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Distant Minds

Madrugada del lunes 21 de Diciembre.

Despertarse con pesadillas no era algo a lo que Grace estuviera acostumbrada, aquella extraña sensación que recorría su cuerpo cuando abrió los ojos con el corazón y la respiración acelerada. Ni siquiera era capaz de recordar con qué había soñado, pero la había despertado con la sensación de terror en su pecho. Se acomodo su cabello mientras respiraba profundamente para poder calmarse. Lo mejor sería enfocarse en que no era real, pero al no recordar que era lo que había pasado en el sueño, era imposible pensar de esa forma. Cambio a pensar que solo era una pesadilla e intento volver a dormir, pero la cama se sentía fría y sus ojos se negaban a mantenerse cerrados. Se puso de pie buscando algo para ponerse, ni se fijo la hora, solo comprobó que aún era de noche, y con eso le bastaba. Se colocó un abrigo largo sobre el pijama, un pañuelo en el cuello y un gorro de lana en la cabeza, salió de su habitación para ir a la azotea.

La noche anterior una lluvia había caído, quizá alguna que otra persona le diría tormenta, pero no había sido mucho para la joven que adoraba ver como los rayos rompían con la monotonía azul del cielo. Se había acostado con aquel sonido y ahora podía sentir el olor a tierra mojada que ingresaba por su nariz y le causaba cierta tranquilidad. Petricor. Se había planteado más de una vez buscar ese olor como fragancia para su dormitorio, pero al parecer no era tan elegante como fragancia de flores blancas. Al menos en ese lugar las lluvias eran tan frecuentes como en su ciudad natal. Tomó asiento en el borde de la azotea, haciéndose pequeña para conservar el calor, frotó sus manos mas de una vez antes antes de cruzarse de brazos, sabiendo que no duraría mucho en aquella posición.

Aquella noche era hermosa, y no solo por el olor, las estrellas se veían nítidas y parpadeantes, se veían desde las más grandes hasta las más pequeñas. Amaba las noches, las tormentas, hubiera salido bajo la lluvia si se hubiera despertado antes, pero eso también estaba bien. Siempre recordaría a su padre preguntando si quería que le dejara la luz prendida, cuando era pequeña, y ella sonriendo diciendo que estaba bien, esperando a que la puerta se cerrara para poder asomarse por la ventana, sintiendo que la oscuridad la rodeaba. Era increíble que algunas personas le tuvieran miedo a la oscuridad, no importaba la edad que tuvieran, era demasiado maravillosa para temerle. El silencio del lugar, las estrellas y el frío que se colaba usando al viento como medio, nada podía ser más perfecto, nada podía arruinar esa calma ni borrar aquella pequeña sonrisa de su rostro.
Publicado por Grace L. Edwinson Dom Ene 17, 2016 11:59 am
Grace L. Edwinson
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El humo del cigarrillo de Jack se mezclaba con el vaho que escapaba de su boca mientras tarareaba para sí mismo, agazapado en un rincón oscuro de la azotea. Se las había ingeniado para escabullirse del celador antes de que girase la esquina del pasillo que él recorría de puntillas, así que se sentía bastante orgulloso de sí mismo. No podía permitir que lo atrapasen fuera de su dormitorio de madrugada. No hubiera soportado tal vergüenza.

Durante el día era un alumno casi ejemplar, fiel seguidor de normas y correcto como el que más, pero siempre se ha dicho que la noche influye en las personas más... Digamos “sensibles”, de una forma especial. Toda esa barrera de corrección y frialdad se perdía cuando Jack se quedaba a solas con su conciencia dentro de las cuatro paredes de su dormitorio. En esos momentos podía ser “él”, un chico de dieciocho años casi normal que disfrutaba garabateando versos inconexos en un cuaderno y tratando de sacar de su guitarra acústica las melodías que tanto echaba de menos.

Sin embargo, algo estaba mal esa noche; algunos engranajes se habían oxidado y no giraban como siempre. Ya llevaba varios días así, en los que el agobio parecía ganarle la partida al sueño. La incertidumbre que lo perseguía desde su “accidentada” reunión con Motka lo mantenía aturullado y conseguía que pareciese aún más silencioso que de costumbre. Apenas dormía y la biblioteca se estaba convirtiendo en una verdadera obsesión, más allá de su acostumbrada vía de escape. Por eso no es de extrañar que al meterse entre las sábanas se tirase cerca de tres horas rodando, con los ojos abiertos y sin un ápice de sueño al que aferrarse. Morfeo no estaba por la labor de llevárselo aquella noche. Tenía demasiadas cosas en la cabeza para recordar que estaba cansado.

Cuando sintió ganas de fumar decidió levantarse de la cama y abandonar cualquier resquicio de esperanza de dormir que aún quedase en él. Aunque sólo llevaba puesto un pijama de algodón grisáceo, el muchacho se colocó su acostumbrada chaqueta de tela vaquera y se calzó las zapatillas de deporte. El frío era para débiles de espíritu. Tras coger su pitillera abandonó la habitación, tratando de cerrar la puerta con el menor ruido posible; la lentitud con la que caminó hasta la azotea logró que el camino pareciese eterno.

Iba por su tercer cigarrillo cuando la vio. Una figura rubia, ataviada con todo tipo de prendas de abrigo para luchar contra el imbatible frío escocés, cruzó la azotea. En un primer momento intentó agazaparse aún más y fundirse con las sombras por si se trataba de un empleado del internado, pero al verla sentarse esa duda se despejó. Ningún adulto que se preciase se expondría al frío por observar el cielo. No tenían tiempo para eso, por desgracia.
A veces Jack creía que, realmente, los mayores sacrificaban el fijarse en los pequeños regalos de Gaia por una estabilidad y un trabajo decente. ¿Existiría esa cláusula en el contrato invisible que se firma al crecer?

Expulsó el humo lentamente mientras entrecerraba los ojos, intentando distinguir la identidad de la que se atrevía a interrumpir la tranquilidad de la noche. La escasa luz de luna no lo ayudó a satisfacer su curiosidad. Arrugó la nariz, asqueado. Como ya he dicho antes, la noche transforma hasta al más raro del mundo, y si bien Jack se hubiera levantado en otro momento y marchado de allí sin saludar, en esa oportunidad no actuó de esa forma. Necesitaba despejarse e identificar a esa chica. Quizá eso le ayudaría a encontrar un haz de luz en las tinieblas de su mente, donde había un puzzle recién empezado que no alcanzaba a ver.

Se acercó a ella desde atrás, apurando las últimas caladas del cigarrillo que sujetaba entre los dedos. El cabello rubio le había dado mala espina desde que lo vio por culpa de cierta loca que últimamente se le aparecía para perjudicarlo a cada rato, así que cuando alcanzó a ponerse a su altura y comprobó quién era la muchacha no se sorprendió demasiado. En aquel colegio no debía de haber más rubias, que siempre se topaba con ella; con la Barbie molesta de “Todo a cien”.
El frío escocés a su lado se volvía aún más punzante.

Vaya, Jessica. ¿No se supone que las buenas chicas deberían estar ya durmiendo? ¿Esa es la educación que te han dado? —preguntó con retintín, aunque su intención no era la de desatar una disputa. No tan pronto en la mañana o tan tarde en la noche, como prefieras llamarlo. Se encorvó contra la barandilla lo suficiente para que sus codos reposaran en el metal, quedando de cara contra el vacío. De repente le apetecía molestar a Grace y devolverle la jugada que le había colado en la biblioteca, cuando lo dejó trabajando solo. Igual así le entraba sueño y todo.
Publicado por Jack A. Hudson Dom Ene 17, 2016 10:53 pm
Jack A. Hudson
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Necesitaba eso, necesitaba un poco de viento, de noche, de soledad, de la calma que la abrazaba y la dejaba pensar con claridad. Cerró los ojos unos segundos, largando todo el aire de sus pulmones. El viento la libraba los músculos, liberando de las tensiones, mientras hacía que su pelo se moviera en lo que aquel gorro le permitía. Hacía mucha falta de eso en el internado, lugares para que las personas pudieran estar solas, su cuarto ya le aburría y en cualquier otro lugar se escuchaban los murmullos de las personas que estaban hablando. No era lo mismo que el silencio, no era lo mismo que ese silencio. Apoyó sus manos con más fuerza sobre la baranda, inclinándose un poco hacía delante, incluso podía creer oler la resina de los pinos que conformaban el bosque del internado, pero había algo más en el aire. Trato de identificar el olor, aquel olor que le resultaba familiar. Era tenue y suave, como el vapor. Era algo que ya había olido, pero que le sonaba de un tiempo pasado, demasiado lejano para recordarlo con tanta facilidad.

Justo cuando el olor se hizo más fuerte y lo reconoció alguien habló a sus espaldas. Una voz que reconoció al instante y al hacerlo, su expresión de paz, aquella sonrisa pequeña, y todo lo que en ella mostraba calma tanto interna como externa, desapareció para convertirse en cansancio y agotamiento. Ya estaba cansada de encontrarse con ese chico en todos lados, escuchar las cosas que decía que no tenían sentido pero que para él parecían ser la verdad absoluta. Ni quería imaginarse que había visto el chico para querer molestarla a cada momento de sus encuentros, pero recordando que en el último Grace le dejó hacer todo el trabajo del castigo de ambos, soltó una risa baja. —¿Quién dice que yo sea una niña buena?— Pregunta rodando los ojos, pero aferrando sus brazos a la baranda, las posibilidades de que uno de los dos muera en ese lugar, podía ser más grande de lo que la joven estaba imaginando. En su mente, por supuesto, estaba pensando en tirarlo si se le ocurría pasarse nuevamente. En cuanto al olor que antes Grace había sentido, se trataba del característico olor de la nicotina. Jack había estado fumando, podía sentir el aroma en las ropas y piel del chico, incluso a esa distancia.

A los trece años de edad, Grace había probado por primera vez un cigarrillo. La primera vez había pensado que era horrible, y que nunca más querría hacer eso. A los catorce, se fumaba un atado al mes, a escondidas de sus padres, de los profesores. Salían con amigos, se escondían de todo y se dedicaban a fumar. Uno tras otro, hasta que las figuras comenzaban a perderse dado el humo de la sala. Les gustaba hacer eso, conservar el olor, era como no dejar de fumar en ningún momento. Una vez los había descubierto un padre que, incluso después de airear todo el lugar, no se había logrado desprender del olor que había quedado impregnado en las paredes. Sus padres la habían castigado, pero había vuelto a fumar tras liberarse del mismo. Después de la operación lar ordenes habían sido claras. Había sido difícil para Grace acostumbrarse a vivir sin ello, pero le gustaba sentir el olor en el ambiente. Le hacía mal, podía ser terrible en alguien como ella. Sus amigos se acostumbraron a ir a espacios libres, a soltar el humo lejos de ella. La querían proteger, pero ella necesitaba sentir el olor. En el internado las cosas habían sido peores, parecía que nadie fumara en ese lugar, no había una voluta de olor, suerte para ella ya había superado eso hacía tiempo, podía vivir, pero lo extrañaba.

Por un segundo considero las posibilidades de pedirle un cigarrillo. Uno solo no le haría mal, podría estar bien, nadie se enteraría, no había forma de que alguien se enterara. Ya estaba bien, estaba perfecta, no le haría mal. Se trataba de convencer de eso, pero al recordar que se trataba de Jack, puso en su mente todas las excusas para no pedir. —¿Qué pasa Jack? ¿Quieres vengarte de la biblioteca?— Pregunta acomodando sus cabellos y alzando las cejas. —Sé que no vas a ir con un profesor, ¿Cuál es tu plan? ¿Y qué es eso de Jessica?— Agrega para ver por donde lo podía molestar. Grace estaba segura de que si lo molestaba demasiado se iría y la volvería a dejar sola, para así poder volver a disfrutar del silencio que había antes de que ese individuo se hubiera puesto a hablar con ella, si es que hablar era lo que hacían, la mayor parte del tiempo estaban discutiendo.
Publicado por Grace L. Edwinson Jue Ene 21, 2016 12:01 pm
Grace L. Edwinson
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La ansiedad que la irritable voz de Grace le causaba hizo que Jack se colocase en cuestión de segundos otro cigarrillo entre los labios. Necesitaba nicotina para soportar tal tortura, mucho peor que la más densa de las clases de Física. No había hecho falta más que abriese la boca para arrepentirse de habérsele acercado, pero su impulsividad siempre ganaba la partida. El mero eco de su agudo timbre le causaba dolor de cabeza. Ella era la culpable de tal efecto, por supuesto. En su presencia nunca había mostrado ni un ápice de humanidad, aunque eso no era lo que más le molestaba de la rubia.
Pero la razón de su rechazo, señores, mejor la guardamos para otro capítulo más avanzado.

¿No es eso lo que intentas hacernos creer con tu buena planta y tus ínfulas de princesa? ¿Que no has roto un plato en tu vida aunque te hayas cargado la vajilla entera? —preguntó entre dientes, con un susurro casi ininteligible. Estaba más ocupado palmeando su chaqueta vaquera en busca del mechero que prestando verdadera atención a la joven. Cuando encendió el cigarrillo volvió a apoyarse contra la barandilla, aferrándose a ella con una mano. Por si acaso.

El humo que salía de sus labios, mezclado con la ironía que derrochaba cuando estaba con Grace, formaba espectrales figuras al elevarse hasta el cielo. Jack se quedó embelesado por un instante al mirarlo ascender, como si buscase en el vapor la verdadera respuesta a la pregunta de la chica. ¿Realmente quería vengarse de ella? ¿Tirarla por la azotea, quemarle el pelo, llamar a un profesor para que la castigase? Ni en broma. Jack pecaba de muchas cosas, pero no de ser un chivato. Simplemente quería molestarla tanto como ella lo hacía con él, aunque ella llevaba cierta ventaja. El mero reflejo de su cabello dorado ya le causaba ganas de vomitar.

En absoluto. Vengarme de ti sería darte una importancia que no te mereces. Simplemente estaba descansando aquí, te vi y me acerqué. ¿Para qué dormir si puedes enfrentarte con tus pesadillas estando despierto? —interpeló, cuestionándose más a sí mismo que a la propia muchacha. No halló un veredicto válido a tal pregunta retórica.

Si se tratara de otra persona Jack hubiera ofrecido uno de sus cigarrillos, el bien más preciado que escondía en su dormitorio de los inquisidores ojos de la directora, pero no lo haría con Grace. No la conocía de mucho tiempo pero, a la vez, creía saber exactamente cómo actuaría ante tal situación: le tiraría la pitillera completa en uno de sus arranques homicidas de egocentrismo. Porque así actuaban los dos, poniéndose constantemente trabas difíciles que el otro debía esquivar. Como en los mejores juegos de estrategia.

Pensé que te llamabas Jessica. Es un nombre que te va mucho más, como a Jessica Rabbit. También ella se pavonea como si fuera la reina del lugar, aunque es evidente que, ante tal comparación, tú pierdes por una diferencia abismal. —respondió con pesadez, sorprendiéndose incluso él por la salida triunfal del que había sido un mero intento de picarla. La miró por el rabillo del ojo disimuladamente, buscando en ella algún gesto que le dejase ver que se había molestado. Volvió a dar una honda calada al cigarrillo, en el que empezaba a acumularse la ceniza que había olvidado arrojar al vacío.

A pesar de lo tarde que era, la mente de Jack continuaba lo suficientemente despierta para soltar sus agudas frases, fruto de la creatividad con la que adornaba su cuaderno negro. El mundo nunca disfrutaría del jugo de su inventiva de otra forma que no fueran irónicas frases. Grace podía ir sintiéndose una privilegiada por ser el centro de su diana.
No, mejor dicho, debía hacerlo. Nadie perdía tanto tiempo con gente que creía que no merecía la pena, pero eso le había pedido Alfred, ¿no? Que socializara con los demás, y Jack no esquivaba las órdenes de sus superiores ni estando enfermo.
Publicado por Jack A. Hudson Jue Ene 21, 2016 5:47 pm
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Dejó escapar una pequeña risita. Jack no entendía nada de su vida, para él, ella era una barbie de malibú, y quizá no estaba muy lejano a la verdad, pero si a varias cualidades que había puesto en ella y que no significaba que estarían ahí. Por otro lado, el olor del cigarrillo comenzaba a molestarle. La ponía nerviosa, tensa, y ni se había dado cuenta de que había separado las manos del agarre de la baranda y tenía una cerrada en un puño a su lado. Giro su rostro para inhalar aire puro, lejano de toda la nicotina que emanaba de Jack, cuando se volvió a girar una sonrisa maliciosa adornaba su rostro de porcelana.

—Jack, haces bien en admirar una vida perfecta, pero temo decirte que mis intenciones no son dar la impresión de ser una niña buena, yo soy quien soy y disfruto de esa manera. Tampoco me interesan lo que tratan de demostrar las otras personas, por si esperas que te diga que tu faceta de chico malo es muy buena. Las personas que tienen una personalidad no se fijan en eso. Y apaga esa basura— Dice lo último con más sequedad, ya no soportaba más el olor, si bien al principio le había parecido agradable, había pasado a ser repugnante y ya le estaban dando nauseas. No espero a que reaccionara, si le iba a hacer caso o no, no le interesaba, solo quería que dejara de salir humor que contaminaba el aire que ella respiraba, tomo el cigarrillo de la boca del chico y lo tiro al piso reduciendo al máximo el tiempo de contacto. Lo pisó con fuerza moviendo la punta para que quedara bien apagado. Respiro un par de veces hasta que sintió el aire puro. —Mucho mejor, ¿No crees?—

Grace no era una persona afectiva, nunca se había atado emocionalmente a nadie, salvo a Gregg y con eso ya había tenido suficiente. Ni a sus padres les había mostrado mucho cariño, los quería y les debía un montón de cosas, pero ya era la hija perfecta, no le podían pedir que sea más. Jack, al parecer pensaba que ella si le llevaba un poco más de apunte que el resto, quizá lo hacía, pero era porque le divertía, en el fondo, que intentara hacerla creer que ella era una niña tonta, él era el tonto, pero hasta que lo acepte pasarían años, y el día que lo hiciera volarían las vacas. Sus comentarios al menos lo eran. Le decía una cosa, la contradecía al momento. —Ya veo, dices que no me das importancia pero estoy en tus sueños, por más que sean pesadillas. Me halagas, cariño— Termina por decir soltando una nueva risa baja e inclinando su cabeza a un lado.

Para desdicha de la rubia, Jack también tenía sus ocurrencias, respuestas que eran capaces de sacar a Grace de sus casillas, y esa era una clara prueba. Desde hacía un tiempo, largos años ya que consideraba que a veces su lengua podía destilar veneno, pero el joven también tenía lo suyo. Lo del nombre, no lo iba a negar, le dolía, fue una estaca derecho a su orgullo. Su espalda se puso derecha y por un momento pensó en pegarle, pero se contuvo a tiempo. Nadie había caído tan bajo para insultarla. Ella merecía el reconocimiento de todos y ese bastardo quería demostrar que no la conocía. Las personas le exasperaban, ahora recordaba porque vivía criticando a todo ser que anduviera en dos piernas.

Se obligo a forzar una sonrisa como toda señorita. —¿Estás seguro? Porque, para mi, la que ganaría soy yo— Le dice dejando en claro lo alto que tenía su ego. —Ya sabes, yo soy real, y al final de cuentas eso es lo único que importa. Aunque no quiero arruinar tu infantil e inocente pensamiento de que los dibujitos pueden ser reales, ya te dijeron que santa no es real, ¿verdad? Uppsss— Finge hacer un puchero para luego sonreír con saña, gesto que oculta con su mano. Volviendo a sus gestos normales, clava sus ojos verdes en el chico, nunca había conocido alguien tan repugnante como él, y eso solo avivaba el fuego que generaba el veneno en su boca. —Mi nombre es Grace, Jack, pero llámame Jessica una vez más y me voy a encargar de golpearte tan fuerte que acabarás agonizando y pidiendo clemencia—
Publicado por Grace L. Edwinson Mar Ene 26, 2016 1:56 pm
Grace L. Edwinson
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Odiaba que cruzaran su zona de confort; tener a alguien demasiado cerca. Lo detestaba, sobre todo cuando lo pillaba desprevenido. Y Grace colmó su paciencia cuando se atrevió a quitarle el cigarro y apagarlo descaradamente, ante un atónito Jack que no hizo otra cosa que observarla con los ojos abiertos como platos. Hubiera esperado una bofetada, y probablemente le hubiese dolido menos que ver desperdiciado uno de sus bienes más preciados. Era casi como... Como... ¡Como verla arrancando las hojas de su cuaderno!
¿De verdad esa cría se había atrevido a tomarse una libertad que no le correspondía con él? ¿En serio?

Apretó los dientes con tanta fuerza que la mandíbula comenzó a dolerle. Sentía rabia por primera vez en mucho tiempo; una rabia nacida de la pérdida del control de la situación y de las pocas luces con las que Grace actuaba. Definitivamente esa chica creía ser el último sándwich del picnic; ese por el que todos peleaban.¡Como si la mera ilusión que había forjado en su cabeza le confiriese el poder de hacer lo que le viniese en gana!  O quizá era tan tonta que no controlaba su forma de actuar.
Quiso insultarla de verdad, con esa gravedad que esquivaba cuando sólo intentaba irritarla. Pero no lo hizo. Él no era así, en el fondo. Inspiró hondo, tratando de encontrar aire no viciado por su perfume para no dejar salir a un Jack que no le gustaba. ¿Por qué tenía que bañarse con el maldito bote? ¿No sería mejor para ella pasar por la ducha de vez en cuando en lugar de intentar camuflar su desagradable olor a ogra con potingues?

¿Mi faceta de “chico malo”? Supongo que en tu mundo es muy fácil encontrar a gente que finja ser quien no es, pero no en el mío. Lo que soy es lo que ves. Ni más ni menos, te moleste o no te moleste. —respondió un rato después, bajando considerablemente el tono de voz. De por sí, éste ya era muy áspero. Su mirada divagaba entre ella y el vacío oscuro, como si se estuviera planteando si arrojarse desde allí sería más placentero que continuar escuchándola. Probablemente la respuesta hubiera sido “sí”.

Dio un paso hacia atrás para poner tierra de por medio con ella -si es que se le puede llamar así-, y en lugar de quejarse y hacerle ver que estaba molesto, sacó de su chaqueta la pitillera. No le hizo falta echarle una ojeada para saber que sus existencias se agotaban peligrosamente. Llevaba unos días fumando más de lo normal por culpa del internado. No por él, por sus compañeros o por la directiva: el conjunto lo ahogaba, sin permitirle encontrar un único culpable a tal sufrimiento. Se colocó uno de ellos entre los labios y de forma mecánica, con la destreza de un fumador nato, abrió el Zippo, lo prendió y encendió el cigarrillo.
¿Le apetecía fumar? No demasiado, pero no haber actuado de esa forma coronaría a la rubia. Ella no tenía derecho alguno para decidir sobre los demás, y mucho menos sobre él.

Además, el olor de la gasolina del mechero le parecía mucho más agradable que el de Grace. ¿Para qué mentir?

Por más que tú seas tangible y ella no, en comparaciones visuales pierdes por goleada. Y no solamente porque eres una mediometro, sino por... Dejémoslo en que eres al completo pequeñita. No destacas absolutamente en nada. —esbozó una sonrisa maliciosa mientras la miraba, deteniéndose en varios puntos de su anatomía más de lo que nunca lo había hecho -ni intentado. Casi sintió que se quedaba ciego-. Jack no compartía en absoluto sus palabras, mucho menos la idea de insultar a alguien por su físico, pero Grace se lo había buscado. Si quería jugar con él, primero tendría que quemarse ella.

Si bien Jack había conocido a lo largo de su vida a personas tóxicas, probablemente Grace se llevaba la palma. El muchacho no entendía qué clase de maleficio le habían lanzado para tener que estar constantemente encontrándola en su camino, como ese pedrusco que todos evitan y que, al final, siempre te acaba golpeando. ¿Habría mirado mal a un tuerto? ¿Pateado sin querer un bote de sal?

De repente, tuvo una idea. Solían cruzar su mente como estrellas fugaces en los momentos más inoportunos, pero hasta él se sorprendió al visualizarse llevándola a cabo. No solía pecar de malicioso a pesar de contar con un humor más que ácido, pero parecía no tener más alternativa. Realmente creyó no contar con otras opciones.

Sin darle tiempo a Grace para reaccionar, el chico la agarró fuertemente por el brazo y dio un tirón hacia sí. No quería que escapase cual culebra haciendo honor a su naturaleza. Frunció el ceño y volvió a esbozar una sonrisa maligna, aunque probablemente Grace no pudiera distinguirla del todo por la escasez de luz. Al hablar bajó aún más el tono, hasta convertirlo en un susurro. Se había encorvado ligeramente, así que el oído de la joven quedaba cerca. Estaba seguro de que lo escucharía con claridad.
Pertenecía al grupo de teatro. Fingir un poco podía considerarlo como práctica extraescolar y si conseguía espantarla, mejor aún.

Ah, ¿sí? ¿Me vas a pegar? Puedes intentarlo, hormiga atómica rubia, y acabar despeñada por la azotea. Te recuerdo que estamos solos aquí y que arrojar a alguien que pesa tan poco por una barandilla es muy fácil. Por la mañana no serías más que otra chica muerta a la que enterrar. Nada que escribir una carta de pésame a tus padres no pueda solucionar, si es que les importa lo que te pase. —sus palabras fueron precedidas por un tirón aún más fuerte del brazo. No quiso hacerle daño pero tampoco lo evitó. A veces hay que hacer sacrificios para conseguir lo que uno quiere.

El otro cigarrillo, entero prácticamente, había caído al suelo y se iba consumiendo por el leve viento que soplaba.
Publicado por Jack A. Hudson Mar Ene 26, 2016 4:00 pm
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Mala era la imagen que daban las personas de su clase al mundo entero. Grace había visto los engaños de cerca, sonrisas falsas, falsas alegrías y hasta falsas promesas. Había fingido, ella lo hacía, todo el tiempo. Había sonreído cuando tenía ganas de llorar, se había separado de las personas cuando todo lo que necesitaba era un abrazo, había repetido en su mente que todo iba a estar bien, que ella estaba bien hasta que en sus pensamientos no cabía nada más. Había levantado la frente, alargado su lengua, acortado su falda con tal de olvidar y regresar a una vida que antes había tenido y que no extrañaba. Sabía lo que era la mentira, vivir en una casa de muñecas, por más de que su madre tuviera el corazón más puro y sólo le deseara lo mejor. Todos eran unos mentirosos en una casa de cristal, con personas de cristal, en un rol que siempre debían mantener. De alguna forma creía que había logrado escapar de todo eso, que había salido del molde y otras veces se daba cuenta que seguía las pautas que todos esperaban de ella, que actuaba de la misma forma de la que todos esperaban, que era predecible incluso cuando actuaba de manera inesperada. Jack tenía razón, la mentira era tan cotidiano como un jugo de naranjas por la mañana, pero no se lo iba a decir, porque en el fondo todos eran unos mentirosos, porque cuando alguien preguntaba cómo iba todo siempre se respondía que si, en parte porque no se quería hablar, en parte porque a la otra persona no le importaba si era verdad o no.

Dejó escapar una risa, el joven estaba enojado por la perdida del cigarro, era un favor para él, pero eso era algo más complicado, y no tanto porque parecía demasiado extremista, sino porque podía implicar una explicación un poco más profunda a sus pensamientos y eso iba de regalo con una visita al pasado que no estaba dispuesta a compartir con él. —Vivimos en el mismo mundo, genio— Le dedica con una sonrisa, para luego negar con la cabeza.

Soltó un bufido cuando vio que volvía a sacar otro cigarrillo, sacudió su mano cuando sintió que el humo le llegaba. —¿Podrías apagar esa cosa es repugnante?— Preguntó por más de saber la respuesta. Era para hacerla enojar, era sólo para eso, pero le molestaba, le molestaba tanto que le daban ganas de patearlo. Y ahí iba de nuevo, la provocaba a querer matarlo, a que haga algo tan estúpido como querer empujarlo y que caiga de la terraza. Cerró los ojos por un segundo tomando aire, contando mentalmente hasta treinta y cinco, número en el cual abrió los ojos mostrando una sonrisa. —Destaco en muchas cosas que no conoces, pero, allá tu, sigue pensando lo que quieras, me afecta en lo más mínimo— Viniendo de otra persona, más específicamente de una conquista, hubiera sido algo completamente humillante, pero era Jack, no le interesaba ser agradable con él, era justamente todo lo contrario. Lastimaba un poco su ego, pero no lo suficiente como para desear darle una patada en su partes. Si quería lastimar su orgullo como venía haciendo, tendría que ir por otro camino.

De un instante a otro, Grace se encontró con el olor a cigarro mezclado con el olor propio del chico en sus narices. Ahogo una expresión de desagrado, pero ganas no le faltaron. Jack hacía uso de su fuerza y de la superioridad de masa, intento zafarse de su agarre, pero le era imposible, no lo intentó más de dos veces, y simplemente inclino su cabeza para ver si lograba coger un poco de aire fresco para no vomitar sobre el chico, aunque si lo pensaba demasiado, no sería una mala idea, se merecía un poco de lo que le hacía sentir a ella internamente.

Se río ante la amenaza con la misma frivolidad que mostraba ante el chico. Quieta en su lugar solo movía la cabeza de un lado a otro, en busca de aire, en busca de palabras, riendo como una loca por más de acabar de escuchar una clara amenaza que ponía su vida en riesgo. Finalmente, y con un poco de esfuerzo logro retirar un poco su cuerpo hacía atrás para poder mirar el rostro del chico. Le sacaba un poco más de una cabeza, y estaba inclinado, pero solo la tenía de un brazo, lo que le daba cierta movilidad. —Tienes razón, no hay nada que una carta a mis padres no solucionen— Comenzó a decir una indiferencia notable. —Entonces, ¿por qué no lo haces?— Sus padres ya se habían preparado una vez para perder a su hija, no les haría nada acabar de perder a aquella luz, como le habían llamado más de una vez. No dañaría a nadie en absoluto, algunas personas llorarían, otras personas irían a su funeral diciendo lo unidas que habían sido y lo mucho que la extrañarían, pero al final todos olvidarían, era lo que tenía la muerte, siempre traía al olvido cerca.

—¿De verdad piensas que yo le tengo miedo a la muerte?— Pregunta dejando en claro que la respuesta era no. No le temía a la muerte, a su muerte, no había nada después de morir, no se podía sentir, no se podía pensar, no pasaba nada, la muerte de uno al que menos afectaba era a uno. La muerte de otra persona, era más complicada, tener que pensar como vivir sin esa persona a la que le habías tomado tanto cariño, con la que esperabas pasar más días, con la que podías llegar a tener largas conversaciones que nunca más podrías tener. Eso era lo peor. La muerte, no era nada, vivir después de que la muerte se haya llevado a alguien, era ahí donde estaba el problema. Ella no temía a la muerte, no le molestaría que Jack la jalara hacía una muerte fría y segura. Nadie lo acusaría, pero el recuerdo quedaría en su mente de manera permanente, porque había cosas que no se pueden olvidar tan fácil. —¿Qué esperabas, Jackie? Tenía que gritar que no lo hicieras, pedir ayuda a alguien que jamás me escucharía, ¿eso era lo que tenía que hacer?— Sugiere, deseosa de poder mover sus manos, pero en cambio inclina la cabeza a un lado, sonriendo con desgana.

—Adelante, Jackie. Puedes hacerlo, sólo son cincuenta kilos y un metro sesenta y cinco de altura. Tu lo dijiste, no hay nadie aquí para acusarte y decir que fuiste tu, pero sabrán que fue alguien— Hablaba con tranquilidad para la situación en la que se encontraba, pero estaba más calmada de lo que alguna vez pensó en estar. Le recordaba al momento en que creyó que podría unirse a Gregg, solo que esta vez, sabía que nada de eso pasaría. No podría unirse a él, no por el momento. —Además, cuentas con una posibilidad de tu lado. Han aparecido muchos cuerpos, dos en realidad, podrías decir que fue culpa de quien hubiera dicho eso, hasta que la encuentren y diga que en realidad no quería nada conmigo, ¿Quién iba a querer meterse con la tonta niña hueca?— Sabía lo que se decía de ella, sabía que no era la más lista de la clase y que nunca lo sería porque tenía una falta de interés demasiado grande en esas asignaturas que le impartían.

Dejó caer todo el peso en una pierna. —¿Qué pasa, Jackie? ¿El niño tiene miedo?— Cuestionó con vileza, y con una sonrisa de la misma forma. —Hazme el favor, sólo es un empujón, ¿Verdad?—
Publicado por Grace L. Edwinson Vie Ene 29, 2016 1:07 am
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Todo lo que sube termina bajando. Se llama gravedad, amigos. Ni siquiera los grandes egos y los enfados más desmedidos logran escapar de las leyes de la ciencia, por más incomprensibles que lleguen a resultar la mayor parte del tiempo.

La impulsividad llenaba la cabeza de Jack con ideas repentinas que, a sus engañados ojos, se veían sumamente acertadas. Siempre corría como un idiota a ponerlas en práctica, pero cuando recuperaba el control de sí mismo se arrepentía casi al instante. Odiaba ser dependiente de otra cosa que no fuera un cigarrillo. Le repugnaba perder los papeles y pisotear las normas por las que se abría paso a cuchillazos cada día. Al final acababa siempre volviendo al mismo punto de partida: la batalla no servía para nada que no fuera irritarlo y hacerlo rodar por la cama durante horas, martirizándose mentalmente por su comportamiento.
Porque él no era malo, solamente... Solamente...
Incontrolable.
¿Tan difícil le resultaba a los demás llevar una vida tranquila? Porque, en el caso de Jack, se convertía en una misión imposible.

Sus dientes permanecían tan apretados que pasaría los siguientes días con dolor. Lo sabía. Ya había ocurrido con anterioridad. Continuó aferrando el brazo de Grace firmemente durante lo que parecieron horas, aunque no transcurrieron más que unos minutos; unos minutos en los que se libró la más cruenta de las batallas, en la cual únicamente se emplearon como armas dos miradas de color claro y unas palabras afiladas como cuchillos, pronunciadas con un tono femenino e irritable que siempre le revolvía el estómago.
Jack intentaba demostrar mediante hechos y disputas que era más grande que ella por motivos diferentes a la altura y, a sus ojos, lo conseguía. Luego acababa arrepentido por dejarse tanto la buena educación como valores en el camino, pisados incluso, pero esa es otra historia.

Así no funciona el juego, Grace. ¿Desde cuándo aceptas tu destino sin dar patadas? ¿No eres tú la que pelea cada cosa que digo única y exclusivamente por salirte con la tuya? —preguntó cuando ella ya se hubo callado, obligándose a recapitular cada una de las palabras pronunciadas para no perder el rumbo. Frunció el ceño y dejó de apretar los dientes para empezar a morderse las mejillas por dentro, que resultaba igual de agradable y productivo. Si se dejaba algo en el tintero, Grace aprovecharía su olvido y le devolvería la patada. Ser lento en determinadas cosas jugaba en su contra, sobre todo cuando había una lucha de egos de por medio.

Tal y como habían venido, las ganas de arrojarla por la azotea se esfumaron: rápidas y sin dejar ni rastro. Esa era la primera vez que Grace le abría la puerta para que hiciese lo que le viniese en gana sin quejas, y disponer de semejante invitación apagó parte de su enfado. Sentía que la diversión se esfumaba en cuanto la tensión comenzaba a desaparecer y, por consiguiente, la impulsividad dejaba de ser su aliada. Fue aflojando poco a poco el agarre de su brazo, a diferencia de la fuerza que empleaba en morderse a sí mismo, hasta que logró soltarla del todo. Mientras caminaba hacia atrás, alejándose de ella cuanto le fuera posible, seguía sintiendo el tacto de la tela de su pijama. No le gustaba el contacto con los demás. Era sucio.
Primera regla rota, Jack. Jamás toques a nadie. Tú tampoco quieres que lo hagan.

La barandilla que ambos habían utilizado como elemento amenazante en sus respectivos discursos, fue la que paró el apartamiento de Jack antes de que él mismo fuera quien se despeñase. Notó cómo el hierro le golpeaba la espalda, parando su cuerpo y lastimándolo a la vez; igual que él se lastimaba cada vez que se esforzaba en fingir ser de una forma que no terminaba de entender. Cerró los ojos y apretó los párpados como única muestra de dolor. Bendita escasa luz, que sólo le faltaba que la maldita Grace aprovechase su descuido delirante para reírse de él. No quería ni imaginar cuál sería el siguiente paso de su incontrolable cerebro.
Tal y como siempre, ya se lamentaría más tarde.

Si no te quejas deja de ser divertido. Me da igual si temes o no temes morirte. Eso es cosa tuya y de la gente que te aprecia. No me podrían resultar más indiferentes tus ideas, tu percepción de la vida o el resto de las cosas que te rodean. —farfulló. Notaba la necesidad de tragar saliva, pues su garganta parecía puro hormigón. ¿Cómo una escapada para fumar había terminado convirtiéndose, de verdad, en la peor de sus pesadillas?
Ojalá hubiera tenido una cura para la vulnerabilidad que le creaba la mezcla de cansancio y de rabia, pues, al no lograr canalizarla, se le quedaba dentro y lo hacía sentirse un ser extremadamente pequeño.
Una auténtica mierda, si te resulta más explícito.

Las imperfecciones quedaban más bonitas representadas en cuerpos ajenos.

No lo hago no porque no me apetezca, porque que te esfumases sería el mejor regalo de navidad, sino porque no es mi estilo. Ojalá fuera como tú y no supiese lo que son los remordimientos, pero no es así. Hasta ser mala persona cuenta con diferentes modalidades, y tú estás en un escalón superior. Esta vez vas a tener suerte, rubita, pero ándate con ojo. Que desapareciera la niña más hueca del internado sería recibido como fiesta nacional.

¡Todo lo que le ocurría era culpa de Motka! ¡Todo! ¿Por qué había tenido que sembrar en él la duda de que estaba recorriendo el camino incorrecto?
Publicado por Jack A. Hudson Sáb Ene 30, 2016 11:35 pm
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La expresión de Jack lo decía todo, y una sonrisa implacable se curvó en sus labios rosados. Esperó paciente a que la soltara. Necesitaba que la soltara, eso era todo. Resopló al escuchar su comentario alternando la mirada entre el brazo y los ojos de Jack. Hasta ese momento no es había dado cuenta de que eran claros, un detalle que le importó tanto como el pájaro que volaba por el cielo en ese momento. Acabó por mantener la mirada, para dejar en claro que no le gustaba estar en aquella posición, era invasión al espacio personal, y si seguía inhalando el olor a cigarro del muchacho acabaría por vomitar y no sería un simulacro.

No le respondió, pero inclinó su mirada hacía abajo. Esa respuesta la dejaría para cuando su brazo estuviera liberado y hubiera al menos tres pasos de distancia entre ambos. Lo que Jack no entendía era que ella si era la perfecta muñeca de porcelana, no por su cuerpo esbelto, su pelo rubio, sus ojos verdes y su piel pálida. Era la perfecta muñeca porque era fría e incapaz de sentir. Era algo de lo que ya le habían hablado, algo que pasaba cuando se perdía a alguien importante. Grace miraba a su pasado y veía toda una vida, miraba para el futuro y veía algo corto y sin sentido. Sentía que lo había vivido todo y ni había llegado a un quinto de su vida promedio, y le parecía injusto, porque Gregg tampoco había vivido más de un quinto de su vida. No había vivido como ella y nunca lo haría, nunca conocería el mundo o lucharía internamente para saber que carrera haría por el resto de su vida. La joven, sí sentía algo, era odio, era el veneno en sus venas que recorría su cuerpo. Por más que a veces trataba de ser como esa persona que había perdido, no podía ser amable con todo el mundo. Era ácido en su boca que la carcomía, no podía ser buena porque no era natural en ella. Era una promesa que había roto, pero no era algo que naciera del fondo de su alma.

Morir posiblemente fuera lo mejor que le podría pasar, porque de nada servía tener toda una vida si no sabías que demonios hacer con ella.

Vuelve a alzar la vista, aún esperando a ser liberada. Estaba ansiosa por recuperar la motricidad de su brazo. Su expresión era del puro aburrimiento mientras parecía que el chico se enfrentaba a todo un debate interno. Al final de lo que parece un tiempo interminable comienza a soltarla, y ni bien el agarre se libera un poco, sacude su brazo para terminar el contacto entre ambos. No tiene que retroceder ya que Jack lo hace solo. Se acomoda en la baranda, pasando su mano por donde antes la había sostenido el joven. Le dolía un poco, esperaba que no dejara marcas. —Ya era hora— Rezonga por lo bajo soplando el aire y rodando los ojos.

Se gira al muchacho, ya con toda su autonomía y con una pequeña sonrisa en sus labios, su cabeza inclinada un poco. —No peleo cada cosa que dices, pero siempre me salgo con la mía, podrás notarlo, y si no lo ves, puedes escucharlo, porque creo que tu orgullo cuando se rompió sonó como un maldito trueno— Ahora si dejaba ver que estaba enojada. Nadie la agarraba del brazo y la trataba como si fuera un trapo de piso, queriendo hacer con ella lo que se le cantaba las ganas. Sí, morir no le importaba, pero eso no era sobre tirarla o no, era creer que la podían mover para el lugar que quisieran sin tener repercusiones.

—¿Suerte? Eres un maldito cobarde, un mediocre de esta vida— Comienza a decir sin detenerse un momento. Se cruza de brazos tras avanzar un paso en su dirección, sentía la necesidad de acercarse para darle una cachetada, pero algo le decía que lo acababa de hacer hace un rato. —Cariño, supe desde el primer momento que eras incapaz de hacerlo— Termina de decir negando con su cabeza.

Había terminado de recuperar su compostura. Hacía cinco minutos había mostrado sinceridad por primera vez desde que había estado en el internado. Había dejado en claro que vivir no era una de las cosas que le importara, que se hubiera quitado la vida si hubiera tenido las agallas de subirse ella misma a la baranda y dejarse caer. No lo había hecho porque tampoco era valiente. Pero ese momento, ese pequeño momento en que habló con sinceridad quería eliminarlo. Estaba enojada consigo misma por mostrarse tal como era frente a una de las personas más insoportables que había conocido, pero lo hecho, hecho estaba hecho y ahora tendría que afrontarlo. Mostrar aquel odio que sentía era la manera mas fácil que tenía, y no sentía pena por la persona que estaba frente a ella, porque iba a recibir todos los platos rotos que había estado guardando en su interior. Porque había tenido ganas de gritar desde hace mucho tiempo y ahora tenía la posibilidad.

—¿Te das cuenta de lo miserable que eres?— Pregunta sonriendo de lado. —Tu crees que yo soy la niña tonta y la hueca, pero ¿quieres saber una cosa? Por lo menos soy capaz de terminar lo que empiezo y no me acobardo a la mitad. Por lo menos yo pienso. ¿De verdad esperabas que te tuviera miedo? ¿A ti? Mírate, das pena más que miedo. Eres un niño que se cree demasiado genial insultando a las demás personas ¿para qué? ¿para sentirte superior?— Era una pregunta que ella hubiera podido responder. Antes era ella quien hacía eso, en el instituto mientras caminaba con su uniforme de animadora moviendo las caderas para que también se moviera su falda. Dejaba a las personas tan abajo que sentía que podía caminar sobre ellas, y era lo que buscaba, ser la mejor, sentirse la mejor. Había dejado esas practicas atrás por un tiempo, pero su lengua mortífera aún estaba activa. —Madura Jack, no eres más que un ingenuo joven de dieciocho años que cree que puede llevarse todo el mundo a su paso, pero que no quiere ensuciar sus manos en el proceso—

Era lo que tenía la vida, nadie daba nada regalado. —¿Ahora lo ves? No todos los golpes son manos o piernas, espero que lo hayas entendido—
Publicado por Grace L. Edwinson Vie Feb 05, 2016 11:17 am
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El arrepentimiento y la duda habían aparecido con rapidez, pero a mayor velocidad Grace se encargó de difuminarlos con sus palabras hasta que se quedaron en nada. Jack era un chico cambiante que pasaba de un estado de ánimo a otro en cuestión de segundos si se apretaba la tecla adecuada, y esa maldita chica parecía conocer la combinación perfecta para volver su cabeza un auténtico torbellino imparable del que no se podía sacar nada en claro. Aguantó su chaparrón de egocentrismo con semblante serio, sin mover ni un solo músculo. Ni siquiera apretó el agarre de la barandilla, como solía hacer cuando escuchaba palabras que no le gustaban. La careta que había diseñado tiempo atrás, esa que lo protegía contra el mundo, lo volvía más fuerte cuando se sentía juzgado; cuando pensaba que estaban acercándose a desentrañar lo que guardaba dentro.

No se lo pondría tan fácil. Ahí sí que entraba en juego su orgullo, capaz de ganar la partida con el único as que se guardaba bajo la manga. Un buen jugador jamás muestra todas sus cartas antes de tiempo; mucho menos si está haciendo trampas.

Mi orgullo jamás se rompería ante alguien como tú. Y tampoco soy un cobarde. Si quisiera arrojarte por la azotea, ya lo hubiera hecho. Recuerda lo que te dije la primera vez que te vi. No busco ofenderte de verdad, ni siquiera hacerte sentir mal. Simplemente eres un divertimento pasajero. Una diana para soltar toda la mierda que guardo contra la gente de aquí, pero que si dijera a otra persona le causaría un trauma. Sirves bien para mi cometido, porque sé que no te vas a indignar ni a ir llorando a un profesor. —recuperó las ganas de hablar cuando Grace ya hubo terminado de espetar todo lo que pensaba de él, con el tono monótono y frío que el arrepentimiento había callado. Se crecía ante las dificultades, sobre todo cuando estaba seguro de llevar la razón. Porque sabía que la llevaba. Mantuvo la mirada fija en la de la chica a pesar de no poder verla bien. Su sonrisa a esas alturas le revolvía las tripas más que de costumbre, aunque puede que fuera por la excesiva cantidad de tabaco que había fumado. —Y sé que tú me utilizas de la misma forma, así que estamos en paz.

Soltó una carcajada socarrona en cuanto hubo terminado de puntualizar lo que pensaba. Vaya, así que era todas esas cosas. Un análisis mucho más agudo que el de Motka, aunque sin ninguna validez para el muchacho. Nada de lo que dijera alguien poco inteligente le servía, por mucho que se acercase a la realidad. Dio una ligera cabezada, negando, y se apartó de la barandilla. El dolor por el golpe seguía molestándolo, pero ya tendría tiempo más tarde de comprobar si se había herido. Se acercó nuevamente a Grace y, tras pararse frente a ella, se encorvó lo suficiente para que quedaran frente a frente. Entonces bajó la voz, mientras volvía a meter las manos dentro de los bolsillos de su chaqueta.

No pierdo mi tiempo en creerme superior cuando sé que lo soy. Mira mis notas y compáralas con las tuyas. No me hace falta ver tu expediente para imaginar que el mío es mejor. En eso sí soy superior, por mucho que te moleste. O si no lo hace, francamente, querida, no me importa. —silabeó especialmente las últimas palabras, permitiéndose el citar irónicamente una de sus frases favoritas del cine. Mantuvo la escasa distancia con la muchacha a pesar de que la repulsión se hizo más latente. Empezaba a sentir cómo su estómago daba tumbos dentro de él, exigiéndole que se apartase. El olor a perfume era demasiado fuerte para que un humano normal concibiese la idea de estar a su lado sin vomitar. —Golpe es el que se lleva una persona al mirarte a la cara. Jamás imaginé que me toparía a una chica tan sumamente aborrecible. En serio, deberías gastar el dinero de tu papi en mejorar un poquito. Si no lo haces por ti, hazlo por los que tenemos que cruzarnos por los pasillos contigo cada día.

Se tragó las ganas de guiñarle un ojo con chulería para rematar la faena, aunque no pensaba marcharse sin darle un golpe de gracia -en honor a su nombre-. Sacó el mechero y sus cigarrillos y, a pesar de que de sus ganas de fumar ya no quedaba ni el recuerdo, se colocó uno en los labios. Sabía que le molestaba el olor, lo había dejado claro pocos minutos atrás, así que, ¿por qué no tratar de joderla una última vez para asegurarse que lo ahogaba en sueños?

Adiós, encanto. Que te vaya bonito, pero lejos si puede ser. —dio una calada al cigarro encendido y expulsó el humo directamente sobre su rostro, aprovechando la cercanía. Luego volvió a reír entre dientes, con la misma socarronería de la que siempre hacía gala, antes de rodearla y caminar en dirección contraria a donde habían estado parados. Sabía que darle la espalda a un enemigo era peligroso, pero no creía que fuese a tener más problemas con ella aquella noche.
No le apetecían más problemas aquella noche.

En cuanto hubo cruzado la puerta que lo devolvía a los pasillos del internado, su semblante se ensombreció, abandonando cualquier chispa chulesca que pudiera quedar en él. Ya no lo vería, así que era libre de mostrarse tal y como le apetecía. Tiró el cigarro casi entero en el suelo antes de empezar a recorrer el camino hasta su cuarto, sin importarle que lo encontraran los limpiadores y alertaran a la dirección. Lo pisó varias veces, rabioso. Maldita sea, ¡cómo odiaba a esa chica!

Se marchó de allí ocultándose en las sombras, como un vulgar ladrón que teme por su vida.
Publicado por Jack A. Hudson Jue Feb 11, 2016 4:13 pm
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