Whispers in the Dark
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Introspection — Cassie.

Sus ojos viajaban de un lado a otro, raudos como rayos y volvían a bajar a su cuaderno, tratando de captar con todo detalle la visión que llegaba del atardecer a través de la gran ventana que iluminaba la mayor parte de aquel salón de estudios que a aquellas horas se encontraba desierto. El silencio sepulcral, la ausencia de otras personas, de otras respiraciones, los indicadores de vitalidad, de compañía, de que no estaba solo, habrían logrado incomodarlo hasta el punto de buscar un refugio distinto de no ser porque el crujir de las ramas, movidas por el agitado viento de la tormenta primaveral que arreciaba el internado, junto con el sonido de la lluvia caer, lograba relajarle.

Sus botas, embarradas, descansaban junto a la mesa de café más cercana al sofá en el que estaba sentado, respetando la alfombra. Había querido salir fuera, sin embargo, cuando ya estaba cruzando el jardín, había terminado por decidir que podría no ser la opción más correcta. No quería arriesgarse a formar parte de las historias que hablaban de cadáveres y desapariciones, con llegar a final de curso y salir de allí, le valía. Sus pies, enfundados en pulcros calcetines blancos descansaban sobre la misma mesa, cruzados, y apoyado en su regazo, se encontraba su cuaderno de dibujo, en el que intentaba plasmar el paisaje, demasiado arrepentido por no haberlo capturado antes. Otros hacían fotografías, escribían, dibujaban, interpretaban, o incluso hacían deporte para mantener su mente ocupada, él, se refugiaba en sus dibujos y en sus gruesos volúmenes de lectura.

Había encontrado la biblioteca cerrada, y ante la imposibilidad de tomar un nuevo libro, su única opción fue deslizarse hasta allí, sigiloso, con el cuaderno y el estuche de pinturas custodiados como un preciado tesoro. A riesgo de manchar los almohadones del mueble, había dejado las acuarelas abiertas apoyadas en el asiento, y su pincel volaba de un lado a otro, convirtiendo el papel en una danza de borrones de tonos rojizos y anaranjados que se entrelazaban con el cian y el verde.

Concentrado estaba en su tarea, con la cabeza inclinada, cuando la puerta se abrió, revelando a un crío de no más de catorce años al que Zeta fulminó con la mirada, esperando que con su reputación aquello fuera suficiente para hacerlo desaparecer. No lo fue, y se sentó como si aquel no fuera ahora su territorio. —¿Qué crees que haces? Fuera —ordenó, deteniéndose de su tarea y manteniendo el semblante de un asesino. El chico no se movió, y entonces fue Gael quien lo hizo, levantándose y acercándose hasta cogerlo del pescuezo. —¿Estás sordo? —hizo uso de su supremacía física para arrastrarlo hasta la puerta por la que había entrado y empujarlo hacia el pasillo. —Niñato... —farfulló, cerrando la puerta tras echarlo, haciendo caso omiso de las quejas de aquel crío y retomando su dibujo con tranquilidad.
Publicado por Z. Gael Westbay Jue Sep 08, 2016 9:16 pm
Z. Gael Westbay
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Zeta
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La música de su contrabajo retumba por toda la habitación, llenándose el vacío con una melodía triste pero poderosa, con aires de grandeza. Un pesado decrescendo finaliza la pieza. Es entonces cuando Cassie se permite relajarse; destensa los músculos y suelta un suspiro. Seguidamente, suelta el arco sobre la cama y coloca el instrumento en su correspondiente soporte. Estira los brazos y se deja envolver nuevamente por el silencio de su habitación. Observa esta rápidamente, en busca de su siguiente actividad. Ya no le queda mucho más que hacer, y aún ni siquiera es la hora de cenar. Sintiendo el inminente peso del aburrimiento, se decide por coger un libro sobre el neurólogo Oliver Sacks. De él tiene una docena, pero al internado sólo ha traído los que todavía no ha leído.

Con el tomo ‘’Musicofilia’’, una libreta vieja y un lápiz, abandona su habitación, cerrando la puerta tras de sí. Se dirige, como primera opción, a la biblioteca del tercer piso. Sin embargo, por alguna razón, esta se encuentra cerrada. En la puerta no hay ningún cartel ni aviso que dé motivo a esto. No contentos con quitarnos las clases y las extraescolares, ahora cierran la biblioteca. Quieren matarnos del aburrimiento. Bufa con indignación y baja a la segunda planta, donde hay una sala de estudio. Allí la gente suele hablar o poner música, pero espera que en esta ocasión no sea así, puesto que no le apetece ni ir a los invernaderos ni a su dormitorio. En esta ocasión, le apetece tener a otras personas cerca en lugar de refugiarse en la soledad.

Cuando llega al pasillo correspondiente a la sala de estudios, divisa cómo un alumno unos años menor que ella se aleja notablemente molesto , desapareciendo al doblar la esquina del fondo. No le presta atención al acontecimiento, y continúa con su camino hasta llegar al salón. La puerta está cerrada, pero no con llave. La abre, dejando al descubierto una habitación plagada de mesas, sillones y demás mobiliario. Cassie observa el lugar como si fuera la primera vez que lo ve, y lo cierto es que es la primera vez que ella lo ve tan vacío. Sólo hay una persona: es un muchacho y está dibujando. Cassie no se atreve a decir nada. ¿Por qué iba a saludarle? Se le ve muy concentrado, no quiere molestarle. Se acomoda en una mesa redonda, rodeada por cuatro sillas, que está junto a uno de los ventanales, y abre su libro.
Publicado por Cassie Joyce Vie Sep 09, 2016 11:02 am
Cassie Joyce
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Volvió a sumirse en una paz absoluta cuando el estudiante menor abandonó la habitación. Abandonó porque no le quedaba otra, porque pocos tenían el valor necesario para enfrentar su mirada dura y desgarrada, dos iris que danzaban de un lado a otro entre la línea del gris y el azul dependiendo de la estación del año. Hielo durante seis meses, gélido y frío como su conciencia, como su capacidad de reconocer sus errores y disculpar, como sus capacidades sociales. Otros seis meses de mares tempestuosos, olas gigantes capaces de arrasar cualquier obstáculo a su paso y amenazantes rayos afilados, iluminados por su luz blanquecina y triste.

Levantó el cuaderno con una mano y cambió la pierna que cruzaba por debajo, en busca de la misma postura anterior que el estúpido crío le había hecho perder. De aquella forma pareció encontrar paz y volvió a sumirse en los borrones que conformarían la base para su pintura. El verde de los árboles se mezclaba con los tonos rojizos del atardecer, que a su vez se veían opacados por los grisáceos de las nubes de tormenta, que suponían el elemento predilecto de Gael en aquella composición. Las plasmaba y siempre las convertía en violentos temporales, hacía de ellas un paisaje tan aterrador como el que su hermano debió ver a través de la ventana del avión antes de que todo se torciera. De alguna forma, le reconfortaba, hacía que se sintiera mínimamente conectado a Timur, era su peculiar forma de extrañarle.

Cuando por fin lo había logrado, cuando había recuperado su tranquilidad, apenas un minuto más tarde de haberse deshecho del chico, apareció otra joven. Su mirada se elevó de forma automática en el preciso instante en el que escuchó el pomo de la puerta, sonido notable dado el silencio absoluto de la habitación, a excepción de los ruidos del exterior. No pareció reparar en su expresión asesina, pues se sentó en una de las mesas. Zeta se aclaró la garganta, buscando llamar su atención. —¿No has leído el cartel en la puerta? —preguntó, con el tono menos cortante que pudo emplear. No había dicho cartel, pero estaba claro que a ella no podría echarla de la misma forma que al anterior, con lo cual, su intención era cerrar la puerta en cuanto ella se acercara para mirar. Podía funcionar, o no hacerlo, pero Gael Westbay pensaba rápido. Aunque consiguiera dejarla fuera, era consciente de que había otra entrada al salón, pero imaginaba que la humillación sería suficiente para que no quisiera volver. Pero de nuevo, todas eran posibilidades que el chico contemplaba.
Publicado por Z. Gael Westbay Sáb Sep 10, 2016 11:14 pm
Z. Gael Westbay
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"Qué curioso resulta ver a toda una especie -miles de millones de personas- interpretando y escuchando pautas tonales que carecen de significado, ocupando y dedicando gran parte de su tiempo a lo que denominan «música»", rezan las primeras líneas del tomo que Cassie guarda con recelo entre sus manos. A su derecha, el cuaderno de notas ya se encuentra abierto también, con un lápiz gastado encima. La página que se muestra está en blanco, sólo pone el título del libro y el nombre de su autor. Por el momento, el prefacio del libro comienza a cautivar la curiosidad e interés de Cassie. Aquel escritor siempre le ha fascinado, y esa es una de las obras que aún le quedan por leer. Que Oliver Sacks haya mezclado la psicología y la música en un una sola, es a su juicio una de las mejores ideas que el neurólogo pudo tener.

Conozco a amantes de la lectura, la pintura, la escultura... Devoran libros guiados por la pasión o se pasan largos ratos observando sus obras de arte favoritas, pero, estoy segura de que ninguno de ellos es tan capaz como yo, o cualquier persona, de sentir en a penas pocos segundos, todo lo que una obra musical puede llegar a transmitir. Sólo la introducción de una pieza puede estremecerme, revolverme el estómago, hacerme sentir un escalofrío subiendo por mi columna vertebral. Sin embargo, ¿pueden las primeras líneas de un libro crear esta sensación? Tal vez algunos puedan, pero, en cuanto a mí, jamás serán capaces de superar la magia de la música. Sus pensamientos le nublan la mente mientras lee, mezclando los suyos propios con los del autor.

Cuando se dispone a anotar algo en su libreta, el muchacho que la acompaña en la estancia llama su atención. No está muy segura de si su intención es molestarla o distraerla de su tarea. En cualquier caso, ha conseguido ambas cosas. Cassie aprieta su lápiz con fuerza entre los dedos. Se siente molesta, ya se le ha olvidado lo que iba a escribir en el cuaderno. No sólo la ha desconcentrado, si no que además es una forma muy pobre de comenzar una conversación. Se gira hacia él, sin soltar el lápiz y esbozando una falsa sonrisa –Claro que lo he leído –su tono de voz suena tranquilo, a pesar de que en el fondo esté maldiciendo al muchacho. Algunas personas parecen no entender que, cuando alguien está leyendo, es mejor no molestarle a menos que sea algo de suma importancia –Pone "salón de estudios", así que, shhh... -agrega, a la par que se lleva un dedo a los labios, mandándole a callar. Le vuelve a dedicar una sonrisa forzada, y regresa a su tarea. Su mente se vuelve a intentar concentrar, amueblando todas sus ideas, intentando recuperar sus palabras exactas. Las líneas que consigue leer a continuación, le recuerdan algo que pensó antes de la interrupción, por lo que pasa rápidamente a intentar escribir nuevamente en su libreta.
Publicado por Cassie Joyce Mar Sep 13, 2016 12:45 pm
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Emily Bador
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