la otra persona se le daba bien. No se sentía particularmente feliz de su habilidad, pero no le quedaban más opciones a las que aferrarse si quería seguir saliendo impune de todo lo que realizaba a espaldas de los profesores.

Frances parecía empeñada en que Jack tenía más razones que las puramente espirituales para estar allí, pero el muchacho no estaba dispuesto a admitirlas. ¿Hablar con claridad ante una desconocida? ¡No estaba tan loco aún! Decidió que disimular y dárselas de listo era el arma más adecuada en aquel momento. El muchacho se señaló a sí mismo con cierto disimulo y, cuando habló, lo hizo con tal seguridad que mucha gente hubiera caído en su gente. Solía pasar, de todas formas.

¿Hacer yo algo prohibido? De eso puedes acusar a mucha gente en este internado, pero no a mí. Mi expediente es impecable. Ningún profesor creería jamás que hago cosas prohibidas o peligrosas. No va conmigo. —la prepotencia que desprendió sus palabras no formaba parte de su personalidad, pero no existía nada mejor para disipar a las personas que parecer un auténtico idiota. —Si tú no sabes apreciar la belleza del bosque y su tranquilidad, es tu problema. No todos tenemos un cerebro pequeño que implique que descansar entre los arbustos implica que quieres hacer algo malo.

No todas sus términos eran fingidos. Realmente Jack creía firmemente en la imagen que se había formado de la joven -la cual le había mostrado a ella también a través de sus palabras-, pero quizá hubiese sido más sutil al contárselo en otro momento. Ahí no podía andarse con remilgos. Necesitaba que se ofendiese y se pirase cuanto antes para entrar a la cabaña y, al no conocerla, poco le importaba si acababa indignada.

Quédate si te da la gana. No vas a ver nada que no sea a un tipo disfrutando de la tranquilidad del bosque. Si te aburres, culpa tuya.

Publicado por Jack A. Hudson Lun Dic 28, 2015 11:42 am
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Si el chico hubiese conocido un poco más a Frances y ella fuese más superficial -y poco inteligente- Esta se hubiera sentido tremendamente ofendida. A la rubia podías decirle de todo: Acusarla de cometer graves infracciones, meterte con su físico o incluso con su capacidad intelectual. Pero nada más le dolía que se metiesen con lo que mas le apasionaba. Pero claro, lo que acababa de suceder era puramente fruto de la casualidad. Ni la conocía, ni parecía haberlo dicho con tanta maldad. Por que efectivamente, aún cuando Jack parecía utilizar un tono un tanto ácido, que en su voz ronca incluso podría decirse que se confundía el desprecio, no era suficiente. Hombre, el chico no había hecho más que aumentar sus sospechas con sus comentarios, que estaba ansioso por que se fuese. Nada personal, quería que la chica se largase y lo dejase en paz. Lo cual, claramente, divertía a Frances. Cuando estabas tan aburrida y no te avergonzabas de admitirlo, pequeñas distracciones como estas se aprovechaban. Además, ya estaba atardeciendo. Le daba igual quedarse una o dos horas más ahí, haciendo lo que había estado realizando toda la santa y larga mañana.

Así que se dió la vuelta, y prestando atención a lo que le seguía diciendo, se sentó en el suelo, dando la espalda a la cabaña. Sacó de su bolsa todo el material que necesitaba: un lápiz y un borrador. Pensaba que podía ignorar al chico y hacer algo productivo con ese atardecer, pero vaya, justo ese día no había salido a pintar y había dejado su bloc en su habitación. Solo tenía un libro... Que utilizo como lienzo. Consideró el tamaño y no dudo en abrirlo por una página aleatoria y comenzar a calcar el paisaje. Ese era su plan: Observar la belleza, como le había aconsejado de una forma bastante curiosa el chico, esperando que este se aburriese y se diese por vencido.

Empezó a esbozar los primeros trazos. Tierra, hojas, troncos y cielo. Que maravilloso estaba vestido de colores cálidos. El atardecer si que era un buen símbolo del tiempo. Esos colores que se desteñían en orden, según el circulo cromático, que bien podría ser el reloj en está simple alegoría.

—En realidad, el cielo está aún más bonito durante el amanecer— Rebatió con la misma tranquilidad con la que esbozaba trazos en la página. —Pero claro, si paseas tan temprano por aquí, luego no te da tiempo a asistir a la primera clase— Levantó la mirada de el dibujo que empezaba a tomar forma —Dime una cosa, ¿Cuánto te costaría manchar tu implacable expediente por contemplar algo así?— Preguntó con sincera curiosidad. Algo que se le había ocurrido al momento en que había soltado lo de su perfecto, glorioso y poco asombroso Expediente. Si, poco asombroso porque para Frances, ese bien podría ser el expediente más aburrido del mundo, uno que no apetecía abrir. Ya se lo imaginaba. Sin ninguna falta y todos los honores. Parecía que el chico no mentía, lo cual si que era sombroso. ¿Como podía soltar eso y quedarse tan tranquilo? Sonaba como un autentico idiota, pero ella pasaba de ello. No creía en la gente que se creía superior por tener notas excelentes. Ni siquiera creía en el sistema como para darle algún crédito, pero estaba claro que ella no se creía más que nadie. Por creer, creía en lo que veía, pero no iba por ahí prejuzgando a la gente que no conocía.—Y no, no va a ser lo mismo desde tu ventana, la belleza no está únicamente en el cielo— Señaló con el lápiz el cielo y recorrió el entorno con el —Es la luz que proyecta. Sinceramente asombroso— Opinó volviendo su atención a la página del libro que estaba oscureciendo. Esperó unos segundos antes de volver a hablar, su voz levemente distorsionada por su posición encorvada —Ahora, Vas a apartarte de ahí o pretendes darle título al dibujo:  Un tipo disfrutando de la tranquilidad del bosque. ¿Que dices?— Levantó la vista para dejarle clara su posición, iba a quedarse ahí y no podía espantarla. —En realidad, y si lo prefieres, puedes seguir disfrutando de la belleza, ahora mismo tu cabello refleja un brillo desde esa posición que te cagas— Ella pretendía espantarlo de la mejor manera que sabía: actuando como un artista. —Mi expediente no está tan mal como uno esperaría que estuviese, pero igual los profesores si creerían eso de mi. Podías haberte aprovechado de ello, que poco inteligente de tu parte. Para tener un expediente tan brillante...— Masculló en un tono tan bajo que bien podría haber estado tarareando, pero en realidad estaba pensando. Frances empezó a dudar de sus sospechas, pero claro, cuando admitió que eso era algo que habría hecho ella, llegó a la conclusión de que el chico no mentía con lo de ser un tipo que caminaba dentro de las normas.
Publicado por Invitado Miér Ene 06, 2016 11:45 am
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Con gusto Jack hubiera puesto los ojos en blanco al ver a Frances sentarse en el suelo. Vio claro que no pensaba irse a ningún lado y eso le molestó. Apretó los dientes, tragándose las ganas de esbozar una mueca de disgusto. En serio, ¿cómo podía tener tan mala suerte alguien que intentaba pasar desapercibido siempre? Quizá tendría que empezar a comportarse de forma mucho más asquerosa. Con una reputación al límite de lo pútrido seguía consiguiendo que, de vez en cuando, alguien se atreviese a hablarle. Y eso no le gustaba en absoluto.

Quería fumarse un maldito cigarro y esa muchacha se lo impedía sin saberlo, lo que convertía la escena en una mucho más humillante. Varias ideas de lo más dispares cruzaron su mente: podía dar media vuelta y buscar al chico que le vendía tabaco a precio de oro -o de trabajos de clase completos-, contarle la verdad a Frances y dejar claro que sí que se saltaba una norma de vez en cuando -¡jamás consentiría que su verdadera cara quedase expuesta ante desconocidos!- o sentarse allí a esperar a que la muchacha se cansase. Tendría que mantener su pose de “sólo quiero ver el paisaje” por más tiempo y listo. Esa chica no iba a pasarse allí toda la noche, ¿no?

Mi expediente no se mancha a ningún precio. ¿Para qué saltarme una clase si puedo disfrutar del mismo espectáculo un domingo? Es absurdo. —preguntó de forma más bien retórica, sólo para sí. Ninguna respuesta que pudiera darle Frances lograría convencerlo de lo contrario. Él era muy cabezota en ese sentido -y en todos, la verdad-. No veía más allá de sus narices cuando hablaba con chicos de su edad, e incluso arrugaba la nariz si trataban de mostrarle la otra cara de la moneda. Los matices no existían en su perspectiva de la vida.
Lógico en alguien que pasa la mayor parte del tiempo estudiando e informándose de todo, ¿no?

Decidido a seguir el tercer camino, Jack volvió a sentarse detrás del mismo arbusto que lo había mantenido oculto de Frances pocos minutos atrás. Si no podía verlo no podría sospechar; lógica pura y dura. Sus manos comenzaron a arañar la tierra por inercia, sin que fuese demasiado consciente de lo que estaba haciendo. El mono de tabaco era lo único que lograba arrebatarle esa pose tranquila que mostraba al mundo; digna de un pasota crónico al que le da igual ocho que ochenta.

La luz... Bah. ¿Qué efecto puedes encontrar en este cielo para plasmarlo en tu cuadro, además de los colores anaranjados? La luz es interesante en una pintura cuando la acompañan sombras. Un cielo iluminado no supone ningún reto al espectador porque no tiene nada que descifrar. Sí, vale, vas a ver combinaciones de colores y un paisaje bonito, pero nada más. Los más básicos se quedarán ahí y presumirán de que saben mucho de arte porque se dejan maravillar por eso. Caravaggio se revuelve en su tumba cada vez que preferís dibujar un cielo de lo más básico en lugar de elegir, por ejemplo, la cabaña, los árboles, los arbustos... En fin, los restantes elementos de esta composición llamada “bosque”. Esconder unos elementos para que se centre la atención en otros es un recurso mucho más potente que la luz de mi pelo. —replicó a cada una de sus palabras de corrido, sin parar siquiera para tomar una bocanada de aire. Jack era de los que hablaban poco, pero cuando le tocaba dar su opinión acerca de un tema del que tenía una opinión forjada soltaba más información de la cuenta.

No fue consciente de que había dejado de arañar el suelo mientras contestaba a Frances hasta que volvió a sentirse desocupado. La mejor manera de dejar a un lado el mono era precisamente ocupar la mente con un tema que lo emocionase más. Desafortunadamente, esa opción en alguien como Jack se volvía inviable. ¿Con quién iba a mantener una conversación sin terminarla a base de pedradas?

¿Aprovechar el qué? Si realmente me da igual si vas o no a decir algo sobre mí. Son todo paranoias tuyas.

Apoyó su espalda contra el árbol y estiró las piernas, ignorando que se estaba manchando el uniforme por el barro. Parecía que la espera iba a ser más larga de lo que había pensado.
¿Desde cuándo las chicas de ese internado tenían tanto aguante?

Y allí se quedó hasta que Frances se marchó y pudo cumplir su cometido.
Publicado por Jack A. Hudson Dom Ene 10, 2016 5:03 pm
Jack A. Hudson
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