Desperado

Recuerdo del primer mensaje :



Un único cigarro me separaba de la ansiedad más absoluta. Un único cigarro me alejaba del autocontrol, del que aún quedaban migajas.
Un único cigarro era lo que tenía en mi pitillera.
Solo uno más.

Si te parece poca cantidad, déjame aclararte que las esperanzas que había en mí de salir de aquel profundo pozo oscuro al que me había lanzado la lectura de la carta de mi madre eran aún menos.

En más de una ocasión me había despertado durante la noche con la necesidad de subir a la azotea para saciar mis ansias de nicotina. Llevaba cerca de cuatro años dependiendo del maldito “tubo de papel” para calmar la ansiedad que sentía el pequeño niño que continuaba habitando mi interior. Aquella madrugada, sin embargo, ni siquiera había logrado conciliar el sueño cuando decidí escabullirme a hurtadillas hasta la azotea. Rodar entre las sábanas se había transformado en una costumbre demasiado pesada.

Controlaba el lugar, como todo buen observador, y detectar cuándo se acercaba uno de los celadores me resultaba pan comido. Así logré esquivarlos, a pesar de toparme en un par de ocasiones con el reflejo de sus lámparas al final de los pasillos que crucé. Ellos podían ser muy silenciosos pero yo no es que me moviese haciendo ruido como un gigante descontrolado.

El viento me dio una fría bienvenida que ya esperaba cuando abrí la puerta de cristal. A pesar de que continuaba acatarrado no hice siquiera el ademán de coger un jersey que colocarme encima del pijama. Mientras caminaba hacia la barandilla me recogí el pelo con una goma. Odiaba que el viento despeinase lo que, por naturaleza, ya era un caos. Tras ubicarme detrás de los barrotes de metal rebusqué dentro de los bolsillos de mi pantalón de algodón. Ahí estaban la pitillera y el mechero, objetos que no creía que volviera a utilizar en mucho tiempo.

Mi vida se iba a volver mucho más dura desde el momento en el que arrojase la colilla de mi último cigarrillo al vacío. No era capaz de imaginar un día de mi vida sin nicotina; sin mi morfina particular.

Jack, Jack, ¿qué va a ser de ti?
La nada; el vacío más absoluto. Iba a terminar cambiando mi apellido, que ya no me pertenecía, por esa palabra tan definitoria.
La metafísica del idiota más absurdo que alguna vez ha pisado Dunkelheit.

Publicado por Jack A. Hudson Jue Abr 28, 2016 1:08 pm

Las charlas sinceras y cargadas de realidad no iban conmigo. Sonará idiota decirlo así, pero creo que no sabía cómo mantenerlas sin huir tarde o temprano. Mostrar mi verdadera forma de pensar, más allá del chico rudo y extraño, quedaba muy lejos de mis posibilidades. Podía contar con los dedos de una mano a las personas que me habían hecho sentir lo suficientemente cómodo para conversar sin tapujos.
En esos momentos reconozco que Grace no se asemejaba a una amenaza que me indujese a huir. La gripe calmaba mis instintos más primarios y me convertía en una especie de corderito con el que tratar no se volvía una odisea. El miedo que normalmente me inundaba cuando hablaba de más se encontraba encerrado. Posiblemente no fuese consciente del todo de las palabras que estaba diciendo y, en especial, de la persona que había convertido en mi compañera de debates provisional. Al enfermar todos nos volvemos vulnerables y sacamos al niño interior que busca protección que llevamos dentro. Yo también. Después de todo, los rumores sobre mi naturaleza vampírica no eran más que eso: rumores.

Si al día siguiente recordaba que había hablado tranquilamente con Grace tendría que darme varios golpes en la cabeza. Jack Hudson no podía permitirse ese tipo de errores, pero eso ya lo recordaría mañana cuando me encontrase mejor.

—Si dijeras que no tienes defectos me vería obligado a recordarte unos cuantos. Como tu olor. Deberías evitar rociarte medio bote de colonia cada vez que quieres oler bien. —a pesar de que no creyese que Grace esperase ninguna puntualización por mi parte, me vi obligado a realizarla. Puestos a ser sinceros, el exceso de perfume -a mi gusto- de la chica resultaba molesto. Los olores fuertes me causaban dolor de cabeza.

Presté toda la atención que pude al discurso con acusación incluida de Grace. Arrugué la nariz con desagrado cuando se atrevió a insinuar que yo leía esa bazofia barata para jovencitas. Por insinuaciones menos fuertes había insultado a muchas personas a lo largo de mi vida, pero sabía de sobra que esa táctica no afectaría a la rubia en lo más mínimo. Cada vez que me cruzaba con ella por los pasillos la palabra más agradable que salía de mi boca era “tonta”. Mi ingenio a la hora de ofender no servía como arma secreta en su contra. Decidí, entonces, que lo más adecuado era tratar de rebatirla con mi otro punto fuerte: la inteligencia. Tuve que respirar hondo un par de veces para tragarme las ganas de insultarla, ya fuera sutil o directamente. Había detectado gracias a su sonrisa que se trataba de una broma, lo que convertía el comentario en inofensivo.
Sí, Jack. Es una broma. No crucifiques a la gente por querer divertirse un poco.

—Te prohíbo insultar a mi inteligencia insinuando que leo esas porquerías. No todo es romance pero tienes que reconocer que la moda ahora es basar la literatura en eso. Tú misma has dado nombres. Con lo divertido que es leer una comedia clásica como Truculentus o Anfitrión no entiendo cómo alguien puede optar por consumir esa bazofia. O bueno, ya que dices que el teatro no es solo Shakespeare, te voy a recordar a Molière y su El tartufo. ¡O Esperando a Godot de Samuel Becket! —la mención de Becket, uno de mis imprescindibles, logró que mi tono de voz se cargase de énfasis y se elevase. Consciente de ello me obligué a volver a bajarlo, por una mezcla de “no quiero que nos pille un celador y acabe castigándonos” y “Jack, ¿desde cuándo pareces normal a la hora de hablar?”. Agaché la cabeza entonces, centrando la mirada en las casi imposibles de distinguir barras de metal de la barandilla. Sentía un poco de vergüenza por mi arranque y me dediqué durante unos minutos a regañarme internamente y rechinar los dientes de forma imperceptible. Ya sabes que es común que me encerrase en mi mundo en los momentos más inadecuados. Aquel fue uno de ellos.
Pero, ¿qué otra cosa debía hacer? Había roto la regla número uno: Jack Hudson no se comporta como un ser humano.

Al cabo de un rato la conversación se volvió más sincera aún, si es que se podía. Después de que comentase a Grace aquel recuerdo de mi infancia ella hizo lo propio, logrando llegar al culmen de mi sorpresa. En sus palabras creí hallar cierto rastro de tristeza, impropio de una chica que siempre muestra ganas de comerse el mundo. Pero, a la vez, lo encontré lógico. Todos tenemos luces y sombras, nadie vive en una constante burbuja de felicidad rosa. Como Grace había dicho aquella misma noche, ella era tan humana como el resto.

Terminó de hablar y yo continué en silencio, mirando a la nada, como ella. No tardé en darme cuenta de que quizá esperaba que dijese algo al respecto de su comentario. Eso hacían las personas normales, ¿no? Incapaz de devanarme los sesos en busca de una frase que sonase profunda y alentadora pero que no se inmiscuyese demasiado en su vida, simplemente hice lo que mejor se me daba: dejarme llevar por la impulsividad y soltar lo primero que se me pasó por la cabeza. La excusa de “tengo gripe” serviría para evitar que me diese una bofetada si se sentía molesta.

—Estaría bien que recordases a tus padres que la marca de tus zapatos no te define. Tener una tarjeta de crédito sin límite no te convierte en un superhéroe, sino en un trofeo que espera ser expuesto en una vitrina. Inalcanzable y bonito, pero irreal y sin otro fin que deslumbrar a quien lo admira. Si quieres estudiar Medicina, hazlo. Tardes lo que tardes. Te sentirás mucho mejor cuando consigas algo por ti misma. —fiel a mi estilo, volví a encogerme de hombros. Hay costumbres que jamás se pierden, a pesar de que yo realizaba aquella más veces de lo que se consideraba normal. Pero yo no era normal, sino un tipo que se expresaba mejor cuando podía recitar de memoria los datos que había recogido de un libro. Al menos debo reconocer que fui sincero. Comprendía que quisiera estudiar Medicina, ya que encabezaba la lista de opciones a las que quería acceder si obtenía una beca, y alentarla no me supuso un gran peso. Quizá un par de palmaditas conciliadoras en la espalda hubieran estado bien, pero eso ya sería pedir peras al olmo.

Ignoré el abrupto cambio de conversación en el que nuevamente nos vimos inmersos. Mi capacidad analítica no estaba pasando por su mejor momento. Creo que básicamente me estaba dejando llevar por los diferentes temas y comentando todo sin ser muy consciente de lo que iba diciendo. Sentía la cabeza a punto de explotar y el frío escocés comenzaba a incomodarme lo suficiente para que echase de menos mi cama en lugar de los cigarros.
Pronto me marcharía. Lo sabía, y seguro que ella también. Jack Hudson, aunque enfermo, no suele quedarse en un sitio más de lo estrictamente necesario. Y a esas alturas mis propios límites ya habían sido rebasados. Suficiente.

—Los fans de Austen la defienden como una feminista que basaba su literatura en satirizar las costumbres de las mujeres de su época. A mi parecer, conclusiones erróneas. Las hermanas Brontë sí eran feministas consumadas que no necesitaban frivolidades como la señorita Austen para defender a las mujeres. De hecho, Anne Brontë pasó toda su vida siendo censurada por hacer que las mujeres pensasen por sí mismas, inducirlas a la rebelión y demostrarles que son más que un mero adorno del hombre. Las protagonistas de las tres son potentes e imperfectamente reales. Si bien es cierto que parte de su temario abarca el amor, es tratado de una forma magistral. ¿Orgullo y prejuicio es una historia de amor con base real? ¡Por favor! Cumbres borrascosas sí lo es. Está cargada de odios y demás sentimientos negativos. Los seres humanos son vengativos, egoístas y envidiosos en su gran mayoría. No se pueden vender relaciones amorosas puras cuando nosotros no lo somos.

Publicado por Jack A. Hudson Lun Jun 06, 2016 6:29 pm

Y bien había hecho en suponer que Jack no se quedaría callado ante la respuesta que acababa de dar, pero en vez de enfadarse como cualquier otro día había hecho, volvió a sonreír, como si esa fuera la reacción más coherente de todo. Supuso que el joven solo estaba bromeando, pues la única fragancia que debía llevar encima era la del shampoo y la crema de enjuague, ambos con aroma a mandarina, pero por más fuerte que pareciera, Grace era incapaz de olerlo, y jamás se compararía con el verdadero aroma de dicha fruta. Esa era la conclusión a la que la joven llegaba, dudaba de que le hablara en serio con respecto al olor, pero al menos había sido el mejor de los casos dado que podría haber sacado otras cosas a relucir.

—Espero que seas consciente de que las personas no cambian sino es por una buena razón —respondió tirando los mechones de cabello hacía su espalda con una falsa sonrisa coqueta —, huelo fantástico y no lo cambiaré por ti, pero si te hace sentir mejor, no me puse colonia antes de salir de mi habitación en busca de aire, no tenía pensado encontrarme con nadie, pero gracias nuevamente por mencionar otra cosa que te molesta, me estás dando mucho material para un futuro.

Bromeó la joven nuevamente, por más que sonara infantil, no le molestaba a esa hora de la noche. No se podía ser sofisticado a todas las horas del día, mucho menos mantener un papel veinticuatro de siete, todos merecían un descanso, incluso ella. Luego podría arrepentirse.

Ante lo siguiente no pudo evitar reír. Su risa genuina se escuchó en la azotea, suave, alegre, como la de una niña. No había nada artificial en esa risa, nada embustero, ninguna mentira. Había advertido que Jack se enojaría al insinuar que leía “libros de niñas”, pero no había esperado esa reacción que seguro recordaría con diferentes matices, dado que posiblemente al otro día viviera regañándose por mostrar tanto de ella, por dejar de pensar en cómo debía actuar y simplemente reaccionar con naturaleza ante todo lo que escuchaba.

Dejando eso de lado, la joven no tenía idea a qué se refería Jack, su nivel de lectura no estaba al nivel de la conversación, pero no había razones para dejarse en evidencia.

—Si llegan a atraparnos diré que ha sido tu culpa —bromeó ante que todo haciendo referencia al volumen de voz que el joven había usado, dándose cuenta, al mismo tiempo, que habían estado hablando en un tono de voz más bajo que el normal, después de todo sus instintos de supervivencia no debían estar del todo apagados —. Y tu deberías escuchar bien lo que las otras personas dicen, ahora entiendo porque nunca entiendes lo que quieren decir, escuchas lo que se te da la gana. Comentaba que dudaba que leyeras a esos autores. Baja las ganas de amenazarme, por más de que ésta noche aún no has intentado tirarme de la terraza.

Soltó el comentario en tono jocoso, tan divertida como dormida en esa noche de marzo. Podrían basarse tesis en cómo algunas personas se veían obligadas a actuar de cierta manera en determinados círculos sociales, y como, en la soledad y en la noche, cuando se los atrapaba con la guardia baja, podían comportarse como eran en verdad, de manera autentica. Ella podría ser tomada como ejemplo, rodeada de reglas que hasta ella misma se imponía para obligarse a no sentir, porque si en algún momento dejaba escapar todo el dolor y la rabia que sentía dentro, no sabía si era capaz de detenerse. Ser fría era lo que le habían enseñado a ser, algo que había llevado con naturalidad hasta que conoció a Gregg y le mostró que no todo tenía que ser así, después de eso, ser fría se tornó en lo único que la mantenía en una sola pieza, al menos cuando se encontraba con público.

Tragó saliva antes de regresar a una postura de hombros derechos y espalda recta. Tenía que volver a ser ella, la joven que era cruel y que no sentía remordimiento alguno cuando la noche llegaba. Tenía que ser esa joven, no porque Jack estuviera allí, no porque no estuviera sola, sino por ella, porque no podría controlarse si las cosas se le escapaban de las manos.

—Gracias —susurró en tono suave, siendo esa la última vez en esa noche que mostraría esa debilidad, porque estaba mal mostrarse débil ante las otras personas. Eso era lo que se decía en su mente en esos momentos.

De un momento para otro la respuesta de Jack no se le antojo en lo absoluto, y mientras el joven hablaba, la rubia miró hacia la puerta. La única manera de asegurarse de que no volvería a meter la pata nuevamente, era liberándose de esa conversación, regresando a su habitación, donde podría intentar volver a dormir, donde podría intentar lidiar con esa herida abierta que Gregg le había dejado y que, en esa noche, hacía un mes atrás, alguien le había recordado que aún estaba ahí. Le habían recordado cuánto dolía mencionar su nombre o recordar su cara, y todo lo que había logrado en ese tiempo, intentando olvidar, se había ido por el retrete.

—Supongo que ha de tenerse en cuenta el nivel de realismo de ambas, pero no sé qué más esperas que diga, suena como algo increíblemente aburrido cómo para que me interese en ello —. Respondió con frialdad, como si no hubiera sido ella quién había formulado la pregunta. Lanzó una última mirada al bosque antes de volverse a Jack.

—Tengo que irme, es tarde, y te recomiendo que hagas lo mismo, a no ser que decidas suicidarte antes de vivir un par de días sin nicotina —agregó de la misma manera antes de volverse hacia la puerta, donde se volteó para agregar una última frase—: Gracias por la charla.

Dicho eso, y con paso apresurado, regresó a su habitación donde se tiró en su cama. Eso había sido un error y se iba a lamentar por varios días de ello, pero lo hecho echo estaba, ahora tendría que lidiar con el error de abrirse un poco. Primero era lo primero, tenía que volver a ser ella, y ya sabiendo que la carta no mencionaba a Gregg, podría intentarlo.

Publicado por Grace L. Edwinson Sáb Jun 18, 2016 4:05 pm

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