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Storm.

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Recuerdo del primer mensaje :

Necesitaba olvidar. Las malas lenguas siempre formaban parte de su día a día, pero Elle nunca había prestado atención a los chismes de sus compañeros. Nunca. Hasta que nombraron a cierta persona de la que deseaba más que nada mantenerse alejada. La maldad no podía formar parte de su vida y Zavier Westbay era lo más negro que pudiese haber visto alguien. O eso se comentaba. Elle no quería creer eso pues la esperanza aún permanecía intacta en corazón aunque no sabia muy bien por qué y tampoco ansiaba descubrirlo aún.

Quizá esa incomprensión, esa voluntad inoportuna de querer hacer un bien o querer traicionar a sus propios pensamientos, le llevó a encerrarse en el salón de baile, como si estuviese huyendo de una sombra. Sus ojos vagaron hacia el reflejo del espejo. Parecía no reconocerse a sí misma: la figura delgada, casi huesuda, y el cabello castaño cayendo con gracia sobre su hombro derecho. Se acercó con la mano extendida hacia aquel rostro sonrojado que le observaba. Quería acariciarle la mejilla y decirle que todo iba a estar bien. Sonrió casi con timidez. Sus manos fueron hacia su cabello, recogiendolo y formando un moño a lo alto de su cabeza. Pequeños mechones caían a cada lado de sus ojos, mismos ojos que parecían desdibujar el entorno que le rodeaba y le engañaban.

La música comenzó a sonar. Y su alma se sentía como las notas de aquella melodía. Tempestad, furia, anhelo, ligereza y ansias de llegar a donde nunca hubiese sido capaz. Cerró los ojos mientras los primeros acordes de violín le abrazaban. Se movía con ella y para ella. Sus primeros movimientos fueron torpes, imprecisos, nerviosos. Y con nervios sabía que no actuaría con claridad, que tartamudería, que probablemente eligiese malas opciones.

"Intentalo."

Respiro profundamente. La melodía iba a mitad y por fin la tranquilidad le invadió de pronto, como si fuese una neblina gruesa que cubría un foco cegador al final del camino. Abrió los ojos y fijo aquellos orbes azules sobre los mismos que le observaban en el espejo. Pareciese querer controlar cada movimiento, cada gesto, cada palabra que pudiese desprenderse de ella. En su rostro se dibujó una linea fina con sus labios, curvada ligeramente a modo de sonrisa mientras que gracilmente comenzaba a bailar las últimas notas. Los labios entreabiertos, la tormenta llegaba a su fin. Comenzó a girar. Su pie derecho parecía casi desprenderse del suelo y echarse a volar. El tiempo deteniendose. Era como si la suave brisa que soplaba por el ventanal ya no existiera, ni el espacio a su alrededor, ni el espejo, ni las personas, ni ese constante pitido que le advertía que estaba entrando en un terreno peligroso.

Cerró los ojos cuando su cuerpo golpeó el suelo. Una lágrima amenazaba con escapar, tan punzante como el latido de su corazón, que se aceleraba poco a poco. Escondió el rostro en sus rodillas y cortó el momento. Elle no podía. No debía. Rápidamente el rubor se extendió por sus mejillas y a lo largo de su cuello. - Un error no es caída. - se repitió, en un susurro, antes de que sus ojos se cruzaran en el espejo con aquella mirada penetrante...  
Publicado por Elle Benson Lun Sep 05, 2016 3:13 pm
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Elleanor se quedó clavada al suelo, tiesa. Solo era su pecho que no dejaba de subir y bajar lo que se movía. Elleanor fijo los ojos en los pies del joven mientras se alejaba. Aún podía sentir la calidez de su mano. La añoraba. Cuando se alejó de ella, no pudo evitar sentirse vacía. Algo estaba mal, algo de esto no debía de haber ocurrido. Elleanor no podía dejar que se cerrase nuevamente. Gael Westbay le causaba aún más miedo que las alturas, aún más miedo que la muerte. - No es tu culpa. - soltó de repente.

Elle quería confiar en él. Quizá si se abría un poco a él, pudiese o no restar una de las tantas razones de por qué Gael la odiaba. Porque ella lo sentía así. No le hubiese molestado si la odiase alguien a quien ella solía jugar bromas, pero Gael... realmente se había roto un poco más su corazón. - No eres tu, Zav... - una pausa calló sus palabras. Demasiado larga para su gusto. - Zeta.- corrigió. El apodo le sabía amargo en la punta de la lengua, no le agradaba.

Al notar esos ojos penetrantes se sintió pequeña. La diestra aprisionó la muñeca izquierda y la frotó con cuidado de no levantar la manga. Soltó el aire que había retenido exageradamente y se acercó a él a paso firme, hasta casi chocar con su torso. Elleanor era diminuta a su lado, tanto que debía alzar el mentón para poder mirarle con claridad. Se mordió el labio inferior. El hecho de que estuvieran lo suficiente cerca como para respirar el mismo aire le embriagaba. Elle podía sentir el aroma masculino penetrarle las fosas nasales, amenazando con enviar la alerta de cerrar los ojos para poder disfrutar su cercanía. - Zeta. - llamó nuevamente, intentando acostumbrarse. Esta vez la diestra abandonó su propio brazo para tocar la mano ajena. Necesitaba su tacto.

Elleanor era una joven divertida, vivaz, pero nunca había dejado que alguien llegase tan lejos. Elle no podía decirle cuán incómoda se sentía a siquiera centímetros del suelo, no podía describirle cuán horrible era la sensación de asfixia. Cuán penoso era verle destruida, verle llorar, gritar, agonizar. No podía explicarle con palabras que no eran sus manos las que le causaban rechazo sino que era un miedo tan profundo que ni ella podía controlar. No podía definirle sus sensaciones, sus sentimientos, pero si los hechos.

- Tengo miedo a las alturas. - y fue un murmullo. Un secreto solo para él, a pesar de que se encontraban solos; como si estuviese compartiendo una fórmula secreta que pudiese destruir lo que fuera a su paso. No había más información que esa.

Elle quería decirle. Quería, necesitaba explicarle que ese miedo no nació en un juego sano con su padre como cuando le enseñaba a volar; que ese miedo no brotó de una semilla implantada por cualquier cuento absurdo de niña que le pudiesen haber contado. Que el terror es una negación, una historia que desconoce en detalles profundos.
Elleanor no podía decirle que el accidente que tuvieron sus padres no fue un choque o negligencia de alguien. No quería admitir que el día en que se enteró que el auto en el que viajaban había caído desde el puente colgante de Clifton perdió una parte de su alma. No podía decirle lo mucho que lloró al borde del puente la muerte de los únicos seres que tenía a su lado. No podía gritarle que lo había perdido todo, cuán sola estaba, porque a Elleanor no le gustaba la lastima y que se alejaran de ella; porque Elleanor le estaba dejando un camino demasiado fácil a su corazón; porque era la primera vez que sentía que podía ser ella misma. Y temía romperse aún más.

Por eso prefirió callar... porque verle rota era la mejor ventaja que podía darle.
Publicado por Elle Benson Jue Sep 08, 2016 8:45 pm
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Su mirada permanecía impasible mientras trataba de triturar la contraria con una fuerza aplastante, como si de un martillo neumático se tratara, impasible. Trataba de ser una fuente de odio aún cuando le causaba un terrible dolor hacerlo hacia Elle. La joven hacía que se sintiera humano, que el aire llegara a sus pulmones y las fragancias le envolvieran, junto a ella veía puertas abiertas donde antes sólo veía un muro de medio metro de grosor. Era luz, frente a la oscuridad que le envolvía constantemente.

''No es tu culpa''. Aquellas palabras resonaron una y otra vez en su cabeza, martilleantes, dolorosas, recordándole que sí que lo era, que era Zeta quien recorría los pasillos del internado en busca de se cabellera castaña, quien alejaba a cualquier chico con el que hablara, y después se metía con ella de la forma más cruel que pudiera encontrar para marcharse sin volver la vista atrás, pero con la cabeza gacha. Frunció el ceño en una mirada reprobatoria cuando de sus labios escaparon las tres primeras letras de su primer nombre, volviendo a sentir aquella punzada de dolor, y se relajó cuando utilizó su apodo, satisfecho en daños.

Elevó la cabeza en cuanto la menor comenzó a acortar la distancia, y a pesar de sacarle al menos veinte centímetros en altura a la chica, se sintió encoger hasta ser tan pequeño que ni siquiera llegase a la suela de las bailarinas de Elle, porque no lo hacía, nunca sería suficiente para ella, y ser plenamente consciente de ello hacía que se esforzara aún más en poner distancia, en lograr que le odiara tanto que terminara con cualquier esperanza que el triste corazón del chico pudiera albergar.

Se humedeció el labio inferior al escuchar de nuevo su apodo, le llamaba, le llamaba y él quería, necesitaba, acudir a su reclamo, pero como siempre, fue incapaz de decir nada, de alzar la voz con las palabras adecuadas. No tuvo tiempo, pues la mano de Elleanor encontró la suya y se contuvo de sobremanera para no sobresaltarse.

Bajó la mirada a su mano, incrédulo, requerido de una confirmación visual de que no se había tratado de algo accidental, y no lo era. Sonrió, de forma apenas imperceptible y durante menos de un segundo antes de convertirlo en una mueca extraña de neutralidad, y de ahí, a una fingida de repulsión. Y, aún así, por mucho que quisiera esforzarse en mentir, no la soltó, ni se apartó, porque sus dedos se entrelazaron con los de la chica, subiendo sus manos hasta la altura de su pecho, pero manteniéndolas a un lado, sin perder detalle, observando como parecían encajar como las piezas de un puzzle.

Una profunda espiración escapó de sus labios cuando le confesó su miedo, sintiendo una corriente que traía alivio desde sus dedos de los pies hasta el mismísimo nacimiento de sus rubios y lacios cabellos. Al mismo tiempo, se sintió estúpido por haber elegido aquel paso de baile, por haber expuesto a Elleanor a aquella tortura. —Lo siento —y como ella, no se trató más que de un susurro, teniendo valor sólo entonces para enfrentar sus orbes azules. Zeta no se disculpaba, no se echaba atrás, y desde luego, no lo hacía sinceramente, nunca, hasta que había topado con ella, pues aquellas fueron las palabras más sinceras que le hubiera dicho nunca. —No tienes que hablarme de ello —añadió, a conciencia de que los miedos, los más profundos terrores, siempre se aferraban a las carencias más oscuras de la mente, a turbios recuerdos y derroteros en los que nadie gustaría de verse inmerso de nuevo. Con su pulgar realizó una sutil caricia sobre el dorso de la mano ajena, buscando reforzar así sus palabras.

Tras aquel pequeño gesto, se dio cuenta de la barrera que acababa de dejar que cayera, de las que su lenguaje corporal trataba de derribar a patadas, y de nuevo supo que lo había estropeado todo. Retrocedió, soltando la mano de Elle, y su expresión se endureció de nuevo, porque como cita El Arte de la guerra: ''Llega como el viento y parte como el relámpago''.
Publicado por Z. Gael Westbay Sáb Sep 10, 2016 10:40 pm
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Aquel diminuto gesto encendió una luz en su interior. Elleanor tenía la certeza de que bajo aquella oscuridad se encontraba un joven extraordinario. No común, ni ejemplar, sino el verdadero Zavier que ella ansiaba conocer. Elleanor no se hubiera sentido así de no ser porque era especial para ella. Y de la primer negación surgió una afirmación: Elleanor comenzaba a sentir algo por Z. Y eso le aterraba.

Cuando su cuerpo dejo de ser opacado por el ajeno frente a ella, se sintió sola. Cerró los ojos para intentar centrarse. Por primera vez, en el tiempo en que había estado en el internado, volvió a sentir esa sensación de ahogo.
La realidad le golpeaba fuertemente. Elleanor sabía que estaba sola. Tensó los hombros, como si aquello pudiese ayudarle a mantener el porte invencible que intentaba demostrar. Se veía frágil y delicada. Una sola palabra hubiera bastado para que Elleanor se rompiese en mil pedazos.

Un relámpago atravesó el cielo. La tormenta había comenzado. Llovía con fuerza. La lluvia repiqueteaba en la ventana, se escuchaba como mil hombres corriendo a la vez. Un viento gélido le azotaba el rostro y le despeinaba los mechones sueltos de la nuca. El mundo se había espesado de repente, sumiéndola en una ceguera que le impedía avanzar. Una disculpa no era suficiente, ni siquiera un atisbo de sonrisa lo había sido. Gael Westbay poseía la sonrisa más encantadora que pudiera haber visto.
Cuando lo miró, sus ojos azules se llenaron de lágrimas. El mar amenazaba con desparramarse a lo largo de su rostro. Elleanor comprendió entonces al mirarlo, al notar aquel desdén con el que la trataba, que Z estaba tan roto como ella.

Le asaltó la ilusión de acurrucarse en sus brazos, de decirle que todo iba a estar bien, que lo superarían juntos, y su ilusión se desvaneció lentamente junto con la débil sonrisa que le daba. Tragó con dureza, como si hubiese sido una piedra lo que descendió por su garganta.

Elleanor dio un paso atrás y comprendió que debía irse de allí antes de que fuese demasiado tarde. Observó la diminuta ventana que se alzaba sobre uno de los espejos. En el cielo se acumulaban jirones de nubes grises. Elleanor asintió, creyendo a duras penas que estaba cumpliendo la voluntad del joven. - Creo que sera mejor que me vaya, que tengas buena noche... - susurró, arrastrando las palabras mientras recogía sus cosas. Elleanor echo los hombros hacia atrás, adoptando una postura erguida. - Zeta. - dijo claramente, su voz sólida mientras sus ojos se mantenían fijos en los ajenos.
Se soltó el cabello y recorrió este con las manos, liberando las ondas que se formaron a causa del recogido.

Bajo la mirada cautelosa, ella se estremeció y caminó hacia la puerta con el corazón entre las manos.

El mismo corazón, que minutos antes, estuvo a punto de entregarlo en bandeja de plata.
Publicado por Elle Benson Dom Sep 11, 2016 1:22 am
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¿Cuánto tiempo podía tardar Gael westbay en recuperar todas su defensas? Extremadamente poco, sin duda alguna. No importó cuán bien se sintiera sostener la mano de Elleanor junto a la suya, la delicadeza del tacto o  que se hubiera podido permitir sonreír durante el breve espacio de tiempo en el que había creído que aquello era correcto, que tenía la más mínima posibilidad de no estar completamente errado, porque al final del día él seguiría siendo el mismo joven consumido que lo único que podría hacer sería robarle a ella su vitalidad.

Retroceder fue la única vía de escape que pudo encontrar ante un corazón que había empezado a latir demasiado rápido y amenazaba con escapar por su boca. No podía permitírselo, si ella se acercaba, lo suficiente como para derribar todas sus barreras, estaría perdido. El miedo irracional que le suponía estar demasiado roto como para que cualquiera pudiera pudiera deshecharle como a un viejo trasto, desterrarlo al desván de los sueños perdidos y las esperanzas pasadas hacía que sus muros se elevaran tres metros más cada vez que se dejaba ser él mismo estando con Elle, y una y otra vez debía repetirse que tenía que ser fuerte, soportar el profundo dolor que le provocaba ver su mirada decepcionada, porque aunque ella intentara mantener la postura, la tristeza no pasaba desapercibida para el chico.

Se odiaba, se odiaba cada día un poco más por hacerla sufrir, y al mismo tiempo, trataba de convencerse así de que era el camino adecuado, de que con el tiempo le odiaría, de que jamás volvería a mirarle de la misma forma en la que lo había hecho durante aquella tarde que compartieron en la biblioteca. Sólo así ella dejaría de intentar hacerle sonreír, de buscar el humano que no había en su persona, y él dejaría de cuestionarse por completo su existencia cada noche antes de lograr conciliar el sueño.

No fue capaz de decir nada, sus labios quisieron estar sellados, conformando aquella fina línea que expresaba su descontento. Elleanor retrocedió y comenzó a recoger sus cosas y Zeta sintió como un terrible peso caía sobre sus hombros, como todo se tornaba oscuro de nuevo. Abrió la puerta cuando ella hubo terminado, manteniéndose firme junto a ésta, no la retendría, no debía hacerlo, no podía hacerlo. Su apodo, ese que tanto le había reconfortado que utilizara anteriormente, fue como un puñal, mucho peor aún que su nombre. —Espero que tengas pesadillas con acantilados —escupió justo antes de cerrar la puerta tras ella. Una estocada, certera, salvaje, cruel y despiadada. Su vida en cinco palabras. Ella le había deseado buena noche, y él, tuvo que clavar el cuchillo y no contento, retorcerlo, buscando sangrar a su víctima.

Suspiró profundamente y se llevó las manos a la cabeza, rastrillando su pelo hacia atrás. Se miró en el espejo y caminó hasta la barra de estiramientos, en la que tuvo que apoyar ambas manos para sostenerse. Se sentía de la misma forma cada vez que se enfrentaba a ella, destrozado, y en su empecinamiento, seguiría así.
Publicado por Z. Gael Westbay Dom Sep 11, 2016 3:24 pm
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