Eyes speak louder than words

                                          A veces reluzco tanta comodidad y confianza respecto a una persona, que olvido los detalles más importantes, ésos que se ven a la vista. En mi caso, comportarme como un acechador profesional y quedar en ridículo en el proceso. Es inevitable. La primera vez que te he visto tuve un disparo de imaginación, tan doloroso como gratificante, ¿y sabes lo qué es eso, cariño? Es un coñazo… ¡De los buenos! Cómo si cayeses en un trance demoníaco, y cuando despiertas, no puedes creer lo que has escrito en un pedazo de papel. Dicen que los escritores adjudican su locura para escribir, y no podría estar más de acuerdo pero también, un artista debe encontrar una fuente externa a él para maravillarse con los caprichos más sencillos.

       Pero una mujer sencilla como tú, en realidad, es más compleja que el código Da Vinci. Estoy seguro. Verás, nunca me animé a preguntar tu nombre por mi mismo, ¿y eso acaso importa? Puedo darte miles y retratarte de la forma que quisiera: Desde una bella bailarina rusa de ballet, hasta ser dueña de una granja, ¡sí, de granja! Porque el viejo MacDonald tenía una granja, i-a-i-a-o y esa granja la heredaste tú, i-a-i-a-o. Era tu abuelo, el cual murió catastróficamente arrollado por una aplanadora, y como única heredera, no tuviste más remedio que encargarte de la herencia. ¿Ves? ¡¿Ves?! ¡Inspiras, baby!  
 
    Usualmente nos hallamos en presencia de muchas personas alrededor, así que no me lío cuando intento coincidir contigo, ¿pero ahora mismo? Estoy casi nervioso, digo casi, porque te he robado la frase. Sentado incómodamente en mi silla, usé el tiempo libre en intentar dibujarte a prisa mientras limpiabas —esto me ahorraría futuras explicaciones— y no bastaría más que alzar la mirada en el papel e imaginarte una vida diferente. Estiré el cuello como un cuervo vigía, dándome cizaña en que me está quedando extraño porque no logro dibujarte una nariz preciosa. Torcí la boca, corrigiendo el detalle… Es peor. Tu nariz me queda como el pico de un tucán. ¡Gigante! Cuando volví a virar la cabeza, ya estabas delante de mí.

     Quédate quietita, así, ¡perfecto! La punta de mi lengua relame el labio inferior, y asentí varias veces cuando descubro una cascada rubia cayendo por tus hombros. Las miradas se chocan repetitivas veces, sin cansarme de percibir algo en ti, que me hace hervir el espíritu. Se mece inquieto y turbulento.
     —Cómo tienes ahora el cabello… —dibuje líneas dispares y continuas, asemejándose a las hebras—. Te hace ver más hermosa. —Alcé la mirada y te enseñe el dibujo. Me reí porque la nariz sigue incorregible—. Siento mucho si no soy un Miguel Angel. —Aunque sí que puedo hacer ver la Capilla Sextina en la cama. Lo atraje de nuevo hacia mí, encogiéndome de hombros. Olé. No te lo voy a regalar. Es mío, ¿vale? He sudado por él.

                                          ¿Formas de dirigirme a ti? Mil y un maneras. El problema es cuando prefieres ser sólo un espectador de la naturaleza. Quiero decir: ¿Romperías la intimidad de un gorrión bañarse en una fuente de agua fresca? ¿Cortarías la flor qué al primer del rayo matutino, abre su capullo?  ¿Irrumpir una mamá osa que intenta alimentar sus hijos, con un pequeño ciervo apartado de su manada? ¿De qué lado estarías? De ésta manera, he decidido no interferir en tu rutina, prefiriendo ser un admirador que se enerva ante lo intocable. Sí, escogí las distancias. Porque, ¿qué pasaría si todo lo que he intentado idealizar de ti se perdiera? ¿Se derrumbará? Un soplo haría añicos el castillo de barajas.

     —Vaya...está genial… —What?— Creo que tienes mucho talento —El dibujo es la puta mierda… y tú eres muy amable. Hasta creí por un momento que te enojarías porque la nariz es el peor atributo que resalta, le faltaría añadir una verruga y ya parecerías una bruja. La escoba ya la tienes. Ba Dum Tss. Sin embargo, aquella sonrisa que iluminó la sala, es lo que ha valido la pena esperar, un buen bálsamo para un alma confusa y hambrienta de dudas como la mía—. ¿Sabes? —¿Qué soy guapo? Sí. Lo sé muy bien—. Podrías haberme pedido desde un principio que posara. —¿Para pintarte como una Rose de Titanic, desnuda en un sofá? Me lo habrías negado, lindura—. Seguro que te ha tomado mucho tiempo —para nada, sólo quince minutos—; además, siempre estoy de aquí para allá. —Meneando ése culito que he visto con los ojos tuertos, por supuesto—. Raro es el momento en el que me pillas quieta como ahora, ¿verdad? —Raro es que nos pusiéramos a hablar como si fuéramos amigos desde la secundaria. ¿A qué si?— Esto... ¿te apetece un café? ¿Un cigarro? ¿Algo?

     —¿Eres camarera o limpiadora? —Una suave risa se me escapa de entre los dientes. Asentí suavemente, para añadir—: Café, gracias.

    Antes de que te vayas, bajé la cabeza al papel, frotándome la barbilla de manera pensante, y escuchándote decir:
    —Deja que quite estos cachivaches de en medio —elevé la cabeza de inmediato y cabeceé con asentimiento porque no me molesta lo que tengas que hacer—, vuelvo en un santiamén.

   A veces no sé porque las personas tienen la necesidad de decir en voz alta, todo lo que harán a continuación. Joder. Si nos pusiéramos a contar todos los detalles que hará nuestro cuerpo, de verdad sería un plomazo, cómo si la narración pasase a ser en voz alta. ¿Te doy un ejemplo? “Moveré mi pie izquierdo, después el derecho. El tronco se mantendrá recto y erguido, avanzando con cierto balanceo. La caja torácica, se infla en cada respiración, controlándose mientras eventualmente descubro delante de mis ojos un camino. Los brazos, acompañan la caminata, se mecen a un compás similar.”¿Qué te dije? Un puto coñazo.

    Nada. Ibas y volvías sin más.

    —Me llamo Violet, por cierto. —No te lo he preguntado, por cierto.

    Quería a toda costa no saberlo, ¿entiendes? Las musas no deben tener nombres. Qué se yo. Para mi tienes cara de Evangeline, o de Imogen Poots. Me incorporé del asiento, agrupando un par de papeles a prisas y guardándolos en el maletín. Está encuerado con piel falsa de cocodrilo. En cuánto a los papeles, se tratan de trabajos corregidos esperando a ser entregados a los estudiantes. Claro, no interesa en absoluto, pero es una buena forma de relleno. Rodeé el escritorio, asomándome para dar un frontal encuentro apenas volvieses:

    —Soy Donald —eché en cara, con la costumbre de dibujar en mi boca, una sonrisa sagaz—. Y me disculpo de antemano por lo que voy a confesarte —agarré mi respectiva taza de café, quitándote de las manos, sorbí, seguidamente dije—: El retrato lo he hecho hoy. Más rápido de lo que crees —con drama y suspenso. Ahí se queda. Entrecerré la mirada, curvando un gesto burlesco en mis labios, inspiré aire y nuevamente estrellamos nuestros ojos, dos ríos afluentes que se encuentran. Y antes de que las preguntas te asalten, preferí dejarlo todo claro desde el principio: —Podría darte excusas de porque te miraba. Mentirte diciendo que me gustas, que me he enamorado de ti a primera vista, mi corazón brinca alegre con observarte y sentir poco a poco, cómo el sentimiento me envenena por completo. No. No te voy a mentir. Eres mi musa, nena. ¿Te vale? —¿No? ¿Si? No sé como lo tomarás. E incluso sé que ha sonado bastante atropellado, pero es mejor decirlo ahora que callarlo para siempre.

                                          —¿Soy tu... Musa? —¿Esperabas ser mi hermana?— Si te digo la verdad, me he tragado lo del dibujo. —Los dibujos no se tragan, se contemplan—.  Incluso te hubieras tenido que ahorrar explicaciones. —Mejor dejar las cosas claras, sino después oscurecen—. Y, en serio —no digas nada, ¡no te atrevas!—, para haberlo hecho en quince minutos está muy bien. —Lo has dicho, ¡joder! Si lo miramos con medio ojo, es un desastre a medias, ¿con dos ojos? Un desastre total—. Bueno... —¿Ibas a seguir hablando? Yo ya estaba a punto de marcharme por patas—. Cuéntame de qué va eso de La Musa. —A ver, si tienes dudas búscalo en una enciclopedia, ¿vale? Porque uno no puede especificar precisamente de que va. Es como si intentases explicar el funcionamiento de la vida, en porqué el agua produce una sensación de calma, o el destino. Ése gracioso y misterioso enigma del que nosotros no lograremos comprender en absoluto. Creemos forjarlo, caminar sobre él y descubrimos nuevos caminos, sólo que ésos caminos son como ramas. Ramas de un gran tronco mientras esperamos ver nacer sus flores, y esperar comer sus frutos.

     ¿De qué estaba hablando? Palpé mis labios, me esmeré en encontrar una respuesta. ¿Por dónde empezar? ¿Qué decir si una persona espera algo de ti? Preferiría seguir aconsejándote que investigues sobre el tema, puesto que es intentar dar una opinión subjetiva, tal y como hicimos con el dibujo. A mí me parece espantoso, tú lo hayas conocido pese a lo irreconocible, una crítica personal, y no objetiva.

   —“Canta, oh, musa, la cólera del pelida Aquiles”, dice nuestro buen amigo Homero. Una musa es una divinidad protectora de las artes. Intuyo que lo sabes, pero en tu caso, aunque mortal seas, mueves una fibra dentro de mí. Una que creí haber perdido hace tiempo. —Me encogí de hombros—. No lo sé, Violet, me otorgas inspiración —e intenté expresar algo más—: Podrás ser reservada y silenciosa, sin embargo, puedo notar que cantas sin voz y bailas. No precisamente bailar de bailar, sino que cuando te mueves, uno nota algo artístico en tus tareas. El gesto de la mano moverse al son de la escoba, una gota perlada de sudor recorriéndote la sien, y tus notables esfuerzos por mantener pulcritud. Siéndote franco, es ver una criatura fantástica en un mundo aparte, pero es ignorada mientras que yo, admiro la refrescante belleza que ejerce. No tiene adornos y superficialidades; enteramente natural y humana.

   Creo que me he pasado un poquito, ¿no? Vale, sí. Me he pasado bastante. Viré mi cara para poder observar hacia mi escritorio, está impoluto, pero no era más que para ocultar mi extrañeza. Las entrevistas no son mi fuerte, desnudaba mi alma a alguien desconocida, y no es una sensación que me gustase. Lo aborrecía.

   Notando la quietud en mis huesos, me moví.
   —Antes de ser profesor de historia —dije—, soy escritor. Ésa es la explicación real del porqué peco de excéntrico. Si quieres… —No, ¿qué diablos iba a decir? ¡Ni se te ocurra, Donald! Bebí café para callarme. Realmente no sé cuando cerrar el pico—. Creo que oí mi nombre en los pasillos —¡Huida ninja preventiva!—. ¿No lo has oído también? —¿No? Pues me da igual.

                                          —Digamos que... —digamos que yo nunca dije nada—, esa también es la explicación del porqué hablas tan bien. —A veces tengo lengua de camionero. Pero un rubor pequeño tiñó mis mejillas. No acostumbro a que me lo halaguen. Para serte sincero: Jamás lo han hecho desde arribé a este lugar. Eso me provoca a dudar de mí, a cargarme de un trago de veneno contra mi persona, y creyendo en la posibilidad que quizás el día de mañana, cuando desaparezca, a nadie le va a importar en absoluto. Excepto mi madre. Porque todas las mamás se preocupan por sus pimpollos—. Por favor, —Donald Federico Wells—, no te vayas. —Hasta suena que estamos dentro de una telenovela, lindura—. Tranquilo —¿Te han dicho alguna vez que pedir la calma lo empeora? Es mi caso. Sigo moviéndome una vez dejar atrás mi taza, dando pasos presurosos sin darme cuenta—, no hace falta que me enseñes algo ahora. Puedo esperar. —¿Estás usando psicología inversa conmigo?— Eso sí, ¿puedo preguntarte una cosa?

     —¿Cenar contigo? —¡Y sin pestañear!— Me encantaría.
   
     Rostro de piedra me dicen, ¿por qué? Ni puta idea

     —Yeah, tenia que decirlo. Las bromas son mi sustento del día. —Se me iluminaron los ojos, un resplandor que parece inocente y niño, acompañando la moción con una risa pasajera. Perdida en el aire. En todos estos meses dentro del internado, uno comienza a olvidarse de ciertas cosas: Que siempre alguien está dispuesto a entrar en tu burbuja, por ejemplo. En pensar que tus objetivos para el prójimo no son egoístas sino despreocupados. El abrazo de un amigo, la esperanza impartida en una mirada tranquilizadora, pretender que aún existe algo bueno en el corazón de las personas…

     —¿Cómo es que un escritor ha acabado en un lugar tan alejado de la mano de Dios dando clases de Historia?

    —Por tres razones. Cualquiera que se te ocurra puede ser una posibilidad. —Quédate con las ganas de saberlas, preciosa, que aún no sé si puedo fiarme de ti. Me dirigí a la puerta del baño, y te miré engreído, como si te retará que me siguieras. Ambos sabemos que eso es algo improbable, aunque—: Podría jurar que siendo limpiadora ya estás acostumbrada a entrar en los baños masculinos, ¿no?

    La sonrisa cede—: Espérame aquí. El café me dio ganas de mear. —Sincero hasta los dientes. Vete acostumbrando de mis modismos sociales. Entré. Lo demás mejor no te cuento porque eres una dama.