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Sábado, 06 de febrero de 2016. Mediodía. Canción

Los sábados de tranquilidad absoluta en los que me aburría de tanto vaguear por las esquinas, repasar el temario de clase o molestar indiscriminadamente a cualquiera que se cruzase en mi camino habían caído en el olvido; parecían tan lejanos que ni siquiera era capaz de recordar el último vivido. Jamás pensé que diría algo semejante, pero los echaba de menos. Sí, quería volver a la aburrida monotonía de la que tantas veces me había quejado.

Desde la aparición de Georgia en la alambrada allá por el mes de octubre, la vida en el internado se había vuelto más dura. El ambiente podía cortarse con un cuchillo y las caras de la mayoría de los chicos con los que me topaba por los pasillos reflejaban la tensión a la que estaban siendo sometidos. Puede que, igual que ocurría conmigo, ellos mismos fuesen sus propios opresores. Porque no, ni siquiera yo, que me jactaba ante el espejo de ser inmune a la presión colectiva, lograba escapar de la marea de pensamientos desmoralizadores.

Era mediodía. Tras mi última incursión en el bosque, de la que no salí muy bien parado, mi ánimo había decaído tanto que ni siquiera estaba comiendo como de costumbre. Tenía cosas más importantes de las que preocuparme, como la escasa salud mental que me quedaba o la sombra que me perseguía por cada recoveco del edificio -en sentido metafórico, ya sabes-. Sentado en el hueco de la escalera principal observé al resto de los alumnos entrar al comedor, aunque no hice ademán de levantarme. La lectura de Pulp me resultaba más interesante que compartir mesa con gente a la que no soportaba. No sabía hasta qué punto lograría controlar mi mal genio y prefería evitar un castigo mayor.

¿Para qué fingir que me apetece socializar con una horda de asustados ineptos que no son capaces de ver más allá de sus narices?

El corredor quedó en total silencio. Entonces apoyé la espalda contra la pared, me coloqué el libro de Bukowski abierto sobre la cara y cerré los ojos. Dormir en mi cuarto se había vuelto una tarea imposible por culpa de la enorme cantidad de fantasmas que vivían en mi cabeza, así que echar cabezaditas en los puntos más discretos del edificio me servía como alternativa. El hueco de la escalera era mi lugar favorito cuando el frío me impedía visitar los jardines. Estaba oculto a la vista y las telarañas expulsaban a los visitantes más cobardes. Mi cara de ogro servía para espantar al resto de atrevidos que querían quitarme el lugar. Después de cinco años viviendo en Dunkelheit, creo que me merecía disponer de un pedazo de territorio solo para mí.
Publicado por Jack A. Hudson Lun Mar 21, 2016 12:06 pm
Jack A. Hudson
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I know I could have been a better man. I always had to have the upper hand. I’m struggling to see the better side of me but I can’t. Take all your jabs and taunts. You’re pointing out my every fault and you wonder why I walked away.
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A veces su cabeza iba tan rápido que conseguía que no fuera a ningún lado. Ese era el verdadero truco para seguir adelante, lo había sido siempre. Desde el colegio se había acostumbrado a protegerse de cualquier mal pensamiento o acontecimiento hundiendo la nariz en muchas cosas a la vez, muchos libros, muchos proyectos. Y en cierta medida aquello no había cambiado. Se encontraba en un lugar extraño, rodeada de gente extraña, de sucesos extraños, de rutinas extrañas, absolutamente aislada de todo lo que había conocido antes. No había encajado en absoluto, estaba aislada de todo aquello que no fueran las páginas de los libros de la biblioteca. No había hecho amigos en el club de literatura, ni en jardinería, ni mucho menos en los desastrosos entrenamientos de lacrosse. Todo era ajeno. Todo era raro. Todo daba miedo.

Pero allí estaba ella, genuinamente animada, silboteando torpemente la melodía de 1979 de Smashing Pumpkins, con la mochila sobre un hombro y Grandes Esperanzas bajo el brazo. Seguía por los escalones el patrón de pies izquierda, izquierda, izquierda, derecha, izquierda, derecha, avanzando lentamente escaleras abajo. Iba bien abrigada, pues su intención era acampar en el jardín y pasar el sábado con Dickens, intentando volver a ver a la ardilla con la que había hecho amistad a base de compartir los trozos de bizcocho que cogía en el desayuno. Contaba cada paso derecho para comprobar el número de repeticiones necesitaba para bajar desde su habitación al hall empleándolo.

Apenas le faltaban ocho escalones cuando se le rompió el asa de la mochila, que se abrió por la parte superior al desprenderse de ella y regó su contenido por las escaleras. La melodía frenó en seco, con un chasqueo de lengua.

- Sabía que no era un buen patrón – musitó entre dientes, agachándose para recoger los clips, bolas de papel y bolígrafos desparramados por los escalones – Me habría dado un número impar de repeticiones...

Tardó lo suyo en recogerlo todo, quizá porque se paró a anotar el patrón de pasos  con su fallido resultado en uno de los papeles arrugados que había recogido y a plantear ciertas opciones que pudieran resultar mejor. Para cuando se levantó y terminó de bajar los escalones recogiendo sus pertenenencias con calma, volvía a tararear la canción suave y torpemente. Al llegar abajo del todo se dio cuenta de que algunos papeles también habían llegado hasta abajo. Se sentía intrigada con respecto a todas esas bolas de papel que ya había olvidado, y estaba deseando llegar a su asentamiento en el jardín para empezar a descubrir qué contenía cada una.

Por lo pronto, lo único que descubrió fue que la última bola de papel estaba en el lateral de las escaleras, debía de haberse colado por los barrotes. Bueno, no lo único. También descubrió que había un hueco debajo de las escaleras. Y que uno de los alumnos que asistía al club de literatura leía en él. No dejó de tararear hasta que terminó la frase, y para entonces ya había observado cuál era el libro que el muchacho leía y se había dado cuenta de que tenía un problema de logística.

- Oye, no tendrás aguja e hilo, ¿verdad? – le preguntó con naturalidad al chico, como si fuera lo más normal llevar encima un kit de costura que le permitiera arreglar el asa de su mochila.
Publicado por Invitado Lun Mar 21, 2016 2:56 pm
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Invitado
Cuando estaba a punto de cumplir la meta que me imponía a mí mismo cada noche, un fuerte golpe hizo que abriese los ojos de golpe y me apartase de la pared, sobresaltado. El libro se deslizó por mi rostro hasta caerme sobre las piernas, donde quedó abierto por una página al azar. La brusquedad del movimiento hizo que el papel que usaba como marcapáginas también se desprendiese de su agarre, aunque en ese estado de confusión poco me importaba haber perdido el hilo de mi lectura. Ya tendría tiempo de enfadarme luego.
Comencé a mirar a mi alrededor en busca del causante del ruido; una acción de lo más estúpida, dado que ni me molesté en levantarme y caminar hacia las escaleras. Supongo que esperaba que bajase un rayo de luz del cielo y se posara sobre la cabeza de un alumno al azar mientras se escuchaba a una fuerte voz decir "¡este es el culpable!". Inspiración divina lo llaman, o algo por el estilo.
Culpa al aletargamiento de mis delirios, no a mí.

Odiaba cuando las cosas no salían como a mí me apetecía. Lo odiaba mucho. Solté un bufido al no ver aparecer a nadie, fruto de la molestia, antes de volver a apoyar la cabeza contra la pared. Por esa vez dejaría pasar la interrupción, ya que me sentía demasiado cansado como para entablar una disputa con la nada. Cerré los ojos nuevamente y, mientras esperaba que el sueño volviese, empecé a pensar que un rezagado cocinero había tirado la bandeja con comida durante su trayecto al comedor. Para mí aquello era como contar ovejas para el resto de los mortales.

Que había errado de lleno me quedó claro en cuanto escuché una voz dirigirse a mí; una voz ronca y pausada que no logré asociar a nadie de mi escasa lista de conocidos. Nuevamente abrí los ojos y me quité el libro de la cara, ya que había vuelto a usarlo como antifaz.Esa vez sí solté un suspiro de exasperación al que solo le faltó un "¿por qué a mí?" detrás.
Ante mí estaba parada una chica que reconocí del club de literatura, aunque no me vino a la mente ningún nombre con el que llamarla; adjetivos variopintos sí, todos relacionados con su color de pelo. Ni se me daba bien relacionar a las personas con las listas de clase ni tratar con pelirrojas.
Ni con gente en general.

Permanecí en silencio durante los segundos que tardé en recapitular su pregunta. Muchos, de hecho. Su frase me sonaba de lo más inocente, además de profundamente absurda. ¿Hilo y aguja? ¿Por qué tendría que llevar eso encima? Esa chica debía de tener ganas de reírse de mí. No podía tratarse de otra opción. Primero tiraba algo y montaba un escándalo, luego me preguntaba si llevaba material de costura encima... ¿Lo siguiente sería pedirme indicaciones para llegar a la playa de Dunkelheit?

¿Tengo cara de tienda de "Todo a cien"? —mi pregunta fue totalmente retórica, ya que no esperaba una verdadera contestación; como mucho, que me mirase mal y se fuese corriendo. Si solo quería burlarse, el tono sarcástico que empleé sería suficiente para echarla.

Descubrí la mochila rota entre sus manos demasiado tarde, cuando ya había disparado el primero de los "dardos envenenados" que Jack Hudson guardaba para atacar a los demás. Juntar el resto de las piezas fue cuestión de segundos. Apreté los dientes al ser consciente de mi error, aunque manteniendo el gesto tan serio como de costumbre. Uno de los mandamientos primordiales de mi religión rezaba algo del tipo "no serás un gilipollas completo con personas que no lo sean contigo", y odiaba saltarme mis propias normas.
Sin volver a dirigirme hacia la muchacha, me giré hasta el lado interior de la escalera, donde había dejado apoyada mi propia mochila. Estaba seguro de que no llevaba conmigo aguja o hilo, pero quizá tuviese entre mis pertenencias algo que sirviese. Deshice el impoluto orden con el que guardaba cada objeto hasta que di con lo único que quizá valdría: un pequeño tubo de pegamento rápido que había encontrado en la biblioteca la semana anterior.

Pegamento. —dije al tenderle el tubo, aunque fuese evidente. No sabía si le serviría, si lo querría o si terminaría vertiendo todo su contenido sobre mi cabeza, pero sentí que había cumplido mi parte: si Jack Hudson mete la pata y se traiciona a sí mismo, Jack Hudson está obligado a enmendar su error sea como sea.
Publicado por Jack A. Hudson Lun Mar 21, 2016 4:29 pm
Jack A. Hudson
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Realmente se trataba de un buen escondrijo para ponerse a leer y tener cierta tranquilidad. En general todo en el internado estaba tan organizado que era casi imposible pasar más de lo necesario con cualquier persona que no estuviera en tu misma clase, pero en los fines de semana todo cambiaba. Quizá por eso se trataban de los días favoritos de Joey, por la libertad que tenía los sábados y los domingos. Lo importante realmente para ella era, por una parte la libertad para organizar su tiempo con total desorganización, a su voluntad, y por otra la ausencia de los malditos entrenamientos de lacrosse.

Por lo general Joe solía disfrutar de esos días fuera, en los jardines, pese a lo friolera que era, disfrutando del aire libre y en especial de la soledad. El colegio parecía abarrotarse cuando el orden de las horas de clase y actividades se desdibujaba. De pronto parecía que había más alumnos por todos lados, incluso en las bibliotecas. En general a Joey le gustaba charlar y estar en contacto con gente, pero su falta de lazos dentro del centro la hacían sentir que cuando se exponía a la compañía de los demás también se exponía a su propio aislamiento, a la soledad impuesta. Y frente a eso era preferible la soledad que buscaba ella misma. Fue por eso que, hasta que el muchacho no soltó aquel gruñido, Joey se dedicaba a contemplar con interés su guarida bajo las escaleras. El tono brusco y descortés del muchacho produjo que la chica clavara sus ojos en él. Mientras alzaba las cejas con cierta sorpresa no pudo evitarse preguntar por qué estaba tan enfadado. Estuvo a punto de ponerlo en palabras, pero se contuvo cuando se le ocurrió que podía ser irritante que te obligaran a tomar tierra en un estado de abstracción. Se encogió de hombros.

- Por alguna razón me imagino a alguien que tiene cara de “Todo a cien” con un aspecto mucho más vulgar – quizá no resultó del todo cierto que pudiera contener totalmente lo que se le pasaba por la cabeza y no soltarlo – Con los ojos marrones sin gracia, el pelo corto, ralo y quebradizo y poco cuello - Se apartó el fleco de la cara sin demasiado éxito y sacudió la cabeza, reprendiéndose internamente. No era eso lo que se suponía que había que decir en ese contexto. Carraspeó – No quería molestarte...

Se balanceó sobre los pies, dudando sobre si marcharse o hacer lo que realmente quería: seguir dando una exhaustiva descripción de la persona que había imaginado para esa etiqueta facial en concreto. Su dilema quedó interrumpido por la curiosidad que le despertó verlo maniobrar rebuscando en su mochila. Lo mismo aquello ya no era asunto suyo, el chico estaba continuando con su vida y ella tendría que conformarse escribiendo la descripción en uno de los papeles arrugados que había recogido.  Al verlo sacar el tubo de pegamento se le iluminó la cara, presidida por un par de ojos sonrientes.

- Muchas gracias – asintió, orgullosa de sí misma al mostrar sus modales en esta ocasión sin latencia y tomando el tubo con cuidado. Sin mucho miramiento colocó la mochila en el suelo y se sentó como un indio junto a ella, aplicando una pequeña cantidad de pegamento en una parte del asa rota. Colocó la otra parte del asa encima y presionó colocando sobre ambas su ejemplar de Grandes Esperanzas, asumiendo que la gravedad la ayudaría en la tarea. Para asegurarse aún más se desplazó hasta que una de sus rodillas se apoyaba sobre el libro. Levantó la vista hacia el chico, visiblemente complacida por el apaño temporal para su mochila. De sus labios se escapó un leve “oh” que indicaba algo que había venido a su mente, y súbitamente rebuscó en uno de los compartimentos cerrados con cremallera de su mochila – Quizá está un poco aplastado porque se me cayó la mochila, pero está muy bueno – le tendió, junto al tubo de pegamento, un pequeño trozo de bizcocho en un hatillo de servilletas que pensaba compartir con su ardilla. Él le había hecho un favor y sabía que era de recibo mostrarse agradecida – Es del desayuno de esta mañana. De zanahoria.

Recordó entonces que el chico parecía haber indicado en todo momento que buscaba tranquilidad y ella no paraba de hablar. Eso la hizo sentir incómoda, por lo que dudó y arrugó el entrecejo antes de añadir entre dientes, casi en un farfullo que era abiertamente caníbal y señalar uno de sus mechones de pelo. Se volvió a apartar el fleco. Realmente estaba desentrenada en lo de mantener una conversación casual.

- Me iré en cuanto se seque el pegamento - aseguró
Publicado por Invitado Lun Mar 21, 2016 8:03 pm
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Invitado
La venganza de la pelirroja por mi fantástica costumbre a la hora de recibir a la gente no llegó, aunque soy el primero en reconocer que me la merecía. Sin embargo, esa no fue la única sorpresa que me deparaba aquel encuentro fortuito con semejante microniña de pelo naranja.

Mi mirada dejó de divagar para centrarse en ella cuando empecé a escuchar su respuesta a mi sarcástico arranque, sin poder dar crédito a lo que escuchaba. Mis palabras solían quedar en el aire, ¿cómo iba a esperarlo? Dejé de fruncir el ceño para pasar a un estado ojiplático del que más de uno se hubiese reído.
Por culpa del cansancio no supe reaccionar  y alegar al instante en mi defensa. Sí, todo era culpa del sueño interrumpido.

Esperaba una sonrisa burlona o una mueca de desagrado ante mi perplejidad que me confirmase, al menos, que estaba bromeando. Algo que me indicase que se había cruzado en mi camino un peso pesado de la improvisación, capaz de desbancarme del trono metafórico que yo mismo había erigido. Pero la pelirroja, no contenta con dejarme sin palabras, terminó disculpándose por haberme molestado antes de que hubiese logrado excusar mi estilo "no vulgar". Demasiados cambios en muy poco tiempo para alguien que se pierde en sus propios pensamientos a menudo. No pude evitar sentirme muy perdido, y de haber abierto la boca en ese momento, probablemente hubiese comenzado a boquear sin pronunciar sonido alguno.

Vamos, Jack, está jugando contigo. Una cría te está tomando el pelo, ¡y tú lo consientes!

Sacudí la cabeza después de esa "ráfaga de sentido común" -o de estupidez crónica-, en busca de terminar de espabilarme. Había captado sus palabras a pesar de no haberlas respondido de inmediato, así que enarqué una ceja de forma muy poco natural y solté lo primero que se me pasó por la cabeza. El momento que me había tomado para quedarme en silencio y analizar a la chica me vino de perlas, pues conseguí improvisar una frase que yo creía que me devolvía todo el aire altanero que solía mostrar al mundo.
Al menos no quedaría tan mal si decidía reírse de mí abiertamente.

Si entiendo "vulgar" como común en este contexto, ¿estás intentando decirme que te parezco anormal? —cuestioné con tono bajo, tratando de sonar tan directo como intimidante. Había visto una cantidad excesiva de películas de tipos duros a lo largo de mi vida e imitarlos no se me daba del todo mal. Sin embargo, no esperaba una respuesta particularmente relevante. No me quitaría el sueño si me llamaba feo o raro. Me importaba más descubrir si era o no una chica con un don especial para dejar a la gente sin saber qué decir. Solo me consolaría el saber que no era al único al que había dejado descolocado, por absurda que suene semejante razón.

No obstante, creo que soy un chico justo, así que no me arrepentí de haberle dado el pegamento. Que pensase que se burlaba de mí era otro asunto. Volví a quedarme en silencio al verla reparar su mochila, aprovechando para recoger mi propio libro y dejarlo dentro de la mía. No parecía que aquel sitio fuese a recuperar la tranquilidad que lo representaba hasta pasado un buen rato. Dirigí una apenada mirada al revoltijo en el que se habían convertido mis pertenencias y me apresuré en cerrar la cremallera. Ojos que no ven, corazón que no siente.

No ha sido nada. Puedes quedarte el pegamento si quieres. Tú lo necesitas más que yo. —una de las razones de no querer recuperar el bote de pegamento fue esa; la otra, que me negaba a volver a ver el desorden de mi mochila. Cuando me ofreció su trozo de bizcocho casi me sentí tentado a cogerlo, pues llevaba sin probar bocado desde la noche anterior, pero logré contenerme y no mover ni un solo músculo. Era un desconfiado de campeonato y, a pesar de que su gesto me resultó agradable, no iba a coger comida de una desconocida. ¿Para terminar como Georgia? Gracias pero no. —Eh... Te lo agradezco pero no me gusta el bizcocho de zanahoria. De todas formas, deberías comértelo tú. Te hace más falta. —me excusé, encogiéndome de hombros. No pensaba que le sentase mal que remarcase una realidad tan evidente: a ella sí le vendría bien una buena comilona.

Mientras la veía arreglar el asa de su mochila descubrí un objeto en el que no había reparado por culpa del tropiezo inicial: el libro de la joven, que parecía realizar el trabajo de contrapeso también a la perfección. Al leer el título sentí un momento de alegría que casi me hizo olvidar que le había declarado la guerra -sin avisárselo- a la pelirroja. No podía tener enemigos que leyesen a Dickens. Nadie en su sano juicio lo haría.

A no ser que se tratase todo de una fachada y esa muchacha cargase el libro para fingir "ser guay". En el internado ese germen se reproducía a toda velocidad, y no me hubiera sorprendido que la chica estuviese infectada. No la conocía, ¿por qué iba a pensar lo contrario?

Sumido como me encontraba en ese análisis, ignoré tanto su susurro como su afirmación de que se iría enseguida. Solía perderme en mis cosas y olvidar que tenía a gente a mi alrededor. De haberla oído puede que me hubiese dado igual. A esas alturas su presencia no me molestaba tanto.

Phillip Pirrip... Interesante. ¿Lees crítica social porque quieres cambiar el mundo o porque descubriste que Charles Dickens es sinónimo de excelencia y pretendes fingir ser culta? —señalé el libro con el dedo índice, esforzándome en sonar tan desagradable como al principio. Aquella era una acción de vida o muerte de la que podría obtener como premio otra nueva respuesta genial o la afirmación de que no merecía la pena quedarme allí sentado. Una vez esfumada la somnolencia, su réplica inicial no me parecía tan ofensiva; me divertía pensar, incluso, que existía alguien en el internado con el que discutir fuese divertido. Bendita aparición de Dickens.

¿Aún no sabes que soy completamente imprevisible y cambio de parecer a cada rato?
Publicado por Jack A. Hudson Lun Mar 21, 2016 10:19 pm
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La estupefacción del muchacho pasaba desapercibida a los ojos de Joey. Leer las emociones de los demás y entenderlas no era su fuerte, lo que la hacía una conversadora preguntona y algo torpe. En cualquier caso no era algo que la preocupara, generalmente. Notaba como, mientras ella hablaba, el chico la miraba con cierto aire evaluador, pero eso no la intimidaba. Estaba acostumbrada a miradas peores, de las que emiten juicios insalvables. Y en cualquier caso, esas tampoco conseguían hacerla sentir mal ya... la mayoría del tiempo. Su interés por ser aceptada estaba ya más que enterrado, hondo, donde no pudiera hacer daño.  Era lo más sano, seguramente. Quizá fue por esa dificultad para interpretar los gestos que no percibió problema alguno en el tono de voz cuando lanzó la pregunta, asimilando que, como sucedía en su cabeza, todas las preguntas se lanzaban con aires de imparable curiosidad. Sus ojos analizaron más detenidamente los rasgos del joven, sin prisa. Se balanceó sobre los pies antes de hablar.

- Bueno, yo hablo de rasgos faciales, y el término anormal no me parece lo más adecuado para referirse a eso. Quizá si tuvieras labio leporino o un ojo vizco... – rebuscó entre sus rasgos con más insistencia, pero finalmente relajó la postura y movió la cabeza, en un gesto de negación que a la vez pretendía apartar el pelo de los ojos – No, diría que el concepto vulgar que utilicé antes podría más bien ser reemplazado por mediocre. Tú eres fácilmente identificable entre la multitud – se explicaba con naturalidad, con su tono pausado y relajado y su irremediable acento galés  – Apenas nos hemos visto un par de veces en el club de literatura y te reconocí instantáneamente por el pelo largo, los ojos y ese gesto que haces con las cejas, como a la defensiva – las frunció, como tratando de imitarlo en un mohín enfadado, sin mucho éxito. Al terminar se rascó una ceja y se encogió de hombros – Además de que anormal tiene cierto matiz ofensivo, no es un término que me guste.

Agradeció que le dejara el pegamento con un asentimiento, y lo metió en la mochila sin mucho miramiento. Aunque no parecía la mejor opción para solucionar el problema del asa de la mochila a largo plazo lo cierto es que siempre estaba rompiendo cosas, así que lo que el muchacho decía no podía ser más cierto. Se dijo que debía comprarse su propio pegamento cuando volviera a casa. Y aguja e hilo. Y un manual para aprender a coser. Su mirada volvió a clavarse en la del chico cuando rechazó el bizcocho, con una leve arruga en la frente. Su padre le había enseñado que cuando alguien tiene buen gesto con otra persona tiene que agradecérselo y tener otro buen gesto a cambio. Que rechazara el bizcocho significaba, por ende, que esa deuda quedaba sin saldar. Se hubiera preguntado por esto, por cómo podría saldarla, por qué tendría ella que ofrecerle si no hubiera estado ocupada con otra pregunta infinitamente más imperiosa.

¿A quién demonios no le gustaba el bizcocho de zanahoria? Si el mero olor que salía del hatillo le había hecho rugir las tripas. Sin reverencia alguna desató las servilletas y, colocándolo sobre su pierna por si el joven cambiaba de idea y se decidía a compartirlo con ella, le dio un buen pellizco que se llevó a la boca.
Siguió masticando con tranquilidad, hasta que él habló nuevamente. Esta vez sí percibió el tono intencionadamente descortés, lo que le hizo inclinar la cabeza, mirando al muchacho con curiosidad. En cualquier caso la dirección de su acusación le resultaba casi divertida. Sus ojos sonrieron cuando subieron desde el libro a los ojos de él.

- ¿Lo que insinúas es que llevo Grandes Esperanzas por pura fanfarronería? Bueno, si yo no supiera nada de literatura universal creo que no escogería a Dickens para presumir de que sé. Se da en el colegio desde muy temprano, es ampliamente conocido y leído por mucha gente en Reino Unido... y su estilo narrativo, aunque brillante, es demasiado sencillo para que resulte verdaderamente impresionante a ojos de los demás. Creo que si tuviera que escoger entre los autores clásicos para aparentar cultura me iría más bien a Dostoyevski o a el mismo Sartre, confiando en que el nombre será suficiente para impresionar. Si optara por autores más contemporáneos es probable que eligiera a Hemingway, a Thruman Capote... o incluso a Bukowski – sus ojos chispearon, absolutamente divertidos, paseándose muy brevemente por el libro que leía el muchacho.

Le dio otro mordisco al bizcocho y se detuvo un momento de su discurso para ojear el estado de su asa. Permaneció haciendo presión en ella con cierta desconfianza. Prefería esperar un poco más a arriesgarse a tener que recorrer toda la planta baja en pos de las bolas de papel de su mochila. Después de tragar volvió a alzar la mirada, para explicarse, aunque mirando ahora un punto indefinido. No se paró a pensar que quizá una mayor explicación le sobrara a él.

- Este libro es de la biblioteca personal de mi padre. – empezó, apoyando el peso con las manos detrás de su tronco, con aire tranquilo y relajado –  Aprendí a leer muy pronto. No me gustaba que me leyeran cuentos y me dejaran después con la intriga, así que prefería leerlos yo misma, pero me cansé de los cuentos rápidamente. Grandes Esperanzas es quizá la obra más importante de Dickens, pero también una de las que posee el lenguaje más sencillo, más  coloquial, y supongo que por eso la eligió mi padre para dar el salto a la narrativa más elaborada. Solía leerlo conmigo por las noches un rato, cada día. Y lo cierto es que me encantaban y me conmovían a la vez las andanzas de Pip. El humor de Dickens lo hace todo más llevadero y, al terminar de leerlo, la historia de superación personal que abarca todo el tomo me hicieron pensar que, ante cualquier dilema o vicisitud podría encontrar la respuesta en Grandes Esperanzas. Mi padre estaba muy orgulloso, y cuando se lo comenté se rió y me regaló el libro. No me he separado nunca de él, va siempre conmigo – concluyó con un deje de nostalgia, del que se desprendió sacudiendo la cabeza. Volvió a mirar al muchacho directamente. Su tono había sido de total franqueza – El análisis sociopolítico no llegó hasta mucho después, como comprenderás.
Publicado por Invitado Miér Mar 23, 2016 7:44 am
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Mi expresión de arrogante intranquilidad no tardó mucho en iniciar su desaparición. Hubiese querido mantenerme en mis trece y obligar a aquella chica a perderse por rincones del internado donde no estuviese yo, pero no supe cómo aplicar la chulería ficticia que había diseñado para librarme de moscardones. Escuchándola hablar parecía imposible enfadarse con ella, aunque te tirase la mochila a la cabeza. A las personas malintencionadas se las caza al vuelo; consiguen que tu sexto sentido se active para avisarte que te están tomando el pelo. Las razones que daba la pelirroja parecían más propias de alguien que vive en su propio mundo que de una persona que pretende burlarse de ti, y eso la convertía en inofensiva; y si era inofensiva, no podía considerarla "mala".
Y si no era mala, los pocos valores que yo tenía sumados a mi promesa hecha antes de volver a clase, me impedían actuar con la mezquindad que me caracterizaba.

Tratando de aplicar el sentido común, ¿quién se ríe de ti mientras te ofrece pastel? Un gesto anularía al otro y convertiría la situación en algo terriblemente absurdo.

Supongo que he de darte la razón. El pelo largo no es la elección predilecta entre los alumnos de Dunkelheit. Aunque lo prefiero. Las colas en las duchas se volverían interminables. —acepté mientras me encogía de hombros, pues no me quedaba más opción que reconocer que la pelirroja había acertado. No obstante, no tuve tiempo de recordarme que odiaba dar la razón a los demás, ya que me encontré con unos ojos verdes que me analizaban obstinadamente. Sentí al momento una curiosa mezcla de extrañeza e incomodidad que activó mi subconsciente y me hizo arrastrarme hacia atrás, como un gato asustado que necesita esconderse. Fue inútil. Ya estaba pegado a la pared y no había sitio al que huir. Ante la evidencia de mi acción, sólo me quedó protegerme de su lectura -¿sabría interpretar a las personas igual que a los libros?- con mi recurso favorito: frunciendo el ceño hasta que mis cejas dibujaron una línea recta más perfecta que la suya. Cuestión de práctica. —Realmente no me gusta la manía de sacarle el lado peyorativo a todo. Es cierto que anormal suele ser utilizado como un insulto, pero si con normal entendemos vulgar, mediocre y común... Pues prefiero salir de los márgenes donde se mueve la mayor parte del mundo y ser distinto. Los espacios tan colapsados resultan agobiantes. Sin embargo, ¿dices que mis ojos son raros? Los tuyos también son verdes.

Me pareció cuanto menos curioso que se atreviese a decir que mis ojos eran poco usuales y fácilmente reconocibles cuando los suyos no se quedaban atrás. Aunque aquella fue la primera vez que yo reparé en los suyos, ya que no había coincidido mucho con ella en clase.
O no recordaba haberlo hecho, que también puede ser posible.

Si me quedaban esperanzas de que aquel rincón volvería en pocos minutos a ser silencioso, se esfumaron en cuanto la chica se acomodó y abrió el paquetito que envolvía su pastel. Su despreocupación me gritó el error que había cometido. Como si fuera Mozart en su lecho de muerte y ella un Salieri de pelo naranja, había creído que el pastel estaba envenenado. Absurdo aunque imaginable por culpa de los tiempos que corrían. Noté cierta envidia infantil por no ser yo quien tuviera un pedazo de bizcocho, pero decidí mantenerme en mis trece y no pedirle. Las bacterias de una desconocida me asustaban tanto como el veneno. Continué recto, pegado a la pared cuanto podía para dejar bien claras las lindes que marcaban el sitio donde terminaba mi espacio personal y comenzaba el suyo, y decidí seguir escuchándola; al principio me costó mantener la mirada fija en ella y no desviarla hacia el pastel, pero eso desapareció en cuanto mencionó su "acusación encubierta". ¿Yo, leyendo a Bukowski por aparentar? Hubiese golpeado el suelo con la palma de la mano antes de retarla en duelo por tal ofensa, pero logré contener ambas acciones. Yo era un chico serio e inalterable. Serio e inalterable.
Sí, Jack, serio e inalterable.

No es una insinuación, sino mera curiosidad. Cualquier persona con un mínimo de cultura universal sabe que un amante de la narrativa tiene que leer a Dickens alguna vez en su vida, igual que alguien que ama la poesía debe leer a los poetas malditos. Son reglas básicas conocidas por todos y que muchos aprovechan para fanfarronear.  Andar por ahí con Crimen y castigo deja con dolor de espalda a cualquiera. Si te ven con un libro de Sartre te expones a que te relacionen con el existencialismo y quieran conocer tu opinión. Si resulta que no tienes ni idea termina siendo muy fácil desmontarte el papel. En cambio, con Dickens o Wilde no te arriesgas tanto. La cultura británica está cargada de guiños hacia sus obras y hasta el idiota más idiota puede resumirte Oliver Twist. Sin contar con que la época victoriana está de moda por autores mediocres como Jane Austen y que estamos en un momento en el que muchos pretenden ser héroes luchando por los derechos de las ballenas o acudiendo a manifestaciones para erradicar el terrorismo. Leer crítica social es "guay". —hice las comillas con los dedos, tratando de remarcar el énfasis que pretendía darle a la palabra; palabra que me horrorizaba pronunciar. —Dickens es el recurso más asequible para los presuntuosos. Dicho esto... Ni siquiera recuerdo por qué empecé con este tema.

Mi discurso había empezado fiel a mi forma de actuar: envalentonado y con ganas de demostrar que mi pensamiento era único e irrefutable. Sin embargo, la visión del pastel y la indignación por su alusión hacia mi persona consiguieron que  fuera perdiendo fuelle hasta que me perdí en mi propio alegato; hablé de forma automática y dejé escapar parte de mis pensamientos sin suprimir lo que me parecía innecesario. La facilidad que tenía para desviarme de la conversación y encerrarme en mi cabeza se manifestaba a menudo, pero normalmente lo hacía cuando era otra persona la que hablaba. Sentí vergüenza instantánea por no ser capaz de evocar mis palabras y analizar qué era todo lo que había dicho, aunque logré no escenificar ninguna de mis preocupaciones. Tener la expresión tan neutra como un ladrillo es un buen arma.

Me has descubierto. Leo a Bukowski porque necesito proyectar al mundo que soy un bohemio y un misántropo. Justo cuando apareciste estaba por sacarme una foto leyendo. Necesito subirla a mis innumerables redes sociales. —no me quedó de otra que disimular agarrándome a la desesperada a las que habían sido sus últimas palabras. Ironicé mi broma sin sonreír aunque fuera evidente que se trataba de una mentira. En ese momento solo deseaba dos cosas; que se marchara sin notar que había hablado en exceso o que cambiase de tema. Me valdría cualquiera de las dos.

Y su ejemplar de Grandes esperanzas terminó siendo el catalizador de mi esperanza propia.

Puse atención a cada una de sus palabras, notando de inmediato que estaba mostrándome parte de su intimidad sin que se lo hubiese pedido. Pero terminó siendo una experiencia muy interesante, ya que se percibía el cariño que sentía por esos recuerdos en cada una de sus frases. Apoyé la cabeza en la pared y permanecí en silencio incluso cuando ella ya había acabado de hablar. Los temas familiares en el internado revolvían los sentimientos de todos los alumnos, hasta los del más fuerte.

Ante la crudeza que muestran muchos cuentos en su versión original o su falta de concordancia con el mundo real, tu padre hizo una buena elección al darte ese libro. Es mejor que los niños aprendan cuanto antes que no pueden esperar que la suerte o la magia resuelvan sus vidas, sino que en sus manos está el actuar correctamente y esforzarse para labrar su futuro. —ante un recuerdo tan sincero poco podía aportar; ni quería caer en volver a sonar insistente o arriesgarme a irme por las ramas, ni sentía que le faltase ningún apunte mío. Me cerraba en banda cuando los temas personales salían a relucir. Huía de ellos constantemente y era un total desastre para hablar con claridad de lo que se me pasaba por la cabeza. Ni siquiera le dije que su padre debía ser un hombre muy interesante, y no solo por la obra elegida. Pocos son capaces de dejar que su hijo continúe creciendo, obcecados en mantenerlos en sus burbujas rosas de cuentos de hadas donde el mundo no los lastime.

Me hubiese sumido en un silencio más constante de no haberme sentido incómodo; incómodo por hablar de familiares, por la falta de sueño y por la culpabilidad que me hacía sentir mi incontinencia verbal cuando perdía el hilo de la conversación. No actuaba como el resto. Mi promesa no estaba siendo cumplida.

Este verano hice un curso de escritura creativa online y Bukowski venía incluido en el temario. Siento que no habré aprovechado bien las lecciones si no conozco en profundidad la obra de los autores que estuve estudiando. Igual me pasó con Poe, Woolf, Nabokov, Kafka y Hemingway. Me reservo a Salinger para el final, que es uno de mis favoritos. —quise pagar su relato con un poco de sinceridad, aunque lo hice manteniendo la mirada en el techo y con las manos entrelazadas para evitar acariciarme las yemas de los dedos de forma nerviosa. Odiaba hablar de mí. Lo odiaba con toda mi alma.

Realmente me importaba poco si creía mi razón o no. Ser tachado de un moderno Laurence Olivier -por lo fanfarrón- era el menor de mis problemas.

Había contado a una pelirroja de quien no sabía siquiera su nombre acerca de una de mis aficiones vacacionales. ¿Aquello serviría para que Motka me dejase en paz y no volviese a citarme en su despacho por considerarme extraño?

Lo comprobaría en la siguiente sesión, ya que en ese momento decidí levantarme y volver a mi dormitorio. No tenía mucho más que hacer por allí.
Publicado por Jack A. Hudson Vie Mar 25, 2016 1:14 am
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