Whispers in the Dark
¿Quieres reaccionar a este mensaje? Regístrate en el foro con unos pocos clics o inicia sesión para continuar.
Últimos temas
» ▲ Inscripciones a la TGF
Bajo cero  EmptyDom Nov 06, 2016 9:33 pm por J. Nate Seeber

» More than Blood —PRIV. Elliot Rhodes
Bajo cero  EmptyDom Nov 06, 2016 4:23 am por Elliot Rhodes

» Noche sin estrellas.
Bajo cero  EmptySáb Nov 05, 2016 8:51 pm por Brian Downer

» Friendly fires — Isak
Bajo cero  EmptyLun Oct 24, 2016 12:05 am por Isak T. Bruhn

» ▲ Petición de rol
Bajo cero  EmptySáb Oct 22, 2016 11:27 am por Brian Downer

» Darling, SO IT GOES (BRIAN)
Bajo cero  EmptySáb Oct 22, 2016 10:56 am por Brian Downer

» Pared Pintarrajeada [MT#3]
Bajo cero  EmptyJue Oct 20, 2016 12:08 pm por M. Yvette Gunnhild

» 2 – 9 – 8 – 3 – 2 [MT#3]
Bajo cero  EmptyMiér Oct 19, 2016 9:46 am por M. Yvette Gunnhild

» Something happened [Xavier R.]
Bajo cero  EmptyMar Oct 18, 2016 9:15 am por Benjamin Lewis

» Power [Benjamin & Mathias]
Bajo cero  EmptyLun Oct 17, 2016 6:43 pm por Benjamin Lewis

» ▲ Desbloqueo de tramas
Bajo cero  EmptyLun Oct 17, 2016 10:03 am por M. Yvette Gunnhild

» Wildfire
Bajo cero  EmptyDom Oct 16, 2016 11:09 pm por Xavier D. Rhodes

Afiliados del Foro
Afiliados Hermanos - 6/6
Directorio - 6/6
Afiliados Elite - 33/33 - Última Limpieza: 24 de septiembre - Cerrado
Bajo cero  SH3v5Xc

Bajo cero

Página 1 de 2. 1, 2  Siguiente

Lunes 18 de Enero.
7:30 AM.


Odio el desayuno, quiero decir, no logro comprender a la gente que despierta con el estómago vacío. Aquello siempre significó un misterio para mí, siendo que la mañana es sagrada y pensar en pegar bocado hacia algún alimento sobre las primeras horas del día me parece impensado. Entendería si se tratara de un mendigo, o de un miserable desahuciado en plena desnutrición. Pero tratándose de sucios niños mimados y burgueses sencillamente no se entiende que lo primero que hagan al abrir los ojos sea descender presurosos al comedor temiendo perder las mejores porciones. ¡Qué patético! ¡Qué falta de decencia!

Yo nunca desayuno. A veces, por supuesto, acudo al comedor para entretenerme con el espectáculo visual de aquellos cerdos glotones uniformados. Pero aquella mañana no resultó así. Me desperté de buen humor, y siguiendo un hilo de inspiración pensé que sería buena idea dar un pequeño paseo matutino. Ni bien me despabilé, a eso de las cinco de la mañana, me aseguré de asearme como corresponde. Entonces salí por fin, una hora después, al exterior.

Recorrí los jardines, y varias zonas de los alrededores que despertaron mi atención por encontrarlas, bajo el resplandor gris de la mañana, particularmente hermosas. Se podría decir que el regocijo que despertaba en mí la naturaleza, el bellísimo ecosistema que me rodeaba, fue mi auténtico desayuno. Ya debían haber transcurrido sesenta minutos cuando sin saber cómo ni por qué desemboqué en el lago. La distancia entre mi ubicación y el internado, en algún punto, había aumentado considerablemente. Ya no estaba en los jardines ni sus alrededores, sino que me encontraba tan lejos que nadie allí me vería.  Suspiré complacido, a la vez que me convencía de que podría saltearme sin problemas un par de clases. Pasaría pues, parte de la mañana allí mismo, apreciando desde las orillas la inmensidad del lago. Pensé que una vez allí me encontraría en absoluta soledad, en un estado de aislamiento auténtico lejos de los necios habituales que constantemente solían rodearme. Me sonrojé ante semejante convencimiento; sí, nadie me fastidiaría allí.

El viento estremecía con brusquedad mi cuerpo, haciéndome sentir el frío en cada uno de mis huesos. Parecía una locura iniciar semejante expedición contando con temperaturas tan bajas. Aún así continué, y al cabo de unos pocos minutos me encontraba ya en la playa blanca de nieve. Volví la cabeza para apreciar el camino recorrido; fácilmente podía seguir con la mirada mis propias pisadas, por lo menos hasta donde alcanzaba con la vista.  Me estremecí de sólo pensar que alguien podía seguirme, aunque acabé descartando aquella posibilidad por considerarla disparatada. Sí. ¿Quién estaría tan loco como yo como para hacer lo que le viniera en gana? Claro estaba que los demás, subyugados por la monotonía de sus propias reglas, ni se asomarían a esa hora y con un clima tan poco favorable al lago.

Fue entonces que me percaté de la existencia de otras pisadas, más pequeñas y finas justo a un costado de las mías. Al principio me amargué de sólo considerar que podía no estar solo. Motivado por la curiosidad seguí el rastro difuso que parecía estar a punto de esfumarse. Mi hallazgo resultó extraordinario; se trataba de una muchacha, que me daba la espalda apreciando las aguas congeladas que desfilaban ante nosotros.

Ahora bien, acudían a mi mente dos opciones: o marcharme de allí para buscar algún otro sitio donde pudiera estar muy tranquilo y muy apacible conmigo mismo, o aproximarme hacia aquella figura femenina cuya identidad resultaba un absoluto enigma para mí. Como me considero alguien curioso, y como los misterios en forma de féminas me son particularmente adorables, me aproximé hasta ella procurando ser silencioso.

Me dejé caer a su lado mientras una sonrisa de satisfacción se dibujaba sobre mi rostro. Me invadía el convencimiento de que iba a pasar un buen rato. La observé de reojo en un principio, sin romper el silencio, como si se trataran de dos viejos amigos que admiraban el horizonte tras haber agotado todo lo que tenían para decirse. – A mí me parece que deberías estar desayunando. Sí, el director se dio cuenta de tu ausencia y me envió a buscarte. – Opté por improvisar, refiriéndome a lo primero que atravesó mi cabeza.- Por cierto… ¿no tendrás contigo algún cigarrillo, verdad? Se me antoja uno ahora mismo.

Sabía de antemano la imposibilidad de que llevara consigo algún cigarro; mi propósito no era otro que el de despertar en ella una pizca de irritación, confiando que la contradicción entre mis únicas dos oraciones hasta el momento acabarían por fastidiarla.
Publicado por Invitado Jue Ene 21, 2016 3:44 pm
Anonymous
Invitado

BAJO CERO

       El resplandor del astro rey aún no se había colado por tu ventana en la madrugada del lunes, porque, movilizada por una energía inquieta, te empecinaste en levantarte antes de que la gigante estrella lo hiciese por ti.

     Con prudente astucia, —como buena italiana— aciertas en vivir de buena manera; sin vicios impertinentes ni contaminarte la lengua de obscenidades por preferir impartir, el uso de un idioma que logre aflorar en el receptor, una amalgama de sospecha y goce. Humillar sutilmente por la magnifica cortesía que tienes, en especial, si te atreves a encajar una sabiduría y un encanto fresco en la exhibición de tu psiquis con cualquiera, que desee desarrollar una conversación.

    Usas el vestuario reglamentario, a esto le añades una prenda de abrigo más unos guantes —con un toque chic—, admiraste entonces, el silencio equívoco de los pasillos, la monotonía redundante, y muy pocos estudiantes alrededor. Preparados para dirigirse camino al gran comedor, tenían la idea de hacerse el mejor lugar antes de que otro lo robe. El nexo común de la mañana.

    Nunca se te antojó realmente compartir sala, las risas se vuelven desquiciantes y las conversaciones a ésas horas resultaban ridículas de apreciar. Tan poco estético que el cuadro de Da Vinci, “La Última Cena”, hacía deseable la idea de comer junto a Jesús y los apóstoles, aún cuando no compartieras sus ideales. El apetito se te cierra de imaginar volver a ése lugar, así que con decisión y por primera vez: Ibas a saltearte el desayuno, la comida más importante del día. Sacrificando una rectitud impecable y prolija pero necesitas huir, escapar de la frigidez de las reglas para saborear la exquisita libertad.

    Temblaste ligeramente, abrazándote a ti misma y afirmándote en tus propios pasos. Se hunden en la nieve, mientras te maravilla la imagen de los árboles bañados de copos, y la brisa invernal mece sus ramas de un lado a otro, en un baile estremecedor. Son vigilantes, saben muchos secretos y lo recitan al viento. Nos hablan y jamás les entendemos. ¿De cuánto han sido testigos? El gélido aire se vuelve más insoportable, más atroz en la medida que te sorprende un lago cristalizado, reflejándose un cielo poco nítido y lechoso. Miras a ambos lados, abriendo tus ojos penetrantes y logrando una pequeña sonrisa infantil, casi caprichosa.

    Las divagaciones terminan apenas comenzar a pensarlas, irrumpida por una voz que se te antojo descortés, teñida de una malicia que logró acariciarte los oídos. Le miras, descubriendo un atractivo desconcertante, y tiene en la mirada un destello burlesco el cual estudiaste detenidamente. Acaricias tus mejillas por un instante, consolándolas del frío y regía, sonreíste acorde a su enorme esfuerzo de obtener tu atención. ¿Lo logró?

    “Vuestro nivel de sociabilidad es bueno, pero necesita una estrategia mejor si desea mantenerme interesada.”

Oh, ¿de verdad? —le sigues el juego, demostrando soberanía sobre tus expresiones apacibles, de hecho, aunque realmente te estuvieran buscando lo verías imposible. Eres una señorita con un expediente sin manchas, limpio e impoluto—. Imagino que sí ha enviado a alguien estará demasiado ocupada, demasiado para advertir incluso que no estoy. Gracias por tomarse las molestias“las molestias de mentirme sin necesidad”.

    —¿Un cigarro? —lo inspeccionas, lo devoras, y asumes una pose altiva sin siquiera pestañear. Comienzas a reír, una risa leve y baja—: ¿Sabe qué está quedando como un desesperado delante de una dama, no? —Era una burla insignificante, porque sabes que en las reglas menciona sobre la prohibición de los estupefacientes. Reglas que conocen todos. ¿A qué quiere llegar con todo esto? “Por favor, está a tiempo de no caer a la fosa de los rechazados.”
   
    —Soy Giannina Visconti, un placer —levantas la mano, quitas el guante que envuelve la extremidad y poco a poco la acercas a él, pretendiendo en realidad que bese el dorso para que no sea el típico estrechamiento. Prefieres las muestras anticuadas, la de nobles y señores de gran poderío. Muchos entienden la señal; otros, más atolondrados e insolentes sólo buscan la unión de palmas.
Publicado por Giannina I. Visconti Jue Ene 21, 2016 11:54 pm
Giannina I. Visconti
séptimo curso
Nina
Bajo cero  BFDkOBH
74
143
Emily Didonato
Querido, soy un animal anfibio; todo lo amo, todo me divierte, quiero unir todos los génereos.
séptimo curso
https://whispersinthedark.forosactivos.net/t525-visconti-isabel-g
¿Quién iba a decirlo? Cuanta verdad hay en eso de que uno nunca encuentra lo que busca pero que, en cambio, bajo ciertas circunstancias se topa con hallazgos más extraordinarios, de esos que escapan a la imaginación y que acaban siendo un deleite para la vista. Algo así significaba para mí la presencia de aquella enigmática mujer, de intensos ojos verdes, y a la que no se la podía catalogar de ninguna otra manera. Incluso sentí que era la profundidad de su mirada la que me quemaba, y no los diminutos copos de nieve cayendo sobre mis brazos desnudos.

Me medía a través de gestos, inequívocas miradas que extendían un minucioso examen sobre mi persona, inspeccionaba hasta la última de mis palabras con una elegancia que jamás había visto hasta aquél instante en el internado. Maravillado ante semejante prodigio, me dediqué a apreciar sus finísimas facciones en silencio. Y no fue hasta que me ofreció su mano que reaccioné. A raíz de su gesto expectante, y de la posición en la que mantenía su extremidad, comprendí que esperaba algo de mí. Me incliné sobre su mano pálida quizá de frío y, sin despegar mis ojos de su cara, se la besé con cierta frialdad. Hábito mío, heredado de mi despreciable padre, que suponía que no desagradaría a alguien de su porte.

–Está bien, está bien. Nadie me ha enviado a buscarte. – Sonreí apenas cuando me percaté que reía. Tenía el presentimiento de que me encontraba frente a alguien digna de mi atención, no por su indudable belleza física que era lo primero que saltaba a la vista, sino por sus particulares gestos y palabras que despertaron en mí un repentino interés. –A decir verdad ni siquiera sabía que había alguien aquí. ¿Qué hace una dama como usted, tan solitaria, en un lugar como este?

Descartaba que estuviera llorando o ahogando las penas en soledad de algún viejo amorío. Aunque a decir verdad, el móvil de su presencia no me interesaba en lo más mínimo, y si preguntaba se debía sólo a las estúpidas reglas de cortesía que estoy acostumbrado a imponer por sobre mi carácter. No quiere decir que las disfrute. Al contrario, las encuentro repugnantes, dignas sólo de hombres hipócritas incapaces de aceptar su auténtica naturaleza. Pero para continuar en Dunkelheit debía procurar ser educado, quiero decir de excelentes modales. Además, si con ello despertaba el encanto de una o dos señoritas ningún problema.

–No veo conflicto alguno en evidenciar mi desesperación. Después de todo, a ustedes les agrada ser objeto de deseo. Lo que yo me pregunto es cómo fue que no la había visto antes, siendo que una auténtica dama debería resaltar entre tanto sucio plebeyo.- Acto seguido dejé entrever una sonrisa, de la cual salieron a relucir mis dientes blancos. En efecto, me preguntaba una y otra vez cómo fue que no la había visto antes. Bien cabía la posibilidad de que se tratara de una nueva alumna aunque, al pensarlo bien, se la veía demasiado habituada; quienes recién llegaban de intercambio no se iban corriendo al lago congelado.

Tras dejar su mano en libertad me levanté con suma lentitud. Giannina Visconti. Hasta su nombre desprendía un encanto singular. Volví a sonreírme ante esta idea, siempre procurando no mostrarme más eufórico de la cuenta. No voy a mentir; mi corazón latía con normalidad, pero mi cabeza no dejaba de maquinar. En cuarenta segundos acudieron sobre mi mente las ideas más lascivas y disparatadas, y todas ellas relacionadas con la llamada Giannina Visconti cuyos iris verdes continuaban fijos en mí, como llamándome, incitándome a comportarme tan mal como deseaba. Si me contuve fue sólo por el convencimiento de que ya tendría tiempo para todo ello.

-El placer es todo mío, Giannina Visconti. Mi nombre es Arthur Jakobsson; de ahora en más a su entera disposición.-  Encontrándome ya de pie, le ofrecí mi mano. -¿Qué le parece si damos un pequeño paseo? Estoy seguro de que resultará muy gratificante conversar un rato con usted.

Sí, lo sé. Yo mismo me avergüenzo de mi comportamiento, tan censurable, tan poco correcto ante tanta elocuencia. ¡Cómo detesto a los sucios bastardos de traje! ¡Sucios mojigatos de la alta sociedad que creen ser capaces de cambiar el mundo a través de sus billeteras! Sin embargo, sabía que bajo el rol de caballero podría divertirme un buen rato. Por supuesto: sé a la perfección que mis modales eran infundados. Tan falsos como la amabilidad que con tanta dificultad le exhibía…

No obstante, ante situaciones como aquella, cualquier medio resulta válido con tal de atisbar el fin que se persigue.
Publicado por Invitado Sáb Ene 23, 2016 5:26 pm
Anonymous
Invitado

BAJO CERO

       No la mires, sus dulces palabras podrán destruirte. Una diosa que convertirá en cenizas tus ilusiones y fantasías.

Sonríes tímidamente con esmero, una perfecta sonrisa curvada que acentúa unos hoyuelos invisibles, cómo si desearás realmente hacer palpitar el corazón del “príncipe” encantador que se desvela por sí solo. Desmintiendo su propia mentira en una voz pragmática y elocuente. Te gusta escuchar voces con acento extranjero, y el británico te encanta. Añora en tu corazón una sensación de realeza perdida, sofisticada y brillante.

    El clasicismo encerrado en una copa de veneno. Vuelves a fijar tus ojos sobre su estructurado cuerpo, envolviendo la mano nuevamente al guante; un roce de seda, que te hizo cosquillas por el calor atrapado en éste.
   —Ya no estoy sola —unos cabellos danzaron al viento, los volviste a su lugar cuando los acomodas persuasiva—: ahora está conmigo —proseguiste a decir. En tus ojos el centelleo místico de una criatura sensual, reclamando cualquier tipo de atención en ritos esotéricos, todo para que el hechizo les haga adorar a la imagen de una divinidad demoníaca y seductora. No te preocupaba en absoluto intercambiar un par de opiniones con quién sea, siempre y cuando, no reflejase estupidez e ignorancia desgraciada.

   —Para mí si hay conflicto alguno —arqueas la ceja. Sutil y perfectamente calculadora, diste un paso hacia atrás, como si se dispusieras a marchar en cualquier momento si él metía la pata—: La desesperación es una emoción negativa para vuestra apariencia cortes. Entonces me daría a entender que en realidad, es un caballero de deseos primitivos y bajos. Qué sólo prefiere la brusquedad, a la elegancia —“y entonces me decepcionaría enormemente”—. Y con gusto contestaré a su incertidumbre: No me ha visto porque las verdaderas joyas están escondidas, recónditas al ojo desconocedor de lo valioso. Hay que buscar profundamente en la mina aunque el sendero sea oscuro y estrecho —te tapas la boca al reírte traviesa, dejando en evidencia el valor que te das a ti misma. Si no lo haces tú, ¿quién lo hará entonces?

   Las mejillas se tiñen levemente. Él te mira de un modo erótico e inexplicable, una sensualidad vasta, inquieta. Conoces ésa mirada, te la dan todos ésos muchachitos que buscan un trozo de ti pero jamás les das nada a cambio. No has jugado sucio en ése juego, no les das ilusión alguna. ¿Y él estará tan confiado para creer que serás una conquista fácil?

   —Arthur —repites su nombre. Te regocijas bellamente al pronunciarlo—: Un nombre de rey. Destinado a la grandeza. ¿Os sentís como un rey? —preguntas confiada. Es una pregunta trampa—. Me encantaría acompañarlo, Arthur, seguramente otras han tenido el mismo privilegio que yo —nuevamente, un comentario tramposo. Te aferras a su brazo como toda una dama desamparada y observas el camino con curiosidad—. Le sigo, guíeme —expresas en un susurro, uno en el que el aliento cálido rozará el cuello ajeno, en tanto, destilas una disciplina arcaica, digna de emperatrices al dejarte llevar por un lord inglés… O al menos, intuyes que pretendía serlo sólo por ti. Algo que te arranca una pequeña sonrisa de satisfacción.

   “Los hombres son tan predecibles.”  

   —Aprecio un poco de su compañía, sir, a menudo prefiero investigar por mí misma, ¿sabe? Cómo si en el arte no se necesitase a alguien más para explicar lo que no quieres decir en voz alta. ¿Entiende a qué me refiero, verdad? Cómo en una lectura: Eres tú y el libro —las perlas de tus dientes se asoman en otra preciosa sonrisa, era natural, o así te gustaba creerlo. Empero, en realidad eres una perfecta muñeca de porcelana la cual, a las personas admiran y desean ponerle vida. Una muñeca fría, maquiavélica.

Publicado por Giannina I. Visconti Vie Ene 29, 2016 12:53 am
Giannina I. Visconti
séptimo curso
Nina
Bajo cero  BFDkOBH
74
143
Emily Didonato
Querido, soy un animal anfibio; todo lo amo, todo me divierte, quiero unir todos los génereos.
séptimo curso
https://whispersinthedark.forosactivos.net/t525-visconti-isabel-g
–Muy cierto es que ahora estoy con usted. Gracias al cielo.

Remotos, alejados del incesante barullo en medio del suelo blanco y gélido, y de los minúsculos copitos de nieve que iban cayendo sobre nosotros como un deleite para la vista, insignificante regocijo que nada tenía que hacer cuando se lo comparaba con mi ardiente interlocutora. Percibía algo sensual en sus gestos más insignificantes: la manera sutil en que el guante volvía a rodear su manita, la inocente sonrisa, la esporádica y natural risa para nada forzosa. Todo en ella constituía para mí un gozo sin precedentes. Venía a ser, para que puedan darse una idea, lo que la quinta sinfonía de Beethoven a mis oídos. Cálido estremecimiento, fuego intenso para mi corazón en medio del implacable frío invernal.

Y se estaba tan bien así, observándole observarme. No se confundan: Yo no me enamoro, ni me ando con semejantes nimiedades.

–¡Por favor! Semejante acusación sólo es digna de mi indignación. Le aseguro que yo soy precisamente lo que usted ve. Ni más, ni menos. Rindo culto y respeto a la elegancia, a la buena educación: Doctrinas tan tristemente olvidadas en los últimos tiempos. – Sostenía mi discurso con absoluta sobriedad, gesto serio como el injustamente condenado a muerte que expone su defensa última ante un tribunal. –Déjeme decirle entonces, sin que me tilde de desesperado,  que no podría estar más feliz de haberme topado con semejante joya.

Mientras tanto, por dentro, reía y volvía a reír a carcajadas. ¡Me divertía tanto aquél retorcido juego que yo mismo imponía y que ella disfrutaba tanto! Modales. ¡Brusquedad! ¡Elegancia!  ¿De qué sirve la educación sino es para llevarse una señorita a la cama? La triste realidad es que los auténticos caballeros no existen. Todos ellos no son más que hipócritas que reniegan a su verdadera naturaleza, esconden sus verdaderos deseos, los impulsos primerizos que son los únicos que de verdad valen porque son los pocos que escapan a los estériles protocolos sociales, tan entorpecedores, tan vanos todos ellos que me hacen enfermar. Si supieras, Giannina Visconti, que la elegancia es la farsa más grande de todos los tiempos. Me atreví a pensar aquello mientras estudiaba su semblante, que se mantenía misterioso y me hacía suponer que en realidad, bien en el fondo, ella ya lo sabía todo y que, de igual manera, decidía continuar el peligroso juego de seducción que parecía estar tejiendo a su alrededor.

El elogio a un nombre tantas veces elogiado por la típica asociación con el místico rey despertó en mí cierto acceso de risa que pude contener. Sí. Tal como quienes detesto, precisaba yo para hacerme con el triunfo rehuirle a mis impulsos básicos, los llamados primitivos, esos mismos denigrados por la aristocracia. – Podría sentirme como un rey con usted a mi lado, señorita. No se confunda ni me considere un mujeriego más del montón, que yo no le doy semejante privilegio a cualquiera. Es usted, Giannina Visconti, la primera en pasear a mi lado – Dato curioso es que verdad no le faltaban a mis palabras. Por supuesto que, desde mi llegada a Dunkenhelit, en más de una oportunidad fui objeto de deseo de múltiples señoritas las cuales desplacé con desdén. La mayoría de los estudiantes resultan sólo dignos de mi aversión, incluida gran parte del género femenino; no hay novedad en ello.

Prendida ya de mi brazo me permití volver a sonreír, lo justo y necesario a medida que mis pies arrancaban con extrema lentitud y delicadeza pues no pretendía resbalar a fuerza de un descuido entre la nieve, llevándomela conmigo al suelo y evidenciando de paso una torpeza inexistente en mi persona. Aunque claro, luego se me ocurrió que tropezar intencionalmente podía llegar a resultar una buena táctica en caso de urgencia, siempre y cuando supiera ella de la existencia de mis segundas intenciones. Descarté de momento una alternativa tan desesperada, limitándome a dar por comenzado el paseo estipulado.

Las palabras se escapaban de sus carnosos labios femeninos como suaves, tentadoras caricias para mis oídos. Por más que nada provocador dijera con ellas, había algo constante que ejercía en mí un hechizo  subyugante, cierta voluptuosidad implícita que me tentaba y me volvía a tentar porque, oh hermanos míos, no puedo evitar el ser un semental. Y mientras la escuchaba reparaba en mi afán de introducir mi lengua en las profundidades de su garganta, aún cuando aquello le pareciera poco elegante y desprovisto de poesía.

Avanzábamos por la orilla en línea recta, sin una ruta trazada más que la de alejarse de todos los demás lo antes posible. No vigilaba el paisaje de por sí encantador, toda mi atención ella la acaparaba sin el mayor esfuerzo. – Entiendo, entiendo a la perfección. Naturalmente cada tanto es menester cierta introspección, alejarse de todos los demás. Ya sabe: absoluto aislamiento por más que sea sólo momentáneo. Muchas veces es un libro, o una buena sinfonía, compañía más fiel e incondicional que la que pueden ofrecernos ciertos individuos. –Expresado mi punto de vista, deslicé un notable vistazo hacia nuestro entorno, rebosante este de desprecio, como si algún intruso desmerecido estuviese escuchando la providencial conversación entre dos singulares divinidades. Una vez verificada la veracidad de nuestra soledad, proseguí.– Percibo en usted, si me permite el atrevimiento, cierto acento encantador. ¿De dónde proviene exactamente?– Nuevo vistazo hacia un costado, captando en mi mente su expresión que, si bien distaba en gran medida de ser angélical, me resultaba encantadora. El lago congelado a sus espaldas funcionaba como un plus ante tanta belleza.

–Ah, con su permiso,  el viento es hoy día una fiera.–Situado ya frente a ella, aventuré una de mis manos hacia su cabello, más específicamente hacia un mechón indómito que se precipitaba sobre uno de sus ojos. Fue con suma delicadeza que lo devolví a su lugar, expulsando asimismo  mis ya expresadas tentaciones que jamás cesaron de atormentarme. ¡Tan difícil me resultaba comportarme! Siempre me consolaba recordar que no sería para siempre. Tarde o temprano correría yo con la oportunidad de dar rienda suelta al verdadero Arthur Jakobsson, ese que de caballero tenía sólo-quizás- el maldito apellido.

Antes de reanudar la expedición permanecí plantado allí delante, como quien aprecia en pleno museo un magnífico cuadro durante horas con la esencial diferencia de que fue sólo unos segundos que, ante tanta intensidad,  se me antojaron como miles de años.

–Conozco cierto sitio donde se está muy a gusto, si a usted le parece y no tiene demasiado frío.

Turbaba mi espíritu la falsa amabilidad que predicaba por el bienestar ajeno, por más que se tratara de una encantadora señorita. Y es que mi actitud no resultaba diferente a la de los tipos que con tanta euforia solía golpear.
Publicado por Invitado Dom Ene 31, 2016 1:10 am
Anonymous
Invitado

BAJO CERO

       “Le aseguro que yo soy precisamente lo que usted ve”, las palabras no tuvieron cabida para ti, te sientes inconforme. Si una vez te mintió descaradamente, es capaz de hacerlo en cualquier oportunidad, ¿no es cierto? Y cómo resultado, espías de vez en cuando detrás de ésa mirada apasionada, ésos ojos que intentan decodificarte con un recelo gozoso. Mientras que tú, mujercita de castaños cabellos e intensos ojos azules, inquietos y profundos, no te ibas a quedar con el comentario reprimido, sino que lo dirías con un fino y sutil comentario venenoso.

     —No puedo estar segura de ello —dices al fin, tapándote instintivamente ante el viento que se sublevaba descontroladamente. “Soy una maniática de los buenos modales, jovencito, estaré gustosa de descontrolar lo que tanto presumes”—, apenas le conozco, mejor corroborar poco a poco —añades al tema con cierta picardía, una sugerencia que en realidad lo estarás estudiando con un pensamiento depredador, una emoción vehemente y terriblemente curiosa, ávida en la simple idea de que en verdad algo pasaría si él llegase a terminar en un Jaque Mate.

    ¿Pero qué sucedería?

    No estás segura. Sí sabes perfectamente que igual a las mantis religiosas y las viudas negras, acaban por devorar al amante sin escrúpulos luego de la copulación. Luego, declararte en una enemiga silenciosa sin sospechas e intenciones. A menos qué éste en el fondo no lo desease, eso conllevaría a un problema mayor. Más, conviene convertirse en buenos aliados.

    —Entonces tenemos una ideología en común —elevas delicada la cabeza a su dirección—. Podría sentirme una reina… según quién. Tampoco les ofrezco ciertos beneficios a ciertas personas. Aunque las invitaciones a reuniones, no siempre me sean gratas pero, he disfrutado horas del té entre amistades. Temblar de emoción en calurosas conversaciones, es un sabor que palpita en el paladar —pestañeas, casi riéndote por lo siguiente que ibas a decir con total confianza—. Ser mujeriego no es una mala imagen. Todo lo contrario. Significa que poseen un carisma irracional, un halo de luz que los convierte en líderes. Y ciertamente, los reyes tenían muchas concubinas; en oriente, ¿qué le digo? Tener un harem numeroso indica que posee bastante estatus económico, y sus mujeres están seguras en sus manos. Lamentablemente, occidente es quién se ocupa de crear prejuicios innecesarios respecto a ciertas cosas, quiero decir, el hombre no puede ser monógamo sino polígamo.  

   No te importa si él está o no de acuerdo, simplemente, das a entender que tienes una mentalidad bastante abierta en cuanto a temas de conversación. Sin imponer necesariamente que estás en lo correcto, demuestras que posiblemente eres tolerante. Virtud que te ayudaría magníficamente en futuros negocios, por un sueño codicioso de convertirte en toda una mujer de éxito. Te mueves alerta, levantando tus piecitos de los elementos del entorno, cómo aquella rama perdida o el tumulto de nieve que se atraviesa sus caminos, más que nada, parecían dos ardientes seres quemando todo a su paso en éste mundo sucio y cuasi enloquecido.

    —No es atrevimiento. Mi acento proviene de Italia, cuna de artistas y escritores.

    Cuando éste se acerca, fue inevitable oler su irresistible fragancia, una mezcla enigmática a egoísmo y sofisticación depravada, mero humo en dónde él podría estar ocultando algo desconocido a la percepción del ojo, algunos desconocedores de perfiles monstruosos podrían fiarse sin vacilación pero tú, nunca te fías de nadie. En el aire también se percibe cierto misticismo hipócrita el cual, ambos adoptan sin necesidad de enfrentarse en una estrategia de guerra psíquica. Simplemente siguen una corriente de placer mundano. Te dejas hacer, tiesa en el lugar sin ofrecer rechazo a su mano insolente, una que pretende buscar más que un simple tacto superficial. No mencionas nada al respecto, y en silencio, le sonríes escalofriantemente amistosa.

     —¿De verdad? —echas una mirada rápida a tu alrededor. Te muerdes el labio, cómo si aprobarás seguirlo hasta “los confines del mundo”. Seguir al dragón es una oferta que puede traer la desgracia—. Está bien, mientras su caballerosidad me abrigue, podré soportarlo.  

     Te relajas, y antes de aferrarte a su brazo nuevamente y seguir por el incógnito sendero: Le arreglas sin avisar ése abrigo descuidado sin presura—: Disculpe mi intromisión, se veía algo desaliñado —bajas la mirada, una señal sumisa, excitante para cualquier hombre que gustará de una timidez ingenua, que en ti no existe. Suspiras y un hálito de aire frío se reconoce, te relames descuidada, saboreándote tus pequeñas frambuesas hasta volver a vuestros caminos.
    —Cuéntame algo de ti, Arthur. ¿Qué anhela hacer luego de graduarse? O al menos, lo que espera hacer —murmuras—. Estoy segura que podrá realizar lo que se proponga. Es inteligente, astuto… —los cumplidos los tiras al aire, y en efecto, gratuitamente.

    “A todos vosotros les gusta que le inflen el ego de vez en cuando, ¿y quién soy yo para arrebatarles la sensación de gloria?”

    —Yo he pensado en ser diseñadora de ropa. Me entusiasma dibujar bocetos y crear nuevas tendencias con el propósito de influenciar en la cultura mundial. Y si alcanzará mis metas, de ser posible, abrir una casa prestigiosa de moda. Es un sueño estar entre grandes cómo Valentino y Donatella Versace.
Publicado por Giannina I. Visconti Lun Feb 01, 2016 3:55 pm
Giannina I. Visconti
séptimo curso
Nina
Bajo cero  BFDkOBH
74
143
Emily Didonato
Querido, soy un animal anfibio; todo lo amo, todo me divierte, quiero unir todos los génereos.
séptimo curso
https://whispersinthedark.forosactivos.net/t525-visconti-isabel-g
Mientras más la escuchaba hablar, más me convencía de que los roles habían sido invertidos desde el inicio en consecuencia de un retorcido juego del que ambos desempeñábamos los papeles únicos y principales con absoluto regocijo. Ella defendía la poligamia a la par que yo me mostraba como un hipócrita puritano, esos que tanto detesto y que tachan de mujeriego al hombre libre. Me pareció advertir en aquellas palabras una suerte de trampa, un prudente movimiento que me tentaba a evidenciar mi auténtica faceta. Logré contenerme sin dificultades. No iba a entrar en polémica por una cuestión que en realidad no me interesaba en lo más mínimo. Y a ella tampoco. Se veía con claridad, en sus esfuerzos por hacer gala de su mentalidad abierta, que tampoco creía las palabras que con tanto fervor parecía sostener. En cualquier caso, su enternecedor esfuerzo me conmovió todavía más: Quizás había en Giannina Visconti algo más que una cara bonita. Imaginé que debajo de toda esa fachada de señorita italiana existía, tal vez, un plus digno de mi admiración. Algún secreto oculto bajo llave en el cofre de su corazón, un complejo enigma terrorífico de resultar verdadero.  La idea de que los dos nos parecíamos más de la cuenta comenzaba a asomar por mi cerebro. Entretanto caminábamos. Y la escuchaba yo con excelente ánimo.

–Ningún problema: puede y debe arreglarme cuantas veces juzgue necesario.

Italia. La idea de aquella seductora muchacha como una sublime obra de arte iba adquiriendo una nitidez más certera. Con cada minuto que transcurría mi espíritu iba impregnándose de necesidad, y ya no tanto de deseo. Precisaba  salir victorioso del juego implícito que se había establecido desde nuestro encuentro, uno que ambos conocíamos y que cuya gracia consistía en no mencionarlo, jugando nuestras cartas en silencio, provocándonos mutuamente hasta la sumisión del contrincante. Sus palabras, sus más minúsculos gestos me parecían arbitrarios, premeditados con el único fin de liberar a la bestia que debía presentir en mí. Sí. Algo me decía que sabía muy bien quién se escondía detrás del sofisticado rol de caballero.

Escuché con gesto divertido sus elogios. ¡Qué muchachita tan elocuente!, pensé más que divertido. Celebré en silencio la contradicción en la que cayó evidentemente sin darse cuenta. ¿Es que no había señalado que apenas me conocía? ¿Entonces cómo podía suponer que se trataba de un hombre inteligente, astuto? Bueno, sé que es algo que salta a la vista cuando se trata conmigo. Pero aquello me pareció más bien una formalidad, un disparate incoherente con el exclusivo objeto de hacerme bajar la guardia. No era para menos: cualquier otro imbécil hubiese festejado los cumplidos, celebrado e incluso los hubiese considerado verdaderos. A mí, en cambio, se me antojaron como meras palabras vacías provenientes, eso sí, de cierta adorable muchacha en busca de mi simpatía. Quería hacerme creer que la tenía en mis manos y, diablos, lo cierto es que comenzaba a considerarlo. Nada me disponía a evaluar  lo contrario.

–¡Oh! Ya que lo menciona, mi porvenir es algo que está planeado desde hace mucho tiempo. Verá, finalizados mis estudios regresaré a Inglaterra. Continuaré allí con el negocio familiar. Mi Padre, que en paz descanse ese pobre ángel, administraba una cadena de  prestigiosas fábricas que heredé a raíz de su muerte.

Adopté aire contrariado como quien recuerda a la frágil mascota de la infancia arrollada por un camión. Aunque yo jamás tuve una mascota. Ah, tales eran mis ganas de explotar en carcajadas en aquél momento que mi inconsciente casi me traiciona. Logré retener, sin embargo, la mueca de burla justo antes de que se apoderara de mi rostro. Sin dudas iba a tragarse el engaño ¡Já! A miles de leguas se encontraba ella de averiguar la verdad. No obstante, seguro que no iba a compadecerse de mí. No parecía esa clase de chica, y tampoco pretendía que lo fuera. Mi única pretensión era que considerara cierta mi declaración.

–¡Diseñadora de ropa! El mundo de la moda es tan necesario. Pocos entienden la necesidad de que el mundo cuente con buenos diseñadores. Yo imagino con tristeza qué sería de nosotros sin los artistas de buen gusto que se encargan de confeccionar prendas dignas de descansar sobre nuestro guardarropa.  Está claro que no podemos vestir cualquier cosa: me gustaría mucho conocer esos bocetos de los que habla en alguna ocasión.

Los nombres de los referentes que llegaron a mis oídos eran tan ajenos para mí como la mismísima Italia. Por esa razón hice caso omiso de ellos, aunque me sorprendió gratamente que estuviese interesada en la moda. Cada vez me convencía más de que se trataba de un diamante fino y brillante  tallado para mí.

Tanteaba conforme se desarrollaba nuestra  conversación superflua el piso, la nieve,  que las botas pisaban. Encontraba cierto placer pisoteando las capas blancas a mi merced, escuchando el crujido de aquel fenómeno climatológico cediendo, reconociendo la soberanía del hombre, que todo puede aplastar y destruirlo siempre y cuando así se le antoje, sobre la naturaleza. Lo mismo debía suceder con Giannina Visconti: yo podía tomarla, sin previo aviso, cuando  lo juzgase conveniente.

Recorriendo una ruta raramente transitada en pleno invierno, fuimos abandonando los árboles emblanquecidos y la imponente imagen del lago congelado. Para mí, estábamos por acudir a un espectáculo muy superior.

–Tan sólo un poco más. Ya casi llegamos.

Desembocamos en un paraje desolado, también cubierto de nieve pero de inclinación tan elevada como suntuosa. ¡Por fin habíamos llegado! Teniéndola todavía ligada a mi brazo fui avanzando cauteloso a sabiendas de que debajo de todo el blanco bien podía encontrarse alguna piedra en el camino que provocara algún trágico accidente. Y esas no eran mis intenciones en aquél momento, aún cuando parecía estar conduciéndola a un peligro de muerte. A través del páramo helado llegamos a la pronunciada inclinación, el maldito fin del mundo que sostenía debajo de sus pies un insondable vacío aunque, a su vez, le permitía un deleite visual sin precedentes  al dichoso desquiciado que se atreviera a subir hasta allí: el bosque envuelto con el toque invernal en toda su inmensidad, las gigantescas montañas también congeladas a sus espaldas, sin lugar a dudas no todos los días y no en cualquier sitio recibía uno el regalo de semejante vista, tan armoniosa, tan tranquilizadora que el riesgo acababa mereciendo la pena.

–Este es mi segundo lugar favorito. ¡Mire usted que paisaje! ¡Semejante maravilla! Sin lugar a dudas Dios creó la naturaleza como un regalo para el hombre. ¿No lo cree usted?

En efecto, no mentía al afirmar mi condición de fascinación por el acantilado.  Mentía al explicar la causa de dicha perplejidad. Verán, yo no me considero un gran fanático de la naturaleza. Quiero decir, sí, me gusta dar un paseo al aire libre como a todo el mundo, pero existía algo más en extremo mágico sobre aquél montículo de tierra y nieve: bastaba dar un vistazo hacia abajo para comprobarlo, siendo víctima de una vertiginosa sensación que en nada se equipara a cualquier otro mundano placer. El encanto para mí residía en la sola idea de lanzar a alguien hacia aquél fatal destino, al abrupto descenso cuyo único desenlace debía ser la inmediata colisión. Visceral explosión en medio del blanco y el negro, teñir el cuadro, completarlo, pintarlo con la sangre ajena. Apreciar la figura de la víctima volando en picada, ser inequívoco y único testigo del cráneo reduciéndose en miles de pedazos.

La fascinación de incurrir una vez más en el vicio del crimen me había seducido sobre aquél acantilado en contadas ocasiones. Me detenían obvias razones.  Y no se confundan. No iba a realizar dicho  sacrilegio con la pintoresca fémina que me acompañaba. ¿Se imaginan tal profanación? ¡Eso sí que sería un crimen bajísimo e imperdonable! En su lugar rodee con uno de mis brazos su hombro, aún de perfil, como quien busca resguardar a su pareja del frío. De reojo estudié su expresión, ofreciéndole una cordial sonrisa. Su próximo movimiento resultaría crucial para decidir el mío.
Publicado por Invitado Miér Feb 03, 2016 4:54 pm
Anonymous
Invitado

BAJO CERO

                        Comenzaba a despertarte una emoción de aventura que jamás nadie podría haberte dado antes, ésa que contamina la mente, la atrapa y la vuelve intensa, viciosa. Las imágenes de los viejos árboles bañados en una manta blanca y pesada, queda atrás. Se vuelve un recuerdo precioso, latiendo muy vívidamente.

      Poco a poco siendo instruida por una vanidosa fantasía de reina helada, guiada por el amante con traje de yermo, se te es un capricho hecho realidad. ¿Muy aniñado? No. En ése mundo, precisamente eras una tirana, una soberana a la que se tiene que respetar, destruye a los enemigos de un pisotón y a tu lado sólo los más fuertes se quedan. Una ley inquebrantable. ¿Qué necesitas de él? Su protección, su insana visión,  todo él te es útil para gobernar y entrar en tu tablero de juego retorcido. Lo ves cada vez más nítido, más fuerte. El pecho pega brincos. ¡Oh! ¿Cuál es ése malicioso sabor en la boca qué te carcome y entusiasma?

    El camino se vuelve irreconocible, no sabrías regresar si no fuera por éste enigmático y misterioso chico que tanto desea ocultar. Los pasos en la nieve se vuelven rígidos, andando en movimientos dignos de realeza, descendiente de grandes pensadoras. En el viento una fragancia silvestre, muda y tranquila en su magnífica pintura paisajista. Los árboles de roble abundan por ser autóctonos, y muy pocos pinos invernales llegan a verse más allá. No temías a lo desconocido, simpatizas con mentes idénticas y, sobretodo, comenzabas a gustar de su defecto mentiroso. Su gusto por agasajarte, toda una hazaña, tal vez su empedernido excentricismo. Un brillo que grita y habla.

    Todo un esposo ejemplar, dónde en la intimidad, quizás se transformaría en un notable vikingo nórdico. Lo imaginas y te relames los labios. ¿Podría él hacerte olvidar por un momento al señor Erizadle? ¿Podría?

    Cuando llegan, te encuentras en una situación de sentimiento neutral, sin muestras de rasgos o facciones de impresión, ¿debes sentirte extasiada y alabar su gran descubrimiento? Por supuesto que las vistas son impresionantes, por supuesto que puedes caer por el acantilado en un pequeño empujón por parte de tu acompañante depredador. Y fue ésa, por primera vez, una muestra sincera de lo difícil que es entretenerte si no te muestran un buen juego de palabras y una deliciosa palabrería digna de Borges, Cortázar o Dickens.

    Se anuncia una pequeña sonrisa coqueta, acercándote al muchacho con una intención peligrosa tras ser protegida bajo su ala de cuervo.
    —No puedo fijarme en éste hermoso paisaje teniéndole a usted a mí lado —expresas diplomática, acercas tus labios fríos y helados hacia los suyos, alimentándole con tu respiración apacible y controlada. Ése perfume suyo es hechizante pero tu boca lo es más. Rompes el mito de que un hombre debe dar el primer paso; el espacio es íntimo, idóneo para un pecado.

    “¡Y válgame! Que pecado son vuestros labios: Venenosos, varoniles y embaucadores.”

    La intensidad es estruendosa y descarada, vertiendo la miel y la brujería en su interior. Atraparlo en unas redes e hilos invisibles, por un fin justificado… Y ruin. Lo apartas lentamente, interponiendo tu mano sobre su pecho para que no ejerza otro movimiento brusco si pretende robarte uno él a cambio, satisfacer sus instintos no es algo que concederías, lo controlarías, así de dominante y manipuladora siempre has sido. Estudias reticente el botón, el dedo se inquieta al acariciarlo, sin omitir entre tus pensamientos que tu corazón galopa en las entrañas.

    —No pude evitarlo —inquieres, los labios llaman provocadores, húmedos y rojos—. Siento esto, Arthur —puede enloquecer creyendo que te tiene. Es lo que quieres—. ¿Estuve mal? No suelo entregarme así, ¿sabe? —El viento te empuja contra él, una fuerza mayor desea atarlos—. Necesitaba de un calor, el frío aquí es intolerable —volteas la mirada, buscando una mejor explicación a lo sucedido y ríes placenteramente niña—, ¿qué patética excusa, no cree? Ha dicho Wilde alguna vez que es mejor caer en la tentación, y usted es atractivo en los parámetros de mis gustos descabellados —casi inexistentes podrías decir, prefiriendo a un hombre experimentado y maduro, lleno de historias trágicas de las cuales saborear.

Publicado por Giannina I. Visconti Mar Feb 09, 2016 12:35 am
Giannina I. Visconti
séptimo curso
Nina
Bajo cero  BFDkOBH
74
143
Emily Didonato
Querido, soy un animal anfibio; todo lo amo, todo me divierte, quiero unir todos los génereos.
séptimo curso
https://whispersinthedark.forosactivos.net/t525-visconti-isabel-g
De lo próximo que me enteré fue que me engatusaba con la mirada, que me observaba desafiándome, incitándome más que nunca a lanzarme sobre ella, a arrojar la primera piedra sobre sus finos labios de seda carmesí. Su parafernalia absurda, ella, toda elocuencia y espléndida muñeca. No veía ya como resistirme y comprendí que finalmente iba a ceder.

Entonces me besó.

Le seguí el juego aún siendo tomado de improvisto. Su acción me sorprendió, lo cual no le di oportunidad de entender puesto que correspondí al tacto de sus labios sobre los míos como el modesto caballero que en realidad no soy. Me desenvolví con cautela y con el mismo respeto con el cual se tocan las cosas que se tienen miedo a romper, puesto que evidenciar mi desesperación y lanzármele encima introduciendo mi lengua a través de su garganta hubiese resultado un fracaso con todas las letras. En cambio, mantenerme prudente debajo del papel del magnánimo, correcto señor inglés, parecía lo adecuado.

Un familiar hormigueo desfiló primero sobre mi estómago, y luego sobre el resto del cuerpo como lo hace la electricidad sobre un larguísimo cable de cobre; yo conocía esa sensación. La había experimentado en alguna ocasión, aunque no logré discernir bien dónde ni cuándo hasta que me vi golpeado por un recuerdo que acudió a mi mente como un fugaz destello esclarecedor. Era ese sentimiento que acompañaba a las primeras veces, y mi corazón lo rememoraba con tanta fidelidad debido a mi primer beso a los doce años. La muchachita afortunada tenía como nombre Michelle (¿O era Amelia?) Y había sido una vivencia por demás repugnante que en nada se asimilaba al memorable episodio que me tocaba protagonizar junto a Giannina, salvo en el hecho de que en ambas ocasiones experimenté algo nunca antes sucedido: En la primera, sencillamente se trataba del primer beso que me había animado a dar. En la segunda ocasión, la más actual y que tenía lugar al pie de un acantilado de muerte, se trataba del primer beso que alguien se animaba a darme por iniciativa propia. Y oh, tengo que reconocerlo, aquello era todo un mérito para tan valiente damisela. De sólo pensarlo me sonreí, celebrando silencioso el dulce sabor de mi merecida victoria.

No fue hasta que separé mi frente de la suya que dejé en libertad su cintura; acto reflejo que su acción desencadenó que, si bien fue involuntario, no me pareció inadecuado o contrario a los modos de quien pretendía ser. Me tomé la libertad, eso sí, de acariciar una vez más una de sus mejillas. Fue más o menos un acto de contención, que halla su lógica en el siguiente razonamiento: Como besarte una vez más quedaría demasiado mal, me limitaré a demostrarte mi supuesto afecto sin caer en la reiteración que podrías llegar a catalogar como primitiva.

– Tranquila. No necesita excusarse;  Lo que es dictado por el corazón no necesita explicación, Giannina Visconti. Y, por el contrario, no sabe el gozo que transmitió a mi espíritu con su acción. Oh… ¡soy tan dichoso!

¿Vendía una imagen demasiado exagerada del bobo romanticón? Imaginé que lo hacía perfecto, habiendo estudiado más que suficiente a la despreciable estirpe a la que había acabado perteneciendo a fuerza de forzosas actuaciones. Me consolaba al pensar que no se trataba más que de una brillante interpretación, una mera actuación, gracias a la cual estaba yo engañándola por completo.  O al menos eso parecía pues a simple vista se la veía encantada con mi personalidad. ¿Y a qué atribuir su estado de fascinación sino a mi propia habilidad para elaborar el refinado personaje de hombre perfecto que ella estaba buscando con tanta desesperación cuando la encontré a orillas del lago? Quizás no lo hacía directa o conscientemente, pero en ese momento comprendí que eso es lo que hacía ella allí: esperar que algo, o alguien interesante, hiciera acto de presencia para darle un poco más de sentido a su monótona existencia en Dunkelheit. Y oh, desde aquél momento yo sería eso y mucho más.

– Wilde ha dicho tantas cosas, y temo que casi todas son ciertas. Era un hombre obsesionado con la belleza. ¡Me pregunto cuántas obras magníficas nos hubiese dejado como legado de contar con alguien de su porte como musa inspiradora!

Me importaba tan poco Oscar Wilde que me sorprendió a mí mismo una declaración tan disparatada. De igual manera la consideré un acierto porque resultó ser de lo más espontáneo que me había salido en mucho tiempo y, como podrán imaginar, la espontaneidad es de enorme importancia para inspirar en el otro credibilidad. Ahora, si hurgamos en mi interior para preguntarnos por qué diablos dije eso la verdad es que no lo sé.

– Encarecidamente le ruego que no le rehúya a sus sentimientos. Al contrario: aférrese a ellos, ceda a sus impulsos. Entréguese a los designios del corazón. Y no espere, oh por dios, que olvide lo que acaba de ocurrir.

Y aprisioné una de sus manos entre las mías, visiblemente conmocionado. Era menester acariciar su orgullo, hacerla sentir especial, única en su especie. No se engañen: bien podía serlo. No llegaba todavía a revelar por completo el  misterio que significaba su existencia para mí. Sabía que había algo más detrás, algo que ni siquiera imaginaba y que muy lejos estaba de hacerlo. Un algo oscuro que debía ser la esencia del encanto casi de película que me ligaba a Giannina. Como si su voluptuosidad y su don de persuasión no fueran más que lo que permitía entrever un primer vistazo superficial.

Acto seguido añadí sonriente, en un repentino intento por mostrarme interesado en su bienestar:

- Ah, sí le parece la escoltaré hasta el internado. No puedo permitir que continúe envuelta en este clima hostil e indómito.
Publicado por Invitado Jue Feb 11, 2016 12:21 pm
Anonymous
Invitado

BAJO CERO

                        —Encarecidamente le ruego que no le rehúya a sus sentimientos.¿Qué sentimientos, querido?—: Al contrario: aférrese a ellos, ceda a sus impulsos. Deberías seguir tus propios consejos. Te di la oportunidad de que me beses como un verdadero hombre, a cambio, me has tratado como el jarrón de tu abuela—. Entréguese a los designios del corazón.Quién se entregará serás tú, rey escorpión, me convertiré en tu perdición y lo sabes muy, muy en el fondo—. Y no espere, oh por dios, que olvide lo que acaba de ocurrir.¿Olvidarlo? Ninguno omitirá esto cuando debamos sentar cabeza en la almohada, soñaremos con nuestros labios fusionándose y el frío ardor crecerá, entonces, sólo entonces no podremos soportarlo, cayendo en la obvia locura de escabullirnos para vernos como perversos amantes.

      Experimentas una sensación ambigua y escalofriante cuando vuestras manos se estrechan, evitando el impulso sádico de abofetearlo con el fin de ver su nívea piel enrojecer, y dejar una feroz marca. Alejar y acercar a los pretendientes, jugar con la comida es el verdadero placer de tu desafío irracional. Ninguno dura en tu prueba, todos te hallan una divinidad inalcanzable… Y tras una tediosa partida de ajedrez, prefieren derribar el tablero a que seguir jugando en un temple perseverante.

     Ése inquieto afecto provoca que entrecierres los párpados en mutismo, abres los ojos en una expresión hierática al momento, impasible:
     —¿Antes puedo hacerle una pregunta? —haces un acercamiento peligroso, y la punta de tu lengua lame su labio inferior en un gesto ardiente. Hay seguridad y confianza en el acto, abrigada por el calor de los cuerpos que se hunden en un mero contacto cercano. Tus escurridizas manos alcanzan sus anchos hombros bien formados por la pubertad, admirándole inquisidora—: ¿Por qué no ha usado la lengua? —Se abre un espacio de silencio, rápidamente tomas ventaja—: No responda —liberas burla en ésas claras pupilas—: sé que dirá: “Señorita, no quería parecer ser un descarriado.” —El tono grave hace un retintín gracioso, de hecho, se trata de una burla a sus pocas agallas para permitir salir al salvaje que carga en su pecho porque, ¿para qué mentirse? La sensación de ser arañada y mordida es una fantástica e insana imagen.

    —La próxima vez, ¿lo hará mejor? —Alzas la barbilla desafiante, con un sabor a gloria en todo el paladar, aún poseyendo restos de su delicioso gusto a tóxico en los labios cuando te los relames ladina—: Por cierto —barres las pestañas con neutralidad, emulando la voz en un tono cortésmente frío—, procure no exagerar demasiado en sus exclamaciones. Me hará creer que está actuando en algún papel shakesperiano.

    Dejas de consentir la cercanía, tomándote las molestias de escalar los peldaños de piedras; la agilidad que tienes no es en vana, tienes pericia para el deporte y la habilidad atlética, guiada por el instinto de la emancipación antes que ser un parásito dependiente. Victoriosa llegas a la cima, no hubo miedo a la altura, todo lo contrario, la furiosa adrenalina corre a prisas por las venas, enfuscan la mente y la vuelven filosa. Levantas montículos de nieve en las pisadas, y otra vez, bajo el efecto de una fragilidad inexistente, se apegan en busca de calidez.

[…]

      Vislumbran la enorme fachada trasera del internado, visualizando la imagen de algunas muchachitas cubiertas de mil abrigos y descostillándose sin sentido —o al menos tú no ves el sentido a reírse tan deliberadamente—. No te detienes, comprendes que el galante acompañante se iba a tomar las libertades de llevarte a dónde él quisiera, sin embargo, en tu meticulosa aptitud del control, dices—: Ha sido una encantadora mañana, Sir Arthur —invocas al demonio cuando hablas—: Nuestros destinos aquí se separan, mas quisiera verle después de clases si es posible. ¿Estará de acuerdo si le invito a almorzar conmigo?

Off— Siento la demora, Arturito. Lo bueno se hace esperar, ¿no? (?)

Publicado por Giannina I. Visconti Vie Mar 04, 2016 1:26 am
Giannina I. Visconti
séptimo curso
Nina
Bajo cero  BFDkOBH
74
143
Emily Didonato
Querido, soy un animal anfibio; todo lo amo, todo me divierte, quiero unir todos los génereos.
séptimo curso
https://whispersinthedark.forosactivos.net/t525-visconti-isabel-g
Publicado por Contenido patrocinado

Página 1 de 2. 1, 2  Siguiente

Ver el tema anterior Ver el tema siguiente Volver arriba


 
Permisos de este foro:

No puedes responder a temas en este foro.