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2 de mayo
19:30

Duele observar lo que se fue, pero duele aún más darse cuenta de lo que está por irse sin siquiera decir adiós.

Que Cole quisiera irse del internado no era una sorpresa, Rose lo sabía, lo conocía muy bien incluso más que por ser su chico, su amor o cualquier adjetivo rosa que decorara las oraciones anteriores. El chico tenía tantas ganas de irse que, ahora que lo pensaba con claridad, le extrañaba que no lo hubiera hecho, pero el hecho de no tomarla en cuenta y decidir por ella… eso si era una sorpresa. Él pretendía dejarla en el internado por su supuesta seguridad, pero lo que no sabía es que Rose nunca se sentiría segura entre los barrotes, no cuando la libertad estaba limitada y parecía ser inexistente, día a día la castaña se carcomería pensando qué pasaría con él y qué hubiera sido del destino si ambos hubieran partido juntos al mismo destino. Lo extrañaría con el alma en vivo hasta desintegrarse por completo y no ser capaz de afrontar otra pérdida, sí, por eso era lo que más temía Rose, no ser capaz de levantarse al darse cuenta que estaba perdiendo todo; Wes, Callie, Cassie, ¿Cole? La vida no estaba siendo buena con ella, ¿tan mala había sido durante su corta vida?

Rose estaba sentada en la sala de ocio, ya se acercaba la media noche, pero la chica parecía absorta entre las pequeñas puntadas que daba sobre sus mallas negras de ballet en un intento de unirlas, estaban tan viejas que se rasgaban ante cada estirón y Rose aprovechaba sus ratos libres para unificarlas dado que no tenía otras que pudiera usar, aunque siendo sinceros, llevaba tanto tiempo sin bailar que no temía equivocarse en el primer movimiento. Sabía bordar a la perfección, pero al parecer la precisión de sus manos la había abandonado ya que continuamente la chica pinchaba sus dedos con el filo de la aguja, acompañando así cada pasada con un sonoro ”Auch” que hacía eco en la solitaria habitación. Rosie mantenía la prenda cerca de su rostro y fruncía su ceño generando pequeñas arrugas en su frente como si fuera la única opción de entretenimiento posible, no lo era, pero si la distraía lo suficiente para alejarse del dolor. Poco a poco aparecían tareas en la vida de la chica de ojos azules, tareas que requerían atención y que la apartaban de las cadenas que la pisaban continuamente al suelo, eso era bueno, solo que Rose no quería olvidar.

El chocolate caliente que había preparado yacía sobre la mesa, aún desprendía humo y el olor era agradable para cualquiera amante de aquel elixir dulce, solo que la chica nuevamente no sentía apetito, había vuelto a sus andanzas de faltas de sueño continua y poca alimentación, solo la suficiente para no desmayarse, pero aun así seguía sin sumar a su cuerpo los nutrientes necesarios. Rosie debía de estar muy grabe para no haber probado ni siquiera un poco de su chocolate.

Sigue trazando punzadas, sigue buscando cada detalle de las mallas que pueda mejorar, como si esa pequeña prenda fuera el reflejo de la vida en sí, una vida que Rose trataba de arreglar a cada paso y que trataba de solucionar con cada uno de sus actos. La chica quería resolverle la vida a tantos que se había olvidado de la suya que, como las mallas de ballet, tenía muchos huecos, muchos que trataba de reparar, pero que no estaba segura si se abrirían de nuevo hasta que ya fuera inútil y poco coherente seguir uniendo.

Pasa una mano por su cabello hundiendo sus dedos en las hebras, Rose acomoda sus pies sobre la mesa de madera que reposa frente a ella y se inclina de nuevo para bordar las mallas que estaban sobre sus rodillas. —¡Auch!—. Vuelve a quejarse. Rose endereza su espalda y ve el pulgar que desprende una mínima gota color carmín, como esa había visto varias, la chica limpia la piel con un pañuelo que reposa a su lado y sigue, era como si el dolor no fuera suficiente y no tuviera comparación con el huracán que albergaba su pecho.
Publicado por M. Rose Wood Jue Ago 18, 2016 11:27 pm
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Aquel día había decidido cambiar mi escenario nocturno. En lugar de permanecer en el dormitorio criando malvas y rodando en la cama, decidí saltarme el toque de queda para estirar las piernas y, de paso, recuperar algunas de mis viejas costumbres: observar y componer. Como no quise desvestirme por pereza al volver de la cena bastó con ponerme la chaqueta de cuero, colocarme el cuaderno bajo el brazo y abandonar mi territorio sin cerrar de un portazo. La oscuridad de la noche es el mejor aliado de los ezquizofremánticos. ¿Cómo desaprovechar la oportunidad de escribir algo bueno?
Ah, ¿no conoces esa palabra? No te preocupes. Yo tampoco.

Mi desgarbado caminar terminó sorteando a los celadores que pululaban por los pasillos hasta arrastrarme, casi por arte de magia, a una de mis zonas favoritas; la que hasta hacía unas semanas solo albergaba risas, partidas de cartas y besos robados de adolescentes que se esconden debajo de una mesa para que los adultos no los reprendan.

El lugar donde un loco como yo se sentía completamente en casa. La sala de ocio, a rebosar de vinilos, cómics y polvo que espera que vuelvan tiempos mejores.

Me sentía mal por sentirme bien. Quería estar tirado en la cama y hecho una auténtica mierda por los remordimientos que me perseguían y los sucesos de las últimas semanas, pero esa noche no era la indicada. Quedarme solo en el mundo me había servido para quitarme parte de la presión social y la necesidad de ser el mejor. Empezaba a importarme una mierda todo.

¿Te lo estás creyendo? Yo tampoco.

Just slip me on, I'll be your blanket. Wherever, whatever I'll be your coat. You'll be my king and I'll be your castle. No, you'll be my queen and I'll be your moat —canturreaba por lo bajo, dando palmadas de vez en cuando en mis propios muslos, siguiendo mi imaginario compás. Cualquiera que me viese pasear por los pasillos a oscuras desprendiendo una felicidad que no me definía pensaría que me había vuelto loco por fin.

Abrí la puerta girando el pomo con mucha lentitud. No quería que apareciese por sorpresa un profesor y me castigase. Aunque la sorpresa real llegó cuando me di cuenta de que la estancia ya estaba sirviéndole a otra persona como vía de escape para relajarse.
Esperé apoyado contra el marco de madera a que la muchacha se girase y me pidiese que me marchara de allí. La habría reconocido aunque nuestras miradas no llegasen a cruzarse esa noche. ¿No se supone que Cenicienta a las doce huía del príncipe azul y perdía un zapato? ¿Qué hacía cosiendo en la sala de ocio?

Al final no había ido tan desencaminado al utilizar a Rose como diana para molestar a Ezra. Ese recuerdo, sin embargo, me hizo fruncir el ceño.
Ni siquiera sé por qué permanecí en la puerta en lugar de irme. No me sentía orgulloso de mis palabras. No tenía derecho a mirar a Rose como si nada pasara.
Sí, por primera vez en mucho tiempo me mostraba en desacuerdo conmigo mismo.

Quise dar la vuelta y marcharme de allí sin atosigar a Rose, pues estaba casi seguro de que ella debía de estar harta de toparse conmigo por las esquinas. Pero mis pies eludieron mis dictados y siguieron sus propias órdenes, para variar. Intentando no hacer ruido, me acerqué a ella. Mis pisadas fueron cortas y me paré cada medio metro para observarla fijamente, por si se giraba y me arrojaba algo a la cara. Cuando llegué a su altura opté por agacharme hasta quedar cerca de su cabeza. Luego, mientras me pasaba la mano que no llevaba pegada al cuaderno por el pelo -necesitaba lucir presentable para que no pensase que había descuidado su trabajo-, soplé suavemente en su nuca.

Sí, en definitiva: me iba a llevar un buen tortazo por molestar a deshoras de una manera tan poco apropiada.
¿Por qué lo hice? Quizá verdaderamente estuviese loco. Quizá Jack Hudson sí que era un completo demente sin nada más que unos cuantos sueños en sus bolsillos.
Publicado por Jack A. Hudson Lun Ago 22, 2016 9:31 pm
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Cualquier actividad servía de apoyo antes que seguir encerrada en la cárcel que suponía su cabeza, al menos en su interior. Esos pasatiempos banales no eran más que el reflejo de lo que Rose pretendía muchas veces; remendar los errores de otros, asegura que, por mucho desgaste que tuviera su objeto metafórico, podía ser remendado y lucir como nuevo, además de mantener su constante utilidad hasta que la vida así lo decidiera. Los últimos días habían mantenido la misma rutina impuesta por Rose en silencio; acomodar su habitación, tender la cama, doblar la ropa, separar qué servía y qué no… todo suponía un conjunto de excusas para no dar cara a lo que estaba pasando y enfrentar el hecho de que ella ya estaba en el barco, por no decir que estaba hundida hasta el cuello y que las posibilidades de nadar a la orilla eran contadas.

Los ecos ahí seguían, cual pesadillas en la noche, no podía ignorarlos, pero había descubierto que mientras más ocupada estuviera seguramente más sencillo sería aquella tarea y podría callar con sus acciones todos los murmullos que se centraban en su interior y que hacían preguntas sin cesar, interrogantes que ella desde luego no podía resolver. Remendar sus mallas se había convertido entonces en su tarea preciada esa noche, si bien la rutina del internado se había irrumpido abruptamente y las clases de danza no estaban a la orden del día, a Rose le parecía elemental que para cuando la situación se calmara sus mallas estuvieran listas, un intento fallido de creer que todo iría bien, en un futuro, pero todo estaría bien. Todo, todo, Rose… todo irá bien. ¿Cuántas veces se lo tendría que repetir para creerlo? Porque cada paso que avanzaba la atrasaba el doble y hasta el triple.

Rose toma un respiro, había perdido una vez más el hilo de sus pensamientos. Las manos delicadas de la chica pasean entre los orificios cerrando con ayuda del hilo, hilo a juego con el color de la pieza que tenía entre sus manos. Había aprendido a bordar desde que era una niña, a falta de una madre que remendara su ropa, Rose tuvo que aprender no sin antes pincharse infinidades de veces y hacer sangrar sus dedos. En el Centro Clínico hacía lo mismo, solo que desde su llegada a al internado no había tenido la necesidad de reparar la ropa de sus compañeros así que había perdido la práctica, ¡y vaya que lo había hecho!

Sus cabellos cubrían su rostro cual cortina, ocultaban un rostro fruncido y concentrado en hacer su tarea lo mejor posible, los dedos cubiertos por calcetas de colores se movían sobre la madera al ritmo de una canción imaginaria y el chocolate poco a poco perdía su calor, se podía decir que estaba en paz, en sana paz, solo que ¿hasta cuándo duraría?

Fue algo de segundos, tan rápido que a fin de cuentas la castaña no se percató de la situación. Sintió aire cálido y dio un pequeño brinco sobre sí inclinándose hacia adelante y girando su rostro con los orbes azules muy abiertos. —¡¿Pero qué…?!—. Pudo jurar que su respiración se aceleró, a fin de cuentas ¿qué podía hacer ahí sola contra un futuro captor? Nada, a menos que hundirle un alfiler en el ojo contara como algo que valiera la pena y, según la opinión de Rose, no lo valía.

Sin embargo no era el villano de la capucha, se trataba de Jack, de Jack Hudson. —Tu si vas a acabar por matarme de un susto—. Pone los ojos en blanco y se deja caer de nuevo en el mueble recogiendo a su alrededor todos los implementos que se desprendían de su tarea y que, de Jack sentarse, podían lastimarlo o estorbarle. —Estoy destinada a encontrarte en los pasillos al parecer—. Sonríe débilmente por primera vez mientras se hace a un lado. —Ven, que te doy clases de bordado—. Por su tono parecía ir en serio, pero luego se ríe y alza la vista para mirarlo. —Es broma, serías un pupilo terrible… ¿Qué te trae por aquí Jack Hudson?
Publicado por M. Rose Wood Mar Ago 23, 2016 1:29 pm
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[1]Estoy experimentando para comprobar si usando la tercera persona me enrollo menos y empatizo igual con Jack. Voy a cambiar desde ahora.


Jack rió entre dientes cuando vio a la chica dar un brinco en el sofá, como un niño que sabe que ha hecho algo malo pero no puede evitar sentir satisfacción. Los esencia de un imbécil no cambia ni cuando su cabeza corre peligro. Pero como a Rose casi la consideraba “amiga” al comparar su relación con la del resto de los mortales, en lugar de soltar otra de sus perlitas o continuar pinchándola, se puso en pie y saltó por encima del respaldo para ocupar el hueco que le había dejado libre. Sin pedir permiso, claro.
Los momentos distendidos, que cada vez eran más escasos, y Rose parecían ir de la mano; incluso cuando compartían una conversación nimia por la que otros los tacharían de bichos raros. ¿Cómo iba a desperdiciar la oportunidad de pasar un rato alejado de la oscuridad?

Soy sigiloso como un ninja y vivo en las sombras, como buen vampiro. —aquel fue un guiño a su última conversación que soltó mientras trataba de emular cómicamente su acostumbrado tono serio, moviendo la cabeza y quedándose tan recto como si en lugar de columna vertebral tuviera un palo de madera. Sólo a Jack se le daba bien imitar al Jack.

El muchacho alargó una mano hasta alcanzar una de las bobinas de hilo que Rose estaba utilizando y que había dejado cerca. La lanzó al aire y trató de recogerla a la misma velocidad, rezando para que sus reflejos no le fallasen. En otro momento probablemente la bobina hubiese terminado rodando por el suelo y él, que odiaba moverse inútilmente, se sentía demasiado vago para perseguirla. Pero en esa ocasión el carrete cayó limpiamente sobre su mano. Entonces Jack ladeó una sonrisa y la cerró, protegiéndola de cualquier mal.
De la aguja de Rose, por ejemplo.

Estoy buscando a mi próxima víctima. ¿Tú qué haces, practicar para ser la mejor ama de casa en el futuro? Ya te imagino en un programa de televisión patético enseñando la diferencia entre escoba y mopa. —comentó mientras se encogía de hombros. Abrió el puño y comenzó a hacer rodar la pequeña bobina sobre su palma empujándola con un dedo. Llevaba varios días temiendo que Ezra hubiese avisado a la joven de que Jack hablaba con cierto tono “machista” de ella, así que había elegido emplear el mismo tono en su presencia para que se diese cuenta de que se trataba de una broma. Mejor prevenir que curar. —Yo no la conozco, de hecho. —terminó admitiendo para quitar un poco de peso al asunto. Alguien como él, que peca a menudo de soberbia en el ámbito intelectual, no reconocería jamás que no conoce una determinada cosa.
Y lo había hecho. Rose estaba obligada a perdonarlo.
Publicado por Jack A. Hudson Dom Sep 11, 2016 8:48 am
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Eran tan diferentes que aún Rose, en breves fracciones de segundos durante sus encuentros, se preguntaba en silencio cómo dos personas tan diferentes podían sentarse a entablar una conversación cuyos hilos se desprendía con facilidad y sin mucho sentido, quizás aquello último fuese el punto clave; ambos hablaban un código similar, al menos cuando estaban juntos y precisamente era Jack Hudson quien lograba que Rose se aislara un poco de la tenebrosa realidad en la estaban viviendo, ¿por qué? No podría explicarlo ni aunque quisiera, quizás porque cada comentario del joven generaba una interrogante en Rose quien parecía gustosa de seguirle cualquier tema mientras pudiera explicarle su verdadero sentido. Estaba claro que no lo esperaba esa noche, pero no por ello le molestaba, al contrario, si tuviera que elegir entre posibles figuras para entablar una conversación nocturna, seguro Jack estaría entre los primeros diez al menos.

El joven se sienta a su lado y ella se queda quieta en su lugar, con todos sus implementos prácticamente sobre sus piernas. La referencia a su última conversación la hace sonreír sin darse cuenta, gira a ver a Jack con el mismo gesto; la curvatura continua que muchos ansiaban ver en Rose, pero que tan compleja era de forjar en los últimos tiempos. —¿Un vampiro parecido a Leonardo DiCaprio? Porque esa combinación en lo particular no me convence—. Afirma en un ademan amistoso, mientras tuerce sus labios y mueve su rostro demostrando que no se imaginaba a aquel actor en un papel tan sombrío y a la vez tradicional. —Creo que tu cabello ha crecido un poco más desde la última vez, incluso—. El mechón frontal gritaba por ser tocado y enroscado en sus dedos, al menos eso era lo que Rose quería creer, pero por respeto a la burbuja personal de Jack, la castaña solo señala y mantiene el contacto al mínimo. Solo Rose se daba cuenta de esos pequeños detalles.

Baja la mirada y regresa a su tarea, solo da puntadas superficiales porque Rosie está segura que bajo la mirada de Jack no podrá seguir con aquella tortura psicológica de querer remendar las mallas negras como si se tratara de su propia vida, no, sería inútil e insoportable delatar que en ese momento había más hilos enredados que orden en cuanto a su rutina se refería. Lo escucha y ríe levemente con cierto sarcasmo, no por lo que acaba de decir, sino porque la situación en sí le causa mucha gracia. —Y yo si tengo cara de saberlo—. Es más o menos una afirmación. Rose trata de dividir su atención entre lo que quiere decir y no pinchar más sus dedos. —La verdad es que no. Y… creo que son cosas que tuve que aprender, era necesario. En el centro médico en el que estuve no me pedían mucho, Wes decía que era como una cara bonita. Me pedían que sonriera y simulara ser una chica normal, una especie de protocolo para que todos pensaran que era un sitio limpio—. Su iris viaja al pasado, pero antes de quedarse, Rose alza de nuevo la mirada y ve a Jack. —Dentro tenía labores como los demás, eran menos fuertes así que me dediqué a querer cuidar a los más pequeños, después de todo, nos teníamos a nosotros mismos nada más—. Aparta un poco sus cosas a un lado y alza las mallas. —Eran niños pidiendo en las calles o haciendo cualquier cosa terrible, tenían más riesgo de romper sus ropas y no teníamos repuestos suficientes—. Sonríe para sí con nostalgia, era parte de su pasado, había aprendido a vivir con ello.

Ya con su espacio de trabajo más ordenado, Rose deja las mallas sobre sus piernas y detiene su tarea por unos segundos, fija su atención en Jack. —¿Victima?, ¿y ahora que propuesta pasa por tu cabeza? Porque no creo que quieras cortarte más el cabello.
Publicado por M. Rose Wood Jue Sep 15, 2016 9:56 am
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Jack estaba lanzando de nuevo la bobina al aire, contagiado por la seguridad que le había dado el cazarla al vuelo la primera vez, cuando Rose decidió atacarlo con un golpe de lo más bajo. Dio tal manotazo al aire que golpeó al hilo y salió disparado. El chico tuvo que levantarse de un salto y correr para atraparlo antes de que terminase debajo de una estantería. Y lo logró de pura suerte, aunque estuvo cerca de resbalar y caerse de culo. Con las aguas encauzadas de nuevo, suspiró por lo bajo y volvió a acercarse a Rose para ocupar su lado del sofá. El alivio que sentía no impidió que esbozase una mueca de disgusto que rozaba la indignación, ceño fruncido inclusive. Obviamente estaba bromeando, ya que no le molestaba que Rose se tomase la libertad de burlarse de él, pero si permitía que lo hiciese sin poner un solo impedimento no estaría siendo Jack.

No me parezco a Leonardo DiCaprio. Yo soy más… John Connor en Terminator 2. Por lo invencible y guapo, claro, porque jamás me regalaron una moto tan chula como la suya. —se encogió de hombros mientras hacía girar la bobina de hilo entre sus dedos. La mueca indignada le duró dos segundos, a lo sumo tres, antes de desaparecer y volver a su tranquilidad inicial. Tranquilidad que no se mantuvo mucho tiempo, ya que el comentario de la joven le hizo reír entre dientes. Hablar de su pelo se le hacía raro, pero con Rose todo parecía extraño, así que… Daba igual. Con la mano libre se revolvió el pelo, pasándose los dedos por los mechones y dejando que cayesen hacia atrás. Gracias a la muchacha había descubierto que adoraba tocarse el cabello, aunque antes de reconocerlo se tragaría su sangre.—Mi pelo tiene vida propia. En serio. No sé si has visto la peli Bad Biology pero lo que le pasa al protagonista con su… Eh… Con su extremidad, sí, es lo que me pasa a mí con mi pelo. Es incontrolable. El día menos pensado volveré a estar dejando cabellos tirados por ahí y la limpiadora vendrá a retarme a un duelo.

Consiguió recular a tiempo y desviar la conversación antes de soltar una barbaridad. Bendita agilidad mental. De todas las películas que había visto a lo largo de su vida, justamente había tenido que ir a escoger esa; la del tío que tiene un pene carnívoro con vida propia que termina separándose de su cuerpo. Negó con la cabeza de forma sutil, perdiendo el hilo de la conversación durante un momento porque decidió empezar a autoregañarse. Si Rose se descubría como una chica que se sumergía en el mundo de la serie B tanto como él, entendería aquel símil, obligando a Jack a encerrarse de por vida en su cuarto. Porque él jamás hablaba en esos términos con chicas. Lo tenía terminantemente prohibido.
Por él, pero prohibido al fin y al cabo.

La conversación continuó sin más incidentes hasta que Jack, para variar, casi metió la pata otra vez. Estaba decidido a continuar con su idea de decir estupideces de carácter machista que irritasen un poco a Rose -no dudaría en pedirle disculpas si se ofendía de verdad-, pero las palabras se quedaron congeladas en sus labios ante la siguiente revelación de la joven. Él no sabía que había estado interna en un centro médico, así que no pudo evitar sentirse el ser más imbécil del planeta. Ahí estaba ella, hablando de cosas serias mientras Jack… ¡Mientras que a él se le ocurrían chistes machistas con los que demostrar lo irritable que llegaba a ser!

Él, que no era dado a sentir vergüenza o pesadumbre, quiso mimetizarse con su entorno. Convertirse en un almohadón y desaparecer para siempre. Se lo merecía por poseer el carácter más asqueroso del planeta. Desvió la mirada hacia el suelo porque se sintió incapaz de mirarla. Ya conoces a Jack, se ahoga en un vaso de agua cuando no hace falta y es incapaz de entender a los demás, así que estaba convencido de que merecía la muerte por haberle sacado un recuerdo tan triste. Las palmas de sus manos comenzaron a sudar y no fue capaz de limpiarlas disimuladamente. Optó por guardarlas dentro de los bolsillos de su chaqueta de cuero, bobina de hilo incluida. Si no permanecían a la vista, no existían.
Así Rose no descubriría que su pecho estaba vacío; que Jack no era más que un autómata con un aspecto exterior que conseguía confundir a los demás. Casi parecía humano.

No. Es porque eres... —tragó saliva y se exprimió los sesos, tratando de decir algo coherente. No lo consiguió. Sus siguientes palabras apenas fueron un susurro. —... sumamente inteligente.Genial, Jack. Súper elocuente. Si la chica no llega a estar allí, probablemente hubiese iniciado una pelea física consigo mismo. Golpearse la cabeza tras equivocarse formaba parte de su listado de manías. Cerró los ojos y apartó la mirada. Sus cordones tenían tanto barro como de costumbre, pero le parecía mejor mantener los ojos anclados en ese punto que dudar y que ella lo notase.  Empezó a mover suavemente los pies para chocar las puntas de sus zapatillas. Necesitaba encontrar algo urgente con lo que cambiar de tema. ¿Dónde estaba su agilidad cuando realmente la necesitaba?

La desesperación casi lo hizo tomar un rumbo cuya desembocadura hubiera sido el desastre más absoluto; la destrucción total de Jack. Quiso por un momento revelarle que él procedía de un orfanato, que nadie lo había querido cuando era un bebé y que el panorama no brillaba más ahora que tenía dieciocho años. Que durante su infancia le detectaron un “estado mental” que le impedía ser normal y relacionarse con otras personas abiertamente. Que no se expresaba bien con palabras y recurría a las rimas para decir lo que sus labios no querían ni susurrar. Que, para pagarle el corte de pelo, le había escrito una canción.

Cuando lloras se para el mundo y nunca sé qué decir. Cuando lloras me derrumbo y no me sale fingir. Cuando lloras se tuerce el rumbo y no tengo a dónde ir. Cuando lloras yo me hundo y tardo en volver a salir. Cuando lloras, las horas le dan la vuelta al reloj. Cuando lloras a solas me muerdes el corazón.

Pero Jack no abrió la boca. Se quedó en silencio, pensando en sus cosas sin dejar de repiquetear las zapatillas. Su mente se evadió tanto que llegó a olvidar que estaba allí sentado.

Ya te he dicho que estoy loco, ¿verdad?
Publicado por Jack A. Hudson Miér Sep 28, 2016 7:55 pm
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