Santuario desordenado | Priv. Zigor

— Ah...Ah... ¡AAATCHIIS!

El eco de aquel decimoquinto estornudo resonó otra vez en la inmensa habitación que componía la biblioteca mayor de Dunkelheit. La bibliotecaria se veía rodeada de montones de libros, todos ellos bajados de uno de los tantos estantes para su limpieza y re-organización, a la par que maldecía por lo bajo tanto a su aceptación para aquel trabajo como a su colega que le había sugerido llevar a cabo semejante tarea.

— El trabajo perfecto, decían —murmuró, mientras resoplaba su nariz con un pañuelo descartable. Su voz se oía gangosa y algo ronca, probablemente debido al polvillo que revoloteaba en el ambiente. ¿Cuánto tiempo llevarían sin limpiarse esos pobres libros? Tomó con delicadeza uno viejísimo, con tapas de cuero y hojas amarillentas, y lo observó como si de algo preciado se tratase. El amor a su profesión parecía haber regresado, según sugerían sus ojos brillosos— Hermoso.

Al menos llevaba la mitad de ellos limpios, y lo siguiente sería revisar su clasificación y volverlos todos a su lugar; quizá una tarea más amena para su salud, pero peor para su tendencia al aburrimiento. Notó que su taza de café se había quedado vacía, y con un puchero infantil en sus labios se puso de pie para buscar más, obviamente de su siempre infaltable termo. Una vez recargó el recipiente, se dispuso a beber un sorbo mientras miraba el lío que tenía alrededor, justo bajo sus pies: caos.

— Por todos los cielos, ¿yo hice esto? —exclamó sin gritar, con una mano en el pecho y una expresión de sorpresa exagerada dibujada en su rostro. Bebió otro sorbo, bastante más largo que el anterior y volvió a recargar la taza hasta el tope— Mi día acabará mañana —resopló, convencida y con mala gana.

Se arrodilló nuevamente, y posó la taza de porcelana blanca e impoluta a un lado, justo sobre una bandeja de madera lo suficientemente cercana a ella, pero alejada de los preciados libros; Dios no quisiera que aquellos fueran alcanzado por el oscuro líquido. Los grandes anteojos que llevaba puestos caían graciosamente por su nariz, mientras continuaba con su labor de limpieza (y lectura furtiva de algún que otro ejemplar interesante). Tal era su concentración y ensimismamiento, que no se percató de los pasos que se acercaban hacia ella...

Publicado por Marie Abney Mar Oct 04, 2016 10:07 pm