On melancholy hill -Delilah O'Rilley-

Casi ha pasado un curso entero desde que ingresé en este internado.  Comienzo a acostumbrarme a él, y ya la estancia a penas se me hace pesada. He de decir que soy afortunada, en cierta medida, por haber tenido la ventaja de que mi hermana mayor trabajara aquí desde antes de mi ingreso. Retirando a un lado nuestras diferencias, me ha ayudado mucho. Es cierto que no echo de menos la casa de mis padres, ni a estos -los cuales, en todo este tiempo, a penas se han puesto en contacto conmigo un par de veces-, pero vivir aquí tampoco es la mejor opción. No me permitieron traerme ni el móvil, ni el portátil. Por no hablar de que he tenido que sustituir el tiro con arco por el lacrosse. Al menos conservo mi contrabajo y puedo seguir viendo cine; todo un consuelo.

Otra persona que, durante estos meses, me ha ayudado en gran medida, ha sido Delilah. No estoy muy segura de si es mi amiga, o sólo una chica con la que puedo contar. En cualquier caso, ha hecho suficiente por mí para ganarse mi confianza.

Cassandra, enfrascada en este y miles de pensamientos más, se encuentra tumbada en la cama de su habitación, bocaarriba, y lanzando una pelota de lacrosse contra la pared que tenía en frente. La lanza con desgana, y la recoge con precisión, teniendo incluso que alargar el brazo en más de una ocasión. No está segura de si está molestando a su vecino de dormitorio, quien ya se ha quejado en más de una ocasión por el comportamiento de la americana. No obstante, tras diez minutos así, nadie ha hecho acto de presencia, por lo que es muy probable que no esté en su habitación.

De pronto, el despertador carmesí de la mesita de noche que hay junto a su cama, suena, avisándola de que ya son las cuatro en punto. Tan sólo le quedan cinco horas para que tenga que regresar, nuevamente y por obligación, a su dormitorio. Cassie no soporta las horas muertas que pasa allí dentro desde que empezaron a incrementarse las muertes y desapariciones. ¿No sería más fácil enviar a todos los estudiantes y trabajadores a sus casas? El curso casi está en su etapa final y, de todas formas, ya hace tiempo que no se imparten clases ni actividades extraescolares. Continuar allí es como estar en la casa de los horrores. No puedes confiar en nadie, y nunca sabes cuando tu nombre puede aparecer escrito en la lista de desaparecidos.

Sin dejar que pase un minuto más, Cassie se levanta de la cama, deja la pelota de lacrosse en un cajón de la mesita de noche, y abandona su dormitorio. Ha quedado con Delilah en la sala de ocio del internado. De camino a esta, el pasillo está solitario y en silencio. Sólo se escuchan las ligeras pisadas de Cassandra, quien se mantiene en el centro del corredor, alejada de puertas y ventanas. Por estas últimas, se filtran unos débiles rayos de sol. El día se presenta ligeramente nublado, y hace más frío que ayer. Mientras camina, echa algún que otro vistazo a sus espaldas; hace tiempo que no puede pasar tranquila por esos pasillos. Para su suerte, la sala de ocio se encuentra en la misma planta que su dormitorio, por lo que no tarda más de cinco minutos en llegar. Aunque hay varias personas en la estancia, se respira un ambiente lúgubre, cargado de tensión y pesadumbre. No es de extrañar, teniendo en cuenta que tras cada muerto, tras cada desaparecido, hay más de un ser querido.

Después de mirar a su alrededor, decide sentarse en un sillón de terciopelo verde que hay junto a un ventanal para esperar a Delilah. Además, también hay una mesa pequeña de madera y un sillón más. Se acomoda, posando sus ojos cansados en la vista que hay tras el cristal de la ventana. A Cassie le encanta ese clima; podría vivir en un Invierno constante sin quejarse ni una sola vez de que hace demasiado frío.

Bosteza, llevándose una mano a la boca. Desde su posición puede ver perfectamente cómo diferentes alumnos pasan su tiempo libre en los jardines del internado. La mayoría, como en la sala de ocio, parecen aburridos y hastiados. Cassie, por su parte, está cansada de no hacer nada y, por otro lado, de llevar tanta carga psicológica. Su hermana sólo la visita para recordarle cuantísimos problemas están aconteciendo, lo cual le ocasiona más estrés, y el hecho de no tener nada que hacer no ayuda. Últimamente, tan solo puede apoyarse en sus amigos.

Echa el cuerpo hacia atrás para apoyarse en el respaldo, y mira el sillón vacío que hay en frente. Entonces, la voz de Delilah interrumpe sus pensamientos, y en el rostro se Cassie se dibuja una nueva expresión de alegría al ver a la muchacha –Buenas tardes, Del –le saluda girando el rostro hacia ella. La sigue con la mirada hasta que se sienta en el sillón libre. Hacía unos días que no se veían más de treinta segundos, en los encuentros por los pasillos, por lo que tendrían cosas que contarse.

Suspira brevemente al escuchar su segunda pregunta, rodando los ojos –He retomado el contrabajo. Hacía dos semanas que ni si quiera lo miraba, ya empezaba a coger polvo –ríe. Lo cierto es que, pensándolo bien, tampoco hay mucho que contar. Se pasa las mañanas leyendo en el jardín o haciendo estiramientos y ejercicios de piernas y brazos, mientras que por las tardes quedaba con alguien o bien se queda en su dormitorio tocando el contrabajo o sin hacer nada –También empecé un diario –añade con cierta vergüenza, dibujando una tímida sonrisa –Creo que empiezo a volverme loca aquí –cruza las piernas en su asiento, y apoya los codos sobre los posabrazos –¿No  me digas? Es una idea fantástica. ¿Lo has hablado con “la autoridad”? –responde, recalcando la palabra autoridad. Sin duda es una buena idea; no sólo les proporcionaría entretenimiento, si no que además sería una gran medida preventiva.

Mientras tanto, un hilo musical ocupa absorbe todo el silencio que había en la estancia. Cassie se acostumbra de inmediato a la música, pasando a escucharla de forma inconsciente –Y además de pensar en el huerto, ¿qué más tienes que contar? –pregunta, curiosa. Aunque, quizás, si hubiera algo de suma importancia e interés, ya se lo habría dicho.