Just for now

Sábado por la tarde, día de calma y de cese a las actividades escolares. Para Carol no era más que el sinónimo de una aventura, si, una aventura. La monotonía se repetía incluso en esos días y la rubia ya tenía suficiente con vivirla diariamente entre clase y clase; misma comida, misma ropa, mismo deporte... llevaba el tiempo del curso en el internado y ya se sentía miserable. Eran nulas las oportunidades que podía escapar de ello y no sentenciaría sus fines de semana a lo mismo. La rubia buscaba y buscaba hasta el los rincones más recónditos del lugar algo que hacer, algo que no tuviera que ver con Ezra, desde luego, se negaba a buscar a su hermano incluso en momentos como esos.

Carol estaba acostada en su cama, sus piernas se alzaban apoyadas sobre la pared y su torso sobre el colchón, su cabeza estaba en el borde y las hebras platinas danzaban en la caída casi rozando el suelo. La chica jugaba con sus dedos en especial con la mano izquierda la sostenía y examinaba como si quisiera volver a tener el control. Carol bufa al darse cuenta de lo que estaba haciendo, un minuto más y acabaría demente. La rubia se levanta y decide cambiarse la ropa, va caminando y se desprende del pijama dejándolo en varias partes de la habitación, aunque hubiese crecido con los Harrison no se destacaba por el orden. Hacía frío afuera así que la chica prefiere abrigarse un poco, después de todo no cruzaría los límites escoceses. Carol se coloca un atuendo sencillo y finaliza con sus botas. No se maquilla, no lo necesita, va acompañada de un rubor natural cada invierno. La chica saca sus cabellos del abrigo y sale de la habitación.

Carol camina por los pasillos con su andar despreocupado, la verdad es que no veía a muchas personas y eso empeoraba la situación. Cualquier cosa que quisiera hacer no podría hacerla ahí adentro. La rubia ve a unos profesores a los lejos, los conoce, es entonces cuando una idea cruza su mente e inevitablemente una sonrisa surca sus labios sonrosados como si fuera una niña pequeña que planea algo grande. Caroline apura el paso hacia el ala este del internado, ese sería su nuevo destino, pasa una mano por su cabello mientras sale del recinto principal, su piel se eriza, hacía mucho frío, era mejor apresurarse. No demora en llegar a las instalaciones donde, lo más que abundaba, eran profesores. Se supone que esa área podía ser concurrida por estudiantes pero la verdad es que muy pocos lo hacían porque era como el hogar particular de los docentes. Carol presta atención a su recorrido solo que no ve la figura que tanto desea encontrar, ¿quería una aventura? Era momento de una.

La rubia termina en la biblioteca, no era tan grande como la principal pero servía de algo de vez en cuando, sobre todo si mandaban libros viejos y pesados. Lo bueno del internado era que se trataba de una "casa" para todos así que las áreas generalmente estaban disponibles. La chica camina un poco más despacio, sus ojos azules están pendientes, muy atentos al camino. Carol empieza a pasear por los pasillos mientras tararea una canción que recordaba haber escuchado, de vez en cuando toca algunos tomos que cree interesantes aunque, por más que quisiera negarlo, ya tenía su objetivo al estar ahí.

No se había percatado de la fina línea de edad que los separaba hasta ese momento, o quizás si se había dado cuenta pero Caroline no le había dado tanta importancia hasta ese instante solo pudo soltar una risa musical cuando el maestro afirmó que esa había sido la canción de su primer beso. La rubia platina iba a emitir una broma pesada al respecto pero prefirió quedarse callada y seguir escuchando. —Pocas de los noventa me gustan y eso que no faltaba demasiado para que mis padres se pusieran de acuerdo y nos tuvieran a Ezra y a mí—. Comenta con simplicidad, ella siempre era así al hablar de sus padres, los veía más como una caja de negocios que como una familia bien conformada.

Dos, tres veces máximo Caroline se atreve a verlo, una vez mientras canta y dos al hablar para no perder la costumbre y las buenas maneras. Esa primera oportunidad la intimida, la intimida enormemente porque tenía un buen tiempo sin entonar una melodía que le gustara, de manera seria claro está, solía gritar a todo pulmón en los conciertos pero eso no contaba, evidentemente. Sus mejillas no se sonrojan pero ella aparta su iris de inmediato con una curvatura sencilla en sus finos labios teñidos de brillo. Las siguientes oportunidades le hubiese gustado descifrar aquellas palabras que se perdían en los ojos del maestro pero estaba tan ocupada contando su historia y gesticulando para ilustrar que pierde esa noción. Intimidante y misterioso... solo eso pudo captar e inevitablemente estaba picando aún más su curiosidad.

Carol mete sus manos en sus bolsillos mientras camina y lo escucha, asiente con una sonrisa, una que no quiere extender demasiado así que atrapa su labio inferior con sus dientes para no soltar otra risa y aparentar una falta de respeto. —Lo sé, me apunté a la actividad de música desde que llegué pero... no he estado muy dispuesta que digamos, lo lamento y espero que no me expulse por eso—. Caroline lo observa y sonríe con un gesto divertido y rozado con un poco de inocencia, todo se debía a aquella especie de maldición que había quedado en sus dedos. —Aunque puede que ahora tenga ganas de retomar.

La rubia lo escucha y se detiene un momento —¿Y qué certeza me queda que no se trata de un plan de escape?—. Arquea una de sus cejas y lo ve interrogante aunque no tarda demasiado y chasquea la lengua, le quita importancia al asunto con un gesto de su mano. —Olvídalo, a estas alturas no pierdo nada. Te espero por... ¿allá?—. Señala con su dedo el camino que resta y se desvía de las habitaciones de profesores y sonríe antes de girarse y seguir andando, a mitad de camino empieza a tararear aquella canción que cantó hace un instante.

No sabía si  él volvería o si se iría, lo peor que le podría pasar sería esperar unos treinta minutos, en ese caso regresaría a su habitación de inmediato. Carol no conocía demasiado aquella parte del recinto y temía ser descubierta pero la adrenalina, quizás, hizo que siguiera andando hasta quedar a la mitad del pasillo, era un primer piso así que los muros marcaban ventanales de cemento y pequeños muros en los que la chica se sentó sin problemas. Sin miedo al riesgo que eso suponía, la rubia se pone de lado y observa lo que hay abajo, tan solitario que nadie creería que están en un internado. Sus dedos se ponen a jugar con las puntas de su cabello, hacía frío pero eso no le desagradaba.

Sus ojos grandes y azules brillaban con fuerza e iban de la mano con el frío que reinaba en aquel pequeño rincón de Escocia. A pesar de la intensidad su mirada estaba perdida, como si buscara algo que no podría encontrar en los exteriores y en las cosas tan simples que hombre admira en un parpadeo, como la naturaleza que los rodeaba y que en ese momento se bañaba de rocío constantemente. Todo lo que Carol podría encontrar estaba en su cabeza y hasta quizás ya lo había encontrado pero le costaba volver a tejer todos esos pensamientos, no porque no tuviese la capacidad de hacerlo, al contrario, la tenía pero la rubia estaba renuente a volver al pasado y ver como si se tratara de una película todos los recuerdos que había dejado atrás en Inglaterra. Dos niños rubios cuyas pequeñas cabezas brillaban y desentonaban un jardín que nunca estaba seco, teclas de piano donde unos pequeños dedos se movían con experiencia, regalos en las calles, el olor de las posadas para niños abandonados... Caroline negó cuando todo se amontonó en su cabeza causando una pequeña puntada en su cien. La chica parpadea un poco, su mano reposaba sobre su pierna, la ve por unos segundos y trata de alzar su dedo más pequeño, tiembla ligeramente y Carol no deja que la acción termine antes de meter los dedos dentro de la manga larga.

Una voz la lleva de regreso a la realidad. La chica gira y sonríe de lado, él había llegado y se estaba acercando a su paradero, podía verlo de reojo. Caroline de inmediato cambia su posición girando su cuerpo, aún sigue sentada en el muro pero sus piernas cuelgan de frente, sus manos descansan en la piedra y sus ojos siguen el recorrido de Donald hasta que el mismo llega a ella. Carol humedece sus labios, tanto contacto de iris podía llegar a intimidarla un poco, no estaba acostumbrada a aquellas cosas que, pensaban, traían mucha seriedad de por medio.  Desvía la mirada con casualidad. —¿No es Cenicienta la que huye a media noche?, bueno...—. Voltea como si buscara el reloj a lo alto de la torre, no lo consigue, es tan ficticio como sus pensamientos. —Tienes tiempo... aún no es tan tarde—. Y vuelve a ser la misma chica llena de picardía y espontaneidad mientras observa el instrumento. Unos hoyuelos se marcan en sus pálidas mejillas, era palpable que aquella actividad la tenía más que contenta.

Carol se baja del muro con facilidad y cuando sus pies tocan el suelo limpia su pantalón como un mero alto reflejo dando palmadas en seco, luego ve al profesor. —Debo preguntar a donde voy, me tienes paseando por el internado. No sé si eso es bueno o malo—. Se encoge de hombros, le gustaría saber de dónde había sacado aquello, quizás lo investigara algún día. —Te sigo entonces, pero no te acostumbres—. Y cierra su advertencia con su dedo índice.

Las vueltas le cansaban y más en aquel lugar que parecía no poder ofrecer nada nuevo, por lo menos nada que sorprendiera a Caroline que creía conocer incluso el rincón más remoto del internado pese a sus primeras expediciones en el sitio buscando no caer en la idea del suicidio. Su rostro no reflejaba demasiado, pero sabía que si seguía caminando sin rumbo fijo acabaría por agotarse en el intento.

Donald abre una puerta e internamente ella grita de felicidad, podría sentarse y estar en un lugar fijo sin tener que seguir rondando por los pasillos como si fuera vigilante de Dunkelheit.  Pasa antes que él y sus ojos claros recorren el lugar, aquella área era especial para profesores, incluso más que para los estudiantes, aunque no era gran cosa esa aura de que estaba en un sitio no acostumbrado para ella le gustaba. —Menos mal que lo dijiste tú y no yo—. Menciona con una sonrisa mientras examina hasta el último rincón del aula y tutea como si ya fuese algo normal entre ambos.

Carol se demora en adentrarse en el aula, pero al final lo hace y busca una silla cercana para poder sentarse. La rubia cruza las piernas de inmediato entre sí alzando sus pies del suelo, es mera costumbre, no le gustaba dejar sus piernas rectas o adoptar la pose de las señoritas en sociedad. La rubia ata sus cabellos en una coleta imaginaria que enseguida se suelta de su ajuste, pone sus brazos sobre sus piernas y se dispone a escuchar a Donald. Caroline niega de inmediato —Me hubiese gustado pero mis padres no me dejaban ver ese tipo de programas "destructivos"—. Forma las comillas con sus dedos. —Solo veía programas que, según ellos, me ayudaran a crecer. Si, esos documentales de historias y animales.

Caroline se preparó para escuchar cualquier cosa solo que, desde luego, no esperaba nada de lo que el profesor empezó a cantar, perdiendo en ese instante el título que le correspondía a su entrada en el internado. Carol abre sus ojos claros de golpe, parece sorprendida por lo que estaba escuchando, era evidente que, aunque quisiera, no podía perder sus viejas costumbres y andanzas en la sociedad. —Seguramente Yvette te echaría si te escuchara en este instante—. Admite con una sonrisa torcida.

No era de acusar a las personas cuando era más bien Carol la que buscaba por todos los medios escapar a los numerosos miembros de su casa para que no les dijeran a sus padres todos y cada uno de sus movimientos. Antes del accidente eran ella y Ezra contra el mundo, ambos rubios platinados buscando no ser encontrados en medio de sus labores sociales. Ahora quedaba ella, solo que Caroline tenía intereses bastante particulares ante la ausencia de su hermano. No, no iba a acusarlo, además que si lo hacía ella misma quedaría salpicada por la culpa de estar buscando a un profesor en áreas donde ni siquiera debía de estar. —No pienso acusarlo—. Se apresura a decir arqueando una de sus perfiladas cejas como si eso fuese de alguna manera posible.

La falta de distancia le resultaba confusa, no estaba acostumbrada a dejar que invadieran de esa forma su espacio personal a menos que ella quisiera o lo promoviera. Sin embargo, Caroline no se mueve y se queda quieta viendo al docente a los ojos —No es tan sencillo como usted lo pinta... profesor—. Hace hincapié en la última palabra como si fuese determinante. Lo ve alejarse y se acomoda mejor en la silla, apoyando su rostro en su mano mientras lo observa. —Mi especialidad no es el canto, debo decir—. Aclara antes que nada. Carol no tenía una mala voz, pero generalmente le gustaba tocar el piano y los instrumentos en general antes de tener que cantar. Si había tomado en algún momento un par de clases de canto era solo porque a sus padres le gustaba ver a la pequeña rubia tocando el piano mientras entonaba una que otra melodía. El pecho de sus progenitores se llenaba de orgullo cuando observaban a un diminuta Paige pasando sus dedos por las teclas cuando aún ni sus pies llegaban al suelo. —Pero tengo un par de ideas que creo que pueden funcionar.

Los gestos de Carol se vuelven a contradecir con la canción de Donald, pero lo deja seguir mientras aguanta una sonora carcajada, era la situación más atípica de vivir entre un docente y una estudiante. Que le pidiera que cantara no estaba en sus planes, la primera vez que lo hizo tampoco así que suponía que no tendría que salir del todo mal cuando sería la segunda vez que cantaría frente a él. —Vale, pero mis canciones son más sencillas que las tuyas—. Admite con una leve sonrisa. Le hubiese gustado tener la guitarra para sí, pero sabía que no todas las personas eran capaces de darles sus instrumentos a otras así que se queda quieta y empieza a cantar las primera letras de The Scientist Come up to meet you, tell you I'm sorry, you don't know how lovely you are. I had to find you, tell you I need you, tell you I set you apart—. Se detuvo un momento solo para preguntar en un tono de voz bajo... —¿La conoces?  

Ella era práctica, sencilla al hablar, no le gustaban los rodeos y, al estar en medio de los mismos, solía ser un poco tajante si se lo proponía. A Caroline no le gustaban las largas charlas ni que la gente se extendiera más de lo usual, se aburría y se perdía en el tema. Por otro lado, en ese instante Donald la hizo reír un poco sorprendida y confundida, había dicho tanto cuando no era necesario que ella solo pudo asentir levemente. —Vale—. Suelta como si aún estuviese procesando la información. —Habla mucho más de lo que creía—. Y eso que historia era uno o dos sermones semanales al menos, Carol aún se sorprendía como era capaz de aguantar esa clase. —Pero si, puede que tengas razón—. Y puede porque a la rubia siempre le había costado ceder.

Cantar no era lo suyo, tocar los instrumentos sí, pero dado que tenía un par de padres dispuestos a explotar todas y cada una de sus habilidades, no tuvo otra opción que aprender. No cantaba mal, quizás no como quería, pero tampoco quebraba los tímpanos de quienes la rodeaban al entonar una que otra melodía. No recordaba cuando lo había hecho por última vez, quizás en una fogata con sus "amigos" antes de partir a Escocia, la mayoría estaban dormidos y ella se atrevió a tomar la guitarra sucia de Trevor antes de que el chico se despertara con otro ataque por las drogas. Su voz salía fresca y baja, no quería llamar la atención, conocía el tema de memoria, le gustaba más de la cuenta, así que no era de extrañarse que sus dedos se deslizaran con facilidad por el instrumento.

Caroline se detiene cuando escucha su nombre por segunda vez y alza sus ojos para ver al docente, acomoda su cabello tras su oreja ya que las hebras platinas habían estado cubriendo su cara en medio del acto como si fueran cortinas. Sonríe con cierta honestidad y orgullo, él último no podía dejarlo caer por la borda. Suelta una risa con el último comentario y le tiende la guitarra primero con miedo a dejarla caer, ya no estaba en la nube de cristal en la que se había encerrado hace unos segundos. —Si, es natural, el mío y el de mi hermano. Se burlaban de nosotros cuando éramos pequeños, decían que teníamos las cabezas blancas—. Pone los ojos en blanco y luego ve hacia la puerta, se había hecho tarde, muy tarde. La rubia se levanta y sacude sus jeans por mero reflejo. —En fin, debo irme, ya es tarde, incluso para ti—. Sonríe de lado y camina unos cuantos pasos,  alza su mano en un gesto de despedida. —Hasta la próxima, profesor—. Guiña uno de sus ojos y se desvía a la puerta, tenía que correr si no quería ser atrapada por otro maestro o por el mismo frío infernal.