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Sábado por la tarde, día de calma y de cese a las actividades escolares. Para Carol no era más que el sinónimo de una aventura, si, una aventura. La monotonía se repetía incluso en esos días y la rubia ya tenía suficiente con vivirla diariamente entre clase y clase; misma comida, misma ropa, mismo deporte... llevaba el tiempo del curso en el internado y ya se sentía miserable. Eran nulas las oportunidades que podía escapar de ello y no sentenciaría sus fines de semana a lo mismo. La rubia buscaba y buscaba hasta el los rincones más recónditos del lugar algo que hacer, algo que no tuviera que ver con Ezra, desde luego, se negaba a buscar a su hermano incluso en momentos como esos.

Carol estaba acostada en su cama, sus piernas se alzaban apoyadas sobre la pared y su torso sobre el colchón, su cabeza estaba en el borde y las hebras platinas danzaban en la caída casi rozando el suelo. La chica jugaba con sus dedos en especial con la mano izquierda la sostenía y examinaba como si quisiera volver a tener el control. Carol bufa al darse cuenta de lo que estaba haciendo, un minuto más y acabaría demente. La rubia se levanta y decide cambiarse la ropa, va caminando y se desprende del pijama dejándolo en varias partes de la habitación, aunque hubiese crecido con los Harrison no se destacaba por el orden. Hacía frío afuera así que la chica prefiere abrigarse un poco, después de todo no cruzaría los límites escoceses. Carol se coloca un atuendo sencillo y finaliza con sus botas. No se maquilla, no lo necesita, va acompañada de un rubor natural cada invierno. La chica saca sus cabellos del abrigo y sale de la habitación.

Carol camina por los pasillos con su andar despreocupado, la verdad es que no veía a muchas personas y eso empeoraba la situación. Cualquier cosa que quisiera hacer no podría hacerla ahí adentro. La rubia ve a unos profesores a los lejos, los conoce, es entonces cuando una idea cruza su mente e inevitablemente una sonrisa surca sus labios sonrosados como si fuera una niña pequeña que planea algo grande. Caroline apura el paso hacia el ala este del internado, ese sería su nuevo destino, pasa una mano por su cabello mientras sale del recinto principal, su piel se eriza, hacía mucho frío, era mejor apresurarse. No demora en llegar a las instalaciones donde, lo más que abundaba, eran profesores. Se supone que esa área podía ser concurrida por estudiantes pero la verdad es que muy pocos lo hacían porque era como el hogar particular de los docentes. Carol presta atención a su recorrido solo que no ve la figura que tanto desea encontrar, ¿quería una aventura? Era momento de una.

La rubia termina en la biblioteca, no era tan grande como la principal pero servía de algo de vez en cuando, sobre todo si mandaban libros viejos y pesados. Lo bueno del internado era que se trataba de una "casa" para todos así que las áreas generalmente estaban disponibles. La chica camina un poco más despacio, sus ojos azules están pendientes, muy atentos al camino. Carol empieza a pasear por los pasillos mientras tararea una canción que recordaba haber escuchado, de vez en cuando toca algunos tomos que cree interesantes aunque, por más que quisiera negarlo, ya tenía su objetivo al estar ahí.
Publicado por P. Carol Harrison Jue Dic 10, 2015 6:04 pm
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      Los días del internado se están convirtiendo en una especie de “El Resplandor”. Sin mis adicciones diarias a mi lado, como la tecnología y los videojuegos, me resulta difícil mantenerme quieto. De hecho, notaba que al escribir en papel me resultaba una hazaña imposible, a un paso de tortuga que vivía en Pehuajó cuando en una Vaio, me resulta más eficaz y encantadoramente rápido ejecutar lo que yo quiero. Me encorece ésta situación de primitivo. Adiós a los programas de “Almorzando con Mirtha Legrand”, chau a las entrevistas de Jimmy Fallon; me despido cordial pero dolorosamente de las telenovelas coreanas, de los animes que saldrán en la temporada de invierno y verano. ¡Por los santos patos! Cada vez que lo pienso, me tiritan los dientes y se me sube la adrenalina al cerebro. Me iban a convertir en un molusco castrado.

     Y ésas no son mis verdaderas preocupaciones. Me espanta saber que no podré googlear patitos en Internet. Ni apoyar a una organización de personas adineradas con el fin común de salvar a los niñitos hambrientos de Kenia, alguna altruista y obsesiva campaña de salvar a las marsopas que se extinguen, o, informarme un poco más de la vida de Charles Waterton. Alá, a flipar cómo imbécil enardecido con los estudiantes, lo único que me conecta con ése lado joven y salvaje.

    Suspiré, ajustándome el saco con visita a la biblioteca. Creo que aquí son obsesos con la creación de almacenes para libros (para no repetir biblioteca, ¡pero coño!, ya lo dije). No sé, digo porque hay tres. A momentos me vienen chuchos de frío. Las orejas las tengo congeladas, y la brisa que corre por la ventana me hace endurecer el culo… Pff, ¿quién mierda abrió las ventanas? Mis pertenencias son escasas en ésos instantes, un cuaderno y un bolígrafo llevo encima, notándose la tinta manchada en las yemas de las manos porque estuve toda la noche escribiendo a falta de charla. Se hace muy solitario a veces si no hay calor humano (poeta y todo, eh).

    Analicé las estanterías, buscando alguna cosa inverosímil para mi cerebro difícil de complacer. Qué sí, en el fondo soy un nene caprichoso. Movía la mano a un son nervioso, resoplé instintivamente porque en realidad no miraba nada y me perdía en la remota idea de qué quiero comer una manzana, de preferencia roja y crujiente. Así que, friends, haremos un experimento de observación: Seguiremos de cerca cualquier mundano y lo acecharemos a nivel experto, tal cual depredador en las amazonas salvajes. Y allá admiré un lagarto con chorrera, una zorra vestida de pardo, un avestruz de cuello alto, y una tortuga agazapada por un aroma a dinosaurio por lo prehistórico que se ve. Pero fue la tigresa salida de otro universo, la cual me llamó la atención. ¿Qué coño? ¿Qué pasa aquí, eh? ¿Los alumnos juntándose con profesores? ¡¿En qué clase de internado vivimos?!

Al final, cuando menos te diste cuenta, acabé detrás de ti. Apenas rozando tu espalda, elevando la mano zurda para alcanzar un libro de su respectivo estante cómo si no fuera la gran cosa. Un pellizco a la realidad, pues, había sido rápido cómo un oso con diarrea. No cedí a que me esquivarás, aún permanecí quieto, oliéndote el cabello al romper el espacio personal sin escrúpulo. Apenas susurré débilmente al oído:
    —Tengo curiosidad, ¿por qué una señorita teniendo la biblioteca mayor, se anima a la biblioteca de los profesores? No me digas, querías explorar el mundo del docente. Bienvenida a la selva de... Los señores trajeados que huelen a donas y café.

    Qué a mí no me engañas, guarrilla.

    Viniste a algo más, lo huelo en tus hormonas de adolescente revoltosa. Me aparté sutil, dando tan sólo un paso hacia atrás, leí la tapa del libro que elegí al azar y me sorprendí de mi mismo porque no esperaba leer el título de Moby Dick. ¡Con lo que me gusta atropellar ballenas! Creo que la pasaré de coña con la lectura, te dejé con la palabra en la boca y me fui a sentar, quizás por vago, quizás porque quiero que mi trasero sienta el colchón de ésos asientos que parecen tan cómodos y suaves pero que al primer contacto, lo sentiré como un cubo de hielo. O tal vez porque la respusta en realidad no me interesa. ¿Quién sabe?
Publicado por Donald F. Wells Sáb Dic 12, 2015 2:12 am
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Nos dicen que recordemos a los ideales, no al hombre, porque con un hombre se puede acabar. Pueden detenerle, pueden matarle, pueden olvidarle, pero cuatrocientos años más tarde los ideales aún pueden seguir cambiando el mundo.
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Ninguna lectura le agradaba a simple vista, la rubia platina sentía que el mismo patrón de esa biblioteca se repetía con la otra, aquella que siempre estaba abierta a los estudiantes y que se jactaba de poseer la mayoría de libros posibles, patrañas, siempre faltaba uno que otro necesario. Un texto tenía que ser realmente bueno para atraer la atención de Carol que solía ser un tanto extremista como en otros casos; si le gustaba lo devoraba en pocos días, si por el contrario no le atraía entonces pasaba de largo sin terminar de leer siquiera el nombre que reposaba en el lomo. En eso habían acabado sus días, en la búsqueda constante de una aventura, no podía negar que a veces extrañaba Inglaterra, por lo menos podía hacer ahí lo que le viniese en gana, a menos que sus padres llamaran y la atormentaran con su deber de ser la hijita perfecta, marcar esa distancia con sus progenitores había sido la excusa perfecta para ir al internado. Su hermano fue astuto al irse antes de tiempo y huir de todas las responsabilidades. Su hermano; Carol iba a pensar en él pero niega cuando nadie la ve, o por lo menos eso cree, no iba a pasar su día libre con sus pensamientos de compañía, tampoco estaba tan demente.

Lo cierto es que, ese día en particular, ningún libro llamaba su atención. Aquella chica de ojos azules ya tenía claro su objetivo y, probablemente por esa misma causa, no eran muchos los detalles que llamaban su atención. Digamos que Carol paseaba de estantería en estantería simulando buscar algo interesante cuando en verdad esperaba encontrarse con alguien, alguien a quien siempre molestaba aun cuando las normas se alzaban en lo alto afirmando que aquello estaba prohibido. La rubia roza los libros con sus dedos finos, se detiene en un lomo verde oscuro con letras en relieve, en el fondo le llama la atención de manera estética y ladea su rostro un poco para detallar el autor, quizás se lo llevaría prestado sin permiso.

La chica iba a sacar el texto cuando siente un cuerpo a sus espaldas, de ser una señorita se habría quejado de la rápida invasión a su espacio personal, solo que Carol no era así. Ladea la mirada solo para darse cuenta de que un brazo toma un libro, enseguida un aroma varonil, quizás un perfume fuerte, se pierde en sus fosas nasales; él había llegado. Caroline, por alguna razón, sonríe aún frente a la estantería mientras parece absorta en la búsqueda visual de un texto que en verdad le gustara. Él se aparta, Caroline lo siente —Vale, me has descubierto—. Y cuando se gira solo ve su figura dirigirse a alguna otra parte del recinto. Carol no se molesta, no se siente insultada, al contrario, se encoge de hombros y toma otro libro de la nada; El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde, ya lo había leído. Sin detallar mucho la chica va a paso tranquilo a las mesas, el lugar seguía igual de solitario que la primera vez que entró.

—Me recuerdas a algunas chicas del internado, siempre haciéndose las interesantes como si se tratara de una película—. Al llegar se sienta cerca, específicamente frente a Donald, pero manteniendo una distancia "prudente" entre ambos. Carol deja el libro sobre la mesa y cruza sus piernas bajo la misma mientras mira interrogante al maestro alzando una de sus cejas perfiladas. —En fin, has acertado, tenía unas ganas sin precedentes de saber lo que se siente estar en el mundo de los profesores—. Parece recordar algo y chasquea los dedos. —Claro, pero de uno en particular, no te equivoques—. Guiña su ojo con cierta naturalidad y abre el libro como si en verdad se dispusiera a disfrutarlo. Era una broma, una de sus bromas favoritas, a pesar de su inexperiencia en muchos campos, Carol sabía como jugar sus cartas sin tomarse las cosas con demasiada seriedad. La rubia muerde la cara interna de sus labios mientras lee algunas de las líneas, podía recitar aquel libro sin necesidad de tenerlo al frente.
Publicado por P. Carol Harrison Sáb Dic 12, 2015 9:02 am
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           Encontré lugar en una de ésas mesas redondas, con sus sillitas antiguas que están de puta madre, brindando un confort que viene desde épocas de la abuela Mirtha. No estaba demasiado lejos de ti y aquél estante, dejé el cuadernillo y el bolígrafo a un lado izquierdo de mí, mientras que el libro lo abro para inspeccionarlo de rabo a rabo, habituado a la hazaña magnífica de explorar y andar parsimonioso sobre las letras bien dotadas que violan nuestra mente. Una pequeña porción de una naturaleza aventurera, infantil, sobretodo curioso y por eso, me veía fácilmente tragado por la lectura aunque de vez en cuando, alzara la mirara para notar como venías hacia mi posición.

    Bajé la mirada a las citas del libro, y pensando inverosímil: Que cabrón eres Herman —el escritor—, mira tú que tienes una grave obsesión con las ballenas si le dedicas cómo 13 páginas de puras citas. Me encanta también que pongas la palabra ballena en varios idiomas, ¡que ilustrativo!… Y aviso que esto no es sarcasmo, sino admiración sana. Tengo un buen par de huevos así que me los leí a cada uno, tamborileé ansioso los dedos sobre la tapa del cuaderno cómo si estuviera deseando anotar cualquier palabra que me importe; a veces, un aprende de los grandes. Aún si hayan sido muy cojonudos, cómo Edgar y Baudelaire.

    Tú estás ahí, ausente para mí, no me preocupé en absoluto que me hablarás. Ni te molestes, no te escucho porque consumía a una velocidad trastornada las hojas, en realidad parece que no estoy leyendo, sí lo hago pero a un ritmo cardíaco.

   «Claro, pero de uno en particular, no te equivoques»

   Levanté la mirada por primera vez, lo único en lo que me fijé, fue en el libro que traes que, no voy a decir para no repetir lo que es dado por obvio, nena. Me simpatiza las chicas atrevidas, las que rompen esquemas y se saltean lo establecido en una búsqueda inminente de sentirse levemente inspirados por una sacudida de adrenalina hacia lo prohibido… En tus ojos anhelas en silencio, masticas lo que ves y te lo tragas gozosa pero, ése juego podría resultar muy peligroso.

   Moví la mano en un gesto excéntrico:
   —No sé que dices —reí con una dentadura perlada y brillosa,  negué varias veces—.  ¿Te agrada Oscar Wilde?  —Me sentí estupendamente estúpido, vea usted que maravillosa frase—. Mi personaje favorito es Lord Henry, él es el verdadero peregrino de la obra, quién esculpió sin convicciones la mente moldeable del joven Grey. Éste algo estúpido, se dejó guiar por la influencia del buen caballero de hedonismo sin igual, ¿y cómo resistirse? Se le prometió una vida viciosa pero fue un cretino. Un vanidoso exquisito antes ingenuo e inocente, que me perturba los huevos, ¿sabes? —escupí sin precedentes, dando una opinión bastante subjetiva al respecto. No sé hasta qué punto te daría igual lo que dijera, a éstas alturas, el alumnado entero me tiene en la vista que soy un personaje bastante caricaturesco y loco.

   ¿Realmente creen qué a mí me importa?

    Me dan bastante risa, la verdad. Opinar y criticar, les sale muy bien más, para ponerse a estudiar y resolver sus problemas metafísicos, resulta que se vuelven en casos más graves y agudos: Vulnerables.

Publicado por Donald F. Wells Jue Dic 17, 2015 1:52 am
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Nos dicen que recordemos a los ideales, no al hombre, porque con un hombre se puede acabar. Pueden detenerle, pueden matarle, pueden olvidarle, pero cuatrocientos años más tarde los ideales aún pueden seguir cambiando el mundo.
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Ella había sido la princesa de su propio mundo. Una niña de cabello platino y ojos claros llenos de curiosidad en un mundo de lujos, conocimientos arrolladores y un sin fin de cosas por hacer que la obligaban a moldearse para ser medianamente aceptada, todo eso bajo la sombra de unos padres que no la querían y un hermano que la había dejado. Pese a ello, Carol siempre había tenido la atención necesaria y mucho más, ella era la princesa que tenía todo lo que quería y más, se había acostumbrado a ser tanto el centro de atención que le resultaba confuso que aquel hombre la ignorara con tanta facilidad. No hay que confundir las cosas, la niñita caprichosa había cambiado, seguía ahí, pero sus intereses eran distintos. Luego de despertar, Caroline se vio en la obligación de enfrentarse a un mundo cruel el cual no estaba preparado para su inocencia y mente nublada por los pecados de aquello que consideraba buenos. Su única salida fue hacer lo que se le viniese en gana, ella sería la reina de un mundo que moldearía con el paso del tiempo.

Sin embargo Carol trazaba las reglas de su propio juego sin arriesgarse a caer en la tetras de los demás. A pesar de que había leído el texto en sus manos infinidades de veces no se cansaba y ese era un buen entretenimiento para ignorar lo que estaba pasando y que, esa vez, la respuesta a su juego había sido completamente deficiente. Carol sube sus piernas a la silla en un gesto bastante infantil, sus rodillas dan contra la mesa mientras pasa las hojas y acomoda sus cabellos con una de sus manos, las finas hebras platinas se cuelan en su rostro por el leve paso del viento. La pregunta de Donald la toma desprevenida pero, al escucharla por completo, no puede evitar arquear una de sus cejas. Lo que sigue es una sonrisa bastante divertida de parte de la muchacha, como si le entretuviera algo que solo ella conocía y que los demás ignoraban. —Es usted un poco deficiente buscando tema de conversación, profesor, ¿acaso no es obvio?—. Y alza el libro a la vista de ambos.

Sin embargo ella lo escucha en todo el trayecto de su discurso, con mucha atención. Carol no quita la mirada del profesor, de hecho apoya su rostro en su mano concentrada en su opinión. Su punto de vista era muy subjetivo pero el ser humano en sí está condenado a no ver las cosas de manera equilibrada. Carol toma un respiro y, antes de empezar a hablar, se muerde el labio inferior y ve hacia el techo como si reorganizara sus ideas. Cuando se trataba de algo que le gustaba la chica solía tener un orden bastante extraño que otros no entendía. —Es un buen personaje, no puedo negarlo. Por otro lado mis gustos difieren a los suyos. Me gusta el personaje de Basil... Basil Hallward. A veces muchos piensan que es un personaje muy circunstancial, quizás lo sea pero me gusta la gente apasionada, me gusta los que viven de sus sueños, no me malinterprete, no hablo de Disney y su familia de animales—. Aclara con un gesto de sus manos mientras arquea ambas cejas, Carol siempre ha sido expresiva con sus gestos mientras habla. —Me gusta que las personas dibujen cualquier cosa que pase por su cabeza... lo conviertan en algo palpable. Basil encontró tanta belleza en Dorian que perfeccionó hasta el mínimo detalle de ese cuadro, esa fue su pasión entre todas sus pinturas, terminó siendo su locura incluso, después de todo era un simple artista—. Carol pasa sus finos dedos sobre la cobertura del libro, sus ojos celestes siguen fijos. —Aunque no lo culpo, cada pasión tiene un deje de locura y en este mundo tan aburrido unos cuantos dementes no están de sobra—. Sonríe bajando la mirada y finalmente endereza su espalda, se sienta mejor para acomodar su cabello a un lado de su rostro, luego ve a su acompañante —¿Pasé algún examen o usted solo viene a la biblioteca por entretenimiento los fines de semana? No creo que, al final del día, sea muy divertido.
Publicado por P. Carol Harrison Jue Dic 17, 2015 9:30 pm
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             Entonces te muerdes. Una sonrisa satisfecha se refleja en mi rostro cuando irrumpo tu silencio, porque la influencia del arte literario siempre predomina en los corazones de la muchedumbre, aún cuando muchas veces fuera ignorante de los simbolismos, del misticismo que refleja… Pero en otros, se vuelve tan dulce como la miel volcada en los labios. Aunque a mi me gustaría un poco de Doritos. En mis comienzos como lector, siendo muy niño me resultaba tedioso tener que entender palabras y seguir renglones, más entusiasmado por la idea de respirar aire fresco, emborracharme de juegos infantiles y ensuciarme de barro a lo Peppa Pig. Pero he aprendido a disfrutar, por más que me colme los nervios y lea a zancadas.

    «Es usted un poco deficiente buscando tema de conversación, profesor, ¿acaso no es obvio?»

     —Linda —hice una pausa, con un brillo travieso en los ojos—, te pude gustar una novela, la escritura y no el autor. Por eso te lo he preguntado.

    «Es un buen personaje, no puedo negarlo. Por otro lado mis gustos difieren a los suyos. Me gusta el personaje de Basil... Basil Hallward. A veces muchos piensan que es un personaje muy circunstancial, quizás lo sea pero me gusta la gente apasionada, me gusta los que viven de sus sueños, no me malinterprete, no hablo de Disney y su familia de animales»

    —Basil más que circunstancial, fue el intermediario entre Dorian y Henry para efectuar el pacto invisible que se fue palpando sin que el lector lo percatase. La primera vez que lo leí, me resulto una maravilla. Además, Basil no es más que un artista apasionado y visionario pero, el caballero del que te hablo es más una crítica a la edad victoriana de lo que uno puede pensar. Mucho más atrevido al respecto. Basil no me ha dejado nada más que su admiración a la belleza, acto que lo llevó a morir a manos de Grey —y si alguno de por ahí está leyendo esto, y no ha leído el libro, no me voy a disculpar por el gran spoiler que he dejado entre mis castas líneas de opinión lectora.

    Te jodes por huevón.

    Pude ser más imparcial, pero, cuando uno es así de indiferente y ajustado a un tema, en realidad estaría demostrando que me interesa un comino. La superficialidad no es lo mío, soy crudo, directo al pantallazo. Expresivo cómo vos, por eso tus gestos me causan júbilo, y me importa lo suficiente hablar de algo sólo para capturar tu atención de manera mucho más cordial y contundente.

   «Aunque no lo culpo, cada pasión tiene un deje de locura y en este mundo tan aburrido unos cuantos dementes no están de sobra»

    —Las pasiones que prenden flamas pueden dañar, convertirse en una obsesión que nos guíe directamente a una perdición abismal y semejante. Depende igual, qué tipo de pasión —ladeé el rostro, hablaba más por la experiencia de un hombre que ha sentido avidez por mujeres que se consumaron en mis dedos expertos, fogosos por sentir la piel femenina calcinarse entre sábanas de seda, cómo también por la actitud imprudente de inmiscuirse a un mundo de imaginación inquieta—. ¿Has sentido alguna vez algún tipo de pasión, señorita?

    «¿Pasé algún examen o usted solo viene a la biblioteca por entretenimiento los fines de semana? No creo que, al final del día, sea muy divertido. »

    Relamí la fila de mis dientes superiores, elaborando una expresión de vanagloria por el simple hecho que a los alumnos les gusta muchísimo el juego de la interrogación, a lo policía de CSI:
    —Sólo vine a recaudar un par de ideas —inspiré aire, y me rasqué la barba, me pica—, luego me volveré a mi habitación y estaré encerrado hasta que me acalambre el espíritu. No me malentiendas, no lo digo por las pajillas, simplemente escribo una novela —de repente arrugo el ceño, lo dije tan fluido que no lo esperaba—. No se lo cuentes a nadie, ¿está bien? No me gusta que el populacho estudiantil además de hostigarme con lo guapote que soy, venga a preguntarme sobre mi vida de escritor… me da un poquito de mal rollo las acosadoras —dije, al último comentario lo anuncié en un tono bajito, acercando el cuerpo y volviéndote cómplice de un pensamiento que siempre me perturba. Abrí los ojos, en un respingo notorio al recordar ciertos hechos pasados. Me recorre unos escalofríos de ésos que arrugan el ano y te sacude el estómago. Cerré el libro de inmediato, adoptando una postura está vez más mansa, para comenzar a anotar sólo palabras al azar, extraídas de nuestra conversación.

    —¿Te parecería genial si te incluyera cómo un personaje secundario en mi libro? —Cuestioné imprudente, cómo si la idea cayera sin respeto alguno—. Me agrada mucho tu cabello, tus expresiones y tu linda manera de mirarme, creo que podrías ayudarme. Cómo yo te ayudaría a ti en tu tarde aburrida —y apenas decirlo, manchaba mis dedos de tinta al escribir rápidas anotaciones fugaces—. El título de la novela será Amor Bucólico, tal vez acabé cambiándolo, por ahora me convence —revisaba mi letra una y otra vez. ¡Joder! Que puta mierda de letra cuando eres zurdo. Subrayé cosas de manera innecesaria hasta dibujé globos e hice flechas, por una necesidad básica de rellenar el espacio.  

    —Dar y recibir, ¿qué dices?


Publicado por Donald F. Wells Vie Dic 18, 2015 12:43 am
Donald F. Wells
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La lectura, la cultura, las ganas de saber más de los aspectos que rodean el mundo y lo hacen ser lo que es, era algo a lo que Carol estaba acostumbrada. La rubia platina se había criado en una cuna de oro donde, además del dinero, lo importante era el conocimiento y un buen tema de conversación que le abriría las puertas a la futuro y a un mundo movido por las influencias. Definitivamente sus padres no querían que ella fuese la típica niña tonta. Caroline recién aprendía a leer y ya estaba examinando textos que solo los adultos manejaban con facilidad. Escucharla hablar era, seguramente, una comedia; una niña de coletas rubias cuyos pies no tocaban el suelo que recitaba espesos poemas y no temía en expresar su punto de vista como si el mismo fuese a darle un golpe a la concepción que se tenía del mundo.

Carol lo ve a los ojos cuando la llama por aquel simple diminutivo, sonríe bajando la mirada y luego alza sus ojos celestes para ver de nuevo a su particular acompañante. —Entonces en este caso puedo decir que me gusta la novela, la escritura y el autor—. Una tres de sus dedos para enumerar y culminar con una sonrisa satisfactoria.

Ella entiende su punto de vista a la perfección, asiente un par de veces, no le quitaba la razón, solo que Carol a veces se consideraba más simple que esos conceptos armados y búsqueda de críticas entre las líneas. —Claro, es que eso es lo que me gusta; la belleza, la locura, todo acabo en su muerte, sí, pero fue una persona que vivió por ese placer que saciaba con un pincel y que lo hacía hermoso solo por mera perfección. Disculpe si soy más simple en cuanto a mi gusto en personajes, soy algo distante a esa onda de teorías y críticas—. En realidad Carol no se disculpaba en serio, se encoge de hombros, era su manera de ver las cosas.

Caroline se sorprende sonriendo por aquel argumento, le gusta, no puede negarlo aunque no lo dice, para ese momento sus dedos pasean sobre la mesa pasando las suaves yemas sobre la madera como si eso la distrajera lo suficiente. Carol alza la mirada, azulada y brillante, asiente sin perder tiempo, nunca duda de aquellas cosas que desea seguir así todo acabe en un desastre —¿Pasiones? Oh sí, tengo muchas, seguramente diferentes a las de usted pero hay un buen número de cosas que me apasionan, a Basil la pintura, a mí la música por ejemplo. Claro, eso no es lo único—. Asegura con una sencilla curvatura en sus labios finos cubiertos por un tenue brillo con sabor a frutas, de reojo ve su mano derecha bajo la mesa, el dedo pequeño tiembla un poco, aún de manera imperceptible, ella decide no prestar atención.

—¿Una novela?—. Interrumpe con un tono de voz más bajo escuchando lo siguiente. En sus labios se va formando una sonrisa divertida que estalla en forma de carcajada cuando Donald termina con el rollo de las acosadoras. Carol suelta una carcajada musical como si solo ella conociera el motivo de su risa. Al recobrar la compostura endereza su espalda y alza la mano derecha como si fuese una niña exploradora. —Prometido, no favoreceré la campaña de acoso estudiantil hacia ti—. Guiña un ojo más que divertida por la situación, su libro había pasado a un evidente segundo plano.

Su pregunta la toma de sorpresa. Carol frunce la frente dejando que pequeñas arrugas se formen en su pálida y lisa piel, mira al profesor sin entender, claramente había entendido lo que decía, lo que no lograba captar era si todo aquello iba en serio o no. Amor Bucólico—. Repite en un susurro que se lleva el viento. Escucha la última pregunta pero aún no se decide. Carol se levanta de la silla y camina con los brazos cruzados, tan solo unos pasos como si la respuesta fuese a llegar por si sola. —Entonces yo solo gano ayuda en una aburrida tarde...—. Repasa. Para como estaba la situación esa era una buena opción. —No es una mala oferta—. Termina por decir. La rubia se coloca cerca de Donald, más o menos a su lado mientras se apoya de espaldas y deja reposar parte de su cadera en el borde de la mesa, se gira para verlo. —¿Y de que va el personaje? A ver, esos que pierden a sus madres, algún miembro o son desdichados por la vida no me van demasiado—. Aclara para luego humedecer su boca y fijarse a lo lejos en el pequeño cuaderno que él escribía. Mientras una de las manos de la chica jugaba con las finas hebras platinas.
Publicado por P. Carol Harrison Vie Dic 18, 2015 3:54 pm
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           Parece muy fácil hablar con estudiantes, cuando en realidad siempre hay significados distintos, ideologías, teorías sobre de dónde vienen, quiénes son y a dónde van. O cosas intrigantes como: Que la vida es el principio de la muerte, y la muerte el fin de la vida. La existencia es la continuación de la sangre, y la sangre es la razón de la existencia. Incluso cuando se trata de una agudeza mental que se interpreta de diferentes formas, cómo si fueran extraterrestres camuflados en ésta sociedad cuasi sucia. Estamos destinados a digievolucionar, o en traducciones más científicas, entramos en una inesperada metamorfosis de crecimiento psíquico. Por eso a ratitos me entran impulsos de escribir sobre todos vosotros, sólo que doy muchas vueltas o no me dejan ni charlar un poquito porque me atacan sin saber esperar.

    —¿Y de que va el personaje? A ver, esos que pierden a sus madres, algún miembro o son desdichados por la vida no me van demasiado

    —Será un personaje secundario que será cómo tú, ya te lo he dicho. No serás protagonista, pero, al menos la acompañante de la misma en un trayecto narrativo. Dará una vitalidad y viveza al leerle, personaje que llenará de gracia y ternura —expliqué dotado de encanto.

    En mis ojos hay un fuego indescriptible, quema hasta la ropa y te desnudan, pero no te equivoques; se trata de una fogosidad vacilante, únicamente al pensar en las posibilidades infinitas de escenas y situaciones que rallan lo surrealista sobre el libro, que espero terminar. Enredé entre mis dedos el castaño de mi cabello, despeinándome el peinado a lo Goku, con aroma a L’oreal Paris. Porque yo lo valgo… ¿Vale?

      Estiré los brazos, troné mis dedos, el cuello, los dedos de los pies, la nariz… Ah no, que no deseo volverme una copia Voldemort y parecer un horrendo reptil. Es que uno se siente pleno y relajado tras instalarse del todo en éste pseudo Hogwarts —más o menos—. Acabé parándome, sacándote altura, y, de manera graciosa verte desde abajo:
    —Listo, podemos ir a un lugar más… —admiré a mí alrededor, en exclamaciones paranoicas—. ¿Cómo decirlo? ¿Liviano? Además, quiero que estés a gusto cuando intentes contarme detalles de ti.

    Me adelanté a guardar el libro de Moby Dick. En otro momento será, Herman. Tomé mis cosas, sin escuchar voces a nuestro alrededor más que el silencio quedo de los pocos profesores que entran y salen. Comencé a andar sin avisarte, en la mía. Antes de salir por la puerta de la biblioteca, esperé que me siguieras; me doy un momento para voltearme y sonreír, meneando la cabeza para ser aún más obvio en la señal.

[…]

      Atravesamos varios pasillos en vueltas de gusano loco, aún me sigues y yo no sé a dónde crees que te voy a llevar. No vamos a ningún sitio en especial, lamento decirte. Tarareo el ritmo de una canción de Bee Gees, “How deep is your love?”, sonando mansamente en una corriente relajante y drogada, moviendo los brazos en movimientos oceánicos, incluso hacia de nadador en el aire. I'm swimming, babe.
    —And you come to me on a summer breeze. Keep me warm in your love and then softly leave —choqué de lado contigo adrede, empujándote entre risas mientras seguía cantando—. And it’s me you need to show… How deep is your love? —Mostré simpatía en la mirada, cortando todo rastro de canturreo—. ¿Te gusta la música de los 70’s?
Publicado por Donald F. Wells Lun Dic 21, 2015 11:03 pm
Donald F. Wells
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Nos dicen que recordemos a los ideales, no al hombre, porque con un hombre se puede acabar. Pueden detenerle, pueden matarle, pueden olvidarle, pero cuatrocientos años más tarde los ideales aún pueden seguir cambiando el mundo.
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La idea no le molestaba, participar no era el problema, a Carol desde un inicio le gustaba estar en todo, sin embargo no quería un contraste fuerte entre lo que era ella y lo que el profesor deseaba escribir, aunque por otro lado los escritores atrapaban a sus personajes bajo una identidad secreta, nadie tendría que saber que era ella. Eso, más la explicación de Donald, fue suficiente para que Caroline aceptara en su interior que lo dejaría utilizarla, solo para sus fines académicos, claramente. La rubia termina por asentir dando su consentimiendo una vez más, sus brazos permanecen cruzados y su mirada clara se debate entre la luz que se cuela al recinto y el profesor. —Bien, creo que puedo lidiar con eso—. Acepta al fin de cuentas encogiéndose de hombros como si le restara cierta importancia al asunto.

Él se levanta, por lo que Carol tiene que alzar un poco la mirada para observarlo con detalle, no era excesivamene alto pero si le llevaba la altura suficiente para imponer que él era el maestro y ella una simple alumna del internado. —Detalles...—. No era una pregunta, era más bien una afirmación. Carol alza sus cejas en un perfecto arco mientras mira expectante. Por su cabeza cruza una idea tras otra a toda velocidad, no pensaba dar detalles de su vida, el solo contarlo la aterraba, sin embargo ese terror no se exterioriza en su cuerpo.  Cuando la rubia se da cuenta, él ya había guardado su libro y se disponía a caminar. Carol sale de su burbuja de distracción y camina un poco rápido alzándose de puntas para dejar el libro de Oscar Wilde, empieza a caminar de nuevo, esta vez un poco más rápido para poder alcanzarlo. La chica inglesa pone sus ojos en blanco inevitablemente ante el gesto del docente, parecía una niña siguiendo al mago de los deseos.

El camino ya la estaba fastidiando un poco, más tomando en cuenta que la chica no tenía ni idea de a donde iría a parar, sin embargo lo sigue rodeando los pasillos con sus ojos como si en verdad fuese a conseguir algo nuevo en esa aventura. En un momento determinado la voz de Donald empieza a tararear una canción, una que Carol ya conocía, quizás no fuese de su época pero estuvo rodeada de música desde que tenía uso de razón, era una de las clases que más le gustaban y que sus padres se habían desvivido por pagar solo por ver a su hija tocando el piano a la perfección en eventos de alcurnia.

Caroline ve los movimientos de Donald y no puede evitar reír a la par de poner sus ojos en blanco, definitivamente él no era un profesor común. La rubia se tambalea un poco ante su empujón pero termina por sonreírle mientras niega viendo a un punto frente a ellos, al camino que seguían básicamente. —Bueno...—. Carol parece pensarlo. Mientras camina mete sus manos en sus bolsillos y muerde su labio inferior viendo hacia arriba como siempre hacía. —Me van más las de los 80's, no por nada en particular, simplemente me gustan. Mi padre decía que eran problemas con mi edad y rebeldía—. Carol engloba lo último en comillas que representa con sus dedos, ríe de manera armónica como si eso fuese una tontería. En ese momento es ella la que empieza a tararear una de sus favoritas Sweet child O' Mine de Guns N' Roses. La rubia tenía una voz muy bonita, aunque lo suyo siempre fue el piano y la música clásica, nunca se atrevió a experimentar más allá. —Now and then when see her face she takes me away to that special place and if I stared too long I´d probably break down and cry—. La chica mueve su cabeza y da un giro perfecto sobre su propio eje antes de recobrar su andar. —Tuve tutores de música desde que tenía uso de razón, mis padres pagaban infinidades de ellos aunque lo que más me enseñaron fue a tocar el piano y la música clásica—. Cuenta de manera simple mientras va caminando y acomoda parte de sus cabellos que salieron de su lugar por su giro inesperado. —Pero... ya no lo he tocado más, luego de... un tiempo antes de venir, me dediqué a ir a conciertos y a explorar otras cosas que no fueran las reuniones de amistades de mis padres donde me ponían a tocar el piano como una demente. Quise experimentar otras cosas—. Luego gira y ve al maestro. —Musicalmente hablando, quiero decir—. Sonríe marcando sus hoyuelos con gracia.  
Publicado por P. Carol Harrison Mar Dic 22, 2015 11:45 am
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               De mí, podrás descubrir una sorpresa innata; una sorpresa de un fanático del rock que se exalta y se convierte en un puto yanqui drogado, que salta y salta a lo canguro feliz. Mi curiosidad felina al instante se activó, sintiendo como la adrenalina comenzaba a desbocarse desde la punta de mis pies hasta mi cabeza—: ¡Maldita sea! Eso es puta música. Creo que di mi primer beso con ésa canción de fondo. Los años ochenta… —atribuí, dejándome la armonía pegada en las paredes de mi cabeza—, también me gusta mucho. Incluso los dorados cincuenta, la era jipilla de los sesenta y los grandiosos setenta. Los noventa, fue mi niñez.

Miles de preguntas se arremolinaran en mi consciente al grado de obsesionarme sin remedio: ¿Por qué tiene que existir un estrecho muro entre alumnado y profesorado? Es cierto que siempre nos hemos limitado a formalidades pero ambos sabemos que todavía no hemos cruzado precisamente una línea verdadera de amistad. Los chiquilines no se fían demasiado de un adulto, y si lo intentan, luego nos echan en cara que les hemos fallado… A veces tienen razón.

   Mi mirada golosa se atreve a mirarte. Terminé sonriendo vaporoso, regocijándome en la angelical voz, un timbre que suena como una apaciguante flauta dulce a orillas de un río sereno. Enjuagué mis labios, remarcándolos con la punta de la lengua por todo lo ancho de ésta, y por fin, tener la simpatía de adularte en silencio. Si me miras atentamente a los ojos, encontrarías un fuego inexplicable, ardiente que se evapora en el aire y regresa sólo para contaminar éstos senderos fríos. Te escuché hablar, poco a poco teniendo una idea intrigante, que palpita en el pecho como un canario descocado.

¿Y sí?...

Sorbí saliva, perdido en un ideal fantástico y maravilloso. En el mundo Yupi. Tras quedar nuevamente cara a cara, observé con atención la comisura de tus labios cuando se movían, rítmicamente en un hilo de expresión cordial. Me fascina mirar labios y bocas moverse cómo si pretendiera no escuchar cuando lo hago, es muy entrañable, la verdad. Igual a una película muda.

   —Pero... ya no lo he tocado más, luego de... un tiempo antes de venir, me dediqué a ir a conciertos y a explorar otras cosas que no fueran las reuniones de amistades de mis padres donde me ponían a tocar el piano como una demente. Quise experimentar otras cosas.

   —No entiendo a ésos padres que obligan a sus hijos a hacer lo que no les gusta —realicé un pequeño mohín—. Cómo si esperaran hacernos a imagen y semejanza —expresé, levantando el rostro hacia el techo, olvidándome lo que en verdad iba a decir, a cambio de ésta pollada emocional—. ¿Sabes? También soy parte de la actividad de música, y puedo asegurarte que a nadie le haré tocar música para muermos y estirados. La música clásica es repetitiva y creada por otro compositor, ya tiene fecha de caducidad, ¿no? Mejor crearemos la nuestra. Con letras enigmáticas, palabrería de gitano sevillano, un poco de ritmos calientes para revitalizar el body y quizás algo de pop… para mirar una película musical (olé). Pink Flyod, por ejemplo.  

   ¿Pero qué diablos iba a decir antes? Oh, sí. Ya recordé—: Nena, ¿puedes adelantarte? Traeré la guitarra de mi habitación y le cantaremos un Cumbayá al señor —reí—. Que no, odio las cancioncillas católicas, aunque estaría bien poner un poco de alegría sana para estas fechas que se vienen.  

Publicado por Donald F. Wells Miér Dic 30, 2015 3:52 am
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