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She drives me crazy - Grace, la rubia idiota esa

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Último día de curso. Alrededor de media tarde. Canción

No soy capaz de afirmar que mi sexto año en el internado fuese, precisamente, un camino de rosas. O quizá sí, pero convirtiendo esa idea idílica de chuches, gominolas y peluches esponjosos de color rosado en un sendero cargado de espinas y muy alejado de las imágenes preciosas y reconfortantes que nos venden los cuentos de hadas.

Ideas que a mí jamás se me habían vendido, por supuesto, ya que mi principal interés durante la infancia –más allá de jugar con Legos y ver Jurassic Park- había sido leer sobre ciencia y temas que no podía entender por más que me esforzase en fingir que sí y que era un chico sumamente especial. Pero uno nace idiota y morirá siendo idiota, aunque se las quiera dar de listo. ¿Culto? Mucho. ¿Imbécil? El peor de todos, amigos míos.

Había batallado durante semanas contra este día. Odiaba a muerte que llegase el final de las clases, pues volver a casa se me hacía completamente insufrible. No es que contase con muchos amigos en el internado, pero mi panorama era mucho más desalentador y gris fuera de él. Y eso que el equipo docente me caía bastante mal, debo decir. Una vez que llegaba el verano pasaba de disponer de ciertos enemigos contra los que pelear y algún que otro conocido con el que poder conversar de manera rutinaria a... Pues a la mismísima nada. A estar el día encerrado en el dormitorio de casa de mis padres, que ya no sentía como mío propio porque ni siquiera mi olor permanecía allí, jugando a videojuegos y leyendo en un Ipad que explotaría en cualquier momento porque tenía la memoria completamente colapsada. Y no me apetecía especialmente, aunque diría en voz alta a cualquiera que me preguntase que deseaba esfumarme de allí con todas las ansias del mundo.

Se lo diría a cualquiera excepto a ella.

Y mira que esa cría rubia con aires de superioridad me caía mal. Detestaba profundamente su sonrisita burlona, el brillo de sus ojos cuando pretendía fingir que no me miraba en el comedor y la manera tan chulesca que tenía de acomodarse la falda por encima de los límites establecidos. O quizá simplemente usaba dos tallas de ropa menos de la que le correspondía, pues debemos recordar a día de hoy que la Queen G medía aproximadamente metro veinticinco y cualquier prenda disponible para una chica tamaño promedio de diecinueve años le vendría grande.

Sí, estoy exagerando, pero no merecía condescendencia alguna de mi parte después del año demoníaco que me había hecho pasar.

Aun así, esa mañana me sorprendí a mí mismo acudiendo a la ceremonia de graduación de su promoción. A mí me quedaba aún un año para salir de allí, así que los nervios y la envidia afloraron en mi ser mientras observaba la ceremonia en el salón de actos apoyado contra el marco de una de las puertas traseras. Oculto en la penumbra, atendí a los diversos discursos y procesos que sucedían en el estrado con ambas manos dentro de los bolsillos de mi uniforme y cierta mueca de disgusto patente en mi rostro. Sí, esa que tan bien conocéis. Entrecerré los ojos al escuchar su nombre y me puse de puntillas para poder observarla mejor, aunque no me hacía ninguna falta debido a mi altura. He de reconocer que estuve a punto de sonreír de lado al ver que le entregaban el diploma que acreditaba que, por fin, lo había logrado y se marcharía de aquí para continuar su vida.

Por fin se marcharía de aquí... Y se iría tan lejos como le fuera posible. Donde ya no podría meterme con ella.

No vi el resto del evento, pues una vez que la rubia minúscula hubo vuelto a su posición, decidí retornar a mi dormitorio para terminar de empacar mis pertenencias. No obstante, me sorprendí a mí mismo paseando por los pasillos que llevaban siendo mi hogar cerca de seis años sin rumbo fijo. Tampoco lo necesitaba, pues conocía cada rincón como la palma de mi mano. Mi cabeza era un auténtico hervidero de sensaciones, y lo que menos me apetecía era encerrarme en mi cuarto a acomodar los libros dentro de la maleta que mañana me acompañaría de vuelta a una casa donde no me apetecía estar. Sacudí la cabeza, echando de menos por un único segundo la sensación de notar las greñas cayendo sobre mi rostro. Me había cortado el pelo unos meses atrás, debo recordaros. Llevar el pelo largo me servía como excusa perfecta para distraerme y fingir que pensaba en otra cosa mientras me lo atusaba y volvía a acomodar detrás de la oreja.
Excusa que ya no me era válida.

Pasé caminando por los pasillos cerca de dos horas, sin detenerme a mirar a nadie y sin dedicar ni un solo músculo de mi cara a esbozar una sola mueca que no incluyese un ceño fruncido. Mi humor rozaba el subsuelo y, joder, créeme que no sabría a día de hoy especificar por qué. Pero siento que todo adolescente de diecisiete años merece sus momentos de tranquilidad y de enfado; incluso un adolescente tan sumamente extraño e irreverente como John Hudson.

Mis pasos me guiaron, sin querer -juro que no lo pensé en un principio- hasta el pasillo donde estaban ubicados los dormitorios femeninos. En cualquier otro momento, en cualquier otro día, prometo que me hubiese sentido mal por ser tan despistado y huiría de allí antes de que me pillase un profesor. Pero, a falta de un día para que comenzaran las vacaciones de verano previas a mi último curso, decidí no hacerlo. Armado con un valor innato, o haciendo gala de una estupidez nada propia de mí, recorrí las frías losas del suelo de la galería sin sacar las manos de dentro de los bolsillos. Iba leyendo en silencio las pequeñas placas de las puertas en busca de su nombre, aunque conocía perfectamente el número de su habitación. Pero uno ha de fingir que es disimulado.

Al encontrarla, estuve a punto de esbozar una leve sonrisa ladeada, bastante nostálgica, pero me contuve. Yo no era de esa clase de personas que se dejan llevar por la marea ni por las hormonas, ya lo sabéis.

Mentira.

A pesar de que estar parado frente a la puerta de Grace no podría decirse que era un acto especialmente inteligente ni fácil de explicar, dado que nos odiábamos mucho, nos hacíamos la vida imposible y todas esas cosas feas que os gusta leer.

Imitando la propia postura que había adoptado mientras atendía a su ceremonia de graduación, me paré frente a su puerta y apoyé la espalda contra el marco. Seguí sin sacar las manos de los bolsillos del pantalón de mi uniforme, fingiendo así una indiferencia que nadie se creería al verme parado frente a su puerta, pues, ¿qué hacía allí un tío como yo, en primer lugar?

Pues ni yo mismo lo sé, amiga mía. Ni yo mismo lo sé.

Apoyé la cabeza contra la madera mientras dirigía la mirada hacia el techo. Mierda, ¿qué estaba haciendo?

El idiota. Una vez más.

Quería verla. Quería tenerla una vez más frente a mí. Luego se iría y continuaríamos nuestras vidas. Pero yo sé que echaría de menos la idea de lo que pudo ser y jamás pasó; que me arrepentiría de no abrirme con ella como lo había hecho en la azotea meses atrás, porque esa rubita era la única persona por la que me permitía tener sentimientos. Aunque fueran pura rabia.

Rabia porque ella no hablaría conmigo, igual que no hablaba yo con ella.

Joder.
Publicado por Jack A. Hudson Lun Jun 10, 2024 10:46 pm
Jack A. Hudson
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Jack
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Lo había logrado.

Esas eran las palabras que todo el mundo le dedicaba como si hubiera sido un logro que le hubieran entregado el bendito diploma.

La sonrisa en sus labios cada vez era más desvanecida mientras una nueva felicitación llegaba. Tan vacía como la anterior. No quería estar en esa sala llena de gente que no hacía nada más que comentar lo importante que era que los profesores la hubieran aprobado y hubiera llegado al final. Como si ella no hubiera hecho ningún mérito. Como si se lo hubieran regalado...

La única felicitación real que sintió fue una mirada que se asomaba sobre todos los demás mientras le entregaban el diploma. Sin palabras, sin sonrisas. Solo una mirada que no correspondió porque detestaba que aquello se sintiera más que todo lo demás. Incluso sus padres le recordarían que tenía que ser agradecida con la institución.

Varios pestañeos para ocultar las lágrimas. Alguien le tocó el brazo, una supuesta amiga. "Grace, no vayas a llorar, arruinarás el maquillaje y te ha quedado perfecto." Grace esbozó una sonrisa "Nunca querida," le guiño un ojo y se retiró de allí con la escusa de ir al tocador.

Deseaba retirarse de allí y no regresar con toda esa gente, no quería ver a nadie.

Paso a paso subió las escaleras sintiendo un peso que nunca había sentido. Se desarmó el elaborado peinado que se había realizado para la ceremonia y masajeó un poco el cuero cabelludo mientras avanzaba a su habitación.

¿Dónde había quedado la vieja Grace? A ella no le hubiera importado lo que la gente pensaba de ella. Hubiera seguido adelante, siendo el alma de la fiesta. Capaz si se ponía el vestido rojo y se quitaba la maldita toga podría sentirse un poco más ella. Sin embargo, mientras avanzaba, se daba cuenta que no quería irse de aquel lugar. Nadie en verdad la valoraba. Nadie creía que podría lograr algo. Nadie la hacía sentir extraordinaria, capaz, fuerte, nadie excepto...

Jack Hudson estaba en su puerta.

La melancolía se echó a un lado mientras la joven alzaba una ceja y terminaba de acomodarse el cabello ahora suelto. "Vaya, vaya, ¿Qué tenemos aquí? ¿Ya me estás extrañando, Hudson?" preguntó mientras ponía las manos en garra. El semblante duro. El alma quebrada. ¿Me extrañarás, Jack?.

Ella lo haría.
Publicado por Grace L. Edwinson Lun Jun 10, 2024 11:17 pm
Grace L. Edwinson
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Grace
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A medida que los minutos de espera irrazonable iban pasando, el peso que sentía en el estómago, ese que había tratado de ignorar, iba afianzándose; iba agrietando cada pedazo de la armadura impasible que siempre mantenía activa.  O que lo intentaba, al menos. Empecé a sentirme como un imbécil. No, mejor dicho. Me volví consciente de lo IMBÉCIL –en mayúsculas, sí- que me veía parado frente a la puerta de Grace. ¿Con qué motivo estaba allí? ¿Por qué? Podría mandarle un email para felicitarla. Incluso una paloma mensajera, que parecía un método de comunicación mucho más apropiado para un tipo tan extraño como yo que las palabras. Quería desearle una buena vida, eso es cierto, aunque la mera idea de pasar un año entero sin ver su cabello rubio asomar por las esquinas durante la noche mientras me escabullía para fumarme un cigarro se me hacía particularmente incómoda. Echaría de menos nuestras riñas, nuestros momentos de confrontación y esa facilidad tan suya de ponerme en mi sitio cada vez que le recordaba lo sumamente rubia y tonta que me parecía.

Porque de verdad que me lo parecía.
Creo. Eso espero.

Sacudí la cabeza a la vez que apretaba la mandíbula y un leve quejido escapaba de entre mis labios. ¿A quién pretendía engañar? ¿A mí, a ella, a los dos…? Haber acudido a su dormitorio era un error. Jamás me he caracterizado por ser idiota. Un capullo integral, pues sí. No lo niego. Pero nunca he sido un necio. Solo me había dejado llevar, una vez más, por un arranque hormonal adolescente muy acorde a mi edad; uno de esos que intentaba ocultar bajo mi sonrisa cínica y unas palabras hirientes y cargadas de socarronería cada vez que me pillaban con las manos en la masa, ¿pero qué más podía hacer? Después de todo, era un adolescente actuando como un adolescente. Si lograba dejar de juzgarme por ello conseguiría pasar página, pues al resto del internado –y del mundo en general- no le sorprendería. A esa edad se hacen muchas tonterías.

Después de diecisiete años, el principal enemigo de Jack Hudson seguía siendo Jack Hudson. Todo en orden.

Perdido como estaba en mis pensamientos, he de reconocer que no escuché el resonar de sus zapatos contra la piedra del suelo hasta que estuvo frente a mí. Y no tendría que haberme sorprendido de que me pillase allí plantado, pues estaba parado en la puerta de su dormitorio, pero me tomó por sorpresa. Dejé de pelear contra mis pensamientos en cuanto escuché su tonito de voz dedicarme una de sus frases de cabecera, colmada de arrogancia. Porque así era ella. Petulante, altanera, grosera, mordaz…
Y tremendamente ágil para guiar mis pensamientos y acciones, aunque me esforzase en ocultarlo.

Sacudí la cabeza y le dediqué mi más brillante ceño fruncido. El peso de mi estómago pareció aflojarse un poquito cuando nuestros ojos hicieron contacto visual, aunque fingí que lo ignoraba.

Yo… Mmm… —carraspeé ligeramente al notar mi voz pastosa. Era la primera vez en todo el día que hablaba en voz alta y mis cuerdas vocales tenían que acomodarse a la situación. —Vengo a traerte un regalo.

Dije aquello por decir, e inmediatamente me arrepentí de las palabras que surgieron de mi garganta. ¿Un regalo? ¿Cuál regalo? En mis bolsillos no tenía más que un mechero y un paquete de tabaco a medio fumar que no le gustaría en absoluto. Y no solo porque llevase más de un mes ahí sin ser apenas tocado, pues estaba dosificando la dosis de nicotina mientras intentaba paliar mi ansiedad practicando deporte y adoptando hábitos más sanos. Pero Grace no lo rechazaría únicamente por ser cigarrillos secos; había pasado un año recordándome lo asqueroso que era oler a tabaco y lo sumamente repugnante que le parecía que expulsase humo por la boca como si fuera una chimenea. Si le entregaba un presente así, me lo tiraría a la cara, y al ser tan bajita en comparación conmigo, perfectamente podría atinarme en un ojo y dejarme inválido visual durante los meses de verano. Y entonces sí que volvería el estar en casa en el mismísimo infierno en la Tierra, pues no sería capaz ni de leer.

Estúpido Jack. ¿Por qué te metes en batallas absurdas que no estás capacitado para ganar ni esquivar?
Publicado por Jack A. Hudson Lun Jun 10, 2024 11:50 pm
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¿Cuánto tiempo habían pasado insultándose? ¿Cuánto tiempo habían pasado recordándole al otro lo mucho que se despreciaban? Grace tuvo que hacer acopio de memoria, porque le costaba recordarlo en ese momento.

Cambió de peso su cuerpo ignorando el estúpido impulso de arrogarse a sus brazos y pedirle un abrazo. ¿Era tanto pedir? ¿Qué le costaba? Nada... Todo... Grace se había prometido no abandonar su orgullo por una persona como Jack Hudson, había llegado hasta el último día. No podía rendirse en ese momento por más tentadora que pudiera parecer la oferta.

¿Cómo se sentiría un abrazo de Jack? Se preguntó en silencio. Por un momento, pensó que sería uno de esos abrazos que se vuelven un lugar. Luego recordó lo mucho que fumaba y se tuvo que recordar que solo olería a ese veneno que tanto le gustaba inhalar. Era ridículo pensar en ello. Nunca lo sabría. Tenía que hacerse a la idea de que nada importaba. No importaban esos sentimientos que tiraban de ella hacia él. Ni aquel cosquilleo que le hacía sentir cada vez que la miraba. Casi podía sentirse derritiéndose, pero era demasiado testaruda para aceptarlo.

Si la había tomado por sorpresa verlo allí, aquella respuesta la tomó aún más desprevenida. No estaba nada acostumbrada a una respuesta gentil, así como no estaba acostumbrada a que aquel detalle le generara tanta emoción. "¿Un regalo?" Aquella pregunta se escapó de sus labios. Un brillo en sus ojos claros mientras observaba a Jack como un gato curioso. Tardó unos segundos en darse cuenta de su error. Su voz, anteriormente dulce, se volvió fría nuevamente, el escudo en alto protegiéndose de un próximo ataque. "¿Crees que me puedes dar algo que me interese?"

Qué mentirosa eres, Grace, se regañó a sí misma porque en el fondo sabía que cualquier cosa proveniente de él sería guardada como un tesoro.

No debía estar sintiendo todo aquello, aquel revoloteo de mariposas en su estómago. Jack Hudson no debería tener acceso a su estómago. No se podía rendir ahora, se dijo. Un recordatorio de la promesa que se había hecho. Una palabra dicha por el joven podía bastar para que rompa hasta sus promesas más sagradas. Algo que Jack nunca podría saber.

Se abrazó el cuerpo sintiendo el frío de su propia respuesta.

Ojalá hubiera pensado en regalarle algo, por más pequeño que fuera. Algo que le recordara a ella el próximo año cuando caminara por los pasillos escuchando el silencio que ella dejaría, mientras ella pasearía por lugares escuchando a todo el mundo sin poder escucharlo a él. Sonaba injusto. Era cruel. Aquel era el único espacio donde se había sentido autentica y había sido discutiendo con un capullo que aún tenía la habilidad de emocionarla con una respuesta tan tonta. Capaz porque en silencio esperaba que le diera lo que tanto necesitaba...

Unos ruidos en el pasillo captaron la atención de Grace, alguien estaba subiendo. Soltó un gruñido. "Apártate," pidió para abrir la puerta de su propia habitación y hacerle un gesto para que se metiera dentro. "Dios es despiadado," comentó con la mirada en el techo, "tienes suerte de que las personas allí abajo sean más desagradables que tu".

Si alguien preguntaba diría que era porque no quería que la vieran con él, podía arruinar su reputación que tanto había cuidado los últimos años. La realidad era que no deseaba ver a nadie más que Jack, aceptarlo era duro, decirlo aún más. Más fácil era mentir. Siempre era mucho más sencillo mentir. "Entonces, ¿el pequeño Jack me quiere dar un objeto?"
Publicado por Grace L. Edwinson Mar Jun 11, 2024 12:14 am
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Procesar el ligero cambio en el tono de Grace hizo que dejase mis propios pensamientos y dramas a un lado. Seguía batallando con mi absurda respuesta y con mi nula capacidad de improvisación cuando detecté un atisbo de brillo en sus ojos. Un brillo que me era desconocido, pues jamás había captado en su mirada verdadero interés hacia mí fuera de nuestras batallas campales para ver quién quedaba por encima. Ese tipo de brillo que le pertenecía a un deportista cachas de último curso que pudiera llevarla a bailes y a fiestas a su altura.
Ese tipo de brillo que me había tratado de convencer durante un año entero para no esperarlo ni desearlo, pues no era para mí.

En ese momento sentí que se me desconectaba el cerebro, literalmente, y por primera vez en mucho tiempo me quedé sin palabras. A menudo permanecía en silencio, pero por decisión propia. Ella, en cambio, logró en un segundo que se me fundiese el motor hasta volverme un autómata incapaz de reaccionar.

Y es más que probable que me hubiese quedado en silencio mirándola fijamente durante varios minutos –quizá horas, quizá la vida entera en caso de que me lo permitiese- pero eso no fue posible. En cuestión de segundos, y haciendo alarde de esa agilidad felina que le caracterizaba, Grace pasó a mi lado, abrió la puerta de su dormitorio y me pidió que entrase. He de reconocer que no me quedó más remedio que seguirla, ya que mi mente no se sentía en posición de decirle que no. Tampoco de decir que sí, ni de aceptar nada. Y, diablos, no entiendo por qué. En cualquier otro momento me hubiese esforzado por anclarme en mi sitio y no dejar que me dominase para tratar de quedar por encima. Pero, a fin de cuentas, aquel probablemente sería el último día que nos viésemos; el último instante que tendría para mirarla. Mirarla de verdad, y no solamente repasarla con los ojos para verbalizar en voz alta lo sumamente fea y desagradable que me parecía.

Ya sabes que soy un mentiroso experto, ¿verdad?

Si ya me sentía como un completo imbécil parado frente a su puerta sin ser capaz de articular una simple frase coherente, verme dentro de su dormitorio por primera vez no ayudó a que se me despejasen las ideas. El olor a ella impregnaba cada centímetro de ese cubículo. Estaba en el ambiente, en las paredes, en cada objeto... Podía percibirlo. Podría haberla detectado entre un millón de personas porque me había acostumbrado a notarla cada vez que aparecía. Y también era muy consciente cuando no se encontraba en el mismo lugar que yo.

Y no volvería a estarlo. No volvería. Noté la boca seca de repente ante esa idea y volví a carraspear. Mis manos, dentro de los bolsillos del pantalón, habían comenzado a emitir un ligero temblor casi imperceptible que traté de apagar en cuanto fui consciente de que existía. Odiaba sentirme vulnerable. Lo odiaba con todas mis fuerzas. Y lo que más me desagradaba es que ella, y solamente ella, conseguía hacerme pequeñito hasta casi desaparecer. Así había sido en el último año, a pesar de que intenté convencerme cada noche en la soledad de mi habitación de que ese sentimiento confuso no existía. Que debía desaparecer.

Pero, si no existe, ¿por qué debe desaparecer? Es contradictorio lo que dices, colega.

Grace volvió a la carga en cuanto hubo cerrado la puerta, reclamando el presente que le pertenecía por derecho, pues yo mismo se lo había ofrecido. Mantuve la mirada puesta sobre su cara, pues no quería sobrepasarme y mirar ni uno solo de los objetos personales de su dormitorio -me parecía un ambiente muy privado y que solo le pertenecía a ella-, y simplemente me dejé llevar. Dejé que actuase mi instinto.

Saqué la mano derecha del bolsillo, por fin, y la alcé hasta la altura de su cara extendiendo el dedo corazón y encogiendo la palma de la mano. Sí, básicamente le "regalé" una peineta en toda regla. ¿Por qué? ¿Y por qué no, si así nos llevábamos?

No me juzgues. Ya tendría tiempo de hacerlo yo mismo una vez que me escabulliese de allí y retornase a mi dormitorio para tratar de ahogarme con la almohada por ser tan sumamente idiota. Pero mi mente se sentía lejana e incapaz de actuar. Casi parecía que estaba muriendo, porque únicamente se me aparecía un carrusel de imágenes a toda velocidad de lo que podría ser el compendio de mi vida.

En todas estaba ella. Quizá es que me estaba muriendo allí mismo y todavía no me había dado cuenta.

Menudo médico mediocre que iba a ser...
Publicado por Jack A. Hudson Mar Jun 11, 2024 12:45 am
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Odiaba ese lugar. Lo había hecho desde el momento en que le habían indicado que aquella era su habitación, demasiado pequeña, las paredes demasiado blancas, le recordaban a un hospital. Le había llevado un tiempo bastante largo acomodar el lugar. Pegar cosas en las paredes, fotos de ella como porrista, de piruetas que daba al aire antes de la caída que la dejarían fuera del equipo, de amistades cuyo cariño no extrañaba, algunas fotografías que ella misma había tomado en el internado o a través de la pequeña ventana que daba al jardín.

Unas cajas descansaban en la cama, una valija abierta en cuyo interior no había nada. Un equipaje que no había comenzado a hacer. Ese día debería irse, no había guardado nada. Nada de lo que estaba allí tenía un valor. Todo era solo una imagen que podría arder veinte veces y aún así, ella se marcharía sin tomar nada. Nada salvo... Nada salvo... En la mesa de luz había tres libros de poesía. Ni siquiera sabía porqué los había tomado prestados en la biblioteca, porqué los había leído o porque había esperado hasta último segundo para regresarlos. Lo único que deseaba llevarse y ni siquiera era de ella.

Mientras Jack estaba parado en la habitación, Grace se puso en movimiento. La ponía nerviosa que la mirara con tanta intensidad sin decir nada. Dos cosas podían pasar si se le quedaba mirando igual, terminaba de aceptar lo que había prometido negar o lo golpeaba, porque siempre era un buen momento para golpear a Jack Hudson.

Se quitó la toga y se puso un blazer rosa, más abrigado, más de ella. Se sintió más segura.

Toda la secuencia no había demorado demasiado, por lo tanto, cuando observó la peineta en las manos de Hudson. Sus cejas se alzaron. Hagas lo que hagas, Grace, tu reputación va primero, se recordó mientras tomaba la peineta de las manos del joven. Si le hubiera molestado el dedo corazón, no lo demostró, ya se había acostumbrado a algo tan básico. Su voz sonó aguda cuando inquirió: "¿En serio, Hudson?" Abanicó la peineta en el aire como si no fuera más que una broma.

Había tres cosas reales en ese momento que Grace sabía con total certeza:

Uno, guardaría la peineta en la caja de objetos para llevarse y lo mantendría cerca de ella ni bien Jack no estuviera mirando.

Dos, estaba dolida porque, de alguna manera, esperaba que el joven le regalara el abrazo, aquel pequeño gesto de cariño que tanto necesitaba.

Tres, deseaba que no estuviera en su habitación porque sentía que estaba a punto de largarse a llorar.

"No sé ni para que te tomó en serio a estas alturas", se regañó a sí misma con la excusa de poner los ojos en blanco y mitigar las pequeñas lagrimas que comenzaban a formarse. "En serio, de verdad no sé cómo aceptaron que un crío de cinco años paseara por los pasillos, cuántos años más estarás aquí, ¿veinte?" expresó porque no le gustaba estar dolida. Tan acostumbrada estaba que le dieran lo que más quería, que dolía el doble que le negaran lo que más necesitaba.

Ni siquiera tuvo que fingir apretar los dientes y mostrar la rabieta que le generaba que el joven pudiera quedarse allí tantos meses más que ella. Lo injusto que era saber que sus caminos no se volverían a cruzar. Que no compartirían comedor, ni espacios en común. Que no podría buscarlo ni fastidiarlo ni hacerlo pensar nuevas maneras de insultarla o nuevos chistes sobre su altura para no repetirse.

"Te regalaría un pompón solo para que te animes en todo el tiempo que te queda" y, un poco en broma, le arrojó un pompón verde que aún había conservado de su antigua escuela.

Era el pompón que estaba en sus manos cuando se cayó y sintió que se rompió hasta el alma. Un recuerdo de que todo sanaba. Y Jack iba a ser algo así. Iba a olvidarse de él, de la sensación que le causaba, de la necesidad de su cercanía, de la familiaridad de su voz. Iba a curarse. Iba a olvidarse. Iba a doler. Sintió las lágrimas formarse nuevamente en sus ojos. Estaba demasiado sentimental para enfrentarse a él. Deseaba rendirse.
Publicado por Grace L. Edwinson Mar Jun 11, 2024 1:15 am
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El oxígeno no regresó a su legítimo lugar en mis pulmones hasta que Grace, tras mantener su eterno juego de miradas durante unos segundos que me se me antojaron interminables, decidió darse la vuelta para cambiar su toga escolar por una chaqueta más cómoda; mucho más acorde a su esencia de Barbie Malibú que juega a ser animadora en el instituto. Casi había olvidado cómo respirar durante los escasos minutos que tardamos en abandonar el pasillo y entrar en su cuarto, por lo que carraspeé de forma disimulada hasta devolver mi mente a la Tierra. Luego inhalé con fuerza esa mezcla de oxígeno y perfume dulzón. Una imagen cruzó mi mente a la velocidad de la luz; era una imagen oscura y fría, aunque el recuerdo me causaba un ligero hormigueo en los dedos de los pies.

Una vez, en la azotea, le dije que parase de rociarse tanta colonia porque mareaba a cualquiera que pasaba por su lado en el pasillo. En realidad había pretendido dejar claro que me mareaba a mí, pero aquel último apunte fue borrado de mi discurso a mi propia conveniencia. Parecía que había pasado una eternidad desde ese momento; en realidad, apenas habían corrido unos meses pero todo se sentía muy lejano. Demasiado, quizá.

Un ligero atisbo de sonrisa rompió la impasibilidad de mi rostro y tuve que disimular desviando la mirada en dirección a las fotografías que recubrían las paredes. Estuve a punto de soltar un bufido al ver que Grace aparecía en todas -hecho que no me sorprendía lo más mínimo, conociendo los antecedentes egocéntricos de la chiquilla-, pero decidí volver a depositar toda mi atención en sus ojos.

Ojos que, para mi sorpresa y disgusto, se veían brillantes. Casi vidriosos, me atrevería a decir. El nudo que sentía estómago se apretó tantísimo que podría haber llegado a vomitar. Me sentía perfectamente capacitado para discutir con la rubia y lanzarnos afilados dardos cargados de veneno, pues ambos estábamos lo suficientemente curtidos como para esquivarlos. Pero lidiar con una persona triste, con ojos llorosos o un berrinche se me daba terriblemente mal; tan, tan mal que siempre terminaba huyendo por las esquinas como el buen cobarde emocional que llevo siendo toda mi vida. Las palmas de mis manos se cubrieron instantáneamente de una fina capa de sudor. Quise decir algo que la distrajese. Algo que le brindase la oportunidad de mandarme a freír espárragos y atacarme como si fuera una ternera desbocada con ganas de cornearme. Pero eso es precisamente lo que había hecho al sacarle el dado medio: lanzarle ese guante. Y ella no quiso recogerlo por primerísima vez.

No vas a ofenderte conmigo el último día de tu tortura particular en este internado, ¿no? —pregunté con voz suave, poniendo todo el esfuerzo del mundo para que no se me notase en el tono lo sumamente nervioso que me encontraba. Recogí el pompón al aire y lo hice girar entre mis dedos antes de agitarlo como si fuera una animadora de su equipo. Es más que obvio que no serviría para animar ningún partido. No contaba con el don de la gracilidad, el baile y ni siquiera era un tipo flexible. Ni flexible corporal ni mentalmente. Tampoco era particularmente bueno bromeando sin sarcasmo de por medio, aunque podría mejorar con un poco de práctica. —Me sorprende que a estas alturas de la película, y tras haber pasado el último año escuchando lo rubia y tonta que eres, que si Barbie de Todo a cien y demás mierdas que suelto por la boca... Bueno, este gesto te enfade. Nuestras mil batallas te han ido curtiendo hasta que te has convertido en la Queen G, ¿no? Y ten por seguro que sacar carácter te va a resultar necesario cuando mañana salgas de aquí y luches por estudiar la carrera que tú quieres y no la que tus padres han escogido para ti. Y para imponer tu reinado de terror en tu nueva facultad. No me gustaría escuchar rumores de que se te come la marea en tu primer año universitario, niña. Me sentiría francamente decepcionado. No me he esforzado tantísimo durante este curso hasta sacarte de quicio para que llegues y tires todos mis esfuerzos por la borda a la primera de cambio.
Publicado por Jack A. Hudson Mar Jun 11, 2024 6:58 am
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¿Por qué sentía ese nudo en la garganta? Se reprochaba a sí misma. ¿Por qué su cuerpo la traicionaba de aquella manera? No quería sentir ese nudo, no quería sentir las palabras atascadas de todo lo que hubiera querido decir y todo lo que no estaba diciendo porque no era el momento, ni el lugar. Se negaba a decirle a la persona que estaba frente a ella lo que realmente sentía.

"Siempre estoy ofendida contigo, Hudson", dijo, refiriéndose al primer día que se cruzaron en el almuerzo, cuando Grace pensó que podía ser alguien con quien entablar una conversación. Desde que la sonrisa con la que se presentó se volvió una línea recta que no logró contener el veneno que destiló hacia él, estaba ofendida. Después... solo después... habían pasado cosas. Había mostrado a Jack una pequeña parte de su verdadero ser, de la Grace que se escondía detrás de lo que todos esperaban de alguien como ella. Aquella joven que solo deseaba algo simple. El viento en la cara, una compañía leal, el silencio entre dos conocidos que nunca se volvería incómodo. Y de todas las personas, había sido Jack quien no la había juzgado. El único que podría llegar a respetar lo que ella quería, no lo que todos querían para ella. Y, sin embargo, él era un idiota.

Esa verdad era algo que se sentía libre de decir. Jack Hudson era un idiota. El nudo en su garganta se aflojó un poco ante la pequeña verdad dicha en su mente, como un alivio. Negaría todo lo demás. Siempre habría verdades más fáciles de decir que otras. En ese momento, era más fácil decirle que siempre estaba ofendida con él que confesar que ya no veía ese lugar como una tortura. Que había aprendido a pertenecer, a descubrirse, a ser ella misma, de alguna manera.

"¿Así que eso estabas haciendo?" preguntó divertida ante las palabras de Hudson. "¿Curtirme del mundo cruel que me espera allí afuera?" Su tono de voz demostraba lo que era sabido: tenía comprada cada baldosa que pisara, siempre y cuando siguiera el camino que sus padres deseaban. Y, pese a ello, un recuerdo cruzó su mente. No recordaba por qué se había dirigido indignada a su habitación, ni qué sostenía en la mano, solo que por un momento, mientras discutían a viva voz, pensó que él iba a besarla. Y lo que más la había sorprendido era descubrir que deseaba que lo hiciera. Tal vez hubieran necesitado más tiempo, más discusiones, pero aquel era el último día.

"Ya casi estás listo, digo, para hacer el ridículo," comentó al ver que Jack agitaba el pompón. "No tienes que alentar por mí, sé lo que hago. Planeo ser la nueva 'Legalmente Rubia' en la escuela de medicina," respondió, agitando su cabello dorado con el gesto de una mano. Aún no se lo había dicho a sus padres, pero era lo que deseaba estudiar. Especializarse en pediatría, ayudar a todos aquellos pequeños que no serían capaces de concretar sus sueños porque una fuerza divina había decidido que no eran aptos para hacerlo. Ella trataría de torcer esa realidad, quería creer que sería capaz de cambiar la historia, de ser un cambio para alguien.

"Creo que me quedaré con la parte de que te has esforzado. Casi reconoces que piensas en mí cuando no estás conmigo," jugueteó con la idea que le parecía imposible, pero si ya le habían roto el corazón, una rotura más no haría la diferencia. "¿Vas a estar bien? ¿Aquí?" se suponía que la pregunta iba a salir con sarcasmo, siguiendo el hilo de la conversación que estaban teniendo. Se suponía que iba a ser mordaz, tenaz. En cambio, su voz sonó seria, preocupada, dejando salir un poco de la angustia que sentía. Y si... y si decía un pequeño pedacito de verdad, solo en una tregua. Era el último día que se verían, podía permitirse pasar un poco de vergüenza. Se mordió el labio. "Capaz te vaya a extrañar, solo un poquito," hizo un gesto con la mano, juntando el dedo índice con el pulgar, pero sin dejar que se toquen del todo. "Lo negaré si se lo dices a alguien."
Publicado por Grace L. Edwinson Mar Jun 11, 2024 10:27 am
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Siempre estás ofendida conmigo… ¿Por qué? —repetí aquellas palabras con el mismo tono prudente y calmado que había adoptado en mi discurso previo. No esperaba respuesta alguna, pues conocía el patrón de pasos que daba esa chica mejor que el mío propio. A fin de cuentas, yo actuaba por inercia y sin pensar. Sin tapujos. Me dejaba llevar todo el rato por pensamientos infantiles y por ese instinto suicida que me nublaba la mente cada vez que algo se salía de control. Ella no. Ella, dentro de su caos, me parecía un remanso de paz que no actuaba a la ligera. No lo sabía a ciencia cierta, pero desde el mismísimo momento en el que la conocí tuve la sensación de que esto se debía a que tenía cada uno de sus pasos perfectamente calculados. Grace no perdía la calma ni en medio de la guerra porque era capaz de pelear contra gigantes y molinos sin achantarse. Escondía su vulnerabilidad y nadie hubiese podido ser capaz de destrozar su perfecto microcosmos rosa del que era ama y señora. No lo permitía.

Y por eso me agradaba tanto. Y por esa misma razón me sentía incapaz de alejarme de ella como sí que esquivaba al resto de personas que me parecían desagradables. Y de ella, que conste, desde el primer día he pensado que era una chica pesada, codiciosa y tremendamente impertinente. Tan desagradable por dentro como bonita era por fuera, o eso pensaría cualquier fanático de la hegemonía europea. No me incluyo.

Grace no era accesible…

Y ahora, de repente, sí que lo era. Logré distinguir en esos ojos fríos y azulados, digno color de lago de una serie llena de nórdicos, una leve sacudida. Ella, después de todo, era una chica tan llena de miedos e incertidumbres como el resto. Simplemente sabía cómo esconderlo mejor detrás de sonrisas burlonas, actitud de chihuahua enfadado y aires de grandeza impostados. Que tuviese un carácter tan fuerte ayudaba, por supuesto, pero me hubiera apostado todos los ahorros de mi vida a que ella también estaba rota. Lo hubiese hecho meses antes, después de las escasas conversaciones sinceras que habíamos mantenido en nuestra pequeña parcela de azotea y oscuridad. Ser tan envalentonada le permitía despertarse a la mañana siguiente y comerse el mundo mientras ignoraba su propio peso muerto atado al tobillo. Pero existía. Tanto como existía uno enganchado a mi pierna. Esa era la razón por la que, después de todo, nos llevábamos “bien”. O nos soportábamos, mejor dicho. Porque ella cargaba una cruz a la espalda que se asemejaba a la mía, y viceversa. Y nos entendíamos sin necesidad de esbozarlo en voz alta. Y podíamos permitirnos pagar nuestra frustración con el otro porque estábamos labrados para aguantar nuestra propia pena. Suena tóxico, y soy perfectamente consciente de ello, pero Grace y yo encajábamos como piezas de puzzle afines que, a priori, no se asemejaban en nada.

Los dos necesitábamos urgentes sesiones de terapia. Por mi parte existía la intención de acudir a un buen psicólogo en cuanto volviese a Manchester. Uno de verdad. Uno que lograse que, por fin, Jack lograse calmarse y dejar salir a John del baúl donde lo mantenía cautivo desde que empezaron los problemas en el colegio. Había llovido tanto desde esos días que casi no recordaba los golpes, los insultos ni el malestar que sentía al verme intimidado por mis antiguos compañeros de clase. Pero ese año me había servido para volverme consciente de lo sumamente infeliz que me sentía viviendo como un robot desagradable, gruñón e innacesible. No había nacido así. No era mi naturaleza; Jack era el resultado de toda la mierda tragada durante años, e iba siendo hora de despejar el terreno para cultivar una pequeña parcela de felicidad. Me la merecía. En el fondo sabía que la quería de igual manera que la necesitaba.

Me estoy refiriendo a la felicidad, no a Grace. Que conste en acta.

Mierda… Ya está. No me quedaba más remedio que aceptarlo. Iba a echar mucho de menos a esa cría endemoniada con aires de princesa de Mónaco. Mucho.

Te estaba preparando para el mundo real, Edwinson, porque no todo en la vida se basa en cuentos de hadas de princesas con síndrome de Estocolmo. Y aun así, espero que lo consigas. De verdad. Que seas la mejor médica de toda Escocia, o de Reino Unido incluso, y des una patada en la boca a todos los que decidimos en un momento de tu vida que no valías más que para maquillarte y ser la reina del baile. —dije aquella última frase imitando su profundo acento escocés, característica suya que me gustaba especialmente, mientras ahogaba una pequeña risa. No dudaría en afirmar que aquellas fueron las palabras más sinceras que había proclamado ante Grace en todo el año. Mi tono fue natural, sin un solo ápice del rasgueo profundo que me caracterizaba cuando pretendía sonar duro. En ese momento no me di cuenta pero, por fin, sonreí. Un hoyuelo desconocido apareció en mi mejilla izquierda, y la rubia podía sentirse afortunada de poder observarlo porque era una auténtica aguja en un pajar. No me gusta regalar sonrisas por ahí a cualquier mequetrefe que me cruce, ¿qué puedo decir? —Solamente... Espero que me mandes un email cuando consigas una plaza para indicarme en qué universidad has sido aceptada. Quiero solicitar una beca en una en el otro extremo del país para no tener que aguantar tus arranques de niña malcriada más. No soportaría otros siete años contigo al lado, la verdad.

Las palabras leídas pueden sonar duras. Pueden sonar muy crueles, pero mantuve la pequeña sonrisa mientras las pronunciaba en voz alta para dejar claro que, después de mucho tiempo, me sentía lo suficientemente relajado con ella para poder permitir bromas entre los dos.

Entonces, el espacio entre nosotros se redujo levemente. Sin pensarlo dos veces, decidí acortar la distancia acercándome un par de pasos hacia ella. Lo suficientemente cerca para poder extender el brazo derecho e invitarla dando una cabezada hacia abajo, bastante similar a lo que es una reverencia, a que me estrechase la mano. Era un gesto políticamente correcto, ¿no? Digno de dos enemigos que deben dar por finiquitada la guerra y sellar un pacto de paz.

Al desviar mi mirada hacia su rostro me sorprendí observando fijamente durante un par de segundos su boca, acto que oculté con rapidez dirigiendo los ojos hacia mi propia mano extendida.  Había encontrado particularmente bonito que se mordiese el labio. Reconfortante, como una taza de chocolate caliente en una mañana invernal. La palma seguía ligeramente sudada, y estaba seguro de que Grace, en caso de estrecharla, emitiría algún comentario mordaz sobre lo asqueroso que le parecía el sudor ajeno. Pero fingiría que me daba igual poniendo los ojos en blanco y soltando algún comentario condescendiente sobre las pecas de su nariz.

¿Que cómo sabía que tenía pecas en la nariz? Pues realmente no estaba seguro de ello, ya que no me permitía mirarle la cara al completo -más allá de los ojos mientras manteníamos nuestras disputas territoriales silenciosas- por más de cinco segundos seguidos y sin ningún interés analítico de por medio.

Yo siempre estoy bien, Grace. Solo intenta no echarme muchísimo de menos, pues estoy seguro de que no te va a ser fácil encontrar a otro idiota que tenga tantas ganas de molestarte como he tenido yo. Aunque seguro que consigues salir ganando y creando tu propio entorno seguro para vivir como te dé la gana, cumplir tus sueños y patear los traseros de tus compañeros. Y me alegro mucho por ti. De verdad, Barbie.
Publicado por Jack A. Hudson Mar Jun 11, 2024 11:22 am
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La tranquilidad con la que Hudson expuso la pregunta la llevó a pensar que el joven desconocía la respuesta y a que, casi parecía interesado en saber la respuesta. Apoyada en el borde de la ventana, Grace dedicó unos momentos a prestarle atención. A inspeccionarlo, a pesar de la poca confianza que había entre ellos. Cuando no estaba ladrando no parecía ser alguien desagradable, casi parecía ser alguien con quien se podía entablar una conversación. Es alguien con quien se puede entablar una conversación, se recordó así misma recordando la silueta recortada de Jack en la azotea aquella noche en la que se encontraron. Puede que no conmigo, indicó con cierta tristeza.

"Porque nunca me pides perdón luego de ofenderme", respondió con altanería y un poco de hipocresía, porque siempre había intentado causarle el mismo dolor que le causaba a ella. Ojo por ojo, sin importar las consecuencias. Allí estaban las consecuencias. Deseaba demostrarle cariño, no podía hacerlo. Deseaba que él le demostrara algo, sin siquiera demostrarle cuánto lo necesitaba.

Sus ojos rodaron ante la afirmación. "¿Qué te hace pensar que la vida ya no me ha dado esa lección?" preguntó casi furiosa de que hubiera adquirido ese rol sin siquiera consultar, desde la ignorancia de creer que siempre había tenido lo que deseaba, cuando lo único que había necesitado se había marchado a un lugar al que ella nunca iba a poder ir, al menos, no mientras tuviera una vida sana. Y con los ojos entornados en Jack, agregó "¿Y porqué lo dices como si ya no pensaras eso de mi? ¿Qué pasó? ¿Cambié tu forma de pensar?", se saltó todos los insultos, quería respuestas porque ya no iba a tener otra oportunidad de preguntar, porque quería conocer la respuesta si era aquello lo último que iba a tener de él.

¿Puedes ser honesto, Jack? Estoy dispuesta a rogar.

También avanzó un paso, igual de desafiante que siempre se había mostrado ante él. Él único al que había desafiado antes, porque se negaba a ser tomada como una rubia estúpida más. Quería ser más.

Y allí una nueva duda. Si supieras donde voy ¿vendrías conmigo? Ni siquiera se atrevió a formular la pregunta que más importaba. La más valiosa de todas aquellas que habían pasado por su mente en todo aquel pequeño rato que habían pasado juntos. "¿Algo más sobre lo que quieras que te escriba?" preguntó. Un paso más adelante. Tuvo que levantar la mirada para poder observarle. "¿Vas a confesar que también me vas a extrañar y que ya me estás pidiendo correspondencia?" otra vez jugueteó con aquella idea, como si hubiera alguna posibilidad. Y nuevamente, jugó una carta de la cual no sabría si se arrepentiría. "No creo que vaya a encontrar a un idiota como tu. Eres único."

Se estaba volviendo blanda. Se había ablandado en ese lugar. O se había rebelado. Cualquiera de las dos opciones eran posibles.
Publicado por Grace L. Edwinson Mar Jun 11, 2024 4:20 pm
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