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Recuerdo del primer mensaje :

Último día de curso. Alrededor de media tarde. Canción

No soy capaz de afirmar que mi sexto año en el internado fuese, precisamente, un camino de rosas. O quizá sí, pero convirtiendo esa idea idílica de chuches, gominolas y peluches esponjosos de color rosado en un sendero cargado de espinas y muy alejado de las imágenes preciosas y reconfortantes que nos venden los cuentos de hadas.

Ideas que a mí jamás se me habían vendido, por supuesto, ya que mi principal interés durante la infancia –más allá de jugar con Legos y ver Jurassic Park- había sido leer sobre ciencia y temas que no podía entender por más que me esforzase en fingir que sí y que era un chico sumamente especial. Pero uno nace idiota y morirá siendo idiota, aunque se las quiera dar de listo. ¿Culto? Mucho. ¿Imbécil? El peor de todos, amigos míos.

Había batallado durante semanas contra este día. Odiaba a muerte que llegase el final de las clases, pues volver a casa se me hacía completamente insufrible. No es que contase con muchos amigos en el internado, pero mi panorama era mucho más desalentador y gris fuera de él. Y eso que el equipo docente me caía bastante mal, debo decir. Una vez que llegaba el verano pasaba de disponer de ciertos enemigos contra los que pelear y algún que otro conocido con el que poder conversar de manera rutinaria a... Pues a la mismísima nada. A estar el día encerrado en el dormitorio de casa de mis padres, que ya no sentía como mío propio porque ni siquiera mi olor permanecía allí, jugando a videojuegos y leyendo en un Ipad que explotaría en cualquier momento porque tenía la memoria completamente colapsada. Y no me apetecía especialmente, aunque diría en voz alta a cualquiera que me preguntase que deseaba esfumarme de allí con todas las ansias del mundo.

Se lo diría a cualquiera excepto a ella.

Y mira que esa cría rubia con aires de superioridad me caía mal. Detestaba profundamente su sonrisita burlona, el brillo de sus ojos cuando pretendía fingir que no me miraba en el comedor y la manera tan chulesca que tenía de acomodarse la falda por encima de los límites establecidos. O quizá simplemente usaba dos tallas de ropa menos de la que le correspondía, pues debemos recordar a día de hoy que la Queen G medía aproximadamente metro veinticinco y cualquier prenda disponible para una chica tamaño promedio de diecinueve años le vendría grande.

Sí, estoy exagerando, pero no merecía condescendencia alguna de mi parte después del año demoníaco que me había hecho pasar.

Aun así, esa mañana me sorprendí a mí mismo acudiendo a la ceremonia de graduación de su promoción. A mí me quedaba aún un año para salir de allí, así que los nervios y la envidia afloraron en mi ser mientras observaba la ceremonia en el salón de actos apoyado contra el marco de una de las puertas traseras. Oculto en la penumbra, atendí a los diversos discursos y procesos que sucedían en el estrado con ambas manos dentro de los bolsillos de mi uniforme y cierta mueca de disgusto patente en mi rostro. Sí, esa que tan bien conocéis. Entrecerré los ojos al escuchar su nombre y me puse de puntillas para poder observarla mejor, aunque no me hacía ninguna falta debido a mi altura. He de reconocer que estuve a punto de sonreír de lado al ver que le entregaban el diploma que acreditaba que, por fin, lo había logrado y se marcharía de aquí para continuar su vida.

Por fin se marcharía de aquí... Y se iría tan lejos como le fuera posible. Donde ya no podría meterme con ella.

No vi el resto del evento, pues una vez que la rubia minúscula hubo vuelto a su posición, decidí retornar a mi dormitorio para terminar de empacar mis pertenencias. No obstante, me sorprendí a mí mismo paseando por los pasillos que llevaban siendo mi hogar cerca de seis años sin rumbo fijo. Tampoco lo necesitaba, pues conocía cada rincón como la palma de mi mano. Mi cabeza era un auténtico hervidero de sensaciones, y lo que menos me apetecía era encerrarme en mi cuarto a acomodar los libros dentro de la maleta que mañana me acompañaría de vuelta a una casa donde no me apetecía estar. Sacudí la cabeza, echando de menos por un único segundo la sensación de notar las greñas cayendo sobre mi rostro. Me había cortado el pelo unos meses atrás, debo recordaros. Llevar el pelo largo me servía como excusa perfecta para distraerme y fingir que pensaba en otra cosa mientras me lo atusaba y volvía a acomodar detrás de la oreja.
Excusa que ya no me era válida.

Pasé caminando por los pasillos cerca de dos horas, sin detenerme a mirar a nadie y sin dedicar ni un solo músculo de mi cara a esbozar una sola mueca que no incluyese un ceño fruncido. Mi humor rozaba el subsuelo y, joder, créeme que no sabría a día de hoy especificar por qué. Pero siento que todo adolescente de diecisiete años merece sus momentos de tranquilidad y de enfado; incluso un adolescente tan sumamente extraño e irreverente como John Hudson.

Mis pasos me guiaron, sin querer -juro que no lo pensé en un principio- hasta el pasillo donde estaban ubicados los dormitorios femeninos. En cualquier otro momento, en cualquier otro día, prometo que me hubiese sentido mal por ser tan despistado y huiría de allí antes de que me pillase un profesor. Pero, a falta de un día para que comenzaran las vacaciones de verano previas a mi último curso, decidí no hacerlo. Armado con un valor innato, o haciendo gala de una estupidez nada propia de mí, recorrí las frías losas del suelo de la galería sin sacar las manos de dentro de los bolsillos. Iba leyendo en silencio las pequeñas placas de las puertas en busca de su nombre, aunque conocía perfectamente el número de su habitación. Pero uno ha de fingir que es disimulado.

Al encontrarla, estuve a punto de esbozar una leve sonrisa ladeada, bastante nostálgica, pero me contuve. Yo no era de esa clase de personas que se dejan llevar por la marea ni por las hormonas, ya lo sabéis.

Mentira.

A pesar de que estar parado frente a la puerta de Grace no podría decirse que era un acto especialmente inteligente ni fácil de explicar, dado que nos odiábamos mucho, nos hacíamos la vida imposible y todas esas cosas feas que os gusta leer.

Imitando la propia postura que había adoptado mientras atendía a su ceremonia de graduación, me paré frente a su puerta y apoyé la espalda contra el marco. Seguí sin sacar las manos de los bolsillos del pantalón de mi uniforme, fingiendo así una indiferencia que nadie se creería al verme parado frente a su puerta, pues, ¿qué hacía allí un tío como yo, en primer lugar?

Pues ni yo mismo lo sé, amiga mía. Ni yo mismo lo sé.

Apoyé la cabeza contra la madera mientras dirigía la mirada hacia el techo. Mierda, ¿qué estaba haciendo?

El idiota. Una vez más.

Quería verla. Quería tenerla una vez más frente a mí. Luego se iría y continuaríamos nuestras vidas. Pero yo sé que echaría de menos la idea de lo que pudo ser y jamás pasó; que me arrepentiría de no abrirme con ella como lo había hecho en la azotea meses atrás, porque esa rubita era la única persona por la que me permitía tener sentimientos. Aunque fueran pura rabia.

Rabia porque ella no hablaría conmigo, igual que no hablaba yo con ella.

Joder.
Publicado por Jack A. Hudson Lun Jun 10, 2024 10:46 pm
Jack A. Hudson
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Todo a mi alrededor me llevaba a ella. Todo me lanzaba a ella, maldita sea. Y no quería. Juro que no. Hace doscientos años esa mujer escocesa hubiese terminado tirada al río por bruja, y lo más probable es que yo también. Porque jamás concebiría la idea de un mundo en el que no estuviese presente. Gritando, recordándome lo sumamente imbécil que era. Un mundo sin mi Barbie remilgada no me parecía bonito. Y juro que había tratado de acallar esos pensamientos durante meses. Todo un año entero, para ser exacto.

Porque lo voy a reconocer. La primera vez que había visto a Grace no fue cuando se sentó frente a mí en el comedor. No. Debemos remontarnos al primer día de curso de este año. Yo estaba caminando por el pasillo y me crucé con ella de pasada, siendo tan diva y fantástica como siempre finge que es. Y tan guapa, la cabrona. Y es consciente de ello. Y me aparté a un lado hasta quedar de espaldas a la pared para que pudiera caminar libremente, temeroso de volverme su objetivo, como estaba acostumbrado que pasara con las personas que rezuman altanería. Ella no se acordará porque no llegó a fijar sus ojos en mí, pero yo sí.

Porque no soportaría más dolor. Más insultos. Parecía la típica chica que arrasaba con todo, tan divina como se piensa que es. Y me hice fuerte. Me volví cínico. Inaccesible y sumamente imbécil.

Un tío triste y destrozado por las circunstancias que no era tan malo como aparentaba.

Y al final, pues la barrera se destruyó a base de tantas peleas, tantos insultos y tantas confesiones entre los dos.

Algún día se lo contaría. Pero ese día todavía no había llegado.

Pero se me quedaron grabadas a fuego dos cosas: sus ojos claros y centelleantes, dignos de una reina del mundo, y ese perfume frutal tan característico que solo le sentaba bien a ella.

Dirás que fue mi crush. No lo fue. Te juro que no.
O quizá por eso se me cayó del pedestal en el que la tenía cuando vi que venía a hablarme y relacionarse con el resto de los mortales ese día en el comedor. Y por eso la ataqué a muerte y a destiempo. Porque si podía hacerlo conmigo, que no valía nada, lo haría con cualquiera.

Soy más adolescente hormonal de lo que he demostrado en este tiempo, ¿verdad? Ya me da igual esconderme.

Mierda. Esos pensamientos no son permisivos, Jack. Ni te lo plantees.
No.

Una oleada fresca de su perfume llegó a mí en cuanto Grace acortó un poco la distancia que nos separaba, que tampoco era tanta. No tomó mi mano y en cierta manera lo agradecí, porque sabía que mis palmas seguían sudando y que resultaría en una nueva burla para ella. Agaché la mirada, sintiéndome indigno de nuevo. Y no me sentía capaz de soportarlo. Porque en tres meses ella no estaría y su recuerdo permanecería en mi mente, en el tablón escolar y en el baño de chicos del segundo piso, donde un imbécil había grabado con un cuchillo “Grace es la tía buena del colegio y me la follaría mil veces”. Mensaje que me molestaba enormemente; razón por la que evitaba ese cuarto de baño.

Nunca he sido un tipo violento pero me reventé los puños contra ese cubículo de madera sin pensarlo. No quería que nadie leyese ese mensaje y la juzgase, a pesar de que no se lo diría. Luego fingí durante semanas que me había caído corriendo durante las pruebas de atletismo. Pero mi trabajo estaba hecho.

Yo era digno no solo de su compañía. Merecía mi puesto de matrícula de honor, una familia que me quisiese como me quería aunque a veces lo olvidase, y sentirme suficiente. Amigos con los que pasar el rato y tener una conversación distendida sin fingir que era superior, intocable y un erudito. Y merecía y deseaba que reconociese que pensaba en mí tanto como yo en ella.

Al sentirla tan cerca fui yo el que se mordió los labios. Con ansia. Las hormonas revoloteaban en mi interior y me sentía incapaz de controlarlas. Después de todo, sigo siendo un crío de casi dieciocho años con ínfulas de adulto pero sin experiencia alguna en la vida. El eco de sus palabras rebotaban en mi mente, como susurros lejanos, pero yo… En ese momento… Solo podía mirarla a ella. A escasos 15 centímetros de mí. Tan pura, tan rubia, tan divina y siendo un cliché andante de todas esas ideas de mujer bonita que rechazaba constantemente. Pero no lo iba a negar. Ni a ella ni a mí, embriagado como estaba de su perfume.

O de su champú de mandarina, o a saber de qué era. El tabaco había destrozado mi pituitaria.

Yo ni pido perdón ni permiso, rubita. Ya lo sabes. —respondí sin apartar los ojos de ella. Creí desatar, en ese momento, la última de las batallas. La más importante. La que sellaría nuestro destino porque ella se iría por su lado mañana y yo tendría que aguantar un año más allí antes de solicitar la beca para Oxford. Y, mierda, en el fondo deseaba que mi primer día allí, si conseguía finalmente entrar, viniese acompañado de recuerdos bonitos. De la figura de cierta rubia idiota con la que querría pelear el resto de mi vida y cuya ausencia anticipada había creado en mi estómago un peso que no sabía cómo eliminar. Aunque para ese momento tuviese a un tipo caminando a su lado babeando, o a mil, y un séquito de chicas que querían imitarla y agradarla y ella se sintiese poderosa. Igual que en nuestro internado. Pero no quería que las cosas cambiasen. Porque ella seguiría buscándome para pelear una vez que fuese consciente de que estaba cerca. Y yo lo haría con ella. —Han cambiado muchas cosas. No eres tú, soy yo… Que siento que he aprendido a soportarte. Por desgracia.

Me sorprendí a mí mismo, incluso, al soltar tal afirmación sin que me vacilase el tono de voz. Estuve a punto de quebrarme cuando volví a encontrar sus ojos, curiosos y vacilantes. Mi mano seguía extendida ante los dos, y ella seguía sin tomarla para sellar la rendición común. Arrugué la nariz en ese momento. A la mierda. Dejó de importarme que tuviese las palmas sudadas, que me pudiese pegar luego un bofetón o que quisiera ahogarme en el cubículo de su cuarto de baño. Estaba en shock. Como todo adolescente. Me sentí incontrolable por un momento. Esas voces regañonas que pululaban en mi cabeza se apagaron. Por unos minutos, al menos.

Fruncí el ceño, como hacía siempre. Y bajé la mirada hasta sus labios.

Pues yo únicamente pienso una cosa, Grace. Y es que, si seguimos echando leña al fuego, al final van a tener que llamar a los bomberos. —no lo pensé. Simplemente sentí que mi brazo terminaba de acortar la distancia que nos separaba de un tirón y al tenerla frente a mí, alargué mi mano libre hasta su nuca y la acerqué hasta mí. Después dejé caer su mano sobre mi cintura, soltándola de inmediato para darle el beneficio de la duda y que huyese si así lo quería. Pues notarla pegada a mi pecho gracias al tirón me fue suficiente. Mis dos manos se alzaron por inercia para recorrer su pelo y mantenerla cerca de mí, sin hacer presión porque aquel no era su deseo. Era el mío, y no la hubiera forzado a besarme con ganas ni en un millón de años.

Pero la besé. Suave pero con ganas. Porque lo deseaba desde hace siglos y era la mejor forma de sellar un ciclo.
Y de abrir uno nuevo.

Lejos de allí.

Y ojalá que con ella en mi vida.

Me iba a dar el bofetón de mi vida. Fui consciente de ello mientras le mordía los labios y la besaba con más ganas de las que devoro un libro de Historia Griega. Pero me daba igual. Total, mañana no estaría.

Pídeme que me vaya contigo, Barbie. Hazlo.


Ese era mi pensamiento apremiante por ella aun a sabiendas que no lo haría. Aunque sé que correría como un desquiciado al campus donde estuviese. Donde pudiera ser "ella" y yo pudiera ser "yo". Con ella al lado, y nuestras mierdas y peleas al lado vigentes.
Publicado por Jack A. Hudson Mar Jun 11, 2024 4:54 pm
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Estaba tan cerca de él que creyó que sentiría el familiar aroma a tabaco. Por un segundo, una pequeña arruga se formó entre sus cejas. No olía a haber fumado, tenía otro aroma, uno que no llegaba a distinguir. Era un aroma fresco y casi da un pasó adelante para buscar oler su ropa, para poder inhalar profundamente e identificarlo. Y a la vez se sentía extraño, siempre había relacionado aquel aroma con Jack y ya no estaba.

Sacudió sus pensamientos, había sido una mala idea acercarse demasiado. Debería haber mantenido la distancia, dejar de jugar en el filo de la navaja donde sabía que ella acabaría perdiendo.

Siempre le había gustado mirarlo a los ojos, ahí era donde sus emociones se mostraban. Los había visto enojados, decepcionado, aburrido, incluso tristes. Ese día tenían una intensidad diferente y quería saber a qué se debían. Quería seguir descubriendo cosas de él y eso era lo peligroso. Conocer implica tiempo, y el tiempo se había agotado como un reloj de arena que lentamente había llegado a su fin. Era momento de darlo vuelta y comenzar una nueva cuenta regresiva. No quería. Quería conservarlo y desconocía cómo pedirlo. Bajó su mirada, si miraba derecho miraba su pecho, a la mano que aún sostenía para ella, terminó por desviar la mirada a algún rincón de la habitación.

No deseaba tocarlo. No quería tener que agregar su textura a la lista de cosas que extrañaría de él. No quería aferrarse a esa mano, porque sentía que sería incapaz de dejarlo ir.

Toda esa situación era difícil. Grace no quería decir adiós.

No tienes que pedir perdón, quiso responder, pero solo volvió la vista al joven. Sabía que él no pediría disculpas, también sabía que ella no las necesitaba. Él sabía como ofenderla, y ella estaba dispuesta a que conociera ese secreto. Solo él.

"¿Soportarme?" preguntó una risa desganada se posó en sus labios. Parecía una broma de mal gusto.

Aquello era imposible.

Ni siquiera podía huir, porque estaba en su habitación, pero deseaba marcharse.

Distraída en sus propios pensamientos, cuando alzó la mirada nuevamente sin comprender las palabras. Sintió los labios de Jack sobre los suyos.

Tardó un momento. Un momento en comprender que claramente estaba soñando. Ese día nunca se había despertado o se había quedado dormida en una silla de la "fiesta" que se desarrollaba en el piso de abajo. Porque no había otra explicación para que Jack la estuviera besando.

Eso tenía que ser un sueño.

Si era un sueño, entonces podía disfrutarlo.

Sus labios se abrieron ligeramente, dejando al joven pasar. No quería que se alejara, no quería que la soltara. Su mano fue hasta su cabello y tiró de él hacia ella. Lo quería más cerca, quería sentir el calor de su piel, el nuevo aroma que no era tabaco, quería sentir los latidos de su corazón por sobre los de ella que repiqueteaban a toda velocidad. Un gemido se escapó cuando Hudson mordió sus labios. Definitivamente, había perdido la cabeza. No había otra explicación. "¿Este es mi regalo, Jack?" preguntó en un susurro antes de buscar nuevamente sus labios. "No te alejes", un ruego. Otro beso. No me dejes.

Ya estaba perdida. Nunca iba a poder olvidarse de él.
Publicado por Grace L. Edwinson Mar Jun 11, 2024 10:04 pm
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Durante una escasísima milésima de segundo temí que Grace me apartara de un empujón para propinarme la esperada bofetada. De haber estado en mis cabales en ese momento, puede que incluso yo mismo hubiese sido el que se alejara de ella al notar su estupefacción inicial. ¿Cómo culparla, de todas formas? El tío que había invertido su último año en hacerle la vida imposible la estaba besando. Como mínimo, la muchacha se sentiría confundida. Pero esa vacilación no duró demasiado. Noté casi de inmediato cómo enredaba la mano en mi propio pelo y me arrastraba hacia ella. Casi parecía que le urgía acortar la pequeña distancia que separaba nuestros cuerpos.

Sonreí desde sus labios, emitiendo una escueta risita socarrona que no quise alargar porque las ganas de besarla por primera vez eran más fuertes que la necesidad de meterme con ella.

No. Se trata de una nueva forma de tortura sofisticada, especialmente creada para que te persiga por las noches cuando ya no estés aquí. Y para que me eches de menos. —improvisé sin un ápice de vacilación, aunque lo cierto era que ni siquiera me lo había llegado a plantear. La tontería del regalo me había servido como justificación para explicar la aparición en la puerta de su dormitorio. Pero realmente no disponía de nada que darle. Eventualmente, al volver a mi dormitorio y terminar de empacar mis cosas, rebuscaría algo que pudiese servir como presente y se lo entregaría antes de que se marchase. Quizá le gustaría recibir mi viejo cuaderno de anotaciones, pues meses atrás habíamos discutido vigorosamente por su culpa. Ese recuerdo estaba, a esas alturas y en circunstancias así, prácticamente difuminado.

De todas formas ya no lo quería. Estaba lleno de malas sensaciones y poesía barata, salida de las entrañas de un completo dramático. Pero Grace podría releerlo cuanto quisiera y mantener vivos los recuerdos de aquel último año. Ya no quería seguir comportándome de manera inadecuada, y mis nuevas intenciones en la vida me hacían querer mejorar hasta que del chico que escribió aquellas frases no quedaran más que recuerdos.

Hasta que pudiera dejar atrás a Jack y vivir única y exclusivamente como John. Seguiría siendo un completo imbécil, pues ese dato estaba grabado en mi ADN, pero... Por lo menos me comportaría con cierta decencia. Puede que todos lo dudéis, y lo entiendo perfectamente, pero que sepáis que mi madre me había educado con muchísimo esmero e intencionalidad de volverme un hombre de provecho.

Los minutos mantuvieron su flujo usual, a pesar de que la sensación que reinaba en el ambiente aclamaba que el tiempo estaba detenido. El mundo afuera de esa habitación había colapsado y dejado de existir. Notaba erizado el vello de los brazos debajo de la camisa del uniforme, y una ligera gota de sudor recorría mi nuca hasta perderse en el cuello del jersey. Sin apartarme de la boca de Grace decidí, por primera vez en la historia, hacer caso de sus palabras. Me encorvé ligeramente hasta lograr enroscar ambos brazos justo a la altura de sus muslos para luego tirar de ella hacia arriba, levantándola en peso con una facilidad que se me antojó muy natural. Esa niña pesaba, efectivamente, lo mismo que una pastilla de jabón.

¿Me he ganado que me mandes el e-mail, niña? —pregunté en cierto momento con voz ronca y cierta chulería impostada, ansioso de parecer algo despreocupado. Notaba cómo me ardían las mejillas. Debía estar rojo como un tomate, extraño en alguien que no suele sonrojarse.

Pero enseguida recaí en la que, ahora, era mi nueva actividad favorita.

Al cabo de un rato el silencio que había a nuestro alrededor desapareció. El bullicio habitual del pasillo volvió a hacer acto de presencia, indicando que las alumnas estaban saliendo de sus dormitorios entre risas y charlas agradables. Muchas tendrían ya las maletas perfectamente hechas y tendrían ganas de disfrutar de su último día de clase descansando en los jardines. El cielo no amenazaba con lluvia y, en general, podría decirse que el sol picaba ligeramente la piel. En Escocia el tiempo era muy cambiante; en una misma tarde podía lloverte tres veces encima, ser golpeado por fuertes ráfagas de viento y terminar secando tu ropa gracias al sol. Sin embargo, el eco de sus voces logró sacarme de mi ensimismamiento. Fue entonces cuando solté los labios de Grace y me quedé mirándola a los ojos. Continuaba teniéndola en alto, así que estábamos frente a frente.

Le di un suave beso en la punta de la nariz antes de agachar la cabeza para apoyarla en el hueco de su cuello, como un niño que busca cariño a su alrededor; un gesto que me volvía vulnerable ante la última persona que hubiese querido que accediese a mí. El olor que desprendía su piel era alucinante. Tan alucinante como familiar.

No es por nada, pero... ¿No deberías estar abajo, atendiendo a tus fans y compañeros de clase en la fiesta? —mi voz se vio levemente ahogada por su propia piel, pues estaba apoyado completamente contra su cuello. A fin de cuentas, era el día de su graduación. La entrega de diplomas vendría precedida por una nostálgica comida que serviría como último nexo de unión entre los compañeros de promoción. Aquella sería la última vez que estarían todos juntos en la misma habitación. La celebración tenía un cariz tan agridulce como divertido; en sí, el cierre de una etapa siempre lo es. —Y a tus padres, también.

No los había visto, creo -pues no tenía ni la más remota idea de cómo eran-, pero supuse que estarían por aquí. Viendo a su hija graduarse mientras decidían en el tablero imaginario de sus mentes cuáles debían ser sus próximos pasos.
Pero Grace era terca como una mula y se tragaría antes su propia sangre que su orgullo. Ya tendrían que haberse dado cuenta.
Publicado por Jack A. Hudson Miér Jun 12, 2024 7:11 am
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Sintió la sonrisa entre sus labios. Si no hubiera estado disfrutando tanto el momento, se hubiera alejado para poder observar aquella expresión en el rostro sonrojado de Hudson.

No estaba segura si alguna vez lo había visto sonreír.

"Ya te iba a echar de menos," confesó entre beso y beso. Aquello lejos de sentirse como una tortura, se sentía como un sueño del que no quería despertarse. No quería que llegara a un final. Y, si aquello era un sueño, mejor era disfrutarlo.

Se dejó guiar, alzar y abrazó a Jack con las piernas, tirandolo un poco más hacia ella. Tuvo el impulso de querer, de alguna manera, sacarse el blazer, sacarle a Jack su propio jersey, pero no sabía si iba a ser capaz de detenerse en algún momento. Tal como su instinto había indicado antes, aquello iba a ser una nueva adicción, una de la que nunca sería suficiente. Mordió el labio de Hudson mientras dejaba escapar un placentero suspiro.

Quiso callarlo, ya tendrían tiempo para todas las respuestas. Grace buscaba exprimir cada uno de esos besos. Acariciar sus cabellos, sus hombros, su cuerpo.

El gritó de unas jóvenes en el pasillo, obligó a Grace a recordar que había un mundo aparte de ellos dos. Las risas se espercieron y a la joven le entraron ganas de reirse. Los nervios. Apoyó la cabeza contra la pared, mordiendo sus labios en una sonrisa que no podía ocultar. Si bien nadie los había visto. La interrupción se había sentido. Acogió a Jack, apoyando la cabeza en él. Sabía que sus mejillas debían estar tan coloradas como las del muchacho y sentía el flequillo pegado a su piel. Su corazón que latía con fuerza y tenía que recuperar el ritmo de respiración, pero nada de eso importaba. Acunó a Jack, y lo acarició con ternura, no para atraerlo más a ella, para sentirlo, sino un gesto de cariño, de cuidado. Suave y gentil. Quería que se quedara con ella.

Cuando volvió a tomar aire, se dio cuenta que identificó el aroma de Jack, aquel que no era tabaco. Hudson olía a libro. Y con una pequeña sonrisa, cerró los ojos disfrutando aquel rico aroma.

"Te escribiré hasta que me pidas que pare de escribir y cuando te ignoré y te siga escribiendo, hasta que me dejes de responder." Dijo aquellas palabras en un suave susurró, respondiendo a las preguntas que le había hecho. Quería quedarse allí por siempre y no alejarse más. Pasados unos segundos, el pasillo volvió a quedar en silencio. "No hay nadie abajo que me importe. Mis padres no han venido, tenían cosas más importantes que hacer". Más importante que su única hija graduandose, para Grace pensaron que no lo lograría. Intentó que no se notara el nudo en su garganta, hizo su máximo esfuerzo para decir las palabras de la manera más neutral que podía. Creía justo que tuviera una respuesta, por más que a ella le doliera el tema en cuestión.

Aguardó en silencio un rato más antes de pedir, casi rogar: "Por favor, no te conviertas en calabaza"
Publicado por Grace L. Edwinson Miér Jun 12, 2024 12:38 pm
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El silencio volvió a envolvernos a los dos una vez que las parlanchinas chicas del pasillo se hubieron ido, fabricando en el proceso una burbuja de tranquilidad que sabía casi, casi tan bien como la boca de Grace. Durante unos segundos permanecí en silencio y con los ojos cerrados mientras aspiraba el dulce olor de su cuello. Las caricias que me regalaba en el pelo se sentían tan agradables como sus besos, aunque de distinta manera. Con unas conseguía mantenerme manso como un gatito recién nacido; con los otros lograba despertar en mi interior el fuego al que me había referido antes de besarla. Fuego que solo ella estaba capacitada para encender, azuzar y apagar.

Estaba casi convencido de que podría acostumbrarme a esa sensación. Que la prefería a la soledad a la que me había arrojado varios años atrás de motu propio.

¿Y qué pasaría si no dejase de responder? Sabes que siempre tengo muchas cosas que decir y me es imposible callar. Y cuando cierro el pico, lo hago con el propósito de bañar a la otra persona con el frío de mi indiferencia. —respondí a sus palabras con un susurro calmado, aunque se escapó una leve sonrisita de entre mis labios. Por supuesto que no iba a desperdiciar la oportunidad de soltar una de mis estupideces características para quitarle peso a una frase que rezumaba grandes cantidades de sinceridad. Sí, la chica me gustaba. Y mucho. Más que comer una hamburguesa con las manos y mancharme en el proceso, pues pienso que así es cómo se disfruta una comida de verdad. Siendo un salvaje. Pero no iba a regalarle tan pronto los oídos. Uno es fiel a su esencia canallesca incluso cuando mata al león para convertirse en gatito.

Me mantuve en silencio durante unos minutos más, apoyado en ella y sin bajar los brazos para soltarla. Los notaba ligeramente cansados, pero no hasta el punto de empezar a temblar. Pesaba poco y mi forma física era bastante aceptable. Prefería el cansancio y las agujetas que me acompañarían el día de mañana que perder la oportunidad de sentirla tan cerca. Y en ese momento no me arrepentía de pensar de aquella manera, pues me bastó escuchar la forma con la que habló de sus padres para detectar cierta amargura en su voz. Quiso ocultarla, evidentemente, porque la rubia no se permitía mostrar ni un ápice de vulnerabilidad mientras que no estuviese colapsada, pero ella contaba con la desventaja de que la conocía y no era capaz de engañarme tan fácilmente como a los demás. La experiencia adquirida juntos en aquel año tan caótico me había servido para aprender a leer a las personas; para entenderla un poquito mejor de lo que me hubiese gustado en un principio.

¿Eh? ¿Cómo que en una calabaza? ¿Tan redonda tengo la cabeza? ¿Tan rojo estoy? —pregunté después de escuchar su petición, separando con rapidez la cabeza de su cuello para mirarla de frente. No, no entendí su referencia. Probablemente Grace había pronunciado aquellas palabras en voz alta casi sin pensar, aunque es común en mí que no capte la ironía y el sarcasmo en los demás. Me jacto de ser inteligente y agudo a la hora de usar mis armas punzantes y cínicas, pero cuando se trata de recibirlas, pues demuestro lo incapaz que soy cuando socializo y que me tomo todo de manera muy literal.  Mis ojos estaban muy abiertos, totalmente pasmados, y no por pensar que de verdad me estaba convirtiendo en una calabaza. Necesitaba auxilio urgente y no quería que ella se diese cuenta. Era consciente de que mi rostro se había vuelto rojo y sudoroso; que mis orejas estaban al borde de comenzar a emanar humo, en caso de que aquello fuese posible. Precisamente si había parado de besarla intensamente y optado por buscar sus mimos era para poder relajarme y que ella no notase lo tórrida que se había vuelto la situación. Lo reconozco: me daba vergüenza dejarme guiar por los instintos primarios que todos llevamos dentro y que alguien pudiese verlo.

Gracioso que piense así después de haberla besado con tantas ganas, ¿no? Pues, ¿qué puedo decir? Sigo estando lleno de contradicciones.

Pero me relajé en cuanto mis ojos hubieron retomado el contacto con los de Grace. Su mirada fiera me fascinaba, tan atrevida y auténtica. Tan caótica, cercana y con ese toque que podría calificar como hogar. Me sorprendí a mí mismo mirándola fijamente, repasando cada centímetro de su rostro. Ladeé una sonrisa mientras que liberaba uno de los brazos para apartarle el flequillo de la frente, humedecido por el sudor. Luego volví a colocarlo en el mismo lugar, sin bajarla todavía.

Nunca me había fijado en que tienes unos ojos tan bonitos. Menuda sorpresa. —pronuncié aquellas palabras con un tono tan burlón como cantarín. Tono que jamás había escuchado salir de mi boca. Mi sonrisa evidenciaba que se trataba de una broma. —Eres casi, casi, casi guapa.

Mentira.

Volví a apoyarme contra ella, esta vez uniendo nuestras frentes. Su sudor se mezclaba con el mío y no me importaba lo más mínimo. Quería compartir con Grace tanto como me fuera posible.
Todo.

¿Les dijiste que te hacía ilusión que acudiesen a tu graduación, Grace? —las palabras escaparon de mi boca antes de que pudiese siquiera plantearme lo entrometido que estaba siendo. Lo que menos me apetecía era meterme en su vida y cotillear sobre cosas que no me había contado. Mas no podía evitar el sentir cierta preocupación por ella. Pese a tener todo el carácter del mundo, Grace también era vulnerable y con necesidad de afecto. En ese sentido, pienso que ese era uno de los motivos por los que encajábamos tan bien. Nos hacíamos los duros, los poderosos, pero no dejábamos de ser dos niños asustados en busca de la validación que se nos negaba; de demostrar que éramos más fuertes de lo que cualquiera de nuestro alrededor podía siquiera imaginarse.

No estaba al tanto del tipo de relación que mantenía con sus padres, pero me imaginaba que no era la más fluida. Casi podía visualizarla recibiendo constantes regalos costosos, tarjetas de crédito y demás caprichos para mantenerla callada pero ni un solo abrazo que lograse reconfortarla cuando se sentía triste. Y juro que deseaba equivocarme con todas mis fuerzas en esto último, a pesar de que odie errar en esta vida.
Publicado por Jack A. Hudson Miér Jun 12, 2024 3:05 pm
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Tardó en darse cuenta que, ante un momento tan íntimo, no sentía miedo. Suponía que debía tenerlo, se habían llevado como perros y gatos durante casi un año, se habían gritado tantas cosas horribles sin pensar en los sentimientos del otro que, ahora, Grace era incapaz de repetir ninguna de aquellas palabras. Y estaban allí, Grace sentía el cuerpo de Jack entre sus piernas, los brazos que la sostenían, el calor de ambos que se mezclaba sin saber donde arrancaba el de uno y empezaba el del otro, la respiración que compartían.

Grace sabía que estaba expuesta. Que si Jack lo deseaba la podía dejar caer y romperla en mil pedazos, no en el sentido literal, aunque también podría. Y sintió que ese era el momento más íntimo que hubiera vivido con alguien, no por la relación, por la confianza que ciegamente deposito en él. De tenerla así, tan vulnerable y protegerla, cuando podía destruirla.

"Entonces tendrás mails míos a diario, porque tampoco pienso dejar de escribirte." Aquel año sin él iba a ser increíblemente difícil, ya lo veía, pero no quería pensar en ello. Quería quedarse en el ahora. En Jack frente a ella. "Además, sabes que yo no pago mi indiferencia con silencio," afirmó segura de sus palabras. Lo que menos podría esperar una persona de ella era indiferencia, no solía evitar a las personas que entraban a su lista negra, solía recordarles todos los días el error que habían cometido. Jack sabía de eso. Así como también conocía que, aún en lista negra, existía la posibilidad de una redención.

Una risa se escapó de sus labios, tan fuerte, tan inesperada que dejó de hacer fuerza con los abdominales para hacerle menos peso. Posó una mano en la mejilla de Jack "Cálmate, Hudson. Tanta poesía y libro de historia para no conocer un cuento tan popular como La Cenicienta," bromeó con él, pero no como hubiera hecho antes. Sus palabras no eran filosas, no buscaban cortar, ni hacer daño. Le hablaba con dulzura, con cariño, divertida al ver al chico no reconocer una de las historias más populares de los últimos tiempos que había tenido tantas adaptaciones que Grace había perdido la cuenta. "Supongo que vas a tener que leer el cuento o ver la película para entender la referencia..." tentó al joven, sin explicarle a qué se había referido. Que fuera un misterio para él y que cuando lo hiciera, pensara en ella. Podía quererle y no gritarle cosas horribles, pero seguía siendo igual de vanidosa.

No apartó la mirada de Jack, dejó que la mirase, que la mirase así, tan desnuda frente a él por más de poseer todas sus prendas y, qué lastima que aún ambos poseían todas sus prendas. Sus ojos, aquellos que Jack piropeaba centellaron ante las palabras. "Mentira, siempre me mirabas a los ojos cuando me peleabas. Deberías haberlo sabido. Y estoy segura que no crees que sea casi guapa, al final de cuentas, no me estás dejando ir" dijo señalando que aún estaba en sus brazos. Sabía que le debía estar pesando, así como sabía que Jack estaba mintiendo. "Se lo que valgo, Hudson" proclamó en su oído. Y, entonces, hizo una pregunta que no había hecho antes "¿Por qué ya no hueles a tabaco? Ahora hueles a libro, es rico" y no tuvo vergüenza al acercar su rostro al huello del muchacho e inhalar profundamente.

Si hubiera estado sobre sus pies, posiblemente hubiera dado alguna vuelta en el lugar tratando de evitar el tema, pero no tenía nada que ocultarle a aquel joven. Asintió, pausadamente. "Me regalaron un Rolex oro rosa y un viaje a Ibiza para dos personas, ¿quieres venir?" soltó la pregunta sin pensar, porque cuando le habían dado la noticia la había ignorado, no pensaba usarlos. Tampoco midió las consecuencias. Solo lo dijo. Al mismo tiempo que señalaba la cama con la cabeza donde había un reloj en una caja junto con una nota que rezaba «Estamos muy orgullosos».

"Si me lo preguntas, no los busqué entre las personas hoy, sabía que no iban a venir, pero te busqué a ti. Casi creí que estabas de puntitas para poder verme." Se mordió el lado interno del labio, porque temía que Jack lo negara.
Publicado por Grace L. Edwinson Miér Jun 12, 2024 9:07 pm
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Los minutos continuaron transcurriendo con normalidad. Del tiempo que se nos permitiría compartir juntos bajo aquel quedaba más bien poco, aunque no estaba seguro de si Grace tenía que marcharse ese día o podría tomar el tren a la mañana siguiente, como haría yo. No quise preguntarle; preferí decantarme por la incertidumbre, que dejaba un regusto amargo en mi boca al ser consciente de que debía volver a Manchester, donde sus ojos quedaban lejos. Donde no podría meterme con ella cada vez que nos cruzásemos en un pasillo y fingía que mis ojos no se posaban en los bajos de su falda.  

Esos días parecían lejanos. Y eso que nuestra última pelea había ocurrido, apenas, una semana atrás.

¡Cuánto tiempo desperdiciado, madre mía!

Solté una risita socarrona al escucharla. Esa chica, definitivamente, contaba con la habilidad y experiencia suficientes para volverme loco. En todos los sentidos posibles que abarcaba esa palabra. La urgencia volvió a borbotear dentro de mí hasta hacerme acortar la escasa distancia que nos separaba hasta darle un suave beso en los labios. Ahora que había logrado calmarme, no me parecía tan mala idea.

Eso me gusta de ti. Que me retes, que me irrites. Que seas tan tú que me queme y enfade. Y luego te tenga que buscar para recibir otra ración. No quiero dejar de escuchar una sola opinión que tengas, rubita, aunque entremos en desacuerdo. Es lo nuestro. Tú y yo somos así.tóxicos e irreverentes, quise añadir. Pero no se basaba únicamente en llevarnos mal. Grace y yo habíamos aprendido a entendernos de manera genuina, a ofrecernos espacio y a estar ahí cuando el mundo del otro se caía a pedazos. Sucedía más de lo que nos gustaría admitir, de hecho. Y no necesitábamos comunicarnos con palabras para sentirnos. Bastaba con saber que el otro estaba sentado a su lado para que las aguas se volviesen auténticos remansos de paz.

Era la calma de mi tormenta.

Di una leve cabezada al escuchar la referencia a La Cenicienta. Aquella bromita se me antojaba tan típica de ella que me sorprendía no haberla pillado desde el principio. Pero no me permití mosquearme ni por un segundo, porque el eco de la risa de Grace en mis oídos sonaba prácticamente como música celestial. Me gustaba, no lo negaré, escucharla cuando se reía de manera legítima. Aunque también hubiese preferido lograr que lo hiciese conmigo más a menudo.

Lo he leído. Es solo que… Pensaba que te referías a otra cosa. Si quieres datos históricos sobre el cuento real, se basa en una historia china nada agradable que incluye dedos cortados y peces muertos. Aunque si quieres que veamos películas de princesas tirados en un sofá mientras comemos palomitas, bueno… Supongo que podré soportarlo. Me gusta la animación de Disney, aunque lo negaré si vas contándolo por ahí. —solté aquello de corrido, obligándome a mí mismo en silencio para cortar el discursito petulante de sabiondo. Hasta a mí me molestaba ser tan redicho todo el tiempo; deformación profesional.

¿Me había tendido Grace, acaso, la mano para invitarme a ver películas con ella? No. ¿Quería hacerlo? Pues queda bastante claro que sí, a mis ojos. No necesitaba que lo formulase en voz alta. ¿A quién no le gusta pasar una tarde de lluvia recostado en un sofá o cama mientras pone Netflix en bucle y se atiborra de comida basura? Ella podía ser rara. Yo más. Pero también sabríamos apreciar los detalles sencillos de la vida.

—Te miraba. Te miro. Te sentía y te siento. Pero no voy a regalarte los oídos, enana. Y la belleza no me parece el atributo más importante del mundo. A decir verdad... Podrías ser la mujer más fea de la faz de la Tierra y seguirías teniendo la chispa suficiente para conseguir que prefiera pelear contigo a besar a cualquier otra.
—me encogí de hombros, aportando seguridad a mis palabras. Grace refirió la postura que manteníamos ambos, aún tomándola en brazos, y en ese momento empezaron a temblarme por el cansancio. Muy a mi pesar tuve que dejarla con suavidad en el suelo. Mi brillante actuación de deportista cachas que "domina" a la animadora había llegado a su fin. Mientras la bajaba al suelo la rubia acercó su nariz a mi cuello, logrando que se me erizase el vello de la nuca al sentir su aliento tan cerca. Mierda, iba a comenzar a sudar de nuevo. Me vi obligado a carraspear para apartar de mi mente los sugerentes pensamientos que volvían a pasear por ahí. Todos la incluían sin el blazer rosa y perlada de sudor. —Supongo que decidí empezar a mejorar y querer apartar malos hábitos. Tengo menos de veinte años. No quiero vivir dependiente de un vicio, o de cualquier cosa en general, el resto de mi vida, y… Tú lo odias. Te has encargado de recordarme lo mucho que apesto cada vez que nos hemos cruzado por este maldito colegio. Y a mí me encantas tú. Simplemente decidí que había que hacer ciertos... Reajustes.

Ni siquiera fui consciente de que acababa de escapar de mi boca una afirmación tan sincera. Ya lo he admitido, mi cerebro estaba en pausa. De hecho, había intentado evitar decirle la realidad: que me sentía tranquilo, por fin. Lo suficientemente calmado para dejar que la nicotina fuese el método que utilizaba para calmarme. Me agradaba parecer un macarra matón que fumaba por las esquinas y parecía tan inaccesible y peligroso que la gente no quería ni saludarme. O me había agradado hasta hacía un par de semanas. Estaba harto de fingir invulnerabilidad. Estaba cansado de máscaras y caretas que solo conseguían quemarme hasta los cimientos.

Me sentí tentado a girar la cabeza en la dirección que Grace señalaba, pero no me apetecía que en mi campo visual se cruzaran esos regalos tan banales. Carísimos, sí, pero totalmente impersonales a mis ojos. La rubia se merecía más que un reloj de lujo. Un abrazo, como mínimo, después de aquel curso de completo caos y tristeza en el que había llorado tanto y del que había logrado salir victoriosa y coronada como reina del baile de su propia vida.

¿Un viaje a un entorno paradisíaco lleno de fiesta donde nuestros compatriotas mueren porque quieren saltar a piscinas desde balcones, borrachos? No se me ocurre destino mejor. —conocía Ibiza de oídas. España contaba con islas paradisíacas que cualquier amante de la juerga quería visitar para disfrutar del sol y el alcohol barato; dos cosas que, como sabes, me horrorizan por igual. Raro era el verano que no aparecía en el informativo la noticia de que un niñato universitario se había abierto la cabeza al saltar desde un balcón a la piscina de un hotel. El balconing[1]  se había convertido en el deporte nacional británico. Pero era perfectamente consciente de que si Grace quería que fuese con ella, no me quedaría más remedio que aceptar. Pensaba invertir mi verano en estudiar para prepararme para mi último año y el examen universitario mientras trabajaba en la librería de mi tío en busca de ahorrar un poco. Pero supongo que podía considerar realizar unos pequeños reajustes. —Pero si quieres que vaya contigo y hay buffet libre, podría considerarlo. Aún me queda un año por delante para estudiar a muerte y entrar a la universidad que ansío. Estar contigo de relax no me parece tan mal plan… Siempre que no te emborraches y te vuelvas más insoportable de lo que eres normalmente. No quisiera tener que sujetarte el pelo mientras dramas en un baño y vomitas. Aunque lo haría si no me queda más remedio.

Me crucé de brazos mientras la escuchaba. Podía leer sus nervios y sus dudas en cada una de sus palabras sin necesidad de que hiciese referencias explícitas. Una de mis cejas se arqueó, dubitativo. ¿Era cierto que pensaba que no iría a verla salir de allí? A ver, no es que me sorprenda. Me había esforzado especialmente en recordarle cada día lo sumamente desagradable que me parecía. Pero a esas alturas creía que había quedado claro que no eran más que llamadas de atención porque adoraba sentir que me prestaba atención. Mis habilidades sociales son tan torpes como burdas, y no se me había ocurrido otra manera de mantener su interés en mi persona.

Aunque, con el paso del tiempo, nuestras interacciones se habían suavizado hasta volverse reales; hasta engancharnos, como dos desquiciados, el uno a la otra.

Y lo estaba. Porque eres tan enana como un pitufo y es imposible distinguirte entre la multitud. No obstante… Si no han venido hoy y en algún momento quieres reclamar, estaré contigo. Porque, bueno… Te quiero, Grace. Mucho. Y odio ser consciente de que estás triste y de que no puedo tragarme tu pena hasta que sonrías.

Y en ese momento descrucé los brazos para agarrar su cara con ambas manos y volver a besarla con ganas. Sí, pretendía callarla para que no se riese de mí por reconocer ciertos sentimientos que no pensaba repetir en voz alta. Pero si podía distraerla y evitarme el mal trago de escuchar su risita cantarina, mejor.


[1]Chistecito de la user muy, muy real.
Publicado por Jack A. Hudson Jue Jun 13, 2024 6:15 am
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Si los días anteriores le había costado comenzar a guardar sus cosas y liberar aquella habitación, después de ese momento, le sería imposible. Sabría que Jack estaría en todas las partes de ese lugar. Su olor la acompañaría cuando tratara de conciliar sueño aquella misma noche y se tendría que recordar, que todo aquello había pasado, que era real.

No ocultó su deleite por las palabras que escuchaba. En un tiempo atrás le hubiera mencionado que repitiera lo que acababa de decir para poder grabarlo porque ¿Cómo era posible que Jack Hudson tuviera palabras agradables para ella? En cambio, esa vez, deseaba recordar cada una de ellas, porque no quería olvidarse nunca de ese momento. No quería olvidarse como se sentía. "¿Estás tratando de conquistarme, Hudson?" preguntó socarrona, alguien que ya había escuchado un diez mil te quiero, pero el único que le había importado era el de él. "Sabes que no me olvidaré de lo que me acabas de decir, te lo recordare cuando te vuelva loco", una pequeña promesa a la esperanza de que sus encuentros no terminaban en aquella habitación.

No podía terminar así. Ella no lo permitiría.

"¿Y a qué creías que me refería, Jack?" tanteó meneando sus caderas contra el cuerpo de él. Lo estaba tentando, lo sabía. Aún sentía cierto placer en irritarlo, tal como él había confirmado. También quería conocer los límites, saber hasta dónde estaba dispuesto a llegar, hasta dónde le permitiría llegar a ella. Y antes de seguir tentándolo, aceptó la propuesta de la película. "El live action de Lily James, ella me encanta, ¿Tu casa o la mía?" Creía recordar que el joven vivía en Manchester, aunque no estaba segura ni de dónde había sacado el dato o si era verdad. Solo sabía que en su casa, en la sala de estar había una televisión gigante que casi nadie utilizaba porque cada pieza tenía una propia. Sabía que los rodearían los lujos, pero por un momento deseó estar solo con Jack, tirados en un sillón que no necesariamente tenía que ser cómodo, con el viento del verano entrando por alguna ventana.

No importaba dónde viviera, buscaría una excusa para estar en aquella ciudad durante todas las vacaciones. Capaz podría pedirles a sus padres un departamento, ya que habían osado perderse su graduación. Capaz ni siquiera les importaba para qué lo quería, mientras hubiera una falsa sonrisa en su rostro y les dijera que los quería.

Ya de nuevo parada sobre sus propios pies, se le hizo raro tener que levantar la vista para ver a Jack, pero sin poder evitarlo, se puso de puntitas y le dio un beso en la pómulo. Solo para luego volver a su lugar, con los labios apretados mientras mordía el lado interno de su mejilla, como una niña inocente que había hecho una travesura cuyos resultados eran inconsecuentes. Y se sintió así, una niña, sintiendo el impulso de seguir abrazando a Jack. No quería que se separaran, que hubiera distancia entre ellos. Quería seguir sintiendo el calor de su cuerpo. Solo retrocedió los pocos milímetros que había en la pared para apoyarse en ella. Sin apartar la mirada del joven.

"Qué aburrido eres, Jack, con lo que me gusta que me tiren flores" en sus labios hizo que apareciera un puchero, pero no era algo que le molestara. Le gustaba que le hablara así, que le dijera las cosas que había sentido y que sentía. Quería seguir escuchando más sobre él. Quería que le siguiera hablando, que le siguiera llenando el orgullo, por más que ya estuviera bastante grande. "Sabes que si me hubieras hablado así cuando recién nos conocimos, posiblemente no te hubiera peleado tanto, ¿verdad?" Aunque capaz tampoco hubieran vivido lo que habían vivido. No hubieran compartido esas pequeñas partes de sí mientras hablan con frustración hacia una persona que parecía no estar prestando atención. Estaban rotos y dejaron sus grietas expuestas al otro. Sus miedos, sus inseguridades. De alguna manera habían puesto tierra para que en aquellos espacios florecieran las rosas más hermosas.

Nada roto tiene que reparase, solo tiene que transformarse en algo mejor.

Las heridas que ambos habían vivido, los habían marcado, les habían enseñado, los habían educado. Ahora solo les quedaba vivir la vida que tenían por delante. Disfrutar cada segundo y no querer esconder las cicatrices que les habían quedado.

"Sabes que sería más sano que dijeras que lo haces por ti, sin embargo, no me tienes que agradecer haberte dado el empujón" respondió con el tema del cigarrillo. Buscó su cuerpo nuevamente e inhaló, ya no olía asquerosamente a cigarrillo, aunque en las prendas se sentía el rastro de la nicotina a la que tanto el joven se había aferrado. "Nunca nadie había tenido un gesto así por mí. Gracias."

Casi se puso a dar saltitos y aplaudir al escuchar que él podía acompañarla. "Estaría todo pago... Me gustaría que vinieras conmigo, aunque no vas a tener que preocuparte, además de no fumar, no bebo alcohol. Chica sana, fuerte e independiente, ¿puedes creerlo? Deberías sentirte afortunado." De la misma manera que ella se sentía afortunada de contar con alguien que la viera, la escuchara, la hiciera sentir importante por lo que era y no por lo que poseía. Por ser autentico tal como era, por saber lo que le gustaba y lo que no le gustaba. Por dar su opinión y permitir que el resto de las personas lo acepten o lo ignoren, pero que no le pasaran por arriba. Era una persona maravillosa y Grace quería seguir conociéndolo, seguir tomando detalles sobre él sobre su vida, con cuantas cucharadas de azúcar tomaba el café, por perderse en la manera en la que se concentraba cuando comenzaba a leer. Quería muchos más días con él a su lado.

Ese era el verdadero Jack. No el joven que despotricaba de todo, era el gentil que prestaba atención a los detalles y estaba en todo. Grace buscó su mano y le beso el dorso después de darle algunas caricias. Sonrió y lo observó juntando las palabras para poder responder. Con alguien como Jack a su lado, nada dolía demasiado. "Gracias, pero no tienes que tragarte mi dolor, puedo con él, pero puedes abrazarme y decirme que todo va a estar bien" le pidió, lo que había necesitado cuando lo vio, lo que ya no necesitaba, porque Jack le había dado algo más que un abrazo.

Tardó un segundo más en reponerse del shock de saber que si caía alguien la iba a sostener. "Entonces, ¿a qué universidad ansías ir? Pregunto porque casualmente, creo que también quiero ir allí" preguntó de nuevo en aquel tono pícaro y jovial.
Publicado por Grace L. Edwinson Vie Jun 14, 2024 12:42 am
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Ya te tengo conquistada.

Jamás había soltado una afirmación semejante. Ni siquiera me hubiese imaginando diciendo a otra persona que estaba convencido de que le atraía. No se lo había expresado en voz alta ni a mi "amiga especial", como la llamaba mi madre, del verano anterior. Pero, delante de Grace, las palabras brotaron de forma natural. No negaré que esa idea había rondado por mi cabeza en más de una ocasión. Digo, alguien como ella no ponía interés en nada que no fuera peinarse y pintarse las uñas, al menos de cara a la galería. Y cada vez que nos cruzábamos, sin embargo, se esforzaba en que la notase; en dedicarme palabras venenosas con las que llamar mi atención y enfrentarnos en una batalla. Y si no era ella la que insultaba primero, la pelota recaía en mi tejado para que lanzase la primera piedra.

Una tarde, mientras estudiaba en la biblioteca, uno de mis compañeros de clase alzó la mirada por encima de sus apuntes para señalar a Grace con una cabezada. Ella parecía estar esforzándose en fingir que leía pero, cuando alcé los ojos por encima de mi hombro, la encontré con la vista clavada en mí. Mi compañero, que también lo notaba, soltó un comentario del tipo "vaya tensión sexual que tenéis, tío". Además de indicar que le parecía afortunado porque "la tía más buena del internado estaba interesada en mí". Como comprenderás, negué la mayor. Ni en un millón de años iba a aceptar en voz alta que la rubia me gustaba.

Ni en un millón de años.

Claro que sí, Jack.

Soy consciente de que vas a usar cada una de las palabras que te diga en los momentos que más te convengan. Me has pillado un poquito más sensible de la cuenta, supongo, porque se acaba el curso y tenemos que volver a casa. Y vas a encargarte de recordarme cada cosa que te suelte cuando comente las distintas absurdeces que realices en el futuro. Porque los dos sabemos que las harás y que me dedicaré a remarcarlo. —apunté sin ocultar el tono cantarín que había adoptado mi voz. Si era ella la que amenazaba primero, me abría la puerta para seguir el juego.

¿Alguna vez has visto la típica escena de anime adolescente en la que un chico se excita tantísimo que le sale un chorro de sangre por la nariz? Seguro que sí. Pues bien...
Cuando Grace se frotó contra mi cuerpo me convertí en ese chico. No sangré, eso hubiera sido demasiado exagerado, pero mis ojos se abrieron tantísimo mientras la miraba que sentí que se podrían haber salido de las órbitas.

Que sería capaz de arder por combustión espontánea en ese momento.

No, Jack. Control. Mente fría. Tú eres tranquilo, casto y puro. Tú no haces esas cosas.

Sí. Sí que las hacía.

Madre mía... No hagas eso. —fue lo único que alcancé a decir con un quejido mientras desviaba la mirada hacia un punto fijo de la pared y me esforzaba en recitar mentalmente la tabla periódica. Siempre me funcionaba aquel viejo truco de niño rata.

O, hasta ese momento, siempre me había funcionado.

Una vez que la hube soltado y volvía a tener ambas manos libres, empecé a toquetearme la barbilla, distraído. Estaba sopesando internamente las diferentes opciones que la rubia había planteado, aunque la respuesta se me antojaba muy clara. Ni de coña iba a entrar en su casa a la primera de cambio. Me daba bastante vergüenza, a decir verdad, y me parecía pronto para enfrentarme al juicio de sus padres. Estaba seguro de que me repasarían de arriba a abajo, juzgando en el proceso mi poco pulido aspecto y mis pintas de chaval metalero y peligroso. Un poca cosa para su hijita preciosa. Ni siquiera estaba seguro de que me agradase el lujo que rodearía cada centímetro de su hogar; no, no me sentiría cómodo allí. Mi casa de dos plantas y de aspecto común se le haría muy pequeña y mis padres seguro que montaban una fiesta si la veían entrar, pero prefería mil veces enfrentarme a las preguntas de mi madre una vez que se hubiese marchado que a los ojos inquisidores de la suya.

Podría ser en mi casa siempre que no te alíes con mi madre para exigir que me corte el pelo. Porque estoy dejando que crezca de nuevo, aunque me llames nido de pulgas y demás tonterías.

La sombra de una sonrisa bordeó mis labios mientras alargaba una mano hasta apoyarla en el marco de la ventana que Grace tenía detrás. Luego me encorvé hasta quedar a escasos milímetros de ella, perspectiva desde la que tenía sus ojos directamente dirigidos a los míos. Casi parecía que la estaba estudiando con las mismas ansias que leía un libro de Geografía.

Pues si necesitas que te engrandezcan el ego con piropos, ahí tienes la puerta para buscar a alguien que lo haga. Porque tanto tú como yo sabemos que no jugamos bajo esas reglas. —repliqué con tanta suavidad como certeza, señalando con la mano que tenía libre por encima de mi hombro hacia la dirección en la que quedaba la puerta. Era más que obvio que Grace no se marcharía, principalmente porque nos encontrábamos en su dormitorio. En todo el caso, el intruso era yo. Y tampoco planeaba huir en ese momento. Me permití rodear su cintura con un brazo y acercarla de un tirón hacia mí. Era un bruto, no lo niego.  —¿Sabes que si te hubiera hablado así cuando nos conocimos, ahora mismo no estaría aquí? Sí, lo sabes. Estás demasiado acostumbrada a que te elogien los demás y pierdes el interés fácilmente. Y si te has interesado en mí y me has prestado atención es, precisamente, porque no te he regalado los oídos. Chihuahua de Paris Hilton.

Tan complicado e ilógico como cierto. Grace y yo encajábamos a la perfección porque nos habíamos tomado la molestia de descubrirnos y prestar atención a algo que estuviese apartado de nuestros propios egos. El internado estaba lleno de chicas bonitas que podría haber conocido durante mis años escolares. Y es más que probable que alguna podría haber llegado a interesarme. Pero, simplemente, aquel tema no era lo mío. Y de la misma forma que confiaba en este dato, también era consciente de que por los pasillos caminaban chavales mucho más guapos y agradables que yo que hubiesen estado encantados de tratarla como la princesa que se esforzaba en mostrar que era.
Pero no era lo nuestro.

No sabía cómo me hacía sentir la idea de que sus padres pagasen el viaje, pues odiaba no encargarme de mis propios asuntos. Pero decidí que ese tema tendría que planteármelo más tarde, cuando estuviese solo y sin su perfume ubicado en cada centímetro de mi mente. Había olvidado la forma adecuada para pensar con claridad. Ya la recuperaría, como buen maestro, una vez que la figura de la rubia se hubiese esfumado.


Las penas, cuando se comparten, se manejan mejor. Tengo los músculos de la espalda lo suficientemente fuertes y entrenados para cargarte en ella cuando tú no puedas sola. —los dos éramos conscientes de lo que nos habíamos apoyado en ese año. De que sin nuestra presencia, sin ser uno la sombra del otro, hubiésemos terminado completamente perdidos. Y puede que desuscritos de la vida -sé que no existe esa palabra, tranquila-. Pero no había sido el caso. Negué con la cabeza, más para mí que para ella. Ya no tenía sentido seguir pensando en lo malo, pues bien está lo que bien acaba. —Como interesarme, Oxford. El nivel académico es excelente, es prestigiosa y el abanico laboral que te abre es amplio también. Aunque, en caso de no llegarme la nota, Cambridge y Bath me parecen también buenas opciones. Pero antes de plantearme de verdad una, quiero pasar el verano trabajando para ahorrar algo de dinero y cubrir mis gastos, además de esforzarme al máximo y obtener una beca. Mis padres me han dicho que pagarían la matrícula y el alojamiento encantados, pero... Prefiero obtenerlo todo yo. Quiero sentir que, lo que tengo, es porque me lo he ganado. Pero, hey... No estarás pensando en boicotear mis estudios distrayéndome para que no me concentre y perseguirme por el campus pegando saltitos como si fueras una cabra rubia, no?

¿Me gustaría encontrarla apoyada en una esquina del pasillo cuando acudiese por primera vez a mi aula en la universidad? Por supuesto. ¿Lo admitiría? Claro que no. Las buenas costumbres jamás desaparecen.

Aunque sí que admitiré que preferiría encontrármela muchas más veces antes de ingresar en la universidad. Un año entero sin recordarle lo tonta que es mientras le daba un golpecito en la frente se me antojaba muy, muy deprimente.

Pero teníamos todo un verano por delante para hacer planes.
Publicado por Jack A. Hudson Vie Jun 14, 2024 9:32 am
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I know I could have been a better man. I always had to have the upper hand. I’m struggling to see the better side of me but I can’t. Take all your jabs and taunts. You’re pointing out my every fault and you wonder why I walked away.
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No sé en qué mierda estaba pensando. Supongo que me dejé llevar por su perfume dulzón, por su accesibilidad fingida... Por ella fingiendo que estaba conmigo cuando no lo estaba. Era su última jugada, después de todo. Su última oportunidad de hacerme daño. Y fui consciente de ello tras escucharla. Me había ganado la batalla, mas no la guerra, y por ello me separé de su cuerpo como si me hubiese dado un calambrazo.

No la escuché ni entendí apropiadamente. Soy consciente. Pero ya no me importa. Sentí en ese momento que se había reído de mí y conseguido lo que quería. Ella era tan inaccesible como yo y se expresaba igual. Sin palabras. No podría entenderla sin que se comunicase conmigo. Y ninguno de los dos era bueno a la hora de hablar, pero aparentábamos de puta madre.

Quédate si quieres conmigo, Grace. No me importa. Después de este año, nada me importa. —fue lo único que mi boca logró expulsar mientras me apartaba hacia atrás. De repente, no sé por qué, su tacto me causaba pavor. Sentía que no estaba allí. Que todo había sido un juego, que era irreal... Un sueño. Grace Edwinson no existiría más que en mis pensamientos, como así había sido. No entiendo, de verdad, qué pasó. Pero me dolió escuchar su tono de voz "normal", tan fingido como el mío, porque era incapaz de interpretar que ella me quería a su lado tanto como yo la deseaba a ella. —Haz lo que consideres. No doy nada por seguro. Te lo he dicho, y te lo repito. Me gustas, y te quiero. Por desgracia para ambos, probablemente. Pero estoy cansado. Estoy cansado de fingir que nada me importa y agobia, porque sí que lo hace. Y tú, por más guapa que me parezcas, no...

No.

Estoy cansado. Necesito dormir.


Tras apartarme unos pasos la vi revolver entre su ropa y sacar un vestido. ¿Era bonito? No sabría decirlo. Pero sí resplandeciente. Muy acorde a lo que era ella y que yo jamás sería. Entorné una sonrisa que hasta a mí se me hizo triste mientras me acercaba a su puerta. Había querido despedirme de ella para que se fuera tranquila y me había hecho ilusiones respecto a su figura a mi lado. Pero Grace estaba siempre a un metro de mí. Aunque nos hubiésemos besado. La distancia entre los dos siempre sería la misma, y volví a ser consciente de ella mientras la observaba desde la puerta y aferraba el pomo con terror y decisión. Porque quería irme de allí con las mismas ganas que tenía de dormir con ella.

No vas a conseguir que me quede si no dejas esa fachada estúpida que también tengo. Que te besen, entonces, cien tíos fuertes más a tu gusto. Pero los dos sabemos que nos echaremos de menos, por desgracia. Y ojalá no fuera así.—accioné el pomo, que era lo último que me quedaba por hacer. O, miento, lo penúltimo. Pues antes la repasé con la mirada intensamente. Esa era nuestra despedida. Después de ese día, aquella rubita no volvería a estar en mi radar. Y me jodía. Mucho. —Disfruta de tu fiesta.

Abrí la puerta y me dispuse a salir con la decisión que me caracterizaba.
Publicado por Jack A. Hudson Sáb Jun 29, 2024 9:38 pm
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